En otros artículos hemos estudiado el carácter oligárquico y burgués del “Acuerdo por Chile” con el cual se pretende escribir una nueva constitución. Ha sido acompañado por la reedición del discurso noventista de la “democracia de los acuerdos”. La gobernabilidad ha logrado una relativa estabilidad y la clase capitalista busca una nueva restauración para echar andar nuevos “30 años” de saqueo y explotación. Pero ahora tiene como aliados al Frente Amplio y al Partido Comunista, que viraron a una estrategia de colaboración con el sector dirigente de la clase capitalista y con todo el viejo régimen de los “30 años”: un nuevo transformismo histórico.
La fragilidad del nuevo consenso social que busca la burguesía
La clase capitalista, liderada por sus “gremios” Confederación de la Producción y el Comercio (CPC) o la Sociedad de Fomento Fabril (Sofofa), y en particular sus sectores más concentrados ligados al capital financiero y exportador, está en la búsqueda no solo de cerrar definitivamente el ciclo de crisis que abrió la revuelta popular de noviembre de 2019, sino de generar las condiciones que permitan reimpulsar el ciclo de acumulación neoliberal de los últimos 30 años.
Tras el triunfo del rechazo del 4 de septiembre pasado, les arraigó la convicción de que el “modelo” no está mal y hay que reimpulso, pero bajo ciertas “correcciones”. De allí que junto a la derecha agrupada en la UDI y Renovación Nacional, con el apoyo de Republicanos y el populismo derechista del PDG, la Cámara de Diputados rechazara la idea de legislar una moderada y tímida reforma tributaria (aplaudida por la OCDE y el FMI) encabezada por el gobierno de Boric. Por ahora, tienen una relación de fuerzas favorable y la pretenden ocupar para la defensa del “modelo” aceptando cambios muy parciales. Y han encontrado en la agenda de “orden y seguridad” un flanco desde donde recrear las condiciones de un fortalecimiento de las policías y militares en la vida nacional.
Para ello realizan una lucha política buscando correr la agenda del Gobierno a sus objetivos, moderando sus discursos e instalando los puntos sobre los cuales comienzan los “consensos”. No buscan voltear a Boric ni bloquearlo, sino rayar la cancha y las reglas bajo las cuales es posible una política “realista” de los “acuerdos”. De allí que una vez rechazado el proyecto de reforma en su primer trámite, comenzara nuevamente la peregrinación del Ministro de Hacienda a los salones patronales.
Ven ciertas condiciones favorables, como la recomposición de las utilidades empresariales (en particular de las 50 grandes del IPSA), el fortalecimiento del apoyo a las policías y los militares, el regreso de ideas conservadoras en sectores de la población respecto a la delincuencia e inmigración así como en torno a los “ahorros privados” de las pensiones.
Pero en particular el Gobierno de Boric, a un año de instalado, ha realizado un giro notable a la gestión del “modelo”. Esto queda claro no solo en las medidas frente a la crisis, las cuales en su mayoría han ido a inyectar enormes recursos de dinero en subsidio a las empresas, sino además en el intento de blindar el modelo mediante un nuevo proceso constituyente, oligárquico y anti-popular, cuyas 12 bases fundamentales aprobadas, buscan superar la odiada constitución de Pinochet por una nueva constitución que a todas luces mantendrá las condiciones del Chile neoliberal, el Chile de Pinochet (y que entierra cualquier posibilidad de resolución de las demandas obreras y populares reclamadas en la rebelión del 2019).
Pero para ganar el consenso y establecer un nuevo pacto social en un país que aún atraviesa una relativa crisis orgánica, requiere ciertos cambios. Y allí entra el rol del Frente Amplio y del Partido Comunista, que ahora desde el Gobierno, se han convertido en un brazo fundamental para que la burguesía vaya a la conquista del consenso y aceptación de las masas en este nuevo proyecto. Una constitución que hable de derechos sociales, pero subordinados a la “regla fiscal” neoliberal; que hable de medioambiente, pero sin tocar la estructura del saqueo y expoliación. Y más aún, han introducido en las 12 bases, la cuestión del “terrorismo” con el cual buscan preparar las condiciones para derrotar cualquier insurgencia que surja (en la actualidad, para una ofensiva más abierta en el sur contra las comunidades mapuche en resistencia y conflicto con el estado y las forestales) y para una creciente intervención de policías militares en asuntos de orden público y seguridad interna, como efectivamente viene ocurriendo con los “estados de excepción” permanentes.
