Presentamos a nuestros lectores la tercera sesión de los círculos marxistas impulsados por la revista Ideas de Izquierda México y el Movimiento de las y los Trabajadores Socialistas.
En esta sesión Yara Villaseñor y Joss Espinosa abordan el retorno de los feminismos anticapitalistas.
Yara: Gracias por acompañarnos en esta tercera sesión de los círculos marxistas organizados por la revista Ideas de Izquierda México, en esta sesión titulada "el retorno de los feminismos anticapitalistas" vamos a abordar distintos debates y contra<puntos que hacen a esta enrome tradición política y teórica dentro de los feminismos, para aproximarnos a los debates que atraviesan hoy el movimiento de mujeres a nivel internacional.
Antes de empezar, queremos aprovechar para extender nuestra solidaridad a los trabajadores de la educación, en particular a los trabajadores del sindicato del Colegio de Bachilleres que desde hace varios días sostiene una huelga por demandas salariales y mejores condiciones laborales en medio de una ofensiva de privatización y precarización que hoy se extiende en el sector educativo, que estando en huelga además enfrentaron la represión de parte de la policía enviada por el gobierno de la Ciudad de México, a cargo de Martí Batres; enviamos toda nuestra solidaridad y repudiamos esta política represiva y de ataque a la educación. También enviamos solidaridad a les estudiantes de la UNAM que el día de hoy estuvieron recibiendo ataques porriles en diversas escuelas y facultades, como se denunció desde redes sociales, también desde La Izquierda Diario México y otros medios, que muestran grupos porriles y funcionarios de las autoridades universitarias que estuvieron hostigando, amedrentando y golpeando a estudiantes, como es el caso de la Facultad de Contaduría y Administración, donde directamente con tubos y palos los funcionarios golpearon a estudiantes, una represión que además se acompañó de la detención ilegal y arbitraria, y la desaparición momentánea de estudiantes de esa y otras facultades. Exigimos su liberación, y también repudiamos también el ataque porril en el CCH Vallejo.
Joss: Gracias Yara por la Introducción. Para entender el retorno de los feminismos anticapitalistas, es importante partir del marco internacional en el que estos se insertan. Queremos partir de destacar este contexto en el que se reactualiza la época de crisis guerras y revoluciones, como Lenin caracterizaba a la época imperialista. Desde la crisis de 2008 hemos visto fenómenos de movilizaciones y lucha de clases extendidos en todo el globo, mismos que se han profundizado al calor de otros fenómenos, la guerra en ucrania, la pandemia, etc.
Desde 2011 hemos visto lo que podemos caracterizar como dos ciclos de la lucha de clases. El primero iniciado con la primavera árabe, siendo Egipto el punto más álgido donde vimos concretamente una situación revolucionaria. Este ciclo de la lucha de clases se extendió en otras partes del globo con los fenómenos de la toma de plazas (indignados en el EE, Ocupy wall Street en EEUU, Turquía y la toma de la plaza Taksim, las protestas de junio en Brasil en 2013. Y un segundo ciclo iniciado con los chalecos amarillos en Francia contra la subida de los precios de los combustibles y por la pérdida del poder adquisitivo, y que en 2019 se extendió en parte de América Latina con protestas en Ecuador, Colombia, siendo uno de los puntos más álgidos la revuelta chilena que cuestionaba que dicho país había sido la punta de lanza de la implementación de los planes neoliberales que cortaron con los derechos conquistados en décadas previas, llevando a condiciones de profunda precarización laboral y de vida, y el recorte de derechos básicos como educación y salud, se estima que al menos en 37 países hubo protestas masivas, con diversas demandas, pero que en general un eje articulador de las mismas era las demandas en torno al empeoramiento de las condiciones de vida. Cabe señalar que en este segundo ciclo se da la entrada en escena de lo que MM caracteriza como los “perdedores absolutos” es decir, sectores empobrecidos, precarizados, incluso desempleados (muchxs de ellxs jóvenes y mujeres) que quedaron por fuera del “pacto social” neoliberal. Este ciclo se cortó con la pandemia, pero empalmo con nuevas movilizaciones, algunas de ellas movilizaciones antigubernamentales como en Myanmar (ex Birmania), movilizaciones antirracistas como las protestas del BLM en EEUU en 2020 luego del asesinato de George Floyd a manos de la policía estadounidense, y otros fenómenos de lucha de la clase trabajadora como luchas por la sindicalización, nombradas como la Generación U en EEUU.
