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Añorando “patotas” para justificar un voto oficialista. Crítica a un artículo de Revista ROSA

Juan Valenzuela

Añorando “patotas” para justificar un voto oficialista. Crítica a un artículo de Revista ROSA

Juan Valenzuela

Ideas de Izquierda

Luis Thielemann, en un reciente artículo de la revista ROSA, entregó argumentos “parciales” para votar -y no anular o abstenerse- hoy domingo 7 de mayo. Pero más que razones parciales, su artículo expresa toda una concepción de la relación entre la política y los intereses de las clases subalternas, la democracia y el Estado; una concepción que no escapa a las coordenadas de una democracia radical en los marcos del Estado burgués. En este artículo además de defender los fundamentos políticos del voto nulo, contraponemos una concepción socialista de la política, debatiendo con los planteamientos de Thielemann.

“Democracia patotera”… pero respetuosa de la institucionalidad. La crítica de Thielemann a la “ciudadanía”

Para Thielemannla visión recurrente según la cual en el pasado había “ciudadanos” que -en el neoliberalismo- se convirtieron en consumidores, no sería acertada, en cuanto jamás hubo en Chile tal ciudadanía. La supuesta ciudadanía de la democracia chilena, consistía en “una participación activa” en política, “madura e informadamente soberana que sería propia del ciudadano, y cuyo rol como ideal habría guiado la expansión del sufragio en el siglo XX, al punto de definir toda la forma de su política”. Thielemann enfatiza, por el contrario, la baja participación y señala que el crecimiento de la participación electoral -cuando se dió- respondía a razones muy distintas a la activación de ciudadanía.

Según la tesis “de ciudadanos a consumidores” en el neoliberalismo se sustituye la ciudadanía por individuos: ahora se trata de “una participación estrictamente electoral y en que el consumo propio de los mercados capitalistas es la forma rectora, su molde de plomo, con sus valores asociados al inmediatismo, la irresponsabilidad, un consumo destinado a lo individual y ultraidentitario, en el fondo, la pérdida del compromiso democrático”.

Thielemann no está de acuerdo con eso, más precisamente, en su artículo se propone una ruptura con la primera suposición (una etapa ciudadana de la democracia chilena). El título de su artículo resume su visión: “de patoteros a consumidores”. Ese sería el problema real: que una democracia de patotas habría perdido su terreno en desmedro de una de democracia desactivada de consumidores ¿A qué se refiere con “patoteros”?

Thielemann busca diferenciarse del actual discurso oficialista respecto al proceso constitucional, “el cual se defiende únicamente en los abstractos republicanos ya sin densidad histórica o de masas alguna (“Chile merece una nueva constitución en democracia”). Ese discurso, para Thielemann, es deudor de la tesis que ve que la transformación esencial fue el paso de ciudadanos a consumidores. A esta visión, Thielemann contrapone la democracia de “patotas”, término que utiliza en un sentido positivo. En su concepción esta tuvo lugar en las décadas de 1960 y 1970: lo que ocurrió en esas décadas “era un reemplazo de la minoría ciudadana por la inmensa y creciente masa votante interesada. Votar por garantizar una toma, un alza salarial, una reciente parcelación, para defender el litro de leche”.

He ahí la “patota civilizada”. Patota civilizada “porque los votantes actuaban organizados, como grupo, se hacían valer tal y como en otras instancias de la vida en sociedad -como sindicato, como comité de pobladores o como organización estudiantil- y desde allí incidían en la política, también en las elecciones”. Ejercían la democracia en y fuera de la institucionalidad estatal. Es contra ese sujeto social-político y no contra la “ciudadanía en general”, es que habría actuado el proceso de transformación en consumidores realizado en el neoliberalismo.

