La polémica en torno a la obra "Extracto para un fracasado proyecto" de Ana Gallardo, expuesta en el MUAC, ha desatado un debate sobre la mercantilización del arte y la revictimización de las trabajadoras sexuales de la tercera edad en Casa Xochiquetzal. La pieza ha sido acusada de difamación y violencia simbólica, poniendo en cuestión el rol del arte contemporáneo bajo las dinámicas del capitalismo.
Nancy Cázares @nancynan.cazares
Miércoles 16 de octubre
Foto portada: Revista REV
El reciente conflicto entre la obra de la artista argentina Ana Gallardo, Extracto para un fracasado proyecto, 2011-2024, y la respuesta de Casa Xochiquetzal ha puesto sobre la mesa una discusión crítica sobre la libertad artística, la mercantilización del arte y la violencia simbólica ejercida contra mujeres trabajadoras sexuales de la tercera edad. La clausura de la pieza en el Museo Universitario Arte Contemporáneo (MUAC) se dio tras denuncias de revictimización por parte de las habitantes de la Casa, quienes señalaron que la obra utilizaba sus imágenes y testimonios sin consentimiento, profundizando en la violencia que ya han vivido. Haciendo una lectura crítica del caso, este suceso deja ver cómo el arte, bajo el capitalismo, se convierte en una herramienta de explotación y alienación, y cómo reproduce estructuras de opresión, especialmente contra las mujeres más vulneradas.
El arte como mercancía en el capitalismo
El capitalismo, en su insaciable búsqueda de nuevos territorios de explotación, ha convertido al arte en una mercancía más. Bajo estas condiciones, el arte deja de ser una expresión genuina y transformadora para convertirse en un bien de consumo, regido por las lógicas del mercado y los intereses de la elite cultural. Así, la función emancipadora del arte se ve eclipsada por la necesidad de rentabilidad. Obras que podrían desafiar el statu quo terminan subordinadas a las demandas del capital, vaciadas de su contenido crítico y convertidas en productos.
El caso de la obra de Ana Gallardo es un ejemplo claro de esta dinámica. Al elegir representar la vida y sufrimiento de trabajadoras sexuales de la tercera edad, la artista convierte sus experiencias en un producto cultural que se exhibe en el museo y circula en el mercado del arte. Sin embargo, la obra no desafía las estructuras que oprimen a estas mujeres. Al contrario, reproduce las mismas dinámicas de explotación que condena, transformando el sufrimiento en un espectáculo que genera valor económico para el circuito artístico.
Ana Gallardo y la revictimización de las trabajadoras sexuales
Extracto para un fracasado proyecto se presenta como una obra crítica que aborda la vida de mujeres en situación de vulnerabilidad, específicamente trabajadoras sexuales de la tercera edad. Sin embargo, la falta de consentimiento informado y el uso de testimonios e imágenes de una habitante de Casa Xochiquetzal sin su autorización directa han generado indignación y rechazo. Las propias habitantes, quienes han vivido una vida marcada por la marginación y los prejuicios, denunciaron que la obra las revictimiza, perpetuando la violencia simbólica contra ellas.
La violencia simbólica se manifiesta cuando las imágenes y discursos de las personas más vulnerables son utilizados sin su participación o control, reduciendo sus historias a objetos de consumo. En este caso, las trabajadoras sexuales no son vistas como sujetos con agencia, sino como objetos para ser contemplados en una galería. El hecho de que la obra se haya exhibido en una institución de prestigio como el MUAC agrava esta situación, mostrando cómo las instituciones culturales, en lugar de cuestionar estas prácticas, las legitiman.
Este tipo de obras no desafían verdaderamente las estructuras de opresión. Por el contrario, se integran en la lógica del capital, reproduciendo formas de explotación en lugar de denunciarlas. El arte, bajo estas condiciones, no es un vehículo para la liberación, sino una extensión de las mismas relaciones de poder que mantiene a las mujeres trabajadoras sexuales en situación de precariedad.