Más recientemente (2022-2023) vimos nuevos procesos de la lucha de clases, enmarcados por la Guerra en Ucrania, que no solo implicó a Rusia y Ucrania, sino una ofensiva militarista por parte de las potencias imperialistas y gran parte de Europa que llevó a un reforzamiento armamentístico que se tradujo en inflación y pérdida del poder adquisitivo de las familias trabajadoras en Europa. En este contexto vimos la irrupción de la clase trabajadora francesa contra la reforma a las pensiones de Macron, que se combinaron con huelgas por el salario, en el Reino Unido huelgas como no se veían desde los años 80, y múltiples huelgas y protestas de trabajadores en diversos puntos de Europa que exigían mejoras salariales señalando la inflación y la pérdida de poder adquisitivo. Lo interesante de estas protestas son el retorno de los métodos tradicionales de la clase trabajadora, aprovechando los lugares estratégicos que ocupan, es decir, la capacidad que tienen de parar la producción. También vimos protestas en Perú contra el golpe de Institucional encabezado por Dina Boluarte. Más recientemente hemos visto movilizaciones masivas que repudian el genocidio en Palestina, denunciando al Estado de Israel, donde lo que llama la atención so las movilizaciones masivas que son históricas en los países centrales como EEUU, Reino Unido, Francia, y también vemos como vuelve el fantasma de la primavera árabe, donde nuevas protestas en la región cuestionan el colonialismo y el imperialismo, y el respaldo que sus gobiernos dan al genocidio del Estado sionista de Israel.
A la par hemos visto el desarrollo del movimiento de mujeres a nivel internacional, con movilizaciones que empezaron a extenderse con el “ni una menos” en Argentina, desde 2015, que en México tuvo su correlato con las movilizaciones del 24A “Vivas nos queremos”, que denunciaban la violencia machista y el feminicidio que se extendía en la región, el fenómeno del feminicidio que en países como México u otros donde se combinan los elementos de precarización, militarización y violencia siendo un combo moral para las mujeres. También vimos desde el 2018 un nuevo empuje de las movilizaciones por derechos sexuales y reproductivos, desde la marea verde en Argentina que luego de años de movilizaciones masivas logró arrancar la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, una marea verde que se ha extendido en América Latina, y otros lugares del globo donde aún no está conquistado este derecho, conquistando la despenalización también en Colombia, y en México arrancando fallos de inconstitucionalidad a la penalización del aborto. Pero también está lucha por el aborto se reavivó en aquellos países donde este derecho se había conquistado en décadas previas, y que los gobiernos buscaron hacer retroceder o imponer mayores restricciones como en el Estado Español, EE. UU. y Polonia.
Estas movilizaciones tuvieron un mayor empuje desde el 2017, la Womens March convocada en EE. UU. y replicada en diversas ciudades del mundo, que denunciaban la llegada del derechista conservador de Trump a la presidencia de EE. UU. y lo que ello implicaría para los derechos de las mujeres y disidencias, no solo en EE. UU. sino a nivel internacional, aunque muchos de esos sectores fueron capitalizados y cooptados por el Partido Demócrata; más allá de sus límites, el elemento positivo es que esto derivó después en el llamado a Paro Internacional de Mujeres el 8M de 2017, donde destacan dos elementos, por un lado, el carácter internacional de una jornada de lucha por nuestros derechos, reviviendo el espíritu de cómo surgió realmente el 8 de marzo como día internacional de las mujeres, propuesto por las socialistas desde 1910, y por otro lado, el método del paro o la huelga, que en lugares como el Estado Español o Argentina, lograron hacerlo efectivo, es decir, retomando los método de lucha de la clase trabajadora, y mostrando que esta es cada vez más feminizada. Estas convocatorias se replicaron en años posteriores, y aun ahora, se sabe que el día 8M es un día de lucha y movilización donde las mujeres de todo el mundo denunciamos la violencia, la precarización y la falta de derechos elementales como el derecho al aborto. También vimos el levantamiento de las mujeres en Irán desatado por el asesinato de Mahsa Jina Amini, a manos de la policía en septiembre de 2022, por negarse a ponerse el velo, y que paso de una serie de protestas a convertirse en una revuelta mucho más amplia contra el régimen iraní.
