Uno de los padres fundadores del cuento moderno, también fue un prolífico novelista, principalmente de novelas cortas, algunas de las cuales analizaremos en este artículo.
Sábado 15 de febrero de 2020
Sin lugar a dudas, el último coloso del realismo ruso del siglo XIX, Anton Chéjov es el autor de una extensa y rica obra narrativa y dramática, influido estéticamente por otro maestro del cuento europeo como el francés Guy de Maupassant, coetáneo de Chéjov, el escritor ruso elevó el género hacia cumbres de creación poética ineludibles para las subsiguientes generaciones de cuentistas a nivel mundial.
Como señala el recientemente fallecido Harold Bloom en su Cuentos y cuentistas, el canon del cuento, la influencia chejoviana en el desarrollo de la narrativa corta en el siglo XX ha sido casi hegemónica, con la excepción de otra tradición inaugurada por Kafka y continuada por Borges.
En esta ocasión quisierámos centrarnos en la parte menos conocida del corpus chejoviano, sus novelas cortas, donde podemos encontrar piezas exquisitas en relación a las grandes cuestiones de la sociedad rusa; a continuación problematizaremos algunas de estas piezas narrativas.
Flores tardías , la decadencia feudal
Entre las novelas más breves de sus ya novelas breves, se encuentra Flores tardías, retrato de una familia de la Rusia feudal de la autocracia zarista en medio de los últimos estertores de su decadencia social.
En esta pieza, el talento literario de Chéjov es indiscutible, puesto que logra condensar en pocas páginas la crisis y la bancarrota del estamento feudal, sintetizada en la caída de la familia Priklonski que funciona como la metonimia simbólica de toda la clase social que es golpeada y arrastrada por el desarrollo del capitalismo ruso; sin embargo el autor lejos de convertir en una epopeya la tragedia de esta familia feudal, ofrece al contrario un cuadro de claro patetismo estético por un lado y una explicación sociológica implícita sobre la lenta agonía de los sectores privilegiados de la autocracia rusa en decadencia.
En la casa de los Priklonski, la existencia continuó su marcha. Egorushka y Marusia estaban ya establecidos, hasta el punto que ni su madre les consideraba ya enfermos. Lo que no mejoraba era la hacienda. Lejos de ello, las cosas iban de mal en peor, y el dinero era cada vez más escaso. La princesa empeñó y volvió a empeñar sus joyas, heredadas o adquiridas. Nikífor seguía diciendo en la tienda, adonde le enviaban a comprar fiado, que los señores le debían trescientos rublos y no pensaban pagárselos. Lo mismo murmuraba el cocinero, a quien el dueño de la tienda le regaló, compadecido, sus viejas botas. Fúrov se mostraba más intransigente que nunca; no aceptaba ninguna demora más y osaba insolentarse con la princesa cuando le suplicaba que esperase a protestar la letra. (p. 718)
Flores tardías logra captar además el espíritu transicional de la sociedad rusa embarcada en las profundas transformaciones operadas en su economía por un desarrollo capitalista desigual y combinado que posteriormente Lenin lograría plasmar con gran cientificidad y originalidad marxista en uno de sus textos de juventud: El desarrollo del capitalismo en Rusia; en todo caso este texto comparte junto con Tres años y especialmente con En el barranco la extraordinaria habilidad artística de Chéjov a la hora de plasmar poéticamente los cambios subjetivos en los sujetos nacionales en general y en la estructura de sensibilidad rusa en particular producidos por el abrupto desarrollo de las fuerzas productivas.
Mi Mujer y la voz de la mujer burguesa
La fuerte presencia femenina en el corpus chejoviano es una de las constantes en su creación de personajes dramáticos y narrativos psicológicamente complejos y sociológicamente prototípicos.
