El genial y controversial músico cumpliría 100 años y, del 5 al 20 de marzo, el Teatro Colón reabre sus puertas para rendirle homenaje.
Jueves 4 de marzo de 2021 22:53
Astor Piazzolla es uno de esos músicos que requiere una especial atención y distinción entre el artista y su obra. Fue injustamente rechazado por la gran mayoría de tangueros ortodoxos y conservadores de la época por su renovación del género. Posteriormente, fue justamente criticado por defensores de los derechos humanos, exiliados, intelectuales y artistas que padecieron el terrorismo de estado, por sus nefastas posiciones políticas. No nos proponemos en esta nota dilucidar las contradicciones de un artista que supo revolucionar las rítmicas, armonías y formas de composición de la música en general, contrastando su audacia artística con la complicidad política e ideológica del tipo capaz de almorzar con Videla o reivindicar a Pinochet, si no de vindicar su obra sin recaer en la idolatría de los oportunistas que actualmente lo glorifican exculpando sus posiciones políticas, borrándolas de su biografía o excluyéndolas intencionalmente de los homenajes oficiales. El silencio es una parte vital de la música y brinda el espacio necesario para expresar el más genuino de los sentimientos del intérprete, pero también puede ser el mayor cómplice de los crímenes más atroces.
Sin lugar a dudas, las diversas actividades que se programaron en distintos espacios culturales del país, así como el tributo que se realizará del 5 al 20 de marzo en el Teatro Colón, con entradas pagas y gratuitas y en el que participarán la Orquesta Estable, la Filarmónica de Bs As, la Camerata Bariloche, el Quineteto Piazzolla, entre otres grandes artistas, son muy merecidos para con sus más de 600 obras y una gran oportunidad para escuchar nuevas versiones y, para los más jóvenes, poder descubrir a uno de los más grandes compositores y arregladores del siglo XX.
Astor nació el 11 de marzo de 1921 en Mar del Plata. Cuatro años más tarde se muda con su familia a Nueva York, más precisamente, a uno de los barrios italianos más pobres de Manhattan. Poco tiempo después, su padre, “Nonino”, le regala al pequeño Astor su primer bandoneón. Al no encontrar con quién estudiar ese instrumento extraño para el lugar, comienza a estudiar piano clásico. Pocos años después, Gardel viaja a Nueva York, y el padre de Astor, quien era un gran admirador, le regala una escultura en madera tallada por él y le pide a su hijo que se la lleve al “zorzal” al hotel donde se hospedaba. Allí se conocen y en el ´34 Piazzolla actúa de “canillita” en el film “El día que me quieras”. Al final del rodaje y en un asado con todo el elenco, Piazzolla, con apenas 14 años, toca el bandoneón para que cante Gardel. Poco tiempo después este le envía dos telegramas para que Astor se incorpore a su gira por Latinoamérica, pero “Nonino” se niega a darle permiso. En esa gira muere Gardel en el trágico accidente aéreo de Medellín.
A los 16 años vuelve a la Argentina y se instala en una pensión de Bs. As. Debido a que uno de los bandoneonistas de la orquesta típica de Aníbal Troilo se hallaba enfermo, es convocado para reemplazarlo. Se queda junto a “Pichuco” como bandoneonista y arreglador de la orquesta desde el ´39 hasta el ´44 a la que incorpora un instrumento inusual como el cello. Troilo lo admiraba, aunque decía que estaba transformando su orquesta típica en una sinfónica. Como segundo bandoneón encuentra un techo que no puede superar y se va con el cantor Francisco Fiorentino quien le propone que él conforme la orquesta que lo acompañaría.
Luego formaría su propia orquesta en la que dirige y arregla ya sin límites; y, aunque sigue siendo la formación y orquestación de una típica que compone para bailarines, introduce novedosas variaciones de bandoneón e innovadores arreglos.
Más tarde graba por primera vez para cine en la película “Con los mismos colores” de Leopoldo Torres Ríos y empieza a estudiar con Alberto Ginastera.
En el ´54 gana un concurso y va estudiar a París con la gran pianista Nadia Boulanger quien lo insta a desistir de sus pretensiones sinfónicas y lo convence de profundizar en el tango con su impronta y estilo tan particular. Ese mismo año forma El Octeto Bs As y con él nace el tango contemporáneo. Junto a Leopoldo Federico en el segundo bandoneón, Atilio Stampone en piano, dos violines, cello, contrabajo y guitarra eléctrica, el Octeto ya no era una orquesta rígida, con las rítmicas clásicas para bailarines, si no que rompe totalmente con la danza e introduce armonías, acordes, arreglos, solos de violín y guitarra muy cercanos al jazz, pero con aires porteños, conservando del tango su esencia, pero sobre bases rítmicas por él inventadas y que fueran su marca distintiva.