Vemos entonces el desarrollo de la lucha de clases y del movimiento de mujeres, que aunque en paralelo, no hay una franja que los divide, tanto por la composición de los movimientos, es decir, hablamos de que en las huelgas o protestas de trabajadores hay cada vez más una amplia composición femenina, como también no podemos dejar de señalar que, aunque atomizadas, muchas de las movilizaciones de mujeres están nutridas por mujeres trabajadoras; y también por sus demandas, es decir, un cruce entre demandas propias del movimiento de mujeres, y demandas de otros movimientos o en concreto del movimiento obrero. Por ejemplo, no podemos pensar el fenómeno de lo que fueron “Las Tesis” con un performance que se extendió a nivel internacional, sin pensar en la revuelta chilena, porque precisamente ese performance se dio en un contexto en el que se denunciaba la violencia sexual que aplicaba la policía en la revuelta chilena a las mujeres. O la participación de las mujeres en las protestas en centros de trabajo donde somos mayoría como el sector salud, y las múltiples protestas en medio de la pandemia por la falta de insumos, el sector educativo que ha tenido protestas muy importantes denunciando la falta de recursos y los bajos salarios. Más recientemente con el llamado a la acción global feminista convocada para el 25 de noviembre, donde cientos de organizaciones a nivel internacional, han convocado a que el día de acción contra la violencia hacia las mujeres, se destaque la violencia a hacia las mujeres e infancias en Palestina, denunciando el genocidio y la ofensiva de Israel.
El movimiento de mujeres, entonces, ha comenzado a ir más allá de las demandas propias del movimiento, pues se comienza a señalar como responsable de la opresión que vivimos no solo al patriarcado sino también al capitalismo.
Yara: Es pues en este marco de lucha de clases a nivel internacional que vemos un retorno a viejos debates y nuevas lecturas de los feminismos anticapitalistas, por englobar en una definición a un amplio espectro de feminismos que critican al sistema capitalista y su particular aprovechamiento del patriarcado como sistema de opresión. Debates sobre el trabajo reproductivo, la violencia, la intersección de las opresiones como el racismo, el patriarcado, la cis heteronorma, etc. han vuelto a las discusiones acaloradas entre feministas.
Este resurgimiento de un movimiento de mujeres que toma las calles está directamente vinculado con el aumento de la precarización laboral, la pobreza y el despojo. Según la actualización de 2023, 1.100 millones (poco más del 18 por ciento de una población de 6.100 millones de personas) viven en situación de pobreza multidimensional aguda en 110 países. Esto contemplando que durante la pandemia este índice se disparó: el total de personas pobres ascendió a 209 millones a finales de 2020, 22 millones de personas más que el año anterior. Esto se agudiza si integramos una óptica de género, que arroja que de la población pobre mundial un 70% son mujeres, y representamos la mitad de las cifras de la población desplazada por guerras o cambio climático. Si nos centramos en México para pensar la situación laboral, las mujeres seguimos enfrentando mayor desocupación y una brecha salarial del 48% que creció este 2023, con trabajos más inestables y asumiendo en mucha mayor medida el trabajo de cuidados, según cifras del Foro Económico Mundial. Estas cifras sirven de apoyo para develar que décadas de avance en materia legislativa, en política pública y en ocupación de cargos representativos son un avance aún insuficiente para acabar la violencia contra las mujeres.
Estas décadas se ha aprobado un paquete de legislaciones sin precedentes como resultado de la aplicación de tratados y acuerdos internacionales que buscan lograr la paridad de género y el fin de la desigualdad, pero el resultado de las mismas ha sido en gran medida impotente, ha implicado una escalada en el castigo que no ha frenado la violencia y mucha legislación con perspectiva de género que no ha cambiado la realidad de millones de trabajadoras del campo y la ciudad, ni de las migrantes.