La crítica de Thielemann al voto nulo

En este marco conceptual, para Thielemann, no hay que entender que anular o abstenerse es necesariamente un avance en la conciencia de las clases subalternas. En su visión “El “rechazo” masivo, entonces, puede ser comprendido también como pariente de la abstención, una práctica que traslada el viejo desinterés por el voto a la renuencia activa a tener que hacerlo obligado, en ambos casos por opciones que no generan lealtad ni parecen útiles”. El autor de ROSA realiza una advertencia no menor:

«por ese camino de creciente y masivo rechazo a la política en su totalidad, sin intervenciones y observado con condescendencia por las franjas progresistas y de izquierda, puede terminar en el rechazo general a los progresos de la modernidad, a la idea de república, al aislamiento neofeudal y, así, al ascenso del fascismo. Es evidente que algo de eso ya ocurre en todas las grandes ciudades y es un fenómeno potente».

En este argumento parece resonar un eco del típico chantaje concertacionista de la década de 1990: no votar por el oficialismo es hacerle el juego a la derecha…ahora aplicado al oficialismo del gobierno de Boric y adviertiendo de un peligro fascista, nada menos.

En este marco, Thielemann sitúa la crítica a la declaración "Abajo el espurio y antidemocrático Acuerdo Constitucional - Este 7 de mayo llamamos a votar nulo" - A retomar la lucha por las demandas populares y de los trabajadores; impulsada por La Izquierda Diario y nuestro referente Dauno Tótoro, firmada por académicos como Carlos Pérez, Sergio Grez, Rodrigo Karmy y decenas de intelectuales, referentes, organizaciones de DDHH y políticas. Escribe de manera lapidaria que se trata de “academicismo de tonos radicales que rechaza el voto para estas elecciones, por considerar el proceso como “antidemocrático” y no ser un camino que los convenza”. “Que los convenza”, como si se tratara de un capricho. Que es antidemocrático designar una comisión de expertos a la que pertenece gente como Hernán Larraín, al menos es un debate. Pero según él, los argumentos planteados en la declaración “parecen demandar la utopía que la oligarquía y la clase política les ofrezca una democracia que los convenza y que permita reformas profundas. Mientras la ciudad se incendia, sus almas esperarán una oferta digna de sus voluntades de lucha para hacer algo”. En la declaración hay una multiplicidad de firmas, tanto de intelectuales como de organizaciones de izquierda, militantes, dirigentes sindicales, muchos que luchan día a día…Pero Thielemann tiene su juicio a priori listo.

Este autor concluye que tanto quienes votarán por simple alineamiento con el oficialismo como quienes anularán es una “comodidad inútil” que “recuerda el meme del perro que bebe café en el incendio, mientras piensa “It’s fine”. El incendio es el fascismo”. Pero aunque él busque mostrarse equidistante del oficialismo y la “ultra”, su artículo conduce directamente a votar oficialismo. En vez de actuar de esa manera, el autor señala que votar, a pesar de todo, continúa siendo útil. “Pero no mucho, y ese problema es el más acuciante, en esta coyuntura y en la historia larga de la construcción de una sociedad en democracia. Tal vez, todavía sea necesario apostar por el proyecto moderno de la emancipación humana por mano propia”. Útil, pero no mucho. ¿Poco entusiasmo?

Ese proyecto de emancipación por mano propia tendría que ver con una democracia radical: “expandir ya no el voto, sino la democracia, la posibilidad real de decidir sobre aquello sobre lo que se tiene opinión y que afecta la vida cotidiana”; “la defensa de la democracia debe ser de una que se haga útil, que permita resolver problemas colectivos concretos, como salarios, vivienda y vida en común”. Thielemann concluye que “así, es tiempo de votar, porque siempre se debe seguir peleando, porque peor es no hacerlo; y porque solo peleando en la historia se han conquistado mejores condiciones de vida, y también hay que pelear para poder seguir peleando”. En este argumento hay cierta amalgama entre “seguir peleando” y votar por los partidos de gobierno en las elecciones. Pero Thielemann no se da trabajo de explicar por qué no se podría “seguir peleando” si uno no vota por los candidatos del PC o el FA o el PS. Además es antiquísimo el argumento de que no apoyar a los que deciden, es equivalente a hacerle el juego a la derecha, mientras los que pactan con la derecha y aplican una agenda securitaria son esos partidos del Frente Amplio y Socialismo Democrático.

