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Música / Rock. El Indio y el mar: otros recuerdos que mienten un poco

Los años de Solari en la costa argentina administrando el hotel Alex de Valeria, probando “papel picado” camino a Gesell, curtiendo el exótico Balneario del Doctor Belmes en Mar Azul y haciendo canciones que aún hoy conserva. Todo había comenzado con una fuga de la colimba de La Plata.

Juan Ignacio Provéndola @juaniprovendola

Viernes 17 de enero 00:00

Como cada 17 de enero, Carlos Solari cumple años: celebramos al Indio con algunas anécdotas poco conocidas de sus tiempos en la Costa Atlántica.

Como cada 17 de enero, Carlos Solari cumple años: celebramos al Indio con algunas anécdotas poco conocidas de sus tiempos en la Costa Atlántica.

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“Hubo un momento en el que tuve que rajarme de La Plata. Y me llevé mis libros para Valeria del Mar”, le contó el Indio Solari a Julio Leiva en su última entrevista para el ciclo Caja Negra. “Estamos hablando de que para llegar a Valeria, Gesell o Pinamar había que ir desde Las Armas y era todo de tierra. Caían cuatro gotas y te tenías que quedar”. Lo que describía era el histórico camino a esa zona de la costa bonaerense que recién mucho después se sofisticaría con los pavimentos de las rutas 11 y 2.

En ese entonces Los Redondos no estaban en las cavilaciones de nadie y Carlos Solari había sido sorteado para hacer la colimba en el Distrito Militar La Plata, lugar al que reportaban los domiciliados en esa ciudad con edad de incorporarse al Servicio Militar Obligatorio. Entre ellos, muchos de los conscriptos enviados a Malvinas en 1982, motivo por el cual la manzana ahora ocupada por las carreras de Trabajo Social y Artes de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) pretende ser declarada Sitio de la Memoria.

Eran los fines de los 60’, la dictadura de Onganía se recrudecía y el Distrito Militar no suponía un lugar particularmente amigable para Solari. “En un momento me dije: ‘Tengo que rajar de acá’. Estaban todos dementes y además la cosa se empezaba a poner espesa. Nos cortaron licencias, nos ponían en los techos al mando de unas ametralladoras de pie que no sabíamos manejar…”, dijo en Recuerdos que mienten un poco, su autobiografía conversada con Marcelo Figueras.

Como sus padres estaban en Valeria del Mar, el colimba convenció a un suboficial mayor de dejarlo viajar para ver a su madre por un problema de salud. Sacó un pasaje de micro y se fue a la costa. Aunque bajó en General Madariaga, la parada anterior a su destino final, para enviar un telegrama: “Conscripto Solari, clase 49, imposibilitado volver a destino por enfermedad”, recuerda con precisión su declaración de deserción. “Rajé de ahí y me fui para la costa. Entonces viene toda la etapa del beach boy. Fueron cuatro años, como mínimo”, cifró ante Figueras.

El Indio nació el 17 de enero de 1949 en Paraná, capital de Entre Ríos, pero a los pocos años su familia decidió establecerse en La Plata. Sin embargo, a comienzos de los 60’, y cuando él estaba entrando en la preadolescencia, su padre compra un terreno en Valeria del Mar, pueblo entonces inhóspito. “Ahí no había nada —dijo Solari en su libro—. Se iba en bicicleta de Valeria a Pinamar, cortaba leña, se abastecía solo. Fue pionero en la zona cuando no había servicios”.

Recién a finales de esa década se produce el hecho con la colimba que Solari cita: “De ahí rajé a la terminal de ómnibus. Compré un pasaje a la costa y me fui. Conste que tuve la decencia de bajarme en Madariaga y mandar un telegrama. Lo hice desde ahí para que fuese más decoroso; si lo mandaba desde Pinamar o Gesell habría parecido que me había ido de vacaciones”.