Y todo esto en base a “acuerdos” con un Gobierno del Frente Amplio y del PC, organizaciones que “impugnaron” los llamados “30 años” y el “duopolio”, pero que una vez conquistado el Gobierno, dieron un giro notable al abandono de cualquier “reforma estructural”, al fortalecimiento del poder autoritario del estado (un creciente bonapartismo estatal) y a la colaboración más abierta con el viejo régimen y las fuerzas capitalistas.
Sin embargo, este “consenso” tiene fragilidades.
Según la última encuesta de enero de Pulso Ciudadano, el 49% de la población está muy de acuerdo/de acuerdo con cambiar la Actual Constitución. Sin embargo, el 54,8% de los consultados tiene nada/poca confianza en el Nuevo Proceso Constituyente, solo un 18% tiene mucha confianza/confianza y un 27,2% tiene mediana confianza. Pero lo que más destaca esta es el enorme rechazo hacia los políticos del Congreso, con una desaprobación del 76,9%, una de las más altas del último tiempo, mientras que su aprobación es sólo del 9,8%.
Pero además, ya decíamos en otra nota, que no estaban las condiciones, internacionales ni nacionales, que habilitaron la estabilidad burguesa de la “transición pactada” de los años noventa, con la cual se tiende a comparar la situación actual. De conjunto, se han estabilizado las condiciones de inversión capitalista y recomposición de las ganancias. Sin embargo, no solo la situación internacional es inestable –como muestra los coletazos de la guerra en Ucrania por un lado, y las quiebras bancarias en Estados Unidos por el otro- sino que los salarios e ingresos reales, las condiciones de vida de las masas, se han deteriorado, y la inflación genera incertidumbre futura. Lejos de las condiciones de los noventa (el salto económico de 8% y el crecimiento en los ingresos), no hay un crecimiento económico más o menos sostenido para hacer grandes reformas estructurales que cambien las condiciones de vida de las masas. Las huelgas y procesos de lucha en Europa, como el triunfo sindical que acaban de obtener maestros, ferroviarios y trabajadores de la salud en Reino Unido, con aumentos salarios por sobre la inflación, o en su caso más radical Francia, que libra huelgas en contra del aumento de la edad de jubilación, pueden ser un “espejo del futuro próximo” que hay que alentar.
“En realidad, el mayor riesgo que enfrenta el proceso constitucional es perder su legitimidad. Es también el objetivo que empujan las fuerzas que —desde uno y otro extremo— desean su fracaso.” Para el autor “Estamos pues en un punto crítico. (…) A lo largo de esos meses —en medio de condiciones adversas, de inseguridad ciudadana, restricciones económicas, inestabilidad del sistema de salud e intensa lucha parlamentaria— habrá que construir confianza en el proceso y generar legitimidad subjetiva, de manera de no repetir el fracaso anterior.”
Para Bruner la legitimidad subjetiva que la burguesía debe conquistar, usando el favor del Gobierno, es “la creencia compartida intersubjetivamente a nivel colectivo, de que esa validez objetiva hace sentido también en y para la vida cotidiana de la gente.” Es decir, que la población acepte con suyo el consenso constitucional y le haga sentido en su vida.
El camino de la colaboración de la izquierda institucional, un nuevo “transformismo”
La integración del Frente Amplio y el Partido Comunista al régimen pos-pinochetista se trata de un gran cambio para que la burguesía conquiste esa "legitimidad subjetiva" en fricción. La burguesía ha ganado el concurso del reformismo y las burocracias sindicales para la gestión estatal del neoliberalismo, y para su consolidación.
Esta cuestión es muy importante, pues para recomponer la hegemonía del “modelo”, la clase capitalista de alguna forma requiere la participación y colaboración de aquellas organizaciones, referentes y liderazgos más o menos identificadas con movimientos de masas y sectores sociales subalternos, para lograr la aceptación de amplias franjas del movimiento de masas en su nuevo proyecto.
