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“Ante el gobierno de López Obrador, habrá que sostener la independencia política”

Massimo Modonesi

“Ante el gobierno de López Obrador, habrá que sostener la independencia política”

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El triunfo de AMLO abrió discusiones y debates respecto a qué actitud asumir ante el nuevo gobierno. Entrevistamos a Massimo Modonesi, historiador, sociólogo y profesor de la UNAM, con quien conversamos sobre su visión del momento actual y las perspectivas que se abren.

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IdZ: El triunfo de Andrés Manuel López Obrador estuvo acompañado de la caída electoral de los partidos tradicionales que firmaron el Pacto por México. ¿Cuáles son las causas profundas de la crisis de estos partidos y el ascenso de Morena?

Creo que el debate se disloca en dos hipótesis. Una es que la crisis es provocada por el ascenso de López Obrador y de una propuesta alternativa a esa partidocracia. La segunda es que aquel capitaliza una crisis que está de por sí. Creo más en la segunda que en la primera, pero efectivamente hay que combinar las dos tendencias. Hay que pensar que hubo cierto fenómeno de emergencia de un liderazgo y una candidatura que ya existía pero que supo y pudo colocarse en el centro de la coyuntura electoral para capitalizar y también agudizar esa crisis.

¿Por qué no fue antes? ¿Por qué fue ahora? En la propuesta de López Obrador no hay nada sustancialmente nuevo respecto a sus candidaturas anteriores. Lo que es nuevo es el contexto, el momento del proceso histórico. Además, no hubo ninguna capacidad de reciclaje o de simulación del cambio por parte de los viejos representantes políticos de las clases dominantes en lo que llamas partidos tradicionales, como la que había funcionado anteriormente en la llamada alternancia o por el simple recambio que se deriva de la regla de la no-relección. En ese vacío e incapacidad de producir algo aparentemente nuevo, lo único que quedaba parado en el terreno electoral y podía canalizar ese malestar y ese descontento era y terminó siendo MORENA.

IdZ: En ese proceso ¿qué lugar tuvieron acontecimientos como los de Ayotzinapa?

Tengo la sensación de que eso pudo haber provocado que un sector importante de clases medias ilustradas y sectores estudiantiles apoyaran y votaran por Obrador sin sentirse identificados y representados por él. Pienso que Ayotzinapa es, en realidad, un parteaguas simbólico de la historia política en México.

En una breve investigación que realicé sobre los movimientos sociales organizados, veo que muy pocos se pronunciaron por López Obrador de forma franca. Algunos negociaron, otros prefirieron dejar libertad de voto, asumiendo que todos iban a votar por López Obrador, ubicándola como una mejor opción frente a las otras, pero sin adherir al proyecto. Creo que hubo consenso en ir a votar y considerar importante marcar una discontinuidad, pero se trató de un apoyo puntual, estrictamente electoral, poco entusiasta, coyuntural y pragmático. Hay un vínculo entre el resultado electoral y Ayotzinapa, pero indirecto.

IdZ: Analizaste a los gobiernos llamados “progresistas” de la región y usaste el concepto de “revolución pasiva” de Antonio Gramsci, que creo permite entender la pasivización que esos gobiernos ejercieron sobre la protesta social. ¿Cuál es el lugar
de este concepto para entender el proceso actual en México?

Yo mismo me lo pregunto. Normalmente cuando se habla de “revolución pasiva” se habla de un proceso en curso, aunque siento que se puede reconocer también un “proyecto de revolución pasiva”. En Gramsci es una categoría más retrospectiva, que analiza un curso histórico a veces de mediana y larga duración.

Podríamos preguntarnos ¿existe un proyecto de revolución pasiva y tendencias en esa dirección? Puede ser, en la medida en que se prometen ciertas transformaciones, que están planteadas desde arriba, y sobre la base de asumir que no haya un contrapeso fuerte de movilización. Se trata de un proyecto que no incluye a la movilización y asume que ésta puede ser un problema. La negociación interclasista requiere esa dosificación de transformaciones para conceder, frenar, contener.

Sostener este reacomodo reformista implica que nadie haga olas. Quizá el problema para acercarnos con esa categoría, es que la noción de revolución pasiva asume que le antecede una movilización que hay que canalizar y contener. No creo que en México exista eso ahora. Creo que existió en 2006. Con la llegada de López Obrador en ese año, en la coyuntura latinoamericana que existía entonces, creo que sí iba a formar parte de ese caudal de diversas modalidades de revolución pasiva que se vieron en América Latina.

¿Eso inhabilita completamente la fórmula? No. Porque la condición de la revolución pasiva es el intercambio de concesiones a cambio de pasividad y esa es una lógica que me parece que está instalada, sobre todo en el discurso de AMLO, donde la promesa del cambio (la cuarta transformación) es limitada y no afecta, sino incluso puede resultar funcional a mantener intacto lo esencial, las estructuras y las relaciones de dominación de fondo.

IdZ: ¿Cómo consideras los primeros pasos de López Obrador, sus encuentros con el empresariado, el gabinete anunciado, a la luz de las expectativas de cambio que están en la base de su alta votación?

Creo que está todo en el programa. Ahí no hay mentira ni engaño. López Obrador nunca prometió grandes cosas. Las promete en cierta forma abstracta y general cuando habla de “cuarta transformación”, pero si uno revisa los contenidos de su propuesta, no va a encontrar gran cosa ni grandes cambios. Sus promesas fundamentalmente son de saneamiento institucional (corrupción, gastos excesivos, etc.) y de políticas públicas ligadas al campo y a la educación. El punto es que hay expectativas que rebasan por mucho esto límites programáticos.