La literatura rusa llega tarde con Anna Karenina de Tolstói al protagónico femenino en las postrimerías del siglo XIX, después de más de un siglo de la irrupción de la Clarissa de Richardson y Moll Flanders de Defoe como verdaderas heroínas de la moral protestante, la continuidad narrativa del protagónico femenino es imparable, siendo el caso que en la Inglaterra del siglo XVIII emerge la primera gran novelista británica Fanny Burney, y luego en pleno siglo XIX Jane Austen, las tres hermanas Brontë (Emily, Charlotte, Anne), y sobre todo hacia fin de siglo la presencia canónica indiscutible de George Eliot consolidan no sólo la presencia de la mujer en la ficción narrativa sino en la producción literaria, y en el campo intelectual en general.
Rusia en cambio sigue siendo a finales del siglo XIX la cuna de la reacción europea, donde la opresión política de la autocracia y la dominación ideológica de la iglesia ortodoxa se conciben como bastiones inexpugnables; sin embargo desde la literatura comienzan a emerger las voces de los sectores oprimidos, como la de Natalia Gavrilovna, mujer burguesa asfixiada por falta de perspectivas de desarrollo en la sociedad patriarcal.
Hay una moral y una ley para que una mujer joven, sana y digna viva en el ocio, en la tristeza, asustada siempre, recibiendo a cambio casa y manutención de un hombre al que aborrece. Usted conoce magníficamente las leyes; es muy honrado y justo; respeta el matrimonio y las bases de la familia; pero el resultado de todo ello es que toda su vida no ha hecho una buena obra, que todos le odian, que está enfadado con todos y que en los siete años de casado no ha vivido con su mujer ni siete meses. Ni usted ha tenido esposa ni yo marido. Es imposible vivir con una persona como usted. En los primeros años me daba miedo; ahora me da vergüenza... (p. 917)
La sala número seis , metáfora de la cárcel rusa
A los marxistas nos resulta muy familiar la noción del imperio ruso como "cárcel de naciones", fórmula empleada por el bolchevismo para caracterizar la autocracia zarista y sus rasgos nacionalistas ortodoxos que tenían como consecuencia la opresión de las distintas nacionalidades encadenadas por el régimen de los Románov.
La sala número seis, constituye en este sentido otra metáfora rusa, en este caso ya no sólo de Rusia como cárcel de naciones, sino además como prisión de las ideas y las libertades democráticas más elementales.
..., una infamia como la de la sala número seis solo es posible a doscientos kilómetros largos de ferrocarril, en un villorrio donde el alcalde y todos los concejales son pequeños burgueses semianalfabetos, que tienen al médico por un sacerdote en el que hay que confiar a pie juntillas, aunque ordene echarle a uno estaño ardiendo en la boca; en cualquier otro lugar, el público y los periódicos hubieran derruido y deshecho esta pequeña Bastilla. (p. 424)
Los dos protagonistas, Iván Dimítrich Gromov y Andrei Efímich, representan la impotencia de la intelectualidad dilettante que tanto decepcionó las aspiraciones reformistas de Chéjov en un medio poco propicio para su desarrollo; la amenaza para el orden social que representan dos patéticos filósofos filoliberales expresa de manera muy clara el nivel de conservadurismo del régimen autocrático.
La fuerza simbólica de esta breve novela reside en la sutil sugerencia de Rusia como hospital-prisión, que ahoga y estrangula cualquier atisbo o insinuación de lo que lo viejos liberales denominaban libertad de pensamiento, la más elemental de las libertades.
Tolstói y Chéjov: gloria y decadencia rusa
Si Guerra y Paz representa el orgullo nacional ruso ante la invasión napoleónica, encarnado en creaciones ficcionales como los Rostov, los Bolkonski y los Bezukhov, y en una trama épica con cientos de personajes circulando en una concreción poética sin precedentes sobre los destinos de una nación glorificada por su resistencia al Ejército francés, en cambio las novelas cortas de Antón Chéjov expresan la decadencia total de las clases dominantes en Rusia, y su lenta caída en la mediocridad cultural y la sumisión intelectual.
En síntesis Chéjov constituye el canto de cisne del gran realismo del siglo de oro ruso, pero también el preludio, no tanto explícito sino latente, de otros tiempos que arrasarían con siglos de atraso cultural, sin duda tiempos de soviets y revolución en la tierra de los zares.
Chéjov, Anton. Novelas completas. España: Aguilar. 1967. Impreso