La educación bajo el capitalismo ha sido históricamente una herramienta tanto de transmisión cultural como de reproducción de relaciones económicas y sociales. Sin embargo, esta realidad plantea interrogantes fundamentales: ¿es posible transformar la educación sin cambiar la sociedad? A partir de los talleres de autoformación de la agrupación Nuestra Clase, este artículo explora las tensiones entre la mercantilización de la enseñanza, el rol del docente y las posibilidades de un sistema educativo al servicio de la clase trabajadora.
A continuación rescatamos las principales temáticas y reflexiones abordadas en los talleres de autoformación de la agrupación Nuestra Clase realizados en enero de 2024.
La educación en el capitalismo.
Mucho se ha escrito sobre la educación de mercado y su crisis en Chile, sobre todo en relación con la ideología neoliberal, la cual sin embargo es tan solo una de varias fórmulas en las que se impone el capitalismo. Es por esto que proponemos ampliar el marco de análisis para profundizar algunas problemáticas y reflexiones en torno a la situación actual de la educación.
Para ello nos parece relevante partir por intentar dar una respuesta a la pregunta ¿hacia dónde va la educación en el capitalismo? esta surge necesariamente del análisis histórico. En la sociedad capitalista, la educación ha pasado de ser una simple herramienta para transmitir cultura a convertirse en un elemento central del proceso productivo. No solo sirve para enseñar conocimientos y valores, sino que también es fundamental para asegurar que las personas adquieran las habilidades técnicas y tecnológicas necesarias para la producción económica. Este reconocimiento del valor de la educación dentro del capitalismo explica en parte por qué ha habido un aumento explosivo y constante en el acceso a la educación. Las clases populares también han impulsado este crecimiento, ya que vieron en la educación una oportunidad para mejorar su situación social y, en algunos casos, como camino a la liberación.
Al comprender la importancia de la educación para el desarrollo económico, la burguesía decidió construir grandes sistemas educativos estatales, en lugar de dejar que el sector privado asumiera esta tarea. En Chile, este proceso se reflejó en la creación del "Estado Docente". Sin embargo, con el tiempo, los capitales privados comenzaron a involucrarse en la educación, transformándola en un negocio más dentro del sistema económico capitalista, especialmente en dictadura con la imposición del neoliberalismo. Esto ha llevado a la mercantilización de la educación, donde los servicios educativos se han privatizado y han surgido grandes corporaciones internacionales que controlan sectores clave del sistema educativo, similar a las multinacionales en otras áreas de la economía.
La mercantilización ha tenido un impacto profundo en el sistema educativo. Por un lado, ha convertido a la educación en un nicho de mercado, y por otro, ha influido en la orientación de los proyectos educativos, que ahora responden en gran medida a los intereses particulares de los sectores empresariales. En lugar de centrarse en un currículo común o en el desarrollo crítico y creativo de los estudiantes, la educación se ha orientado hacia la reproducción de contenidos impuestos por actores privados que producen materiales didácticos y ofrecen asesorías técnicas. En Chile, esto se manifiesta en la influencia de las Agencias Técnicas de Educación (ATE) y de las empresas que producen textos escolares y otros materiales educativos.
Esta mercantilización ha llevado a que el rol del docente sea reducido a un simple transmisor de contenidos, mientras que otros actores, principalmente empresas privadas, imponen qué y cómo se debe enseñar, llevando a preguntarnos: ¿está la educación condenada a ser solo un mecanismo de reproducción de conocimientos impuestos desde fuera, dejando de lado el ejercicio crítico y creativo de la enseñanza?
Es acá donde presentamos otro nudo de reflexión al señalar que si bien la educación ha sido históricamente, y a grandes rasgos, un privilegio de las élites, tanto por la limitación de su acceso como por ser un vehículo de transmisión de conocimientos y valores culturales de las clases dominantes, su situación es más compleja al analizar su rol en la sociedad burguesa. Esta situación dinámica, que Gramsci incorporaba como parte del concepto de hegemonía y que en el caso de la educación se manifestaba no sólo como una dinámica de coerción (como podría ser la imposición de la cultura burguesa) sino también de cooptación en la medida que destaca elementos de las clases subalternas y los integra orgánicamente entre sus intelectuales, dicho de una manera muy simplificada. ¿Significa esto que la educación es meramente reproducción? ¿Cambiamos o no la educación?