Como vemos, Thielemann no escatima razones sociológicas, históricas y políticas para argumentar a favor de votar a los candidatos de la lista Unidad Para Chile, del Frente Amplio, el PC y el PS, al menos a los candidatos “de izquierda”, pero tratando de presentarse como un crítico por izquierda.

Política sin revolución

Lo de fondo es que hay una coincidencia fundamental entre Thielemann y los partidos de gobierno. Para ellos es inconcebible una política que supere el horizonte del Estado burgués en su forma democrática. El gobierno asume el discurso de los valores de la república y Thielemann el de las “patotas civilizadas”, pero ambos derivan en un respeto de la institucionalidad y en votar a la izquierda oficialista.

Esto se hace evidente cuando Thielemann escribe a propósito de los 60 y 70 que “lo que hacía sostenible en el tiempo” la “lealtad ideológica” de las clases subalternas “a los partidos políticos, era la mutua clientelización política, entre representante institucional necesitado de votos y masa electoral necesitada de esas instituciones”, está afirmando elegantemente que el horizonte revolucionario y socialista que impulsó a cientos de miles de trabajadoras y trabajadores y jóvenes a la militancia en los partidos de izquierda, era secundario respecto a la chance de usar a los partidos para presionar al Estado existente para obtener cuestiones parciales (mantener una toma por acá, subir los sueldos por allá). En la visión de Thielemann la masa electoral era fiel a los partidos porque éstos le garantizaban, por ejemplo, sostener una toma de terreno, una lucha sindical salarial. En sus palabras se trataba de un interés “frío y calculado” ¿Pero acaso no era una motivación para militar la chance de realizar la revolución y construir el socialismo? Recordemos que por esos años estaba vivo el influjo de la Revolución Cubana e incluso la Revolución China, recordemos que las masas salían a la acción en Francia o Checoslovaquia, que estaba en curso la revolución en Vietnam. Un sector de trabajadores del Partido Socialista impulsó los Cordones Industriales (1972-73) y entró en tensión con el gobierno de la UP, advirtiendo del Golpe; antes había surgido una organización como el MIR. Recordemos todos los acontecimientos violentos como el tacnazo o toda la polarización política que antecedió a la elección de Allende. ¿Sólo interés frío y calculado?

Sin adherir a la estrategia de organizaciones como el PS de 1972 o el MIR es posible afirmar que muchos de los militantes obreros y pobres que engrosaron sus filas tenían como motivación la transformación revolucionaria de la sociedad y no simplemente utilizar a los partidos para sus demandas locales, sindicales, aunque la política de sus organizaciones no desarrollaba una estrategia revolucionaria. Ese fenómeno es el que caracterizamos como centrismo de masas. En el lenguaje del marxismo revolucionario, el centrismo, grosso modo, corresponde a tendencias que oscilan entre la revolución y la reforma. Durante la UP, el centrismo de masas, correspondía a sectores (militantes y no militantes) que se ponían en movimiento en algunos casos a través de métodos que cuestionaban en los hechos la propiedad privada capitalista -puesta a producir de fábricas bajo control o gestión de trabajadores, tomas de tierras en el campo-; pero bajo la influencia política de la Unidad Popular y de Allende -si bien hubo momentos de mayor tensión de esta vanguardia con el gobierno de la UP como cuando se obligó -a inicios de 1973- a los trabajadores a devolver fábricas que habían sido tomadas en octubre de 1972 durante el paro patronal, con el plan Millas y choques con los Cordones Industriales.

Thielemann no advierte eso. La relación de las clases subalternas con la política, en su concepción, depende de si éstas buscan actuar en la institucionalidad del Estado burgués para sus propios fines en tanto organizaciones de la sociedad civil: comités, sindicatos, etc. Pero votar a partidos o militar por algo que vaya más allá del eterno juego de luchar para presionar -aunque luego eso no se logre debido a la estrategia de esos mismos partidos-; es algo que no entra en la imaginación de Thielemann. En todo caso, que las masas interesadas voten para cumplir intereses particulares de “patota”, para el autor se trata de una situación virtuosa y no de un problema. En esta concepción es per se necesario limitar las tendencias de la lucha de clases que escapan al control de los mecanismos de la democracia burguesa.