Lejos de acabar con la violencia y la desigualdad, lo que se acabó durante décadas fue un movimiento de mujeres que impusiera su agenda en las calles, con la movilización combativa y la articulación con otros sectores en lucha, pues el feminismo institucional avanzó durante los 80’s, 90’s y a inicios de siglo XXI y dio prioridad al lobby con empresarios, fuerzas de los distintos gobiernos capitalistas y trabajo de escritorio en las ONG’s. Abandonó la protesta en las calles para cambiarla por la lucha en las urnas y desde las instituciones, y rompió con una tradición de combatividad que atravesó todo el siglo pasado, desde las sufragistas hasta las socialistas y renunció a una férrea crítica al Estado y al capitalismo. El estado como órgano de dominación de la clase propietaria, la burguesía, pasó a ser neutral, como si por el ingreso de algunas mujeres y feministas, el carácter de clase de este Estado cambiara y pudiera ponerse del lado de las mayorías a las cuales reprime y mantiene en la miseria con sus instituciones y leyes, como la policía, el ejército, el sistema carcelario que profundizan la violencia contra nosotras. Y el capitalismo pasó a ocupar todo el horizonte de sentido, renunciando a la perspectiva de acabar con él y poner en pie un sistema al servicio de las grandes mayorías trabajadoras.
Hoy, el resurgimiento del movimiento de mujeres es también producto del fracaso de esta estrategia gradualista e institucional de conquista de derechos formales de manera disociada a la perspectiva de lucha por la transformación radical de la sociedad. Esa perspectiva anticapitalista terminó relegada a algunos debates universitarios, a algunos proyectos contraculturales que buscaban construir espacios las mujeres y disidencias, y en algunas elaboraciones de los feminismos marxistas negros que cuestionaban la institucionalización y la agenda de los feminismos institucionales desde su óptica de privilegio blanco.
A la par, a inicios del siglo vimos un desplazamiento de una perspectiva social a una individual, enfocado a los discursos y enfoques culturalistas de nuevos sujetos en las teorías críticas, expresión ideológica de la brutal ofensiva neoliberal que desmanteló sistemáticamente las conquistas arrancadas el siglo previo y fragmentó sin precedentes a la clase trabajadora. Este discurso triunfalista se posó como una nueva narrativa ideológica que aseguraba el triunfo del capitalismo, el fin de la historia y la desaparición de la clase obrera, dando paso a nuevos sujetos como el movimiento juvenil no global o los pueblos originarios y campesinos a los que se instaba a resistir. La realidad sin embargo es que la clase trabajadora se extendió y fortaleció a nivel internacional, aumentando su peso específico y enfrentando el desafío de reconstruir sus organizaciones políticas, tras la desaparición de sindicatos estratégicos muy poderosos y tras la tergiversación que el estalinismo, encarnado en el socialismo real, hizo del marxismo al presentarlo como una teoría mecánica y economicista, que dejaba en segundo plano la lucha contra las opresiones, mientras pactaba con el imperialismo y jugaba un rol contrarrevolucionario en los procesos más agudos de la lucha de clases del siglo pasado. Pero esta clase obrera, más fuerte y masiva, hoy es a la vez más racializada y feminizada que nunca antes, lo que plantea por primera vez la posibilidad de hablar de una clase obrera en femenino, de nosotras el proletariado, y de unificar la lucha contra la opresión racista, colonial y patriarcal al combate al sistema de explotación capitalista. Pero sobre esto volveremos más adelante.
La clave que queremos señalar en este proceso es que, en este retorno de los feminismos anticapitalistas, es la lucha de clases la que ha impuesto de nuevo nuestra agenda en los congresos y las políticas de diversos gobiernos capitalistas. Y ha reabierto un debate sobre el sujeto capaz de acabar con la violencia y de transformar de raíz esta sociedad, así como de las alianzas y métodos de lucha para conquistar esta perspectiva.
Joss: Abordar los fundamentos de los distintos feminismos anticapitalistas nos llevaría demasiado para una charla a charla, debido a la diversidad y amplitud de la tradición feminista pues Dentro de los feminismos anticapitalistas podríamos contemplar a los feminismos comunitarios y autonomistas, los feminismos del trabajo reproductivo, a los anarcofeminismos, las feministas interseccionales, los feminismos socialistas y los feminismos populares. Pero queremos concentrarnos en dos que consideramos muy populares en nuestra región. Los feminismos populares/ del 99% y los feminismos autonomistas.
Voy a abordar brevemente los feminismos populares, que se dieron a conocer con la publicación del manifiesto de un feminismo para el 99 % escrito por Tithi Bhattacharya, Cinzia Arruzza, y Nancy Faser. Este manifiesto surge a partir de dos fenómenos particulares, por un lado, a raíz de la women´s March que ya mencionaba hace un momento, y también en un momento en el que resurgen diversos debates en torno a que perspectiva podía tomar el movimiento de mujeres. Como ya señalaba Yara, en torno al retorno de los feminismos anticapitalistas, surge como contraposición del feminismo liberal, y para visibilizar otras opresiones que atraviesan a la mayoría de las mujeres dicen: “En el vacío producido por el declive del liberalismo, tenemos la oportunidad de construir otro feminismo...” Más adelante veremos que ese vacío no es tal.