Existen quienes se basan en esta premisa para sostener precisamente que la única posibilidad de generar una educación que no esté al servicio de los intereses de las clases dominantes pasa por cambiar las condiciones sociales, de forma que nada se puede hacer dentro del ámbito educacional. Sin embargo, se omite el hecho de que es la educación principalmente la que ha contribuido a la formación de sujetos críticos y potencialmente transformadores de su realidad, no por nada fue uno de los principales reclamos del movimiento obrero de principios de siglo, pues comprendieron que sin pensamiento crítico difícilmente podría existir una consciencia de clase ni menos movimiento revolucionario. Por esto muchos ven en la educación un potencial liberador, pero ¿significa entonces que basta con cambiar la educación para cambiar la sociedad?
Por nuestra parte, citaremos una reflexión del propio Marx, pues creemos que ofrecía una alternativa para este debate cuando planteaba que “La educación debe acompañar y acelerar ese desarrollo y ese cambio, pero no es la encargada exclusiva de desencadenarlo y hacerlo triunfar” [1] mostrando la complejidad y dialéctica de esta problemática.
¿Qué rol tenemos los docentes y trabajadores de la educación?
Si la educación no es la única encargada de transformar la sociedad, ¿cuál es nuestro rol como trabajadoras y trabajadores de la educación? ¿Qué papel deberíamos desarrollar en nuestros espacios de trabajo si queremos acompañar una transformación social?
Sobre aquello, revisamos algunas de las principales corrientes pedagógicas del siglo XX, la Nueva Escuela y la Pedagogía Crítica. Ambas, con sus diferencias, caracterizan la praxis docente como un factor que incide en el desarrollo de la autonomía del estudiante y la democracia escolar, lo que nos permite reflexionar acerca del rol docente en la actualidad.
Destacamos a Giroux, exponente de la pedagogía crítica, que instala el concepto de profesores radicales, como aquellos que cuestionan constantemente su práctica y promueven la organización con otros trabajadores de la educación e incentivan la democracia escolar, donde todos los miembros de la comunidad educativa participan activamente en la toma de decisiones.
Así, nuestro papel como educadores en el capitalismo actual también implica una lucha constante desde mejores condiciones laborales hasta derechos sociales. Esto requiere una organización efectiva con otros docentes y trabajadores de la educación, uniendo fuerzas para enfrentar las políticas que afectan negativamente nuestra práctica educativa y el bienestar de colegas, estudiantes y apoderados.
Es crucial reconocer que, además de ser reproductores de conocimientos también somos sujetos políticos. Esto no se reduce a que nuestras acciones y decisiones en el aula tienen implicaciones en las y los estudiantes, sino que debemos tener en cuenta que el docente por sí solo no siempre puede propiciar un cambio social significativo o transformar la mentalidad de los estudiantes. Es a través de la organización colectiva y el trabajo conjunto con otros actores sociales que estos cambios pueden verse facilitados y potenciados.
¿Es posible otro tipo de educación?
La posibilidad de otro tipo de educación no solo es una cuestión teórica. Existen experiencias concretas en las que se han intentado construir proyectos educativos que reflejen los intereses de la clase trabajadora y respondan a las demandas de los trabajadores de la educación.
Una de las experiencias más emblemáticas es el plan educativo implementado en la Unión Soviética bajo la dirección de Anatoli Lunacharski y Nadezhda Krupskaia. En la temprana URSS, después de la Revolución de Octubre, se reconoció que la educación debía ser una herramienta fundamental en la construcción de una sociedad socialista y se impulsó la creación de un sistema educativo que no solo buscaba alfabetizar y formar técnicamente, sino también inculcar valores de igualdad, colectivismo y conciencia de clase, es decir, forjar los pilares de la nueva sociedad.
“El Partido Comunista Ruso, en lo que se refiere a la educación, considera su cometido llevar a término la obra comenzada después de la revolución de octubre de 1917, la cual consiste en transformar la escuela, de un instrumento que era de dominación burguesa, en un instrumento para conseguir la regeneración comunista de la sociedad.” [2]
Chile tampoco estuvo al margen de estas tentativas, y ha diferencia de Europa donde los principios de la Escuela Nueva se ensayaron en determinadas escuelas particulares, estos principios tomaron la forma de proyectos pedagógicos y sociales (El Plan de Reconstrucción Educacional de 1927 y el proyecto de Escuela Nacional Unificada de 1970) que desafiaron al sistema tradicional y al conservadurismo —discutidos ampliamente— e involucró en varios niveles a las comunidades educativas, con un fuerte protagonismo de la organización docente que los impulsó en su época. Cada uno con sus progresos y también sus limitaciones, pero fue mostrando el potencial transformador del colectivo docente que a lo largo de la historia ha pensado una nueva educación para una nueva sociedad, y que, queremos destacar, puede seguir haciéndolo. Y esa es la reflexión a la que queremos invitar a nuestros lectores en esta y en las futuras ediciones.
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