Luchar es votar

Este respeto inexorable a la institucionalidad del Estado demo-burgués es más que evidente cuando Thielemann plantea que “es tiempo de votar, porque siempre se debe seguir peleando, porque peor es no hacerlo; y porque solo peleando en la historia se han conquistado mejores condiciones de vida”. Pero ¿es una precondición para pelear el votar por algún candidato? Thielemann presupone que anular equivale a no luchar ¿pero luchar por una política en contra de todos los partidos del régimen que implementaron este acuerdo espurio acuerdo constitucional, no implica votar claramente contra ellos? Thielemann no explica por qué votar a candidatos de Unidad Para Chile sería igual a “pelear” y anular sería igual a renunciar a toda lucha. Pareciera ser que el “centro de gravedad” con el cual él mide si se está o no luchando, son las elecciones burguesas y el voto por los partidos de gobierno. Una política de independencia de clase, para Thielemann es igual a no luchar.

Además se permite caricaturizar a quienes anulamos diciendo -como citamos más arriba- que pretendemos “demandar la utopía que la oligarquía y la clase política” ofrezcan una democracia que convenza y que permita reformas profundas. Como dicen por allí, a quien le calce el poncho que lo ocupe. La declaración citada tiene un llamado explícito a la lucha. Dice que es necesario “organizarnos en común para fortalecer el camino de la movilización, de la coordinación de los sectores de trabajadores, populares y en lucha, en perspectiva de levantar la autoorganización y la lucha como camino para enfrentar al Chile de los 30 años y sus representantes”, además de plantear una serie de medidas. ¿Eso sería “renunciar a la lucha” siguiendo la idea de Thielemann? Agreguemos el dato de que la posición del PTR en la revuelta: hacer caer al gobierno de Piñera por medio de la huelga general para poner en pie una Asamblea Constituyente Libre y Soberana en la cual poder discutir integralmente medidas para terminar con el Chile neoliberal nos implicó incluso la persecución legal de un compañero Dauno Tótoro por la ley de seguridad interior del Estado, asunto que afortunadamente no prosperó, en buena medida gracias a la solidaridad que recibió nuestro compañero. Pero en el mundo de Thielemann, los que llamamos a anular, hemos renunciado a la lucha, y peor aún, estamos esperando el milagro de que la oligarquía y la “clase política” nos den una oferta democrática satisfactoria. Pero parece que lo cierto es que Thielemann espera el milagro de que “ahora sí” el progresismo le de algo a los trabajadores y sectores oprimidos.

Esquemas ideológicos abstractos versus estrategia revolucionaria

La cuestión de fondo es que Thielemann busca justificar su voto por la lista del PC, el PS y el Frente Amplio recurriendo a un esquema ideológico abstracto -la transformación de la masa votante de patoteros a consumidores-, para diferenciarse discursivamente del gobierno pero coincidiendo con éste en avalar el proceso constitucional espurio ampliamente reconocido como un fraude controlado por los partidos del régimen. Thielemann llega a identificar la decisión de pelear con la de votar, caricaturizando el voto nulo sin ninguna argumentación seria.