Como elementos progresivos hay que destacar por un lado el llamado a un feminismo internacional, o una coordinación internacional, y también en señalar que la opresión a las mujeres es una cuestión estructural en el sistema capitalista, por lo que, para acabar con ella, la salida solo podrá conseguirse con una transformación radical y colectiva. Sin embargo, cuando es difícil encontrar en particular la salida estratégica (es decir, para vencer) pues solo se queda dibujado de forma abstracta como un llamado a unir los movimientos existentes y futuros para una insurrección global de amplia base; la debilidad es que no hay una caracterización más profunda de cómo enfrentar al Estado capitalista, y dentro del propio manifiesto esta desdibujado como este tiene el monopolio de la fuerza y además de múltiples mecanismos de cooptación y asimilación de los movimientos. Por esto justo señalaba lo que ellas nombran como un “vacío” y que no es tal, pues además de las fuerzas de derecha, o populismo de derecha como el fenómeno Trump, también hay una serie de actores políticos que, aunque pueden cuestionar el neoliberalismo el problema es que han sido parte del sostén de este sistema en momentos posteriores a los ciclos de la lucha de clases, como PODEMOS en el Estado Español, o por ejemplo más recientemente Boric en Chile después de la revuelta. Por ejemplo, dos de las autoras del manifiesto, declararon su apoyo en determinado momento a Bernie Sanders, parte del Partido Demócrata que es sostén del imperialismo estadounidense.
Sobre la formulación como tal de un feminismo para el 99 %, es interesante en tanto que señala que hay sectores con los cuales se pueden tejer alianzas y en señalar claramente, como lo hicieron en el movimiento Occupy Wall Street, que hay un 1% que se beneficia, que son los más ricos. El problema es que, para pensar en nuestras alianzas y nuestros enemigos, no solo hay que pensar a la gran burguesía imperialista que está concentrada en ese 1 % sino a una serie de actores que componen más que ese 1 %, como las burguesías nacionales, los políticos al servicio de los empresarios, las iglesias, etc. Por lo que consideramos que una tarea fundamental para el feminismo anticapitalista consiste en pensar precisamente quienes son nuestros aliados y quienes nuestros enemigos.
Otro de los puntos interesantes, es que el manifiesto vuelve sobre la idea de qué métodos para enfrentar las opresiones, y en particular se vuelve a una palabra que los capitalistas han intentado esconder hasta debajo de las piedras que es la huelga. El que hoy esté puesto el termino huelga, permite que el movimiento de mujeres (que es pluriclasista y en realidad se visibiliza más la participación de sectores ilustrados, de las universidades, etc.) entable dialogo con amplios sectores de trabajadoras asalariadas. Sobre todo contemplando que aproximadamente el 47 % de la clase trabajadora hoy está compuesta por mujeres, hoy cuando hablamos de la clase trabajadora no se habla del “proletariado masculino blanco”, sino de una clase trabajadora feminizada y racializada; y que permite denunciar a las burocracias sindicales que no mueven un dedo por nuestras demandas y exigir a las direcciones de los sindicatos que las mujeres podamos formar parte de nuestras organizaciones en centros de trabajo y estos se pongan en favor de nuestras luchas. Ahora, se corre el riesgo a que se le nombre huelga a cualquier acción feminista, algo que quita lo filoso del método que es presionar a los capitalistas donde más les duele, que es en sus ganancias, y una demostración de fuerzas de quien es quien puede parar o echar a andar el mundo; esto lo señalo porque las autoras del Manifiesto llevan el tema de la huelga a un “terreno más amplio, más allá de lo laboral”, hacia el terreno del trabajo reproductivo. Esto es importante señalarlo porque si bien el manifiesto acierta (como la teoría de la reproducción social) en señalar el peso que tiene el trabajo reproductivo en el capitalismo y como es un aspecto central en la opresión a la mujer, lo cierto es que, por un lado obvia como ya decíamos la participación de las mujeres en el ámbito productivo, pero por otro lado, como señala Lorna Finlay, “el abandono del trabajo remunerado golpea al capitalista con la pérdida permanente de ganancias. El abandono del trabajo reproductivo no remunerado es menos directo.” En algunos casos no es una opción y cuando el trabajo no es de vida o muerte, “el capitalista no sufre, ni siquiera se da cuenta”.
