Fernando Castellá @CastelaFernando
Sábado 1ro de noviembre de 2014
Cuatro décadas atrás, un 30 de octubre de 1974 en Kinshasa, entonces Zaire (hoy República democrática del Congo) tuvo lugar una de las mayores exhibiciones boxísticas de la historia: promocionada como The Rumble in the Jungle (El rugido en la selva), tuvo como protagonistas al hasta entonces indestructible George Foreman y al incomparable Muhammad Alí.
En el corazón de África
Como sostuvimos en La Izquierda Diario en ocasión del aniversario de Alí-Frazier III, en el capitalismo, la industria del entretenimiento mercantiliza el deporte, incluso el más descarnado de todos, el boxeo, que como tal, no escapa a esa realidad; por el contrario, constituye una de las "naves insignia" de la industria del entretenimiento ligadas al deporte. En ocasión del combate entre Alí y Foreman que hoy recordamos, la oportunidad fue aprovechada por el sanguinario dictador zaireño Mobutu Sese Seko, quien fuera el patrocinador de la pelea, 10 millones de dólares mediante, para “situar a Zaire en el mapa”, según declaró. La batalla se trasladó entonces al corazón del continente negro, el cual sirvió como inmejorable contexto para el despliegue del reconocido activismo social y político de Muhammad Alí en defensa del pueblo negro y del continente africano, “el verdadero hogar de todos nosotros, el pueblo negro, del que nos fuimos esclavos y al que volvimos como héroes”.
La previa
George Foreman llegó a la pelea como campéon con 25 años, invicto, con un récord perfecto de 40 victorias, 36 de ellas por la vía rápida, y una medalla de oro olímpica. Por si fuera poco, venía de destrozar a Joe Frazier en dos rounds, a José Román en uno, y a Ken Norton en dos. La realidad de Muhammad Alí era la contraria: contaba 32 años, venía de perder ante los propios Frazier y Norton, y buscaba recuperar el título mundial arrebatado por negarse a participar de la guerra de Vietnam. Las apuestas señalaban un favoritismo lógico para el joven Foreman de 7 a 1. No obstante lo imponente de los números, el verdadero terror en el equipo de Alí lo generaba la violencia y fortaleza física de Foreman: se trataba de un auténtico Hércules negro de aspecto monumental y brazos como palas que, alternativamente y casi sin flexionar, lanzaba sobre las costillas de sus rivales, a modo de Den-den Daiko enceguecido, ese pequeño tambor japonés de mano que se sostiene por un palo y del cual cuelgan dos bolitas atadas con hilo, que golpean alternativamente el centro del tambor.
La concepción de la obra
En un estadio que fuera campo de concentración y ejecución para opositores al régimen dictatorial, colmado por 100.000 personas, a las 4.00 a.m. (la pelea fue pactada en ese horario para que en EE.UU. se pudiera ver por televisión a las 22.00 hs.) el pugilismo escribió una de sus páginas más brillantes. El escritor norteamericano Norman Mailer, testigo privilegiado del evento, cuenta en su relato El combate que la diferencia física entre ambos pugilistas era asombrosa; que la manera en que Foreman golpeaba la bolsa en sus entrenamientos resultaba insoportable y despiadada, inusual. Alí parecía un pequeño al lado de Foreman y, según Mailer, sintió temor por primera vez en su carrera.
El estadio se encontraba plenamente volcado en favor de Alí, quien había popularizado durante las semanas previas el mítico canto “¡Alí, boma ye!”, que significaba “¡Alí, matalo!”. La tensión en el ambiente no se hizo esperar: Foreman salió a lanzar el conjunto de su ira contra la anatomía de Alí quien, lejos de lo por todos esperado, comenzó a recostarse sobre las cuerdas y a asimilar uno a uno los golpes. La desesperación en la esquina de Alí, encabezada por Angelo Dundee su histórico entrenador, no se hizo esperar: creían que Alí se había vuelto loco, dado que su única posibilidad de ganar se apoyaba en recorrer el ring, “bailando” y esquivando la andanada de golpes de Foreman, para cansarlo. Jamás creyeron que la estrategia adecuada pudiera pasar por resistir la golpiza del joven e iracundo gigante. Pero, round tras round, Alí siguió recostándose sobre las cuerdas, absorbiendo la ira del campeón, dosificando el gasto de su energía. Fue así que, promediando el octavo round, Alí detectó lo que siempre supo que iba a entrar en escena: el agotamiento irreversible en Foreman.
La pincelada final
En una de las múltiples entrevistas que el verborrágico Alí brindó a la prensa durante las semanas de entrenamiento, literalmente gritó que “él es un toro; yo soy el torero”. La definición no podría haber sido más premonitoria e ilustrativa. Difícil es saber cuánto había de provocación y cuánto de plena conciencia en la definición del boxeador. Lo concreto es que la imagen final cuadra perfectamente con la del torero: un agotado Foreman avanza ciego sobre Alí quien, dando pequeños pasos hacia atrás, esquiva dos golpes y asesta los propios, avanzando sobre su rival y derribándolo para siempre. La epopeya estaba cumplida, lo imposible había tenido lugar.
Norman Mailer tomaba la opción de inmortalizar en su relato una idea: jamás había sentido al boxeo tan cerca del ajedrez.
El documental When we were kings (Cuando fuimos reyes) narra la épica batalla de Kinshasa y su contexto histórico. La pelea completa también se encuentra en Youtube.