“Mandé el telegrama y después seguí camino a Valeria, que era como la jungla —recordó el Indio—. Todavía era un desierto desde Las Armas hasta Pinamar. No existían Mar Azul ni Mar de las Pampas, y había una tranquera para entrar en Valeria”. De allí se desprende el dato acaso más repetido de su historia con la zona: “En un momento estuve a cargo de un hotelito, ahí en la costa: se llamaba Alex. Me quedaba con un porcentaje. Tenía un local al lado, donde armé una panquequería. En invierno usaba el lugar como comedor para los obreros. A la noche funcionaba como bar”.

Hay también una anécdota con Leopoldo Marechal: “Había un drugstore ahí que se llamaba El Grillo, donde todos caíamos en un momento u otro. Y un día lo descubrí al viejo. Estaba con su mujer, Elbiamor. Lo reconocí de inmediato, yo había leído El banquete de Severo Arcángel y me había vuelto loco. Entonces me acerqué, con el deseo de decirle algo. Y como no sabía qué, y encima era tímido, le solté una guasada. ‘Cuídese de mí’, le dije. No sé por qué me salió eso.”

El Indio en Valeria del Mar
El Indio en Valeria del Mar

Ya entrados los 70’, conoció en la costa a una pareja. “La mujer parecía dominarlo todo, dirigía a cinco tipos que estaban empezando a construir. Todos los días pasaba por ahí para ir al mar y veía cómo avanzaban. Estaban levantando una edificación estilo mediterráneo, con apliques de cosas raras: tortugas de cerámica, caracoles, tritones y nereidas, donde al final abrieron un boliche”.

“Ahí, en Valeria, al principio el único cliente era yo. Hasta que, de pronto, se entró a armar un ambiente: era la época de (el cineasta) Rodolfo Kuhn, iba gente de Gesell, de Pinamar. En ese tiempo, si estabas viviendo ahí era porque tenías mucha guita o porque estabas rajando de algo. Se entró a correr la bola de que existía ese delirio, una cucha con onda medio existencialista, donde un alemán tocaba la trompeta con sordina”, agrega el Indio en su libro.

“Una noche, a la salida del boliche, unos alemanotes —un muchacho y una chica — que también eran clientes, se ofrecieron a llevarme a Gesell. Tenían un jeep germánico de esos de la guerra, que les permitía circular por la playa misma. Dije que sí, por supuesto, y en el camino me dieron a probar por primera vez papel picado. Fue uno de los mejores paseos de mi vida, había noctilucas en el mar. Te metías en el agua, te sacabas la malla, la agitabas y brillaba. Pasó mucho tiempo hasta que volví a fumar faso otra vez”.

Además, en Recuerdos que mienten un poco el Indio asegura que en esa experiencia en Valeria del Mar realizó su primer registro fonográfico: “Componía con una guitarra, dos grabadores y un balde de plástico con el que hacía la percusión (…). Ponía dos radiograbadores enfrentados: en uno grababa el tambor del balde, después lo reproducía y grababa eso, más la guitarra acústica, en el otro. Algún día voy a volver a hacerlo, grabar algo con un balde de plástico…”. En el libro Solari agrega que, días atrás de esa charla con Marcelo Figueras, había descubierto una cinta de esa época. “Tenía tres canciones, una era ‘Aquella solitaria vaca cubana’”.

Aunque sin nombrarlo, en otro tramo del libro habla de lo que no puede ser otra cosa que el viejo Acuario, ya que además las fechas cuadran: el oceanario de Roberto Gesell, hijo de Carlos, funcionó entre 1970 y 1986, tiempo en el que supo ser el más grande de su especie en toda Sudamérica. “Me acuerdo de un amigo al que me encontré en Villa Gesell un invierno, durante mi época de artesano. Dijo que estaba viviendo ahí y yo le pregunté cómo se ganaba la vida. Y me dijo: ‘Le doy de comer a los pingüinos’, porque lo habían conchabado en un parque estilo Mundo Marino. ¡Les encajaba la comida en la boca con un inflador!”, narró el Indio.