La composición de su gabinete responde a la composición de sus alianzas previas a la campaña, y es mayoritariamente conservadora. Tampoco hay que sorprenderse.

Lo que sorprendió el 1 de julio es la magnitud del acontecimiento en el plano más socio-político, la expresión de una dimensión popular y plebeya expresada en el voto, así como demandas sociales y un contexto social y nacional que él, aún con ese discurso interclasista, desató y en cierto plano declarativo contempla y piensa abarcar. Pero me parece que le va a resultar difícil cumplir con promesas y expectativas. No digo que eso reviente mañana, porque existen mecanismos y dispositivos de construcción política y de control que van a operar. Aunque
efectivamente creo que pronto veremos descontento en la izquierda social y los movimientos y se va a marcar una fractura y un debate como ocurrió en otras experiencias latinoamericanas.

IdZ: Y en ese sentido, ¿cómo piensas la dinámica que se pueda establecer entre los sindicatos y el gobierno de López Obrador?

Sí, la cuestión sindical en México es un tema. Porque creo que, paradójicamente, va a haber un bloque sindical que en un momento tendrá que decidir si juega al debilitamiento de López Obrador en aras de apostar a una restauración priista, o se acomoda en un contexto que le va a ser muy familiar. Éste sería un contexto en el que se negocian las cosas, donde no pasa nada grave, incluso puede haber algunos beneficios. Porque no creo que vaya a darse, por parte del gobierno, una radical ofensiva pro sindicalismo independiente que busque la descharrización de los sindicatos. No le conviene y puede tener un efecto desestabilizador.

Lo que pudiera surgir es una presión de los trabajadores, y allí el gobierno buscará manejar tensiones que surjan de las bases sindicales o de ciertas expresiones de sindicalismo independiente y democrático. Hay que ver cómo se configura eso, aún es pronto para evaluarlo.

Creo que, ante el campo conformado por el sindicalismo y movimientos sociales independientes ubicados a la izquierda, AMLO tratará de negociar dividiendo, como hicieron en su momento otros gobiernos progresistas. Entonces la pregunta necesaria es: ¿cómo mantener la independencia política? Yo creo que esa va a ser una cuestión muy delicada en México. Habrá que ver si se logra, en ese proceso tenso, decantar sectores independientes que puedan articularse entre sí de forma crítica, combativa y con sesgo clasista, para que de allí surja algo que no sólo preserve espacios autónomos sino los fortalezca. Pienso que la primera etapa, a partir de la asunción del nuevo gobierno, será difícil, porque su línea será vamos a repartir y a negociar.

IdZ: Que López Obrador haya llegado al gobierno basado en amplias expectativas del movimiento de masas que no serán cubiertas, ¿puede abrir hacia adelante una experiencia con el nuevo gobierno?

Sí, la experiencia política que va a significar ese gobierno, puede subordinar y desmovilizar unos sectores, así como foguear y politizar a otros, e introducir un efecto positivo. Habrá que sostener el principio de la independencia política y habrá muchas sirenas en la coyuntura que atraerán hacia otra dirección. El primer momento es siempre el más difícil. Hay que ver cuándo termina y estalla la hipótesis de circulo virtuoso de los equilibrios interclasistas, y qué tanto y qué tan pronto se irán viendo los límites de un proyecto de esta naturaleza. Eso puede tardar, pero también puede llegar más temprano de lo que nos imaginamos y de lo que tardó en América Latina, sobre todo por el impulso y el perfil del gobierno.

Quiero decir con esto que el perfil progresista del gobierno y su impulso son de menor alcance, tanto por su composición como por el momento en que surge, y por lo tanto los rasgos tanto regresivos como conservadores son más significativos y perceptibles. Creo que en nuestro país va a durar menos la luna de miel.

También México, al no tener ese impulso de una movilización de masas inmediatamente previa a la llegada al gobierno del progresismo, tiene menos actores que jalan hacia la izquierda, es decir, sectores que puedan capitalizar, construir, canalizar y armar ese contrapeso. Es difícil calibrar eso, pero las tendencias van a ser esas, de corte regresivo-progresivo.

Otro elemento para medir esto, es qué tanto le funciona al nuevo gobierno el cesarismo, qué tanto el transformismo logrará drenar sectores, grupos dirigentes de las clases subalternas. Es decir, y en síntesis, qué tanto logra convencer y cooptar. Por eso, la experiencia de los pasados gobiernos progresistas latinoamericanos es clave, no tanto porque nos vaya a dar una fórmula exacta. Sino porque el abanico de experiencias previas nos puede dar las líneas que hay que seguir, para pensar los procesos sobre los cuales se va a jugar.

IdZ: Respecto a las perspectivas de la izquierda...

Yo no soy muy optimista en el corto plazo. Creo que por ahora habrá que mantener una línea y asumir un papel ejemplar, sin caer en lo meramente testimonial. Hay que ser muy firmes y no caer en la ilusión, pero al mismo tiempo no ser sectarios respecto a las dimensiones y expectativas populares que se mueven ahí. Entonces no ser sectarios, pero ser inflexibles en términos del diagnóstico y de la crítica, del reconocimiento político-ideológico de lo que tenemos enfrente.


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