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A 81 años del asesinato de León Trotsky: por qué continuar su lucha

Juan Valenzuela

A 81 años del asesinato de León Trotsky: por qué continuar su lucha

Juan Valenzuela

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Un 21 de agosto, hace 81 años, León Trotsky fue asesinado en México por un agente de Stalin. ¿Por qué es importante estudiar y continuar la lucha de este revolucionario?

Indudablemente, Trotsky es una de las figuras políticas más calumniadas del siglo XX. En su Trotsky, revolucionario sin fronteras, Jean – Jaques Marie (estudioso de la vida y obra de este dirigente revolucionario) escribía que “numerosos personajes históricos como Napoleón, han suscitado un odio que se disipó con el paso del tiempo. En cambio otros, como Robespierre o los jacobinos, siguen siendo perseguidos por una vindicta tenaz (…) Trotsky y los trotskistas sufren, centuplicada, similar suerte”.

Cuando Marie escribió esas líneas, todavía Netflix no emitía la serie con el nombre del revolucionario, en la cual distorsionan su historia y lo muestran como un personaje ávido de poder y movido por intereses puramente individuales, hecho que mostró con creces cuán vivos está el odio contra Trotsky. Aunque en el caso de la serie, hubo una respuesta. Importantes intelectuales como Slavoj Žižek, Fredric Jameson, Robert Brenner, Nancy Fraser, Mike Davis o Michael Löwy, firmaron una declaración impulsada por Esteban Volkov, nieto de Trotsky residente en México, en la que se desmienten detalladamente las mentiras evidentes de la serie avalada por el actual gobierno de Rusia y transmitida por la popular plataforma de streaming.

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En el terreno local no han faltado las afirmaciones calumniosas. Para no citar alguna de las tan repetidas provenientes de la cultura estalinista del PC, citemos al periodista Daniel Matamala que escribió que “sólo los extremistas, esos que fantasean con la revolución permanente de Trotsky o con un nuevo golpe militar, se sienten a sus anchas con el fuego destructor”. Cuando dijo esas palabras, seguramente, estaba movido por su espanto a la rebelión popular de 2019. Lo expresó caricaturizando la idea de revolución permanente.

Vivir por la revolución

Trotsky, finalizando su libro Mi Vida en pleno exilio en Turquía -texto que originalmente quería titular “Medio Siglo”-, escribía que había leído más de una vez en los periódicos consideraciones sobre la “tragedia” que había caído sobre su vida y se indignaba con quienes se sorprendían al ver que aún perdiendo todos sus cargos en la naciente Unión Soviética y empezando un proceso de exilio, mantenía intactas sus convicciones revolucionarias.

Él había sido uno de los principales dirigentes de la revolución rusa de 1917 en la cual las y los trabajadores formaron un gobierno propio después de haber derrocado al régimen autocrático zarista y al gobierno reformista que se formó en febrero de ese año (que coaligaba a representantes de “izquierda” con representantes liberales de la burguesía). Aquel gobierno provisional, desoyendo el clamor de masas para poner fin a la participación de Rusia en la guerra imperialista que había empezado en 1914 -hoy conocida como la I Guerra Mundial- y rechazando la demanda de tierra que tenían millones de campesinos; fue derrocado a través de una insurrección que le dió el poder a los soviets.

¿Qué eran los soviets? Consejos de trabajadores y campesinos. El periodista norteamericano John Reed, que se hizo revolucionario por esos años y que tuvo la oportunidad de estar en la Rusia obrera, lo explicaba así, en su texto Los soviets en acción: “el soviet se basa directamente en los trabajadores en las fábricas y en los campesinos en los campos” y es un tipo de organización “muy sensible” y “perceptiva” cualidades, ambas, muy necesarias para los periodos revolucionarios en los que “la voluntad popular cambia con gran rapidez”. Los soviets se estructuraban en base a delegados, los cuales eran revocables. El programa del Partido Bolchevique para los soviets, se inspiraba en lo que había sido la experiencia de la Comuna de París, y consideraba que éstos debían ser la base del nuevo Estado, fusionando los poderes legislativo y ejecutivo y que sus representantes no debían ganar un sueldo mayor al de un trabajador calificado.

Una lógica muy distinta a la del Estado burgués con todos sus mecanismos de corrupción a través de sueldos millonarios para los altos funcionarios. En un momento, cuando ya se había realizado una experiencia con el gobierno reformista que demostró no estar dispuesto a otorgar las demandas de trabajadores y campesinos ni a enfrentar a la reacción los bolcheviques ganaron la mayoría de los representantes de los soviets y plantearon que todo el poder pasara a estos organismos, que debían destruir la maquinaria represiva-militar burguesa y sustituirla por la población armada. Un buen texto marxista para conocer cuál era la comprensión teórica y estratégica de los bolcheviques sobre los soviets, sin duda es El Estado y la Revolución, de Lenin, escrita mientras se desarrollaban los acontecimientos revolucionarios de 1917.