El concepto de “transformismo” que elaborara el revolucionario italiano Antonio Gramsci en sus escritos de la cárcel, nos ayuda a pensar este problema y ver el rol que juegan estos sectores de izquierda en los procesos de “restauración” de la hegemonía burguesa. Para Gramsci se trataría de:
“… la absorción gradual, pero continua y obtenida con métodos diversos según su eficacia, de los elementos activos surgidos de los grupos aliados, e incluso de los adversarios que parecían irreconciliablemente enemigos. En este sentido la dirección política se convirtió en un aspecto de la fundación del dominio, en cuanto que la absorción de las élites de los grupos enemigos conduce a la decapitación de éstos y a su aniquilamiento durante a menudo un período muy largo”. (Cuadernos V, 387)
Si bien aquí Gramsci refiere el transformismo para analizar, en el proceso de formación del estado moderno en Italia, al fenómeno de “revolución pasiva” (o “revolución – restauración”), ya sea como un primer transformismo de la cooptación de liderazgos más proclives a la aversión a toda reforma orgánica, o a un segundo tipo de transformismo caracterizado por el tránsito de grupos “extremistas” al campo de los moderados; ambas cuestiones nos sirven para pensar la situación actual, aunque en Chile aún no vimos ni “revolución activa” de la clase obrera ni “revolución pasiva” (“revolución – restauración”. Vale decir, no estamos hablando de “decapitación” y “aniquilamiento” sino más bien una cierta “absorción” de los grupos adversarios).
En el caso del gobierno del FA y del PC junto a sectores de la ex Concertación (el llamado “socialismo democrático” encabezado por el Partido Socialista), hay elementos de ambos. En las reformas no hay ninguna radicalidad más que gestión. Tampoco en el fraude constituyente. “En el fondo, el Frente Amplio es hijo pródigo de la renovación socialista”señaló hace pocos días el intelectual frente amplista –ex dirigente estudiantil universitario- Noam Titelman. “De hecho, creo que la razón por la que Gabriel Boric terminó siendo su más importante representante es porque siempre fue el que más claro lo tuvo.”
Es un punto importante. La discusión de “transformismo” se había desarrollado a finales de los años 80 e inicios de los años 90, en pleno proceso de transición pactada a la democracia, respecto a la “revisión” de los principios y postulados del Partido Socialista. Es en este proceso en que el viejo socialismo chileno, más reformista y ligado a movimientos sindicales y populares, hace la conversión a un partido burgués neoliberal, destacando el rol del capitalismo y las empresas en la sociedad, la necesidad de la estabilidad política y los consensos con el empresariado y las fuerzas armadas, y una estrategia de gestión del neoliberalismo. De ese proceso, se pasaron sin ambages al pacto con los genocidas y emprendieron la consolidación del neoliberalismo en la sintonía de la “tercera vía” de Tony Blair. De allí en adelante, los directorios de empresas se empezaron a colmar de viejos “socialistas”, ahora convertidos en el mantra neoliberal y en el respeto al orden construido por la dictadura. Los sindicatos se transformaron en correas de transmisión del “diálogo social” empresarial.
Si el Frente Amplio expresa la canalización de las aspiraciones de un amplio mundo de la pequeño-burguesía o de capas medias por la consecución de ciertas libertades individuales en los marcos del régimen, el Partido Comunista expresa por su parte la canalización de sectores de capas trabajadores y populares, y en particular de la burocracia sindical, a la cooptación estatal y la colaboración con la gestión del modelo. De ahí la enorme cooptación que ha operado en sindicatos y organizaciones sociales, cuyas burocracias han pasado a ser administradores de distintas partes del aparato estatal capitalista (Bárbara Figueroa, ex Presidenta de la CUT, pasó a ser embajadora de Chile en Argentina, y así numerosos cargos estatales fueron asumidos por burócratas sindicales).
De allí también la pasivización consciente que han promovido las organizaciones del FA y del PC, así como de las burocracias sindicales y de los movimientos sociales. Las calles no sirven para recomponer la gobernabilidad del viejo orden, al cual el FA y el PC le prestan hoy servicio.
En ciertos períodos de crisis orgánica, según Gramsci, la “burguesía no consigue educar a sus jóvenes (lucha de generaciones); los jóvenes se dejan entonces atraer culturalmente por los obreros y hasta intentan o consiguen convertirse en jefes de los obreros (lo cual es un deseo “inconsciente” de realizar la hegemonía de su clase sobre el pueblo); pero en las crisis históricas vuelven al redil. Este fenómeno de los “grupitos” no habrá ocurrido, ciertamente, sólo en Italia, también en los países de situación análoga ha habido fenómenos análogos: los socialismos nacionales de los países eslavos (o social-revolucionarios, o narodniki, etc.)" (C. XX; I. C. 42.).
