En una recomposición desde el sector duro, Casado trata de reunir a la derecha bajo el ala de la gaviota del PP, salpicado por la corrupción y a base de autoritarismo, guerra cultural y ofensiva antiobrera.
Lunes 23 de julio de 2018
Las primeras primarias del PP tras la crisis que sufrió con la moción de censura dan como nuevo presidente del PP a Pablo Casado, exvicesecretario de comunicación, favorito del ala dura cercana a FAES, de la asociación ultracatólica Hazte Oír y del aparato del gobierno Aznar.
Con una participación del 7,6% de los afiliados (de los infladísimos padrones del PP) a través de un sistema no directo de voto y acusaciones de juego sucio electoral en todas direcciones, el candidato del “aire fresco” y la “renovación” remarcó su orgullo por “Manuel Fraga, José María Aznar y Mariano Rajoy” en su discurso inaugural. Así se conectan el exministro franquista que fundó el partido y sus anteriores sucesores elegidos a dedo entre sí, consumando un giro a la derecha (si es que aún era posible girar más a la derecha) que acarreó acusaciones de ultraderechista incluso por parte del equipo de Soraya Saénz de Santamaría, rival en las elecciones del PP adalid del 155.
Ante la política de “guerra cultural” del gobierno Sánchez heredada del zapaterismo, que consiste en la falta de cambios sustanciales con la política del PP compensados por promesas de gestos simbólicos que no terminan llevándose a cabo, Casado representa un exaltado defensor de la reacción a toda conquista social que trata de erigirse como una figura carismática que devuelva al redil a los votantes de Ciudadanos y Vox, a los que ha apelado en varias ocasiones.
La respuesta de PP y PSOE a los recambios que suponen Ciudadanos y Podemos parece ser desempolvar las formas de Aznar y Zapatero para estrenar una segunda parte de la película, 15 años después. Y las segundas partes nunca fueron buenas. Frente a un Rivera que trata de emular el españolismo y la retórica joseantoniana, Casado trata de recuperar terreno erigiéndose como representante de “la España de las banderas en los balcones”, toda una lección sacada de la quema del PP catalán en pro de Ciudadanos con la aplicación del 155.
Otros caballos de “batalla cultural” son el plan de ilegalizar los partidos independentistas aplicando la Ley de Partidos que Aznar usó para encarcelar a miembros de partidos, asociaciones juveniles y periódicos de la izquierda abertzale, con el argumento de "no dialogar con quien quiere romper la unidad de España” y “no pedir perdón porque la policía vele por derechos y libertades de todos”, derogar la ley del aborto y volver a la de 1985, afirmando abiertamente que “el aborto no es un derecho” (el anterior intento costó a Gallardón la dimisión y fue frenado por el movimiento de mujeres) o querer “liderar la lucha contra la ideología de género”.
A pesar de sus soflamas antifeministas, españolistas y guiños al ADN franquista de su partido, como amenazar a Puigdemont con acabar fusilados como Companys si se hacía el 1-O, una de las apuestas de guerra cultural más asociadas a Casado es la pelea contra la memoria histórica. A sus anteriores declaraciones sobre la izquierda que “está todo el día con la guerra del abuelo, con las fosas de no sé quién, con la Memoria Histórica” se suma su posición sobre anular la Ley de Memoria Histórica de Zapatero (que el propio PSOE casi anuló al dejarla con un presupuesto exiguo) y dejar a Franco en el Valle de los Caídos.
Con la promesa de exhumar el cadáver de Franco del Valle de los Caídos el PSOE reabre una de las batallas culturales de Zapatero, la de la memoria histórica, con la que fortalecer un nuevo olvido: su complicidad indispensable, y la de la Corona, con las continuidades de la dictadura.
Casado, más allá de posicionarse como el eslabón perdido entre Aznar y Rivera en materia discursiva y cultural, económicamente presenta un programa de endurecimiento de los recortes sociales y las políticas antiobreras, parapetado tras una retórica que pretende oler a renovación y emula al famoso “yo sólo veo españoles” de Albert Rivera hace unos meses (análogo del “destino común de los españoles” de José Antonio Primo de Rivera), además de copiar exactamente el eslogan del Front National francés en la campaña de Marine Le Pen (La France qui se lève tot) al hablar de la “España que madruga” o los “jóvenes que madrugan para ir a clase”.
Aunque el flamante Casado se identifique con estos jóvenes, su forma de “madrugar para ir a clase” implica aprobar sin ir a clase, examinarse, tener contacto con profesores y entregando cuatro trabajos (los cuáles "no encuentra" ante la petición de la jueza) para obtener en cuatro meses dos años de titulación universitaria, según lo investigado en su implicación en el caso Cifuentes, a través del mismo profesor que la expresidenta de la Comunidad de Madrid.
El fracaso del PP en su recomposición política podría dar en su disgregación, además del fortalecimiento de Ciudadanos, otras variantes políticas del espectro más extremas que hasta ahora son contenidas dentro del propio PP. Quizás VOX haya sido un pequeño adelanto de esto. Sin embargo, la extrema derecha sin tener partido propio hoy, tiene tanto peso en el Estado español como en algunos sitios de Europa donde consiguieron levantar cabeza.
En la carrera de recomposición de los dos partidos que operaron como pilares del Régimen post-dictadura, comprometidos con la monarquía y contra el derecho a decidir de los pueblos, la elección de Casado puede acelerar un escenario de reconfiguración de la derecha, al estilo del rearme ideológico que supuso el Gobierno Aznar. Aunque, y aquí su mayor límite, sin la pujanza de los años de oro de la economía neoliberal.
El Gobierno de Sánchez, que se ha negado a cumplir promesas electorales tales como derogar la Reforma Laboral, la Ley Mordaza o publicar la lista de la Amnistía Fiscal de Montoro, cuenta además con la autolimitación presupuestaria de los presupuestos del PP que enmendaron en su totalidad el día de su aprobación. Toda esta política de continuismo no sólo es una seña de identidad del PSOE, sino que también cuenta con el apoyo silencioso de sus socios de Unidos Podemos, ERC, Compromís o Bildu.
Solo la perspectiva de la movilización de los trabajadores y los sectores populares puede ser una verdadera alternativa tanto al nuevo gobierno de Sánchez como al PP heredero del franquismo, como parte de la lucha por construir de una fuerte izquierda de clase y anticapitalista, independiente de todos los partidos del régimen.