En el ´58 vuelve a Nueva York e incursiona en la fusión tango-jazz; no tanto por los recursos técnicos sino por los climas y libertades propios de ese estilo y en el que puede escucharse su admiración por el saxofonista Charlie Parker.
A su regreso a Bs As forma el Quinteto Piazzolla. Con esta formación de “solistas” (bandoneón, contrabajo, violín, piano y guitarra eléctrica) despliega todo su talento para componer, arreglar e improvisar con total libertad y arduo trabajo de la banda. Allí rompe con la estética visual típica de bandoneonistas sentados en hilera y comienza a tocar parado, con esa fuerza y vértigo que lo destacaba. En el Quinteto introduce también golpeteos percusivos sobre el bandoneón y los instrumentos de cuerda, armonías inexistentes, bellísimos solos melódicos, sumado a ese ataque en el primer acorde al abrir el bandoneón que lo caracterizaba. Las críticas lapidarias abundaban por estos lares donde lo acusaban de “asesino del tango” y él, que siempre tuvo mal carácter, se peleaba con todo el mundo; respondía a cada crítica con vehemencia y con los puños a los exabruptos de sus detractores. Sin lugar a dudas estaba 20 o 30 años adelantado al resto de la música popular y eso siempre trae resistencias conservadoras. No estaba reformando si no revolucionando el género y la música en general.
Acusado de hermético y de componer temas donde todo está hecho e imposibles de versionar, entre el ´50 y el ´54 compone “Contratiempo”, “Triunfal”, “Para lucirse”, entre otros, en los que despliega arreglos distintos e innovadores, pero más accesibles para las orquestas típicas como la de Troilo, quien versiona maravillosamente al Piazzolla de esos años en temas como “Lo que vendrá” donde un Pichuco inspiradísimo vuelca toda su magia.
Piazzolla componía siempre sobre el piano y escribía para todos los instrumentos, luego tocaba el bandoneón; con la única excepción de “Adiós Nonino” en el cual compone la melodía directamente en el bandoneón como un homenaje a su padre. Un tango que eriza la piel desde la introducción y cada vez que se lo escucha, y en el que Astor logra transmitir toda su sensibilidad hasta atravesarnos.
En el ´65 graba un disco memorable: “El tango”, con versos de Jorge Luis Borges, quien fue a la casa de Piazzolla para escuchar lo que estaba componiendo y quedó tan encantado que asistió a las grabaciones, donde se quedaba sentado por horas, apoyado sobre su bastón, escuchando ese disco de poesías y melodías inigualables al que sumó su voz Edmundo Rivero.
Luego graba “Historia del tango”. Un disco mucho menos rupturista que los anteriores y en el que rinde homenaje a los grandes compositores que lo precedieron como Cobián, Di Carlo, Salgán, Troilo, etc.
En el ´67 se junta con el poeta Horacio Ferrer y graban la ópera en dos partes “María de Bs As”. Siempre era criticado por ser un gran contrapuntista y armonizador pero esquivo a las melodías propias de la canción. Aquí nuevamente refuta falsas acusaciones y despliega bellísimas melodías a las que suman sus voces Amelita Baltar y Horacio De Rosas.
Más tarde, también junto a Ferrer, compone “Balada para un loco” y lo presentan en un festival en el estadio Luna Park entre abucheos, insultos, silbidos y algunos aplausos. Queda en segundo lugar ya que el jurado considera que eso no era tango. La “Balada” piazzolliana gira y se escucha en todo el mundo y nadie recuerda cuál fue el tango ganador de esa noche.
En el ´70 forma el oneto Conjunto 9. Allí profundiza con el sonido innovador que venía desplegando con el Quinteto, ampliándolo por la sumatoria del cuarteto de cuerdas y una verdadera transformación de lo rítmico a partir de la incorporación de la batería, excelentemente adaptada a su sonido y con una propuesta que nadie había osado imaginar.
En el ´72 se presenta por primera vez en el Teatro Colón junto a las orquestas de Horacio Salgán y Aníbal Troilo.
Se va a vivir a Italia y allí graba “Libertango”, un disco memorable en el que profundiza la experimentación que a partir del ´75 consumaría con su formación más rupturista, progresiva y rockera: el Octeto electrónico. Una banda totalmente adelantada a su época, quizá solo comparable a la búsqueda sonora de Miles Davis en el jazz o de Robert Fripp con King Crimson. Con el Octeto compone temas como “La suite Troiliana” dividida en 4 partes (o amores) que él le atribuye a Pichuco: “el bandoneón, su compañera, el whisky y el escolazo”. Una obra descomunal y musicalmente revolucionaria.
En Europa graba “Reunión cumbre” con el saxofonista Jerry Mulligan en un momento en el que los grandes músicos de jazz lo admiran profundamente.