La nueva restauración de la hegemonía burguesa en Chile no puede realizarse sin la atracción a su campo de los liderazgos que surgieron de los movimientos sociales que impugnaron el Chile neoliberal, y que constantemente fueron desviando esas luchas a los canales institucionales y hacia la búsqueda del consenso con el viejo régimen. Cuando Bachelet hace muchos años señaló que la militancia frenteamplista eran “hijos de la Concertación”, no se refería solo a una cuestión sociológica, sino centralmente política: la búsqueda consciente de ganar a su lado a esos jóvenes reformistas.
El “transformismo” ha operado en una sucesión de fenómenos, un movimiento en desarrollo que tiene una más larga data. Fue primero el PC y RD ingresando al segundo Gobierno de Bachelet, para ayudarle a desviar al movimiento estudiantil a la colaboración con un gobierno neoliberal “progresista” y así sacarlos de las calles y debilitar su organización y fuerza. En la constitución del Frente Amplio el año 2017, con un discurso de impugnación ponía sus “modelos” en Syriza en Grecia y Podemos en el Estado Español. En todo ellos operó un proceso parecido: Syriza gestionó los ajustes contra el pueblo griego exigidos por el FMI; Podemos ingresó al gobierno social-imperialista del PSOE, que ha gestionado la crisis en favor de las empresas y ahora se ha lanzado a la carrera armamentista junto a la OTAN. Y así, cumplieron el rol de pasivizar al movimiento de masas creado por la crisis económica, y recomponer la gobernabilidad capitalista en crisis.
En la revuelta, el FA fue el principal promotor del camino del Acuerdo por la Paz del 15 de noviembre de 2019, que salvó a Piñera, que desvió la lucha de las calles y las metió al camino controlado del viejo régimen, fue uno de los primeros episodios de esta película, donde la izquierda institucional llevó todo al camino de la recomposición de las fuerzas burguesas. No puede haber restauración sin pasivización. El PC aunque no firmó ese pacto, garantizó con la CUT el desvío, y actualmente firma el “infame” fraude constitucional.
Hoy en el gobierno, el relato “antineoliberal” ha sido reemplazado por el más puro espíritu de gestión un poco más “humana” del viejo neoliberalismo pinochetista. Así como el neo-reformismo europeo ha debilitado al movimiento de masas en favor de los capitalistas, aquí la relación de fuerzas favorable que vive el capital ha llegado de las manos de la pasivización del movimiento de masas mediante la colaboración de las organizaciones reformistas y de las burocracias en la recomposición de la gobernabilidad.
Para el gobierno de Boric, FA y PC, como señaló Boric, aplica lo que señaló Íñigo Errejón, antiguo líder de la coalición Podemos del Estado Español. Este señala:
“Es un momento, en contra de lo que pudiera parecer, absolutamente crucial. Ya no hay efervescencia revolucionaria; ahora, tras el momento cálido, las mejores y más audaces ideas tienen que convertirse en políticas públicas, institucionalidad y vida cotidiana. No es el momento sobre el que se escriben más canciones o se hacen más camisetas, pero sí es el decisivo: los revolucionarios se prueban cuando son capaces de generar orden. Un orden nuevo, nuevo pero orden, que dé certezas y que incluya también a la mayor parte de quienes estaban en contra de él. Seguramente la prueba fundamental, lo más radical, no es asaltar el palacio, es garantizar que al día siguiente se recogen las basuras. Llegué buscando insurrecciones y mírame”.
Por algo Boric compartió este consejo en Twitter. Esta es la estrategia del Frente Amplio: “garantizar que al día siguiente se recogen las basuras”. “Orden”, pero en todos estos casos, no “nuevo orden” sino la recomposición del “viejo orden” capitalista. Gestionar ese “orden” es la tarea del “transformismo reformista” con el cual la burguesía puede volver a reconstruir alguna hegemonía hoy puesta en cuestión.
