A finales de 1960, el filósofo húngaro István Mészáros señaló que el Capitalismo había llegado a su “límite histórico” y, con ello, los ciclos largos de la economía se habían agotado. Estas ideas se verificaron décadas más tarde, con el auge del parasitismo financiero y el estallido de la crisis de 2008. El pensamiento marxista redobló, entonces, la discusión sobre la crisis del sistema capitalista mundial.
A finales de 1960, el filósofo húngaro István Mészáros señaló que el Capitalismo había llegado a su “límite histórico” y, con ello, los ciclos largos de la economía se habían agotado. Afirmó que estábamos frente a la crisis “estructural” del capital. [1]
Estas ideas se verificaron décadas más tarde, con el auge del parasitismo financiero y el estallido de la crisis de 2008. El pensamiento marxista redobló, entonces, la discusión sobre la crisis del sistema capitalista mundial. [2]
Ahora, con la pandemia global causada por el SARS-CoV-2, la crisis del capitalismo se ha agudizado y manifestado en múltiples dimensiones, entre las que destacan la dimensión económica, energética, ecológica, sanitaria, financiera y del desempleo. Elementos que se articulan entre sí y ponen en entre dicho el orden “civilizatorio” del capital. A continuación, esbozamos algunos de sus elementos.
1. El nulo crecimiento de la economía
Después de que se presentó el menor crecimiento de la década en 2019, el FMI estimaba que la economía mundial crecería 3.4 % en este 2020; sin embargo, las estimaciones presentadas se desplomaron en las últimas semanas a causa de la pandemia mundial. En fechas recientes, el mismo organismo estimó que la economía mundial va a contraerse en -3 %, Estados Unidos será quien más contribuya a esta recesión mundial, con el 31 %, muy por arriba del segundo y tercer lugar, Alemania con 7.7 % y Japón 7.1 %, respectivamente. [3] A esto se agrega la reciente contracción de la gran fábrica mundial, China, con -6.8 % en el primer trimestre del año. Sin duda, esto no le permitirá empujar a la economía mundial como lo hizo en la post-crisis del 2008-2009.
Analistas optimistas hablan de una recuperación económica en forma de “V”, esto es un fuerte descenso y una recuperación rápida, así como prevén un manejo “equilibrado” del endeudamiento global; no obstante, la vuelta a la normalidad no ocurrirá. La pandemia ha detonado la contracción económica, lo que agudizará los problemas de estancamiento estructural de la economía mundial durante las últimas décadas (ver gráfico).
El capitalismo ya no es capaz de crecer a ritmos acelerados de manera generalizada como en el pasado y brindar desarrollo. Por el contrario, nos encontramos ante una crisis económica mundial de dimensiones históricas.
2. La crisis financiera
A pesar de los intentos de salvatajes que los organismos financieros internacionales, los Estados imperialistas y sus bancos centrales, han llevado a cabo para evitar el colapso del sistema financiero internacional, no han sido capaces de evadir la crisis, y las burbujas bursátiles (de deuda privada o pública) podrían estallar.
2.1 La deuda corporativa
El mismo FMI en su reciente Informe Anual de Estabilidad Financiera Global (abril/2020) ha señalado que “una nueva intensificación de la crisis podría afectar a la estabilidad financiera mundial”. El organismo alerta sobre las condiciones vulnerables de las empresas no financieras con deuda corporativa, la cual ha crecido en la última década (ver gráfico), por lo que una recesión de mayor duración y un incremento en los costos de financiamiento podrían estallar creando “problemas corporativos a gran escala”, por ejemplo, un efecto dominó en el mercado de deuda corporativa.
Si en semanas anteriores no estalló, fue porque los bancos centrales (fundamentalmente la FED, BCE y el Banco de Inglaterra) establecieron salvatajes, comprando activos, otorgando créditos, respaldando bonos “basura”, remunerando al gran capital. Más de 5 billones de dólares fueron generados por los bancos centrales para evitar el colapso del sistema financiero internacional. Esto es más del doble de la crisis financiera de 2008-2009 y sólo en cuestión de semanas (ver gráfico).