En todas las acciones que hicieron posible la insurrección que le dio el poder a los soviets, Trotsky cumplió un papel destacado, tanto como dirigente político bolchevique como también en condición de dirigente del comité militar revolucionario de Petrogrado, sobre el cual recayó la responsabilidad concreta de tomar el control de la ciudad que hacía de centro de poder. Sin embargo en 1929, estaba iniciando su último exilio y había sido expulsado del partido del cual había sido un miembro destacado y de la Unión Soviética y los diarios se sorprendían de sus convicciones. ¿Qué sucedió entre medio? ¿Qué sucedió luego? ¿Por qué uno de los más destacados dirigentes tuvo que abandonar el Estado que había contribuido a fundar? ¿Por qué hoy es tan controversial la figura de Trotsky?

El aislamiento de la revolución y la burocratización

Esto se explica por el proceso de burocratización de la Unión Soviética. Este proceso es analizado profusamente por Trotsky en su obra La revolución traicionada (1937), también publicada por el Instituto de Pensamiento Socialista de Argentina. La burocratización de la URSS y el PCUS tiene varias causas de fondo: las derrotas que sufrió la revolución en occidente -especialmente en Alemania, lo cual aisló a la Unión Soviética después de su victoria en la guerra civil; y el atraso económico de Rusia. Por esta última cuestión, la productividad del trabajo era baja. Además, la guerra imperialista y la guerra civil habían destruido buena parte de la industria e infraestructura en Rusia. Sumemos el rechazo de las potencias imperialistas a la revolución. Todo esto presionó a la formación de un aparato burocrático estatal fuerte para poder distribuir los escasos productos, que dio a luz a una falsa teoría del "socialismo en un sólo país". Formado en el internacionalismo de Marx y Engels, Trotsky y sus partidarios enfrentaron duramente esa concepción, pero fueron derrotados. Y ya que este texto está dedicado a Trotsky, recordemos lo que éste escribía desde Prinkipo, una isla de Turquía en la que iniciaba su exilio, respondiendo a los que le señalaban que él debería estar desmoralizado o con un mal ánimo frente a su situación:

“no he conocido jamás, ni conozco, semejante relación de causalidad. En las cárceles, con un libro o una pluma en la mano, he vivido horas de satisfacción tan plena como las que pude disfrutar en las reuniones de masas de la revolución. El mecanismo del poder siempre lo sentí más como una carga inevitable que como una satisfacción espiritual” (Mi vida, p. 575., ediciones del Instituto de Pensamiento Socialista).

Como es sabido, el asesinato de Trotsky ocurriría 11 años después porque continuó defendiendo sus ideas revolucionarias.

La revolución permanente

El nombre de Trotsky se asocia a la idea de revolución permanente, eso es lo que genera espanto de burgueses y burócratas. Pero ¿qué es la revolución permanente? Matamala nos habla de “fuego destructor”. Eso es una caricatura sin sustento en la realidad. Nuestro periodista de investigación no se tomó la molestia de investigar.

En Marx y Engels ya existe una problematización sobre la revolución permanente en el Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, un texto de 1850 en el que ambos revolucionarios tratan de extraer algunas conclusiones importantes para la clase trabajadora a partir de la revolución alemana de 1848: por ejemplo, la necesidad de una independencia política de la clase trabajadora con respecto a la democracia pequeñoburguesa.

Trotsky retomó este tema a lo largo de su desarrollo como militante revolucionario: la clase trabajadora no está interesada solamente en un régimen más “democrático” mientras se mantienen las relaciones de explotación y propiedad. La clase trabajadora tiene otro programa, un programa alternativo de sociedad, el programa socialista, que es un programa esencialmente constructivo: tiene que ver con una planificación racional de las fuerzas productivas para incrementar las potencialidades humanas, reduciendo al mínimo el trabajo y garantizando la plena satisfacción de las necesidades.

Ahora bien, la violencia revolucionaria, como medio “destructivo” para alcanzar el socialismo, no es una cuestión estética o una elección libre: “lo mejor sería llegar a ese objetivo por una vía pacífica, gradual, democrática” (El marxismo y nuestra época). Pero eso es sólo un deseo iluso. El problema, para Trotsky, es que:

“el orden social que se ha sobrevivido a sí mismo no cede nunca el lugar a su sucesor sin resistencia. Si la democracia joven y fuerte demostró en su tiempo ser incapaz de impedir el acaparamiento de la riqueza y del poder por la plutocracia, ¿es posible esperar que una democracia senil y devastada se muestre capaz de transformar un orden social basado en el dominio ilimitado de sesenta familias? La teoría y la historia enseñan que la sustitución de un régimen social por otro, exige la forma más elevada de la lucha de clases, es decir, la revolución”.

