El presidente electo, en un acto en la CGT, reivindicó a una de las figuras centrales del Pacto Social de los 70, que fuera una de las llaves maestras con las que el peronismo en el poder pensaba lidiar con el proceso revolucionario. Rucci también era una herramienta fundamental, en las bandas fascistas integradas, entre otros, por los “culatas” de la burocracia sindical.
Facundo Aguirre @facuaguirre1917
Viernes 8 de noviembre de 2019 19:32
José Ignacio Rucci, uno de los responsables de la “Masacre de Ezeiza”, se convertirá en símbolo de una burocracia sindical dispuesta a contener a los tiros el ascenso revolucionario que se había abierto en Argentina en mayo de 1969.
El 25 de septiembre de 1973 caía acribillado por un supuesto comando montonero el Secretario General de la CGT y hombre de confianza de Juan Domingo Perón, José Ignacio Rucci. El cadáver baleado del metalúrgico en la calle Avellaneda del barrio de Flores, alentó a Perón a dar rienda suelta a las bandas fascistas de la Triple A y de los matones sindicales para que cobren su revancha contra el activismo obrero y juvenil, la militancia de la izquierda y el peronismo combativo.
Rucci, a diferencia de Augusto Vandor (acribillado el 30 de junio de 1969), era un hombre servil a las órdenes Perón. Fue un instrumento central para imponer el Pacto Social que fuera una de las llaves maestras con las que el peronismo en el poder pensaba lidiar con el proceso revolucionario. “Yo sé que con esto estoy firmando mi sentencia de muerte, pero, como la Patria está por encima de los intereses personales, lo firmo igual” declaraba el líder cegetista premonitoriamente.
La otra llave maestra de la cual Rucci también era una herramienta fundamental, eran las bandas fascistas integradas, entre otros, por los “culatas” de la burocracia sindical.
Esa burocracia que erigió en Rucci su mártir, acompañó hasta el final al gobierno de Isabel Perón aun cuando ésta quedará colgada de un hilo luego de que fracasara la aplicación de un antecedente no menor de la política neoliberal de los 90: el Plan Rodrigo. En aquel entonces, junio y julio de 1975, la burocracia intentó evitar hasta el último momento el enfrentamiento con Isabel y López Rega y solo lo hizo para no perder el control del movimiento obrero cuando ya se era imposible seguir acompañando el intento de aplicar un ajuste sobre el pueblo pobre y trabajador. Sin embargo fue la primera fuerza en ir a socorrer y sostener hasta el 24 de marzo de 1976 a la viuda del general.
El precio fue la derrota de la clase obrera y una dictadura genocida que avanzara en el sentido del fracasado Plan Rodrigo e incorporará a los grupos de tareas, comandados por las fuerzas represivas del Estado, a los matones de las bandas fascistas.
El símbolo del peronismo de la Triple A, el del sindicalismo verticalista que atacó a la vanguardia obrera, y luego el menemismo, aliándose a la derecha liberal -representada en María Julia Alsogaray-, demuestran cómo el peronismo se convirtió en un partido abiertamente reaccionario cuando lo necesitó la burguesía argentina para derrotar a la clase trabajadora y reforzar el carácter semicolonial del país. La burocracia sindical que se oponía al “trapo rojo” en los 70 desde la impostura nacionalista, terminó conviviendo con los Alsogaray y sus “Chicago boys” en el lodo de la corrupción más descarada y el saqueo nacional.
El peronismo, en definitiva, es un "movimiento" burgués, con distintas alas que, a pesar de sus diferencias, muestra su disposición para la defensa de su clase. Por eso los trabajadores necesitamos romper con todas sus vertientes planteando una alternativa política independiente de la clase obrera.
Facundo Aguirre
Militante del PTS, colaborador de La Izquierda Diario. Co-autor junto a Ruth Werner de Insurgencia obrera en Argentina 1969/1976 sobre el proceso de lucha de clases y política de la clase obrera en el período setentista. Autor de numerosos artículos y polémicas sobre la revolución cubana, el guevarismo, el peronismo y otros tantos temas políticos e históricos.