Yara: Los feminismos autonomistas que van de un espectro desde Silvia Federicci hasta el zapatismo, se caracterizan por un horizonte de crítica anticapitalista y búsqueda de autonomía -el poder hacer- a partir de la construir entramados alrededor de lo que llaman los comunes y su lucha contra la fragmentación y en defensa de los bienes comunes. El primer aspecto progresivo es sin duda la noción colectiva de lucha por otra forma de vida para todes, la crítica al trabajo asalariado, a la división sexual del mismo y a la violencia y despojo que enfrentan comunidades y poblaciones enteras en zonas rurales de todo el mundo, así como una crítica a las prácticas y políticas colonialistas de los gobiernos y los imperialismos. Aunque desde ya eso no es una visión exclusiva de los feminismos autonomistas o comunitarios.
La posibilidad de construir aquí y ahora en algunos territorios una práctica comunal, de igualdad y autonomía en el hacer, posibilitando la máxima de cambiar el mundo sin tomar el poder que remite a John Holloway. Esto tiene dos implicaciones: 1) la contraposición entre sujetos de los llamados movimientos sociales, con la clase trabajadora -como si no estuviera, como decíamos, racializada y feminizada, y 2) la noción de que podríamos escapar del capitalismo y del Estado sin enfrentar la resistencia organizada de la clase propietaria.
Por ejemplo, en el caso de Federicci, esta concepción en el debate sobre la reproducción social le lleva a ubicar a las trabajadoras del hogar como sujeto central de la lucha contra la explotación, sin considerar que el capitalismo aprovecha al patriarcado para naturalizar que las mujeres asuman el trabajo reproductivo como deber social ahorrándole a los capitalistas la inversión en la reproducción de la fuerza de trabajo que explota en los circuitos productivos del capital. Es decir, sin considerar que la lucha por el socializar el trabajo reproductivo pasa por luchar contra la explotación capitalista en todas sus expresiones, empezando por acabar con la explotación asalariada y la individualización de los costos de reproducción de la humanidad. Esto sin problematizar cómo enfrentar a la burocracia sindical que mantiene arrodillados a los batallones obreros o a la policía y las fuerzas del orden que irrumpirán para reventar todo proceso de organización obrera y popular.
Quizá donde más claramente se ve esto es en el permanente hostigamiento de las comunidades autónomas zapatistas, que, tras cumplir 40 años de resistencia, no han podido terminar con el paramilitarismo de un Estado con el que no se puede llegar a un acuerdo de neutralidad. En este caso, como para las zapatistas como para feministas comunitarias, el sujeto central de la lucha contra el capitalismo-colonial-patriarcal son las indígenas junto a sus comunidades las que defienden el cuerpo territorio de la voracidad del despojo, sin contemplar alguna perspectiva para las ciudades y territorios urbanos, renunciando a una estrategia para golpear al capital en su centro de gravedad, construir volúmenes de fuerza social capaces de destrozar su maquinaria represiva y sustituirla por nuevas formas de gobierno que se articulen a nivel nacional sobre otra propiedad colectiva de los medios de producción y la tierra.
De aquí que la relación entre la política, los objetivos últimos y los medios a conquistar para lograrlos, así como la discusión sobre quién es el sujeto que puede encarnar esta perspectiva no pueden separarse. La lucha por acabar con el poder político y económico de los capitalistas está íntimamente vinculada a la lucha contra el patriarcado y el racismo y colonialismo.