La reconfiguración de nuevas coaliciones, donde la burguesía ha logrado ganar la cooperación de viejos adversarios, como los liderazgos institucionalistas del movimiento de masas, del FA, del PC y de las burocracias, aliados a la vieja Concertación, parecería operar como un elemento o rasgo de una “revolución pasiva” (aunque de conjunto no exista esta revolución pasiva, si la tomamos en el sentido de un intento de “restaurar” tomando aspectos modificatorios estructurales del llamado “modelo”). Es decir, a la relación entre el intento de “restauración” del orden y “pasivización” del movimiento de masas mediante por organizaciones y referentes (como lo son Apruebo Dignidad) avanzando con reformas ultra parciales y mínimas que logre la aceptación de las masas y logre afianzar el dominio de las clases dirigentes. De allí que en el discurso se tenga que tomar ciertas demandas para amputarlas, y en los símbolos el Gobierno busque una relación entre cambios pero “en la medida de lo posible”, del retorno de un discurso parecido a los de Aylwin en el primer gobierno de la transición democrática.
Sin embargo, este nuevo pacto está dejando fuera a amplios sectores de la clase obrera, a los precarios e informales y sectores marginales, los “perdedores absolutos” del neoliberalismo. De allí la creciente inclinación de sectores a peligrosas alternativas populistas de derecha y de extrema derecha que aparecieron en el escenario pos-revuelta, como el Partido Republicano y el Partido de la Gente.
Para luchar contra la recomposición del viejo modelo y dominio de la gran burguesía, como asimismo para luchar contra las salidas populistas de derecha, es necesaria la más completa independencia respecto de este gobierno conciliador, y reconstruir el camino de las luchas y de la construcción de una alternativa de izquierda que se proponga retomar las demandas de la revuelta.
Retomar la pelea; reconstruir una verdadera izquierda socialista y revolucionaria
El camino de la izquierda institucional lleva décadas pasivizando a los movimientos y desviándolos a los salones institucionales para buscar acuerdos de conciliación de la burguesía. Para que la salida no sea por derecha, hay que construir una nueva izquierda, que sea completamente independiente a este gobierno.
Hoy existe un importante espacio para esta pelea. Hay que reagrupar las fuerzas y convocar unitariamente a todos quienes estamos contra el fraude constituyente y por las demandas obreras y populares a dar una gran lucha en común. La campaña que iniciaron intelectuales, organizaciones sociales y políticas con cientos de firmas, es necesario impulsarla con todo. Convocar encuentros, movilizaciones y aunar fuerzas para instalar la lucha contra esta farsa y por retomar nuestras demandas postergadas, así como apoyar y coordinar las luchas.
Para ello hay que reconstruir las organizaciones de base, debilitadas por la estrategia de pasivización de las burocracias y organizaciones reformistas, y recuperar los sindicatos, que hoy bajo el Gobierno, se transformaron en medios para que las burocracias lleguen a los cargos estatales y practiquen el “diálogo social” empresarial. El movimiento de mujeres, que sigue teniendo una gran fuerza como mostró el 8 de marzo, puede ser un camino por donde reconstruir esta lucha.
Junto a ello, es importante iniciar la discusión de qué alternativa de izquierda necesitamos construir. Es momento de organizarse y abandonar todo escepticismo y resignación, para retomar una estrategia que ponga al centro la lucha de las clases trabajadoras, la juventud, las mujeres y los sectores populares, en perspectiva de impulsar formas de autoorganización de masas de forma independiente al Estado.
Frente al transformismo del PC y el FA, hay compañeros y organizaciones que ven que es necesario construir una izquierda, que apoyada en las luchas sociales, conquiste el Estado capitalista como un apoyo a las luchas populares y para impulsar el anti-neoliberalismo. Lo consideramos un camino errado, y que más temprano que tarde, termina recomponiendo los viejos mecanismos del poder burgués y subordinando las luchas de las clases obreras y populares a la conciliación con la clase capitalista. Seguiremos este debate en otros artículos.
Es momento de construir una nueva tradición revolucionaria en la izquierda chilena, militante, anclada en la clase trabajadora, que luche por una política independiente del Estado y los sectores capitalistas, que cuestione la gran propiedad privada y se proponga la lucha por un gobierno de trabajadores basado en sus propios organismos de lucha y autoorganización, en camino del socialismo internacional.
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