La crisis argentina recorre todos los medios del país. La subida del dólar, la remarcación de precios, la escalada inflacionaria son parte de los ingredientes con los que todo el arco del poder político y sus representantes en los medios conjuran la profundización del ajuste. Pero ¿se puede acostumbrar una familia a vivir con ingresos por debajo de la canasta familiar?
Martes 26 de julio de 2022 09:23
“Los argentinos están acostumbrados a las crisis”, dictamina un portal de noticias, dando cuenta de la naturalización de la realidad a la que pretenden someter a las mayorías trabajadoras y populares. Otros, como Daniel Artana de La Nación, llaman directamente a “dejar de lado la sarasa y militar el ajuste” (24/7/22). Pero ¿se puede acostumbrar una familia a vivir con ingresos por debajo de la canasta familiar? ¿A trabajar en la informalidad con salarios de miseria? ¿A que los precios de los alimentos aumenten semanalmente y no poder completar las tres comidas? ¿A no tener vivienda? ¿Cuánto más significaría “acostumbrarse”? ¿De qué nos están hablando?
En boca de macristas, larretistas y liberales, el problema de la Argentina es el “gasto social”, los “bajos” precios de los servicios y que no se les ofrece a los empresarios suficientes garantías de flexibilización laboral, en un país donde la precarización no ha dejado de crecer y los salarios se desplomaron hasta estar entre los más bajos de América Latina.
El gobierno de Alberto Fernández no ha hecho más que levantar el guante de esta agenda, su nueva ministra Silvina Batakis llegó para seguir honrando al FMI y su plan de ajuste. Cristina Fernández se llamó al silencio sobre la continuidad del modelo, pero en cambio tuvo bastante que decir sobre recortar planes sociales y que pasen bajo control de los punteros de los intendentes.
Sus declaraciones abrieron paso a una catarata de acusaciones estigmatizantes por parte de los sectores más reaccionarios, sobre quiénes tienen que cobrar un plan social para vivir -en una Argentina con más de 17 millones de pobres- tratándolos de “vagos”, “sostenidos del Estado”, hasta llegar al cinismo de señalarlos como responsables de la situación económica, porque en momentos de crisis es un recurso habitual para los Estados, el poder político y sus representantes mediáticos, construir un chivo expiatorio, precisamente entre los sectores más golpeados de la crisis, cuando de lo que se trata es de salvaguardar las ganancias de un pequeño puñado.
¿Hay un “todos”, cuando hablamos de la crisis?
“Este un grito de desesperación. El campo no da más”, dijo Jorge Chemes, presidente de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA). Es que, para las patronales financieras, industriales y terratenientes, ganadoras seriales de los vaivenes de la economía argentina, la preocupación a la que remite esta crisis tiene que ver centralmente con cómo cuidar sus dólares. Mientras que el 34 % de los niños y niñas sufre emergencia alimentaria, el campo retiene granos por U$S 20.000 millones para favorecerse con la especulación.
Los capitalistas y su Estado cuidan sus millones y los fugan al exterior, para después decirle a las grandes mayorías que el ajuste es necesario, que el 40 % de pobreza no es suficiente, que la enorme flexibilización laboral no alcanza, que hay que seguir recortando a los jubilados y remarcando precios, porque así se mantienen sus ganancias (mal llamadas “inversiones”).
Frente a la crisis, necesitamos una salida por izquierda
La crisis del país real la sienten las grandes mayorías en sus bolsillos, en la heladera vacía, en la pelea diaria por bancar una semana más. Cuando la izquierda era la única que denunciaba que pagarle al FMI iba a implicar más hambre y miseria, desde el peronismo respondían que era lo único posible. Hoy en la Argentina hay millones de trabajadores, ocupados y desocupados, que lo único que tienen para ofrecer es su fuerza de trabajo, esos millones viven la opresión de una pequeña minoría patronal que solo piensa en preservar sus intereses.
Sobre la ignominia (opresión)
A sus 25 años, escribía Karl Marx en los anales franco alemanes, una frase tan poderosa como vigente: “hay que hacer a la ignominia más ignominiosa otorgándole la conciencia de la ignominia”. Porque la opresión y las condiciones de miseria a las que empuja el capitalismo a millones en sus crisis no constituyen en sí mismas su factor de transformación, no se trata del absurdo de “cuanto peor, mejor”.
Es necesaria la conciencia de la opresión, de sus causas, de sus actores en pugna y sobre todo de la potencialidad de hacer posible lo imposible de una clase trabajadora como necesidad histórica que, con el conjunto de los oprimidos, se plantee pelear un programa propio de salida a la crisis y tomar las riendas de su destino, cuestionando radicalmente este orden social para transformarlo. En la posibilidad de la crítica de la ignominia radica la potencialidad de su transformación.
Este 28 de julio, salgamos a las calles junto al movimiento de desocupados, porque necesitamos medidas de fondo que partan de una agenda propia de los trabajadores y el pueblo pobre, exigiendo a las centrales sindicales un paro nacional contra el ajuste, porque lejos de la militancia de la resignación que propone el peronismo, las y los trabajadores tenemos que tomar un rol activo en esta crisis, como lo vienen demostrando las distintas luchas en curso, por todas nuestras demandas y que esta vez la crisis la paguen los que la generaron.