En el ´76 se presenta en el “Gran Rex” con el Octeto ante un teatro colmado de jóvenes mucho más cercanos al rock que al tango.
Luego volvería a formar el Quinteto y esta segunda versión es más de vanguardia que la anterior. Con arreglos rítmicos y armónicos muy avanzados para la época, pero ejecutados con gran aplomo y madurez, en un nivel altísimo no sólo de Astor sino de todos los integrantes. Con éste nuevo Quinteto el reconocimiento a su música es mundial.
En el ´79 retoma su pasión por fusionar el tango y la música clásica y toca “Concierto para bandoneón”. Más tarde se presenta en el Estadio Obras junto a la orquesta sinfónica dirigida por Simón Blech con “Tangos para bandoneón y orquesta”. Toca junto a la Camerata y otras incursiones que no fueron bien recibidas por los adeptos a la música clásica ni por el público de la música popular. Era un “capricho” personal en el que volvía a incurrir por su gusto en fusionar estos géneros y cierta frustración por su pasión trunca con lo sinfónico más que por los resultados y acogida del público.
Hizo mucha música para cine con grandes obras como “La soledad” incluida en “Lumiere” de Jeanne Moreau o la banda sonora de “El exilio de Gardel” de Pino Solanas por la que recibió el premio “César”.
Ese mismo año, en el ´86 y mientras vive en Francia, toca y graba en vivo junto a Gary Burton, quien lo admiraba profundamente, en el festival de Montreux.
Entra a grabar en estudio “La suite camorra”, algo que no le gustaba demasiado debido a su ansiedad y fastidio por tener que repetir tomas y también porque disfrutaba plenamente de la improvisación, la cual era un desafío permanente para los músicos que lo acompañaban y a los que siempre alentaba a introducir cambios y variaciones sobre los clásicos que acostumbraron tocar por años en cada escenario; así es que nunca se puede escuchar la misma versión de un mismo tema de su autoría. Pese a esta pulsión, tan viva y vanguardista, en “La camorra” vuelve a la fuente y se puede escuchar en sus movimientos la influencia de músicos como Pichuco u Osvaldo Pugliese a quienes admiraba y respetaba profundamente y, sobre sus hombros, Piazzolla había aprendido a volar.
Luego de “La camorra” el Dr. René Favaloro lo opera de una afección cardíaca y se somete a un triple bypass.
En el ´89 vuelve a tocar y forma el Sexteto Piazzolla incorporando un segundo bandoneón y con quienes explora un sonido mucho más oscuro, de tímbrica densa, ya sin las melodías dulces del violín, pero con un resultado magnífico de exploración y en la que la “Milonga del ángel” parece haber descendido a los abismos más profundos.
En agosto de ´90, mientras vive en París, sufre un ACV que lo deja postrado hasta su muerte el 4 de julio de ´92.
Pocos días antes de padecer la afección cerebro vascular toca su último concierto en Grecia junto a “La orquesta de colores de Athenas” dirigida por Manos Hadjidakis.
En sus últimos años solo podía tocar con tres dedos de su mano derecha (nadie lo notó) en el instrumento técnicamente más difícil de ejecutar que pueda existir.
Vertiginoso, virtuoso, transgresor, irrespetuoso de los tempos rígidos; aceleraba o ralentizaba como pedía su respiración y sentimiento; potente como nadie en su ataque a las frases iniciales; compositor de bellísimas melodías; innovador de armonías e inventor de un ritmo único y particular.
Un músico imposible de encasillar que fue mucho más lejos de los límites establecidos por el tango y los condicionamientos de la música popular; aunque, sin lugar a dudas, es el responsable de la universalidad y popularidad del género, más allá de su interminable enfrentamiento con la ortodoxia y el conservadurismo tanguero.
Pero también fue quien compuso “Los lagartos” dedicado al grupo de élite en Malvinas al mando de Alfredo Astiz; luego se arrepintió y lo borró de su repertorio o, mejor dicho, lo transformó en “La tanguedia” de “El exilio de Gardel”. Fue a almorzar a casa de gobierno con Videla junto a Bioy Casares, Eladia Blázquez, Daniel Tinayre, Julia Elena Dávalos, Walter Santa Ana, entre otres artistas simpatizantes del Proceso. Fue a tocar a Chile en épocas de Pinochet y declaró: “a nosotros los argentinos nos faltó un personaje como Pinochet. Quizá a la Argentina le faltó un poco de fascismo en un momento de su historia”. En París estaban quienes lo insultaban por fascista y quienes lo idolatraban por su música. Sus posiciones políticas le costaron la amistad con varios artistas como Julio Cortázar entre tantos otros que lo repudiaron por apoyar a los dictadores genocidas.
Todo eso era Astor Piazzolla. El más vanguardista de los músicos de su época y también el tipo retrógrado, capaz de reivindicar a Mussolini, Videla o Pinochet.