¿A costa de qué? Nada menos que de nuevos niveles de endeudamiento, los cuales fueron empujados por los bancos centrales de los países imperialistas, el FMI y el BM.
Chocando frente a sus propios dogmas, el FMI llamó a la política fiscal como la herramienta clave para enfrentar la crisis. Como en su momento dijera Mario Draghi, ex director del BCE, el organismo llamó a “hacer lo que sea necesario” para enfrentar los daños económicos, por lo que apeló a extender los estímulos fiscales “de amplia base y coordinado a escala mundial”. [4]
Los gobiernos de todo el mundo aplican paquetes fiscales, aunque dadas las asimetrías entre países dominantes y dependientes, no todas las medidas son de igual magnitud. Por ejemplo, el endeudamiento de los países en desarrollo deja márgenes de acción muy limitados. Alrededor de 8 billones de dólares en apoyos fiscales han dispuesto los gobiernos a nivel mundial (gasto en insumos médicos, apoyo al consumidor, fondos para empresas, exenciones de impuestos, apoyos de préstamos, garantías bancarias y subsidios salariales), los que son orientados a salvamentos de la economía y, en su gran mayoría, de las grandes empresas y bancos.
Los organismos financieros internacionales reconocen que, dadas las vulnerabilidades del sistema financiero mundial, podrían ser insuficientes los recursos promovidos por los Estados y organismos públicos. [5]
Con los déficits fiscales, lo que tenemos es, consecuentemente, el incremento de la deuda. Solamente para la deuda fiscal bruta mundial, el FMI estima un incremento del 83.3 % (2019) al 96.4 % del PIB en 2020. Hasta ahora, entre estímulos, rescates e impresión de dinero, el gobierno estadounidense ha dispuesto de más de 6 billones de dólares para enfrentar la recesión, con 2.3 billones en gastos fiscales y 4 billones de la Reserva Federal. Además, anunció su disposición a gastar otros 2 billones de dólares.
Estas cifras representan más de una cuarta parte del PIB de los EEUU, lo que significa que ¡el imperio deberá más, de lo que su economía produce en un año! El secretario del Tesoro de EEUU, Steven Mnuchin, inmediatamente después de señalar que “es sensible” sobre las preocupaciones respecto al incremento de la deuda federal, señaló: “Esta es una guerra, y necesitamos ganar esta guerra y gastar lo que sea necesario para ganar la guerra” (WSJ, 22-4-2020).
Desde la crisis de 2008, el sistema financiero mundial no ha hecho sino agravar sus propias contradicciones. Si bien en el pasado mes de marzo el sistema estuvo a punto de colapsar por la elevada deuda corporativa, los derrumbes bursátiles y su alta volatilidad, lo cierto es que hoy —cuando los bancos centrales han logrado estabilizarlo— el mismo FMI enciende las alertas sobre una “tormenta perfecta” que se cierne sobre los países en vías desarrollo, lo que conduciría a un “aumento en las reestructuraciones de la deuda, poniendo a prueba los marcos de resolución de la deuda existentes”.
2.2 La deuda en la periferia
Con la paralización económica que demanda la crisis sanitaria, los países periféricos se encuentran devastados por las caídas de los precios de sus productos básicos de exportación (energéticos, agricultura, metales, minerales, etc.), la caída de remesas, ingresos por turismo.
Los capitales especulativos fueron impactados por lo que en la jerga se denomina “aversión al riesgo”, situación que permitió sacar alrededor de 100 mil millones de dólares de estos países en los últimos tres meses (ver gráfico) ocasionando, con ello, devaluaciones monetarias en distintos países, así como mayores problemas con las deudas corporativas y públicas.
