Alberto fue toda su vida trabajador aeronáutico. Uno de sus hijos comenzó a trabajar en el Aeropuerto de Ezeiza a temprana edad y en poco tiempo abrazó las ideas revolucionarias y comenzó a militar en el PTS. El 19 de noviembre toda su familia estuvo presente en el estadio de Atlanta. Estas son las palabras de un padre a un hijo luego de del encuentro.
Martes 29 de noviembre de 2016 15:19
Atlanta fue más que un acto, fue un grito. "El grito de Atlanta", un grito que aunó voluntades, alegrías, convicciones, ideas. Un grito que estalló en veinte mil gargantas que proclamaron que las ideologías están más vivas que nunca y que es mentira lo del fin de la historia, porque la historia la estamos haciendo. Marchamos desde J. B. Justo y Corrientes con mi compañera de la vida, mis hijos, mi nuera, mi hermana y mi nieto (él sólo tiene dos años pero en su pequeña espalda ya carga un par de marchas y este que fue su primer gran encuentro con el marxismo internacionalista).
Las cuadras que caminamos hasta el estadio ya eran un anticipo de lo que vendría: las banderas rojas, las remeras rojas y las lilas de Pan y Rosas, las caras rojas de tanto gritar y cantar y conmoverse. ¿Cómo no iba a ser todo rojo si hasta la sangre es roja? Sí, ya sé que ellos, la derecha, también tienen la sangre roja. Pero la nuestra, la de los revolucionarios, es distinta porque en ella llevamos la herencia de los viejos luchadores, los triunfos y derrotas, las persecuciones y proscripciones, las traiciones y los destierros, y también llevamos en la sangre el orgullo de ser los herederos de los que nunca reclamaron nada para sí, pero lo exigieron todo para el pueblo oprimido. Y éste es el legado que vamos a dejar para las próximas generaciones: la entrega por la lucha.
Cada golpe nos hace más fuertes y si caemos nos levantamos con más fuerza, no nos doblamos ni nos vendemos, porque como dijo la artista mendocina: "no tenemos precio "; o, en todo caso, nuestro precio es tan alto que ellos no podrán ni querrán pagarlo. Valemos tanto como vale la libertad. Llegamos a la cancha con el corazón en la mano porque eso es lo que fuimos a dar: "nada está perdido, nosotros fuimos a ofrecer el corazón".
Nos saludábamos y abrazábamos con conocidos y extraños. Aunque en verdad nadie era un extraño, todos sabíamos porque y para qué estábamos ahí. Luego comenzó la fiesta, los cantos.... "Llega el partido de Lenin, llegó el trotskismo...", versaba uno de ellos. El cielo ya no era azul porque cientos de banderas lo volvieron rojo. La organización impecable y honesta, la camaradería, la felicidad compartida. Nadie estaba ahí por plata o un plan o llevado por los burócratas, estábamos por las ideas y por la lucha.
Pronto comenzaron a hablar los dirigentes (hablar, sí, porque “discursos” hacen los mercenarios de la política). Bregman (¡es brava la rubia!), Pitrola, Del Caño… es fácil escucharlos. No como a los ciertos políticos que hay que escucharlos "entre líneas" e interpretar lo que realmente te quieren vender. En cambio, los nuestros te dicen lo que piensan, dicen lo que hacen y hacen lo que dicen… Y ahí estábamos nosotros que fuimos a construir y apoderarnos de nuestro destino, porque no vamos a esperar mansamente a que el destino nos encuentre. Y porque cuando seamos los dueños de nuestro destino repartiremos la tierra, construiremos viviendas, les arrebataremos a las multinacionales las riquezas de nuestro suelo, les cortaremos las garras a los buitres (los de adentro y los de afuera), correremos a los lobos que escaparan aullando y habremos aprendido a organizarnos para no terminar agonizando.
En Atlante, la emoción no daba tregua. "La Internacional", nuestro himno, el de los oprimido -no esos himnos nacionalistas, chauvinistas y patrioteros que hablan de batallas heroicas de pobres asesinando pobres) y hablan de ¿honor y gloria?-. Nuestro pasado merece más un lugar en la antología del llanto que en la historia viva de nuestra tierra (parafraseando a R. Walsh); y si no recuerden la masacre que cometimos (aliados con Uruguay y Brasil) contra el pueblo paraguayo y el genocidio de los pueblos originarios perpetrado por Roca, el saqueador y asesino. Y estos son sólo dos ejemplos de nuestras "glorias" pasadas.
Pero, como decía, cuando creíamos que ya no había más espacio para la emoción el grupo de "artistas con el FIT" estalló el estadio con "La Internacional". Luego la cantamos todos. Hasta yo, que tengo vergüenza porque no se cantar, me alejé unos pasos de mi familia para que no me vieran llorar y el estadio todo exploto en aplausos y gritos y entendí que en la lucha también podemos encontrar la felicidad. Así como llegamos nos fuimos, pero en realidad no, ninguno de nosotros era el mismo después de Atlanta. Días después, alguien me preguntó por qué había ido: fui porque era el momento y el lugar donde estar ese día.... ¿o acaso había otro?
El acto terminó pero "el grito de Atlanta" todavía se escucha. Un abrazo fraterno y revolucionario para todos y será hasta la próxima vez que escriba algo, si es que me animo a hacerlo. Esto fue escrito a instancia de mi hijo, sino no hubiera cometido la soberbia de hacerlo.