Su experiencia más profunda con Gesell, sin embargo, parece ser la que transitó en el balneario del Doctor Belmes, un lugar que ubica “por lo que ahora es Mar Azul”. Y al que le dedicaría en 1985 una de sus columnas en la revista Cerdos y Peces. Muchos años después, en 2017, lo desarrollaría aún más en Escenas del delito americano, su primer libro de historieta junto al artista gráfico Serafín. Ahí profundizaría su militancia en lo que él denomina “la política del éxtasis”.

El Balneario del Doctor Belmes en Mar Azul según el libro "Escenas del delito americano"
El Balneario del Doctor Belmes en Mar Azul según el libro "Escenas del delito americano"

Cuando aún no existía el Partido de Villa Gesell, Mar Azul fue un enorme y solitario paraje fundado por Astengo Morando que recién en los 60’ empezaría a subdividirse tras la aparición de algunos oferentes. El primero, Manuel Rico, compró lo que luego se rebautizaría como Mar de las Pampas y Las Gaviotas. Pero también apareció un tal Pedro Guillermo Belmes, médico cultor de la oxigenoterapia que quería inaugurar el Balneario Jardín Doctor Belmes. Vendió lotes a colegas de él, aunque la administración del proyecto fue mala y todo terminó en una conflictiva quiebra.

“Existía este lugar llamado Doctor Belmes. Que debe haber creado el mismísimo Belmes —que se dedicaba a la oxigenoterapia, sea esto lo que fuere— al lotear la mansión colonial que tenía para fraccionar el terrero original y venderlo en partes. ¡Había que caminar doce kilómetros por la playa para llegar ahí!”, contó el Indio, quien parece haber conocido el sitio después de la quiebra del proyecto. “En Doctor Belmes nos hacíamos unos trips impresionantes, leyendo las cartas de los sobrinos del tipo que le mangueaban plata desde Brasil. Toda esa casona estaba medio derruida, pero nadie se había llevado nada. Me sentaba en un sillón con Iche a mirar las noctilucas y leer una carta con la linternita... ¡Era un mambo muy entretenido!”.

Mar Azul en los 60' según el Indio en su libro "Escenas del delito americano"
Mar Azul en los 60’ según el Indio en su libro "Escenas del delito americano"

“Yo conviví algunos meses con ellos en Doctor Belmes, un balneario a doce kilómetros de Villa Gesell, donde andábamos prácticamente en pelotas, cantando con la guitarrita y tomando ácido”, dijo en su autobiografía. “En Doctor Belmes éramos una pandilla de raros. Yo andaba con una túnica que me habían regalado, de un color celeste fuerte, y unos pantalones italianos pintados a mano. Llegué con lo puesto, los zapatos con taco me jodían en la arena y terminé tirándolos. Como los pantalones quedaban largos, los corté con un cuchillo. Anduve en cueros, hasta que me regalaron una túnica. Era lo único que tenía, hasta que volví a La Plata”.

El último registro de Carlos Solari como habitante de la costa data de 1975. Se trata de unas fotos divulgadas en las redes donde se ve al Indio en la playa con barba y pelo largo tocando la guitarra criolla en una especie de ronda frente a lo que parece ser algo cocinándose. “En esa época empieza a haber algo parecido a una vocación artística. Lo único que me gustaba era dibujar, vivir, hacer cómics, filmar, tocar la guitarrita. Era bohemio, me gustaba”, contó en Recuerdos que mienten un poco. Aunque, para ese entonces, ya regresaba cada vez más periódicamente a La Plata, donde se terminaría estableciendo de vuelta . “Cada tanto me iba un mes o dos meses a la casa de algún amigo. Por eso conservo poca obra mía: porque vivía de prestado y tenía por costumbre dejar mis libros, los discos que había comprado y mis dibujos, como parte de pago por la gentileza”. Dos años después, en 1977, el Teatro Lozano de La Plata sería epicentro de las presentaciones al público de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Y otra sería la historia.