Hasta septiembre de 2019, se sabe que la deuda global equivale al 322 % del PIB mundial. La deuda total (hogares, empresas y gobiernos) en las economías “avanzadas” equivale el 383 % de su PIB. Para los países en desarrollo, llamados por los organismos financieros como “mercados emergentes”, la deuda es del 191 % de su PIB, el cual se explica por un incremento notable en la última década (ver gráfico).
Hablando solamente de los países africanos, “la deuda exterior pública se duplicó con creces entre 2010 y 2018, pasando de 160.000 millones de dólares a 365.500 millones de dólares". [6] América Latina incrementó su deuda pública en 15 puntos porcentuales del PIB en los últimos nueve años.
Dada la profundidad de la crisis, los países en desarrollo no tendrán los recursos necesarios para afrontar sus obligaciones de pago, menos aún en un contexto de enormes crisis para hacer frente al deterioro de los sistemas de salud ante la gravedad de la pandemia. Si bien a partir de 2014, año en que comienza a reflejarse el declive económico latinoamericano (que lleva ya siete años), se experimenta un incremento del pago de intereses respecto a los gastos en salud (ver gráfico). Con la emergencia sanitaria, los gobiernos de América Latina difícilmente podrán encarar las necesidades de gastos en salud si no cuestionan el carácter ilegítimo de las deudas y decretan su revisión y anulación. Una espiral de crisis de deuda generalizada amenaza al sistema financiero internacional.
Ante ello, el FMI y el BM convocaron a los países del G20 —incluido China— y a los tenedores de bonos privados a suspender la deuda por algunos meses y dar un “alivio humanitario”. El G20 dio su aprobación en el discurso, pero —tal como Shylock— los grupos gigantes de acreedores privados internacionales insisten que les sea pagado hasta el último centavo del adeudo.
No obstante, la espiral de esta crisis no podría detenerse si los gobiernos de los países periféricos y dependientes cancelan, de modo definitivo, el pago de la deuda para hacer frente a sus necesidades colectivas. [7]
3. La crisis energética
A inicios de marzo, Rusia, Arabia Saudita y Estados Unidos desataron una guerra por los precios del petróleo, ocasionando que estos últimos cayeran como no lo hacían desde 2016. Al día de hoy el precio se ha vuelto a desplomar, aún después de supuestos acuerdos y topes en la producción; además, la falta de consumo generó una acumulación de crudo y, al unísono, su sobreoferta. Ello afectó directamente a las economías productoras de petróleo.
El precio de referencia en EUA es el West Texas Intermediate (WTI) que esta semana colapsó hasta terreno negativo, cayó a -37.63 dólares por barril; es decir, por debajo de cero. Lo que significaría que los productores tendrán que pagar a los compradores para que se lo lleven de sus almacenes saturados. Los impactos para las grandes petroleras son demoledores, sobre todo las que tienen un elevado endeudamiento. Esto reactiva la crisis de deuda corporativa que había sido frenada parcialmente por el papel de los Estados, como señalamos arriba.
Los países exportadores ya sufren todas sus consecuencias. En México, por ejemplo, el crudo de exportación descendió a los -2.37 dólares por barril. PEMEX es la petrolera con mayor deuda en todo el mundo, apenas a inicios del año había solicitado un préstamo de 5 mil millones de dólares, los cuales se enmarcan en los planes que tiene el gobierno para “rescatar” a la paraestatal; sin embargo, debido a las recientes fluctuaciones y la inestabilidad financiera global, las calificadoras internacionales (verdaderos brazos del capital financiero) ya catalogan los bonos de deuda de Pemex como “basura”. El capital financiero le ha arrebatado el grado de inversión, lo que incrementará su endeudamiento y sus costos de financiamiento.
Estas confrontaciones y efectos inesperados colocan sobre la mesa las expresiones del agotamiento en el uso de las energías fósiles, el llamado peak oil. A este respecto, el capitalismo no ha podido realizar una reconversión energética viable: depende de los recursos fósiles como el petróleo para echar a andar su mecanismo global de devastación.
