Los cada vez más populares Espíritus y el sorprendente Bombino agotaron tres funciones seguidas a puro encanto y rock’n’ roll en Buenos Aires.
Domingo 18 de febrero de 2018 00:00
Aunque el plato fuerte de la noche fuera el nigeriano Bombino, Los Espíritus oficiaron como cabeza de cartel en una seguidilla de tres noches en Niceto desde el pasado miércoles; la oportunidad de ver algo distinto a lo que habitualmente estamos acostumbrados, llegando a redondear un espectáculo colorido, movido y plagado de matices.
Omara “Bombino” Moctar proviene de los confines sudoccidentales del desierto del Sahara en Níger, de un pueblo a casi un centenar de kilómetros de Agadez y pertenece a la tribu tuareg (de raíz islámica), habitualmente perseguida por las consecuentes rebeliones que encabezaron contra los gobiernos coloniales de su país, motivo por el cual tuvo que exiliarse en repetidas oportunidades, tanto a Burkina Faso como a Argelia y Libia. Todo esto contribuyó a que la carrera artística de Bombino sea algo accidentada y poco difundida.
Lo cierto es que la presencia de un Bombino ignoto para la mayor parte de público local se ofrecía como un número exótico y como una chance nada despreciable para ver en vivo a un artista que proviene de más allá de las fronteras del mundo del rock “occidental” (que si no tiene un epicentro local o autóctono, lo tiene en Estados Unidos o Inglaterra como canon).
El público presente mostró sobrado interés y entusiasmo por ver el show colmando el recinto desde temprano. Bombino es un guitarrista frenético y delicado a la vez, con un estilo personal que evoca directamente al mundo árabe y su cultura, en este caso la de los márgenes sudoccidentales del desierto del Sahara. A su vez, su presencia escénica tiene una sensualidad y elegancia más austera y menos histriónica que la de Prince, y un estilo vocal que recuerda un poco al Lionel Richie más amanerado y libidinoso, todo bajo la influencia de un hipnótico trance.
Al frente de una muy ajustada banda de rock, con otra guitarra, bajo y batería (francés él), componen una especie de fórmula que en algún momento se dio en llamar worldmusic, que durante un poco más de una hora hechizó a todo el recinto. Lo hicieron con una soltura contagiosa, apoyados en el particular groove del propio Bombino, el cual puede oscilar entre el funk y el disco, el reggae o los riffs más rockeros. Esto sin alejarse de coloridos y típicos motivos arabescos que dibuja una guitarra que nos recuerda que Jimi Hendrix es negro, y que el rock’n’roll es negro, y que cuando los negros lo consiguen (y lo hacen más a menudo de lo que la industria quiere que pase), son “los putos amos” del buen gusto y de todo lo que está bien.
Todo esto hizo que el público aplaudiera con fervor desde la primera canción, lo que con el correr de las interpretaciones se fue convirtiendo en ovación (coronado con el un tanto exagerado “el que no grita Bombino para qué carajo vino” futbolero) que a la postre derivó en un agradecido bis.
A bientot, Buenos Aires! #Argentina pic.twitter.com/sRgDAd4vjm
— Bombino (@BombinoOfficial) 30 de enero de 2018
Hay que decir también que el público (cada vez más numeroso) fue a ver a Los Espíritus, banda que se encuentra en pleno ascenso en el ámbito local, pero también con una importante proyección internacional. El grupo de Maxi Prietto brindó un concierto ajustado y por momentos demoledor, haciendo un recorrido por los temas más celebrados por la audiencia: abrieron con la oscura La crecida, y desfilaron temas de sus tres discos de estudio, casi todos los cuales mantienen una dosis de calidez y frescura, desde el optimismo de “Jugo” o “Mares”, la introspección de “Vamos a la luna”, el rythm’n’blues de “El perro viejo”, “La rueda” o “El viento”, y la garra de “Huracanes”. Probablemente Los Espíritus se encuentren en ese saludable estadío donde el repertorio en vivo reclama disco nuevo.
El momento más esperado de la noche fue la aparición de Bombino en el escenario de Los Espíritus. Interpretaron “TarHani”, una extensa zapada donde la banda hizo de base para que el nigeriano despliegue su encanto escénico, improvisando unas armonías orientales que derivaban en densos silencios.
Así transcurrieron las casi tres horas de un show memorable, que cumplió con las expectativas, tanto ante la sorpresa y la novedad, como ante el éxito y la consagración. Es para celebrar el arribo de artistas que aparecen por fuera de los circuitos habituales, y más si lo hacen acompañados por una de las bandas del momento dentro de la escena del rock local.