Casa Xochiquetzal: una lucha por la dignidad
La respuesta de Casa Xochiquetzal fue contundente. Las mujeres que residen allí denunciaron públicamente la obra, acusando a Gallardo de usar sus historias para lucrar y perpetuar la violencia que han vivido. Asimismo, se llevó a cabo una protesta fuera del Museo, a la que se dieron cita activistas y defensores de los Derechos Humanos. Este acto de resistencia pone de relieve la importancia de que las personas vulnerabilizadas sean escuchadas y respetadas en la producción de representaciones artísticas que afectan directamente sus vidas. La voz de estas mujeres trabajadoras sexuales es fundamental para desmontar la narrativa de que el arte puede, en nombre de la libertad creativa, revictimizar a quienes ya han sido marginadas.
Las mujeres de Casa Xochiquetzal no solo han resistido a la obra de Gallardo, sino que han reclamado su dignidad. Han exigido que sus historias no sean explotadas y que el arte que las representa sea ético y responsable. Esta lucha va más allá del caso específico; es un ejemplo de cómo los sectores más oprimidos pueden desafiar el poder simbólico del arte y las instituciones que lo sustentan por medio de la organización independiente y las acciones unitarias.
El arte y el capitalismo
El caso de Ana Gallardo y Casa Xochiquetzal plantea preguntas fundamentales sobre el papel del arte en la sociedad capitalista. En un sistema que mercantiliza todos los aspectos de la vida, ¿puede el arte escapar a esta lógica y convertirse en un espacio de resistencia? ¿puede el arte estar alineado con las luchas de los sectores oprimidos, en lugar de ser cómplice de su explotación? La libertad artística no puede ser excusa para perpetuar la violencia simbólica, ni mucho menos para revictimizar a quienes ya han sufrido bajo el peso del sistema capitalista.
Bajo el capitalismo, los museos y espacios académicos e intelectuales, como el MUAC y la misma Universidad Nacional Autónoma de México, no son espacios neutrales ni emancipadores, sino que reproducen las mismas lógicas mercantilistas que dicen cuestionar. La supuesta democratización del arte a menudo se convierte en una contradicción en el contexto del capitalismo. Aunque se promueve la idea de acceso y participación, en realidad, el arte se mercantiliza, lo que limita su verdadero potencial como herramienta de transformación social. Esta democratización se ve socavada por las dinámicas de poder que perpetúan las desigualdades, ya que las voces de los sectores más vulnerables son sistemáticamente silenciadas o distorsionadas en un mercado que prioriza el lucro sobre la justicia social. En este sentido, la democratización del arte se transforma en un espejismo que oculta la violencia simbólica y la explotación que subyacen a su producción y consumo.
Algunos críticos miran a los museos como vitrinas del capital, donde se comercializa la miseria humana bajo el pretexto de la libertad artística. Lejos de ser agentes de transformación social, estos espacios legitiman y perpetúan la explotación al exhibir obras como las de Gallardo. Esta complicidad estructural con la violencia simbólica no es un error o una excepción, sino una manifestación de su naturaleza en el sistema capitalista. La función de estos espacios no es emancipar, sino generar valor, consolidando al arte como una mercancía más, vacía de cualquier potencial creativo y liberador.
La obra de Gallardo, al exhibir sin consentimiento las vidas de trabajadoras sexuales, no solo reproduce las dinámicas de explotación que denuncia, sino que también muestra cómo algunas expresiones del arte contemporáneo, al servicio del capital, puede perpetuar las desigualdades sociales y de género.
Este caso debe ser una llamada de atención sobre la urgencia de un arte ético y comprometido. El arte no puede estar divorciado de las luchas sociales, y es necesario que las voces de quienes han sido sistemáticamente oprimidas no solo sean escuchadas, sino también respetadas en su dignidad.
La mercantilización del arte es una extensión más de la explotación capitalista y configura un campo de batalla en donde la lucha es por un arte verdaderamente emancipador, que no mercantilice el sufrimiento de los sectores más vulnerables, sino que se convierta en una herramienta para su liberación.