No debe olvidarse que la actual civilización requiere de un equivalente de cerca de “400 mil bombas atómicas como la lanzada sobre Hiroshima, los 365 días del año”. [8] Esto es una demanda colosal e irracional de energía, que nos arrastra al calentamiento global, al extractivismo y a la destrucción del medio ambiente. Esto pone en riesgo de muerte al propio orden civilizatorio del capital.
4. La crisis en el mundo del trabajo
La crisis global en el mundo del trabajo se expresa en múltiples dimensiones entre las que se encuentra: el desempleo, la precarización y la informalidad. En materia de desempleo, de acuerdo con la OIT, la pandemia causará la pérdida de 6.7 % de horas de trabajo a nivel mundial para el segundo trimestre del año, lo que equivale a 195 millones de puestos laborales de tiempo completo –de 48 horas semanales–. En Latinoamérica, se estima que la pérdida será de 5.7 % horas, aproximadamente 14 millones de empleos.
Por su parte, la CEPAL calcula que la pandemia causará una contracción económica del -5.2 % este año en la región, lo que incrementará el desempleo en más de 11 millones de personas, con lo que se alcanzarían los 37.7 millones.
Tan sólo en las últimas cinco semanas, Estados Unidos ya suma 26.5 millones de desempleados, cifra que toma en cuenta únicamente a quienes solicitan el seguro de desempleo. Según la consultora internacional McKinsey, en Europa están en riesgo hasta 59 millones de empleos. Asimismo, calcula que más de una cuarta parte del empleo del sector privado en la UE y el Reino Unido podría ser afectada.
El problema se agrava cuando observamos al sector más vulnerable: el llamado precariato. La pandemia también puso al desnudo las dimensiones de la precarización del mundo del trabajo a nivel global. Este fenómeno forma parte de la respuesta del capital ante su crisis estructural. Se trata de una verdadera subsunción [control-subordinación] del trabajo al capital para su mayor explotación y se expresa de distintas maneras: uberización, subcontratación, trabajo a destajo, trabajo por honorarios, trabajo informal, trabajo en casa, empleados eventuales, freelance, pizzaboys, callboys, desempleo e incluso trabajo formal con bajos salarios y sometido al productivismo.
Este fenómeno es inescindible a los métodos y mecanismos de contratación y consumo de fuerza laboral correspondiente al capitalismo neoliberal en la era de las nuevas tecnologías. Se trata de trabajadores carentes de seguridad social, estabilidad laboral, sindicalización, salarios suficientes y condiciones de vida adecuados. En este sentido, por su condición, los trabajadores precarios e informales son la fracción que sufre con mayor fuerza los impactos de la crisis sanitaria, económica y laboral.
Un ejemplo de su magnitud lo da la OIT: alrededor de 61 % de la fuerza de trabajo global —2 mil millones de personas— labora en condiciones de informalidad. De estos, más de la mitad reside en los países “en desarrollo”. Por su parte, en América Latina el trabajo informal y precario cubre alrededor de 53 % de la población laboral, a 140 millones de trabajadores (OIT).
Por lo que la actual crisis afectará al 81 % de la fuerza de trabajo mundial, es decir 2,700 millones de trabajadores, como señala la OIT. A este escenario se suma la acumulación de pobreza y hambruna provocada por esta crisis sanitaria. Apenas el año pasado la ONU reportaba 1,915 millones de personas con problemas de acceso a la alimentación a nivel mundial, cifras que aumentarán súbitamente en estos meses.
La CEPAL estima que la crisis traerá consigo 30 millones de nuevos pobres en Latinoamérica y 16 millones de personas más en extrema pobreza. [9] Estas cifras representan terribles consecuencias para millones de personas a nivel mundial, pues su nivel de vida se verá sumamente deteriorado, además en un entorno donde se profundizará la barbarie social.