En otras palabras: construir una sociedad socialista basada en la propiedad social de los medios de producción y en el aprovechamiento social de las conquistas técnicas y científicas implica destruir las relaciones sociales capitalistas que impiden ese desarrollo, y eso, concretamente es enfrentar su Estado y las fuerzas político-sociales-militares que conservan ese orden. Para eso, hay un programa revolucionario que propicia que la clase trabajadora pueda desarrollar la capacidad de afrontar esas tareas.

La realización de ese proceso a nivel nacional e internacional constituye lo que Trotsky denomina la revolución permanente. La revolución permanente es una teoría, y al mismo tiempo es un programa. Es una teoría, porque sirve para explicar y prever procesos sociales y es un programa, porque constituye una “guía” para la acción política. En este nivel está relacionado directamente con el arte de la estrategia política, que en la tradición de la III Internacional es el arte de vencer.

Esta teoría-programa, tiene tres aspectos aglutinados, como lo explicaba Trotsky en 1929: primero, “el tránsito de la revolución democrática a la socialista”; segundo, la “revolución socialista como tal” que Trotsky la entiende como un “periodo de duración indefinida y de una lucha interna constante” en el cual “van transformándose todas las relaciones sociales”(la economía, la técnica, la ciencia, la familia, las costumbres, etc.) y que incluye períodos pacíficos y no pacíficos; tercero “el carácter internacional de la revolución socialista” que es “consecuencia inevitable del estado actual de la economía y de la estructura social de la humanidad”.

Si esto es la “revolución permanente” ¿por qué emitir caricaturas como Matamala? Lo que pretenden ese tipo de afirmaciones es anular una clara alternativa a las concepciones que predominan en las izquierdas reformistas adaptadas a la miseria de lo posible. Para esas izquierdas el único camino posible siempre pasa por los canales que otorga el Estado capitalista. Jamás apostaría a cuestionar las relaciones de explotación y de propiedad. La revolución permanente, en cambio, confía en el potencial emancipador de la clase trabajadora y no se detiene en las meras reformas al capitalismo sino que apunta a un horizonte socialista. Confía en el potencial creativo de la clase trabajadora, en su capacidad de autoorganización y coordinación.

Esta teoría y este programa tienen consecuencias en la estrategia, es decir, en el “arte de luchar”. No se trata de andar buscando “dinámicas objetivas”: la consecuencia es pelear por construir un partido de combate de la clase trabajadora que haga suya la tarea de desarrollar el potencial revolucionario de la lucha de clases y la creatividad de la clase trabajadora en la construcción del socialismo. Esto, a nuestro modo de ver, es la principal razón de la actualidad de Trotsky.

Por ejemplo, en el actual proceso constituyente, es una lectura desde la revolución permanente lo que permite entender que el acuerdo del 15 de noviembre de 2019, que le dió forma a la actual Convención Constitucional fue un desvío del potencial que podría haberse desarrollado y que se expresó en la huelga general del 12 de noviembre. Es precisamente por la ausencia de un protagonismo de la clase trabajadora en el proceso chileno que la burguesía y los partidos reformistas como el Partido Comunista y el Frente Amplio encontraron la forma de interrumpir el proceso en una “fase” democrática evitando que se cuestione la propiedad privada capitalista, lo que hubiese significado un proceso más “permanente” en nuestro caso.

En concreto eso significa, por ejemplo, que en el sur son los grandes capitales forestales los que controlan la tierra y no los mapuche y que los principales recursos estratégicos -como los puertos- están en manos de privados.

En la actualidad, ligar la pelea contra los límites del proceso constitucional con demandas claramente anticapitalistas como la expropiación de los recursos estratégicos y su control por trabajadores y comunidades, es una manera de darle expresión política y estratégica al concepto teórico de “revolución permanente”. Que se produzca una combinación entre tareas "democráticas" como la "Asamblea Constituyente" y tareas "anticapitalistas" como la expropiación de los recursos estratégicos como el cobre, es algo que depende de las luchas políticas y estratégicas y no una dinámica natural.

Hacer política con ese programa -de la misma manera que ser parte de la lucha de clases- es una manera de preparar esa revolución que dará paso a una sociedad donde todas y todos tengamos para vivir bien, donde los medios de producción sean de toda la sociedad y no de unos pocos, y donde la gestión de éstos sea mil veces más democrática a través de organismos de autodeterminación de las y los trabajadores. La revolución permanente es no ceder al conformismo.


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Juan Valenzuela

Profesor de filosofía. PTR.
Santiago de Chile