Bernard Arnault se dedica al negocio de artículos de lujo. Está tercero después de Jeff Bezos y Bill Gates. Tres personas en el planeta acumulan la riqueza que producen millones privadas de todo lujo.
Juana Galarraga @Juana_Galarraga
Martes 25 de junio de 2019 16:16
En 2018 Louis Vuitton regresó a la Argentina después de seis años y abrió una tienda en el shopping Patio Bullrich. En la apertura, la China Suárez y Flor de la V se fotografiaron con artículos de la exclusiva marca. Hace poco Wanda Nara subió a Instagram una foto en una verdulería, luciendo un pijama con el típico estampado de la firma francesa. Capaz reconozcas la marca por alguna de estas noticias o si viste la famosa serie Sex and the City, en la que aparecen sus carteras y valijas. También podría sonarte por haber visto algún modelo de bolso en las manos de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Difícilmente la conozcas porque hayas consumido algún producto original con el sello LV alguna vez.
Al momento de la inauguración del local en Buenos Aires un pañuelo valía $5.700, una cartera mediana $130 mil y algunas valijas superaban los $250 mil pesos. Esta es una de las marcas que vende el francés Bernard Arnault, CEO del conglomerado de artículos de lujo LVMH (Moët Hennessy – Louis Vuitton). La fortuna personal de este hombre de 70 años, acaba de superar los US$100.000 millones, por lo que se convirtió en el tercer hombre en amasar una fortuna semejante.
Leíste bien: solo tres hombres en todo el planeta acumulan tal riqueza. Jeff Bezos, fundador de Amazon, Blue Origin y propietario del Washigton Post, alcanzó un patrimonio que según las últimas estimaciones del índice Bloomberg ronda los US$120.000 millones. Bill Gates, fundador de Microsoft y segundo en el podio, tiene US$107.000 millones. Arnault es considerado desde hace tiempo como la persona más rica de Europa y su fortuna equivale a un 3 % de la economía de Francia. Acaba de entrar tercero en el podio del club más exclusivo del mundo.
Dueños del mundo
La sigla LVMH engloba todo tipo de productos de lujo. Moët Hennessy es una marca de vinos, champagne y licores. Louis Vuitton es la reconocida marca de artículos de moda y cuero como bolsos, carteras, valijas, zapatos. La nómina sigue con perfumes, cosméticos, relojes y joyas.
Este lujo y exclusividad contrasta con la realidad de las personas que fabrican esos productos que, demás está decir, jamás podrán comprar. Por tomar solo un ejemplo, los zapatos de Louis Vuitton llevan la etiqueta que dice “made in Italy” o “made in France”. Sin embargo, una investigación de The Guardian en 2017 reveló que buena se produce en Rumania. Luego, en Italia o en Francia les colocan la suela y la etiqueta. Así cumplen con la legislación que establece el porcentaje de producción mínimo para que el producto final se pueda considerar hecho en Italia o en Francia.
Según la Campaña Ropa Limpia el salario promedio de la confección en Rumania era en 2017 de alrededor de 133 euros al mes. “A un trabajador le llevaría casi seis meses ganar lo suficiente para comprar un solo par de zapatos de cuero Louis Vuitton de precio medio. A tales tasas salariales, la producción de prendas de vestir en Rumania es más barata que en cualquier otro lugar de la UE”, denunciaba The Guardian.
He aquí uno de los secretos de los grandes empresarios capitalistas como Arnault: para amasar sus fortunas se aprovechan de las “ventajas” que ofrece el capitalismo en todo el mundo. Van a fabricar sus productos en los lugares donde pueden exprimir a la clase trabajadora lo más que pueden, al menor costo posible, con el aval de los gobernantes y las direcciones de los sindicatos de cada lugar, que permiten que las condiciones de explotación se hagan más duras y “rentables”.
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Jeff Bezos, el dueño de Amazon, abastece el mercado alemán con costos laborales polacos mucho más bajos. La despiadada precarización y los bajos salarios que paga le valieron el título del “peor empleador del mundo”, según un relevamiento de la Confederación Internacional de Sindicatos. Además, trabajadores de Amazon han protagonizado luchas contra las deplorables condiciones laborales.
Así la hacen: se apropian del sudor, la fatiga y el tiempo de obreros y obreras de las partes del mundo que más les convengan para sacarle más ganancia a un par de zapatos o a una cartera. Las leyes de los distintos países están pensadas para que puedan hacerlo. Solo tres hombres ganan sumas astronómicas, sirviéndose de la explotación del trabajo asalariado de ¿cuántos miles de personas?. Se manejan como los dueños del mundo y sacan tajadas del trabajo ajeno en condiciones que distan mucho de ser “ideales”. Crean sus fortunas sobre la base de una desigualdad y una precarización creciente a escala planetaria.
¿Cómo puede ser?
Como se ve, riqueza en el mundo hay de sobra. Y no la producen quienes dicen ser sus dueños, sino la clase trabajadora a lo largo y ancho del planeta.
Para dimensionar: la fortuna de Arnault equivale al 60 % de lo que Argentina tiene que pagar de deuda externa en los próximos cuatro años (un total de 160.000 millones de dólares). También multiplica por diez el monto de deuda que la Argentina pagó al Club de París en 2014, cuando Axel Kicillof era ministro de Economía (9.690 millones de dólares).
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La fortuna de Arnault representa el 3 % de la economía francesa (un PBI de 2.794.696 millones de dólares). Según publicó el diario El Confidencial en 2018, en Francia 8,9 millones de personas viven bajo el umbral de la pobreza. De ellos, 2,79 son niños y niñas. Un 21% de la población no come bien tres veces al día. Un 15 % de los niños con menos recursos va a la escuela con el estómago vacío y un francés de cada dos en los hogares más modestos tiene problemas para pagar el comedor escolar. La realidad del sistema capitalista es brutal. Unas pocas personas se apropian de lo que produce el trabajo de miles o decenas de miles, acumulando sin parar mientras millones sufren el hambre y la miseria.
Demagogia impositiva
Este lunes se conoció que 18 millonarios enviaron una carta al gobierno de los Estados Unidos, en la que solicitan que se implemente un impuesto a la riqueza. Según dijeron, consideran que un impuesto así sería "justo, patriótico y fortalecería la democracia en el país al reducir la desigualdad".
La carta se enfoca en un proyecto presentado por una senadora demócrata de Massachusetts, que exime de impuestos los primeros US$ 50 millones en activos, pero contempla un impuesto de 2 % a las fortunas que superen los 50 millones y de 3% en los activos de más de 1.000 millones.
Según el Informe de riqueza mundial de 2016 de Credit Suisse, solo 140.000 individuos en el mundo acumulan patrimonios superiores a los 50 millones de dólares. Incluso si el impuesto se aplicara a nivel planetario, ¿qué tanto resuelve esto el problema de la desigualdad? ¿Bezos, Gates y Arnault también pagarían un 3 %?
Los millonarios que buscan lavarse la cara con declaraciones sobre la desigualdad, lejos están de combatir los bajos salarios y las pésimas condiciones laborales y de vida de millones de trabajadores y trabajadoras en todo el mundo, sobre las que se hacen ricos. Un impuesto como el que ofrecen serían migajas. Tienen tanto que los montos que proponen tributar son parte de sus fortunas que jamás les alcanzaría la vida para gastar. Mientras se sostendría un sistema que permite una acumulación de riqueza tremendamente desigual. ¿No es esto lo que deberíamos atacar? Claramente, los millonarios que ven igual que nosotros la desigualdad creciente, prefieren hablar de impuestos.
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