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Red Internacional
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Literatura sobre la realidad. Capitalismo y abuelos, crónica de una distopía generalizada

A veces la ficción y la realidad se cruzan: en medio de una pandemia, miles de personas del mayor del grupo de factor de riesgo se aglomeran en las puertas de los bancos y rodeados de policías para recibir una miseria y zafar unos días. ¿Alguien me dice cómo se llama este nuevo capítulo de Black mirror?

Viernes 3 de abril de 2020 20:44

Dibujo de @okscliar

Dibujo de @okscliar

Una estudiante de 5to año me envió un mail comentándome que se encontraba entusiasmada con el género de la ciencia ficción. Que había leído a Bradbury y que ya estaba terminado Fahrenheit 451. Me contó, además, que había entendido la diferencia entre utopía y distopía y que se inclinaba más por la segunda para escribir el ensayo que les propuse que me entregaran este fin de semana.

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Madrugada fría de Abril. Cuarentena obligatoria en toda la Argentina. Lentamente se van armando filas en las puertas de los bancos. Son los jubilados, los factores de riesgo permanente, los que a pesar del frío y la posibilidad de contagio esperan recibir una miseria de dinero para convertirlo en comida y medicamentos.

Amanece. Los medios salen a reflejar un amontonamiento de gente en plena cuarentena, esta vez, sin poder exigir mano dura. “Pasé la noche muerto de frío”, le comenta un hombre robusto de barba larga y blanca a un reportero que finge simpatía. Es que el gobierno y los bancos acordaron abrir hoy para pagar jubilaciones, pensiones y la asignación universal por hijo a todas aquellas personas que no usan o no tienen tarjeta de debito.

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¿El resultado? Filas de hasta diez cuadras, cientos de personas amontonadas y expuestas en medio de la pandemia. Un jubilado, con lucidez y claridad, sentencia: “con todo lo que los bancos ganaron a costa de los jubilados en estos años, deberían ir a pagarles casa por casa en lugar de obligarlos a hacer colas en cada sucursal”.

Mediodía. Sigue el horror show con una jubilada que se desmaya en vivo en uno de los canales con más audiencia del país. Ya son cuatro, ocho y hasta 12 horas que llevan esperando. Un notero, sin un gramo de vergüenza, se anima a preguntar: “¿y por qué no tramitó antes la tarjeta de crédito?”. Una amiga me escribe. “Se cayó mi abuelo, después de hacer tres horas de fila, y se golpeó la cabeza”. Está llena de angustia y bronca. “Semanas sin ver a nuestros abuelos por miedo a contagiarlos, para que los acumulen por más de 12 horas haciendo una fila para cobrar una miseria”, dice. Tengo ganas de abrazarla pero también de darlo vuelta todo.

Un rato antes, el miserable titular de la ANSES, habló de una “idiosincrasia histórica” como una característica, casi innata o como si la gente por placer se amontonara el primer día. Quizá este personaje, a lo que todo lo humano le es ajeno, diría Marx, y con su abultado sueldo, no tiene idea, o no se lo ocurre pensar, que la gente que fue hoy es la que no comió ayer.

Pasan las horas. Se terminan los números que dio el banco. Miles de personas tendrán que volver otro día. El ganado es contenido, entre megáfonos de voz perversa y cintas que marcan los límites del matadero por policías armados, con barbijos y guantes, esos que le regatean a las enfermaras que están en primera línea de fuego.

Hoy se cumplen dos semanas desde que empezó la cuarentena obligatoria en Argentina. Las docentes denuncian desesperadas el hambre en las escuelas y que los bolsones de comida no alcanzan. Las enfermeras, con sus rostros cansados y su cuerpo agotado, exigen insumos esenciales y el testeo para cuidar su salud. Ya varios lo dijeron, no son heroínas, son trabajadoras precarizadas. Los barrios populares, hacinados y sin agua potable, padecen con rabia el hostigamiento permanente de las fuerzas represivas, las mismas de siempre por si a alguien le queda alguna duda. Hay despidos masivos en los sectores informales, y en los formales, si no despiden rebajan los salarios.

Por su parte, el gobierno retrocedió en su tibio intento de unificar el sistema de salud ante el enojo de los panzallena, los millonarios dueños de la salud privada. Además de los bonistas que, empachados, se llevaron 250 millones de pesos.

La crisis social se mete entre las grietas de ese dique de contención llamado “unidad nacional”.

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Un poco preocupada, un poco divertida, me decía que parece que estamos viviendo en una película de ciencia ficción. Las calles desoladas, el encierro, un virus que parece incontrolable en la era de la tecnología. Hace un rato me mandó otro mensaje, después de participar junto a su abuela de 83 años de los juegos del hambre. ¡Esto es una distopía, profe! Me dijo, entiendo que enojada. ¿Y cómo llamarías a esta distopía? Le pregunté.

Capitalismo profe, capitalismo.

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