Parte de su argumentación es agitar el miedo del fascismo. Pero además de tratarse de una vieja justificación usada tradicionalmente por el progresismo burgués y el reformismo para lograr ser votados y acallar las críticas desde la izquierda: “no votarnos es hacerle el juego a la derecha”; esta definición es teóricamente incorrecta, porque el fascismo no es, como dice Thielemann una “vía rápida y brutal a la paz privada, un camino que surge en la historia utilizando como base el fracaso de la democracia como consenso, para de ahí proponer el fracaso de la sociedad, y en el fondo de la idea de especie humana”. El fascismo surge como una respuesta contrarrevolucionaria a las tendencias revolucionarias: se compone de las franjas de la pequeñoburguesía desesperadas que le temen a la perspectiva de una revolución obrera y que utilizan métodos de lucha física en contra de las organizaciones de la clase trabajadora y sectores oprimidos con el objetivo de suprimirlas, de la misma manera que a sus cuadros y dirigentes. Los nazis alemanes o grupos como Patria y Libertad podrían ser entendidos de cierta manera bajo el concepto. Pero lo que vemos en la actualidad, que Thielemann denomina “neofascismo” es en realidad algo más similar al bonapartismo.

Es con la intención de que votemos al PC, al PS y al PS que Thielemann inventa su esquema ideológico: deberíamos concluir, con él, es bueno volver a ser patoteros y sumar a las luchas cotidianas que se dan en los lugares de trabajo o los territorios, una “dimensión política”, que para Thielemann es sinónimo de “dimensión electoral”. Entre votar y no votar, mejor votar, así nos parecemos en algo a los obreros y pobladores de las décadas de 1960 y 1970 que además de tomarse terrenos y luchar por salarios, votaban a los partidos de izquierda. Pero así como para Thielemann no cabe pensar que esos mismos obreros y pobladores podrían haber formado un partido obrero revolucionario que se propusiera un gobierno de trabajadores de ruptura con el capitalismo, no para presionar la institucionalidad existente, de haber existido una corriente política que se preparara en ese sentido; tampoco cabe pensar para el presente, la posibilidad de una política distinta a la del Frente Amplio y el PC. Su visión histórica y política identifica el hacer política con votar a los candidatos reformistas en las elecciones,

Más de fondo está la concepción de la democracia existente que tiene Thielemann: define al régimen como una “democracia desactivada pero que, a pesar de todo, sigue siendo la principal arena de disputa del poco poder político que se distribuye en la sociedad”. Esa definición, realizada al pasar, en una pregunta de su artículo, resume lo esencial de su pensamiento. Digamos: a) Las peleas electorales en el régimen son la principal arena de disputa de poder. b) Ese poder se puede distribuir (como un bien). Si alguien piensa que ganar cargos en el aparato estatal es el terreno más importante para disputar poder y que los trabajadores y sectores oprimidos ganan poder gradualmente cuando ganan cargos en el Estado, obviamente va a llamar a votar y a acusar a quienes anulan de “renunciar a luchar”. En esta concepción puramente ideológica “da lo mismo” que sean precisamente los candidatos de la Lista B los que tienen militarizado Wallmapu y que una y otra vez busquen complacer a la derecha con las exigencias securitarias.

En nuestra concepción la participación en las elecciones burguesas es una cuestión estrictamente táctica y depende de la situación concreta. Sin detenernos en las distintas ocasiones en que el PTR (o nuestra corriente internacional) ha presentado candidatos en las elecciones (a diputados, concejales, convencionales en las primeras elecciones, etc); para las y los marxistas revolucionarios, intervenir en las elecciones o contar con escaños parlamentarios tiene como objetivo desarrollar la lucha de clases extraparlamentaria, propulsar la autoorganización para incrementar los “volúmenes de fuerza” de la clase trabajadora e imponer el frente único a las burocracias sindicales y de los movimientos para activar la lucha de clases y construir una política de independencia de clase, que tenga como bandera el socialismo. El luchar o no luchar no se juega en el votar o no votar por el oficialismo, como sí ocurre en el planteamiento de Thielemann. Nuestro centro de gravedad está en la lucha de clases y en desarrollar la autoorganización. La táctica de voto nulo ahora marca mejor la independencia política respecto a todos los cómplices del fraude que quieren dejar atrás las demandas de octubre. Y para nosotros ayuda mejor a la tarea de construir un partido revolucionario, internacionalista, que confíe plenamente en la fuerza emancipadora de la clase trabajadora.


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Juan Valenzuela

Profesor de filosofía. PTR.
Santiago de Chile