El patriarcado, en el capitalismo, se reconfigura a partir de dos mecanismos al servicio de la acumulación del capital: como decíamos, se ahorra la reproducción de la fuerza de trabajo al naturalizarla como tarea propia de las mujeres; pero también profundiza la explotación del conjunto de la clase trabajadora aprovechando los prejuicios patriarcales para justificar menores salarios y peores empleos a las mujeres, presionando a la baja los salarios de todos los trabajadores y sumando millones a las filas del gran ejército de reserva mundial que conforman las y los desocupados. Con el racismo, un sistema que fue clave para el colonialismo, el despojo y la explotación que dieron origen al capitalismo sucede de forma similar. Sin el racismo no se podría garantizar la masiva apropiación de recursos provenientes de las colonias (del sur global) por parte de países imperialistas, acumulación sin la cual no podríamos hablar de ese primer mundo de las metrópolis. Reconocer una dimensión de imbricación entre estos sistemas de opresión, donde desde nuestro punto de vista es el capitalismo el que articula el funcionamiento y aprovechamiento de los mismos, implica necesariamente desplegar una perspectiva anticapitalista para enfrentar dicha opresión. No habrá forma de acabar con el machismo, la violencia contra las mujeres y disidencias y el racismo, tampoco con las políticas colonialistas ni antiinmigrantes, si no se vincula la lucha contra estas opresiones al combate contra el sistema capitalista que sienta las bases económicas y políticas hoy para mantener estos sistemas de dominación.
Los fenómenos de desposesión, como parte de otras tendencias del capitalismo actual, lejos de invalidar, reactualizaron la necesidad de una estrategia revolucionaria centrada en el rol hegemónico que puede jugar la clase trabajadora. Imaginar hoy un movimiento feminista anticapitalista obliga a reconsiderar el sujeto político: sin las mujeres asalariadas que constituyen la mitad de la clase enormemente mayoritaria de la sociedad, y sin encabezar éstas a la mayoría de su clase y otros sectores de la población, no hay posibilidad de acabar con la violencia machista. Por otro lado, esta nueva composición de la clase trabajadora representa una enorme ventaja.
Los resortes fundamentales de la economía y la generación de riquezas siguen estando en manos de esa clase trabajadora hoy están fragmentadas por color, nacionalidad, género, orientación sexual, saí como por sectores y categorías laborales. Pero esta clase ostenta la posibilidad de paralizar los circuitos de la producción y la circulación de mercancías, de detener los servicios y las comunicaciones, la logística y el transporte, los trabajos esenciales que se visibilizaron en la pandemia, así como los centros neurálgicos de la economía. Las trabajadoras debemos pelear porque nuestra clase conquiste esa hegemonía, esa posibilidad de articular alrededor de un programa que reorganice toda la producción y la economía en función de las necesidades de las grandes mayorías laboriosas, sosteniendo las demandas de todos los sectores oprimidos. Esta es la ubicación desde la que nos situamos las socialistas. La disyuntiva hoy es si las feministas anticapitalistas que formamos parte de un espectro amplio, creativo y fértil en el movimiento feminista, nos limitaremos a organizar la resistencia episódica, donde se pueda, o si vamos a armarnos de un programa y una estrategia para vencer, para transformar el mundo de raíz. Esto implica no solo pelear por la unidad entre las luchas, entre toda la clase trabajadora y superar las múltiples divisiones impuestas por la clase dominante, sino también superar el desafío de levantar una política independiente a las distintas variantes burguesas que con un discurso más o menos progresista han instrumentalizado nuestras demandas y buscan convencernos de abandonar las calles y la perspectiva de la transformación radical de la sociedad, de la revolución. La dinámica del último período de lucha de clases y de desarrollo del movimiento feminista nos debe ayudar a evitar el peligro de desvío, de institucionalización y de dispersión de la energía social que vemos en movilizaciones, revueltas enormes y verdaderas rebeliones como las que mencionábamos al inicio de la sesión, gracias a diversos mecanismos y actores al servicio de la dominación del capital. Las movilizaciones más profundas y masivas no han logrado tocar la médula espinal del sistema capitalista, el Estado y sus instituciones.
Por eso consideramos que es crucial que discutamos porque un feminismo anticapitalista debe de acompañarse de una perspectiva antiimperialista muy clara, de una perspectiva internacionalista, antirracista, anticolonial, pero también de una perspectiva socialista, que enfoque en el centro de nuestros esfuerzos organizativos el rol de la clase trabajadora y la necesidad de construir un poder político de las mayorías laboriosas. Para construir un feminismo de la lucha de clases, del combate callejero, de la autoorganización en todos los centros de trabajo y estudio y que dispute en todos los terrenos la influencia política de la burguesía, Pan y Rosas busca aportar, con sus modestas fuerzas, aportar a construir una alternativa política para las mujeres, jóvenes y para las mayorías trabajadoras a nivel internacional.
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