Hacedor de versos sublimes, César Vallejo falleció en París el 15 de abril de 1938. Su cumbre poética la alcanzó con su canto enérgico y gigante, aleteo y graznido, a la Revolución Española.
Viernes 15 de abril de 2016
Vallejo vino al mundo en Santiago de Chuco, La Libertad, Perú, el 16 de marzo de 1892. Es considerado el mayor poeta peruano. Fue escritor, y para ganarse la vida fue periodista, traductor y maestro.
En sus inicios, representó una transición del modernismo al vanguardismo en su primera obra, Los heraldos negros (1918). Se multiplican allí las referencias al indigenismo. Es la época en que Vallejo estudia, con altibajos, y empieza a ejercer como maestro. En Lima, traba amistad con José Carlos Mariátegui, entre otros intelectuales y escritores de la época.
Para 1922 publica Trilce, un poemario disruptivo con la tradición modernista. Allí rompe con las reglas retóricas y estéticas que conformaban el canon literario de entonces: inventa palabras, utiliza el lenguaje popular junto a voces ya casi en desuso, altera funciones gramaticales, emplea mayúsculas donde le da la gana. Fue un libro polémico y en general, mal acogido por la crítica.
La vida en Europa
Fue en 1923 cuando partió a Europa. Nunca regresó a su tierra natal. Fueron años de intensa labor periodística. Los escritores Juan Larrea y Vicente Huidobro fueron sus amigos en España. También conoce a Pablo Neruda y Tristán Tzara. En 1928, hace su primer viaje a la Unión Soviética. Haría luego dos viajes más, uno en 1929 y otro en 1931.
Fue testigo del inicio de la Revolución Española, con la caída de la monarquía de Alfonso XIII y el surgimiento de la segunda república española. Escribió en esa época algunas obras de teatro, y una compilación de ensayos titulada El arte y la revolución.
En 1934 escribió otra obra de teatro: Colacho Hermanos o presidentes de América, una sátira sobre la subordinación de los presidentes latinoamericanos a las trasnacionales. Fue censurado de hecho porque ninguna editorial quiso publicar una obra tan polémica en esos años. ¡Y cuánta vigencia tiene el tema aun en nuestros días!
De la admiración a la URSS a la oposición al PC
Durante la última fase de la Revolución Española, en 1936, Vallejo es uno de los fundadores del Comité Iberoamericano para la Defensa de la República Española y de su órgano de prensa, el boletín Nueva España.
Como militante del Partido Comunista, apoya la causa de la República desde su propia trinchera: periodista y poeta. Son esos años que agigantan su obra y sus versos, teñidos de sangre y de amor por la humanidad que se jugaba la vida en la Revolución Española.
Vallejo en sus estancias en España fue testigo de los estragos que hizo el Frente Popular al amordazar la energía revolucionaria de obreros y campesinos que combatían en cada rincón, en cada ciudad, en cada pueblo. Al subordinarlos a la burguesía nacional, que temía más al asalto de la sacrosanta propiedad privada que a Franco.
Fue la represión contra el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), que había tenido relación política con León Trotsky. Y de ser un admirador del Partido Comunista, de ser parte de sus filas, Vallejo pasó a tener una mirada crítica.
En esos años escribió Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz, ambos publicados póstumamente. Poemarios donde alcanzó su máximo esplendor y desplegó un óleo pintado con palabras tan vívidas que trae a los milicianos, tan humanos, tan nobles, y la derrota que se veía venir a los ojos de quien explore sus versos. Sus edificios poéticos, tan humanos y monumentales tocan el alma con la cuerda más fina.
Según Julio Ortega, escritor, crítico literario peruano y académico, no hay registro en las revistas literarias y culturales de la época sobre César Vallejo. Esto, de acuerdo con él, es porque se lo vinculó también al trotskismo, como a todas las personas que cuestionaban a Stalin. En sus últimos años, vivió en cierto ostracismo.
Tal vez el poema donde más se evidencia su perplejidad, su crítica al PC al que había considerado que estaba por el triunfo de la revolución sea el “XIV. ¡Cuídate, España, de tu propia España!, incluido en España, aparta de mí este cáliz.
¡Cuídate de la hoz sin el martillo,
cuídate del martillo sin la hoz!
….
¡Cuídate del que come tus cadáveres,
del que devora muertos a tus vivos!
Referencias sutiles y no tanto a las cárceles estalinistas devoradoras de poumistas, de trotskistas y de opositores.
Vallejo se fue, un día lluvioso de abril, en París. Lo fulminó la enfermedad. Pero él habita en sus versos. Continúa la lucha contra la explotación y la opresión que no ha acabado aun, que no termina y es capaz de sacudir al más anestesiado de los vivos. Canta la fuerza indomable de la clase trabajadora.
Pedro Rojas
Solía escribir con su dedo grande en el aire:
“¡Viban los compañeros! Pedro Rojas”,
de Miranda de Ebro, padre y hombre,
marido y hombre, ferroviario y hombre,
padre y más hombre, Pedro y sus dos muertes.
Papel de viento, lo han matado: ¡pasa!
Pluma de carne, lo han matado: ¡pasa!
¡Abisa a todos compañeros pronto!
Palo en el que han colgado su madero,
lo han matado;
¡lo han matado al pie de su dedo grande!
¡Han matado, a la vez, a Pedro, a Rojas!
¡Viban los compañeros
a la cabecera de su aire escrito!
¡Viban con esta b del buitre en las entrañas
de Pedro
y de Rojas, del héroe y del mártir!
Registrándole, muerto, sorprendiéronle
en su cuerpo un gran cuerpo, para
el alma del mundo,
y en la chaqueta una cuchara muerta.
Pedro también solía comer
entre las criaturas de su carne, asear, pintar
la mesa y vivir dulcemente
en representación de todo el mundo.
Y esta cuchara anduvo en su chaqueta,
despierto o bien cuando dormía, siempre,
cuchara muerta viva, ella y sus símbolos.
¡Abisa a todos compañeros pronto!
¡Viban los compañeros al pie de esta cuchara para siempre!
Lo han matado, obligándole a morir
a Pedro, a Rojas, al obrero, al hombre, a aquél
que nació muy niñín, mirando al cielo,
y que luego creció, se puso rojo
y luchó con sus células, sus nos, sus todavías, sus hambres, sus pedazos.
Lo han matado suavemente
entre el cabello de su mujer, la Juana Vásquez,
a la hora del fuego, al año del balazo
y cuando andaba cerca ya de todo.
Pedro Rojas, así, después de muerto,
se levantó, besó su catafalco ensangrentado,
lloró por España.
y volvió a escribir con el dedo en el aire:
“¡Viban los compañeros! Pedro Rojas”.
Su cadáver estaba lleno de mundo.
César Vallejo, 1938, en España, aparta de mí este cáliz
No han muerto en vano trabajadores, mujeres, campesinos, brigadistas internacionales en la Revolución Española. Su lucha vive en cada molécula de las luchas contra la explotación y la opresión que hoy se emprenden en todas las latitudes del planeta.
Pedro Rojas somos todos: los estudiantes parisinos contra la reforma laboral, los maestros que resisten la reforma educativa en México, los trabajadores de Verizon en Estados Unidos, las mujeres que se manifiestan contra la violencia.