La respuesta del capital a la crisis del trabajo en esta pandemia ya está en marcha. Por una parte, la ola de despidos masivos a nivel mundial es parte de la estrategia capitalista para contrarrestar las pérdidas, pues con ello se está deshaciendo de los costos de grandes masas de salario. Por otra parte, sobre una fuerza de trabajo reducida está haciendo recaer la mayor explotación y superexplotación del trabajo (único sustento material de los nuevos endeudamientos). [10] Esto sin contar con los llamados paros técnicos y los recursos que está recibiendo por parte los Estados.
La estrategia global del capital para resolver la crisis global es clara: cargar el peso del desastre sobre la clase trabajadora de todo el mundo. Por ello parte de esta estrategia son: el desempleo, el paro técnico, los recortes salariales y la profundización tanto de la precariación laboral como de la informalidad.
5. La crisis sanitaria
La pandemia del SARS-CoV-2 puso de relieve la crisis de los sistemas de salud a nivel mundial. Un virus, con un diámetro cientos de veces menor que el de un cabello humano, es el "catalizador" de las contradicciones abigarradas del sistema capitalista mundial.
Por ahora, la pandemia arrasa principalmente a los países centrales: Estados Unidos, China, Italia, Alemania, Reino Unido, Francia, Rusia; y a su retaguardia: España, Turquía, Irán. Tan pronto como se acerque más a la periferia, sus consecuencias serán demoledoras. América Latina ya supera los 100 mil contagios y la amenaza que se cierne sobre África se anuncia trágica.
Prácticamente, en todos los países podemos observar los horrores de los sistemas de salud colapsados, falta de insumos y material médico y la disputa salvaje por conseguirlos, imágenes apocalípticas del abandono de cadáveres en las calles, represión policial para quien no cumpla la cuarentena, creación de fosas comunes para los fallecidos, dramáticas historias de quienes han muerto a consecuencia del virus.
La esperanza de una alternativa
Apenas el año pasado, la crisis del progresismo en Latinoamérica, enmarcada en el resurgimiento de la ultraderecha a nivel mundial, había hecho saltar una ola de estallidos populares en Puerto Rico, Ecuador, Chile, Haití y Bolivia.
El sentido de estas manifestaciones nos hacía recordar las enseñanzas que Lukács sacaba de Lenin: la actualidad de la revolución. [11] Se trata de la revolución con un horizonte más allá del capital, que se vuelve intermitente en un mundo abigarrado de contradicciones.
Hoy, ante la crisis del capitalismo, una perspectiva revolucionaria vuelve a surcar el horizonte, es urgente construir una alternativa social al capitalismo ante el colapso civilizatorio.
La agenda política de la lucha de los trabajadores exige, cuando menos en el corto y mediano plazo, la anulación de las deudas sin renegociación ni ampliación en términos de pago, la cancelación total; el cobro de impuestos fiscales para las grandes fortunas; el rechazo de las medidas de austeridad estatal; imputación y sanciones contundentes al gran capital por despido; obligación de pagos de los salarios y seguros de desempleo a trabajadores formales e informales; detener el salvataje del Estado hacia los grandes especuladores financieros y grandes empresas; el fin de la especulación; la expropiación de bancos; la socialización y toma de empresas (sin indemnización); la centralización de los servicios de salud pública y privada; la suspensión de las deudas ligadas a los microcréditos, al consumo, a los hogares, deudas hipotecarias, por gastos de salud; el mantenimiento de las medidas de distanciamiento social y cuarentena por encima de la rentabilidad de las empresas.
Sólo con una lógica humana, propia de la política internacional de los trabajadores, podremos establecer un alto a la política destructiva del capital, en donde sus gobiernos han intervenido para proteger sus ganancias antes que nuestras vidas.
¡Nuestras vidas valen más que sus ganancias!
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