El periodista y escritor Gustavo Pecoraro responde a las afirmaciones de Álvaro Zicarelli, referente de la derecha que, en su libro "Cómo derrotar al neoprogresismo" se propone librar una batalla política contra los derechos democráticos y las libertades civiles conquistadas en los años recientes.
Gustavo Pecoraro @gustavopecoraro
Martes 21 de junio de 2022 12:15
Mientras una bala asesinaba al Che Guevara en Bolivia miles de personas LGTBIQ+ eran violentadas, agredidas, discriminadas o asesinadas en el mundo entero: bajo regímenes democráticos, islamistas, o dictaduras de todo tipo que abarcaban desde el fascismo al estalinismo.
Cuando el escritor cubano Severo Sarduy escribió su novela Gestos, pensó en una frase que dijera la mulata protagonista: “Lo primero para hacer la revolución es ir bien vestida”.
Considerado el novelista-teórico hispanoamericano más importante del siglo XX, el régimen cubano lo obligó al exilio francés del capitalismo de la nouvelle vague donde el sida lo encontró y venció.
Antes del sida, antes de Castro, antes de los Umaps, la derecha y el capitalismo en asociación con las iglesias (todas y cada una de ellas) hacía siglos que perseguía como enfermas y enfermos a los gays y al colectivo LGTBIQ+
Escribió el teórico español Ricardo Llamas en su libro “Teoría torcida” que ser un maricón activista es de alguna manera “hacer la izquierda”, aunque fuese él mismo consciente que la izquierda nos había condenada por muchísimos años.
El camino de transitar la izquierda y los movimientos sociales demuestran que los cambios (las revoluciones) pueden ser grandes acciones populares con empoderamientos masivos rodeados de intensa lucha, pero también que si esos empoderamientos y esa lucha no han destruido los preconceptos, el machismo, los prejuicios, las limitaciones personales o las contradicciones, las revoluciones nacen rengas.
Decir que un gay no puede ser de izquierda porque el Che y Fidel Castro nos condenaban o nos encerraban en “campos de reeducación”; o que Perón era autoritario, como pregona las páginas de "Cómo derrotar al neoprogresismo", de Álvaro Zicarelli, es haberse quedado en un setentismo que demuestra poca lectura, un atemporal análisis y una precaria forma de hacer política con el almanaque parado antes -incluso- del último golpe genocida de la Argentina.
La militancia LGTBIQ+ en la Argentina comenzó en el mismo momento que la concepción de la izquierda estalinista nos nominaba para “curarnos”. Tiene un largo recorrido histórico y una tenacidad que nos ha llevado a ser uno de los países con mayor marco legal regulatorio en defensa de las personas lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, travestis, intersexuales y no binarias.
Estas conquistas fueron motorizadas con absoluta certeza por la izquierda y los progresismos democráticos.
No es casual que el fundador del primer grupo organizado de homosexuales haya decidido formarlo luego de abandonar decepcionado su militancia en el Partido Comunista de la Argentina: esa persona se llama Héctor Anabitarte, y vive en Madrid (España), donde se exilió con su compañero de vida Ricardo Lorenzo ante el golpe militar fascista y genocida de 1976.
Los devenires autocríticos que ha hecho la izquierda en temas de la diversidad sexual tienen que ver precisamente con el trabajo interno que han hecho sus militantes LGTBIQ+ para derrotar los dogmas que mantenía. Lo han promovido las feministas, gays, lesbianas y trans discutiendo codo a codo en el interior de esos partidos contra el machismo y el patriarcado.
Escribiendo, visibilizándose. Discutiendo esos dogmas de tú a tú, con orgullo y posiciones claras.
También la casi desaparición de los proyectos comunistas o estalinistas y su visión del “hombre nuevo” ayudaron.
Pero incluso en lugares como Cuba, es tramposo un análisis como el que pretende Zicarelli, y no hablar del trabajo que ha hecho Mariela Castro con el Cedesex, o el incipiente y resistente movimiento LGTBIQ+ que se planta ante el Estado Cubano y su continuo desprecio.
Hay que oír con los oídos bien abiertos la “voz del pueblo cubano” y no decir que todas las cubanas o cubanos son lo mismo, ni tampoco que la Embajada de EEUU está detrás de cada una de las personas que apoyan las rebeliones por libertad y más democracia.
Ese devenir que hizo la izquierda también lo hizo la derecha, a regañadientes e incluso por la misma presión de su propia militancia, cuando transversalmente acompañó aprobaciones como la del Matrimonio Igualitario, la Ley de Identidad de Género, el Aborto, el Cupo Trans, o -allá lejos y hace tiempo (año 1996), y no menos importante- la aprobación del Artículo 11 de la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires, conocida como cláusula antidiscriminatorio. Primer logro legal de nuestro colectivo en el país, que sentó jurisprudencia para todas las leyes que vinieron más de una década después; que fue pensado por Carlos Jáuregui y elaborado por el equipo de legales de la agrupación Gays por los Derechos Civiles.
Sí, la militancia de izquierda y del progresismo democrático fue herramienta fundamental para todas estas conquistas.
También el recambio generacional que tensionó los grandes partidos de la Argentina (incluso al PRO) con vientos de libertad.
Tampoco toda la izquierda fue igual aunque se parecieran.
Como dice María Moreno: “en el árbol genealógico rojo de la Argentina no era lo mismo descender de Trotski, autor de Literatura y revolución y Problemas de la vida cotidiana, que de Stalin y su purga de homosexuales. No era lo mismo recibir la hostia doctrinaria de Nahuel Moreno (trotskista y líder del PST - Partido Socialista de los Trabajadores) que de Victorio Codovilla (comunista asimilable a un cura rojo)”.
Adjunto a las palabras de María Moreno, la pregunta de Pedro Lemebel en 1986 “¿cuando mi voz se ponga demasiado dulce” qué hará ese revolucionario?”.
Foto: Álvaro Zicarelli junto al libertario derechista Javier Milei, de quien es su asesor.
Ha corrido mucho río desde los años en los que se detiene "Cómo derrotar al neoprogresismo", donde la derecha y la izquierda dominante estrechaban sus manos en nuestra contra, donde éramos la decadencia burguesa o los enfermos.
Es cierto que Fidel Castro nos encerró en campos de concentración o nos expulsó al capitalismo de Miami no sin antes advertirnos que “la revolución no necesita de los peluqueros”.
Pero, así como Fidel quería “corregirnos”, la derecha nos metía en cárceles, nos perseguía por las calles o nos mataba.
Reynaldo Arenas, el escritor cubano que más visibilizó el odio que Castro tenía con los homosexuales -con la complicidad de la mayoría de la izquierda mundial de esos tiempos- escapó melancólico y murió en la soledad de los Estados Unidos con la pena de saber que nunca volvería a pisar el Malecón y que su condición de marica y de persona viviendo con VIH era de por sí una maldición en tierra cubana.
Fuimos para la izquierda y para la derecha los inconvenientes y los enfermos. Los silenciosos y los silenciados. Los que no deben verse y los que no deben mostrarse.
“Hablar de homosexualidad en la Argentina, no es solo hablar de goce, sino de terror. Esos secuestros, torturas, robos, prisiones, escarnios, bochornos, que los sujetos tenidos por ‘homosexuales’ padecen tradicionalmente en la Argentina -donde agredir putos es un deporte popular- anteceden, y tal vez ayuden a explicar, el genocidio de la dictadura [...] Acá los machos no han precisado de una revolución para matar putos.” escribía Néstor Perlongher.
Pero ¿y la derecha ha hecho alguna autocrítica? ¿la Iglesia del Vaticano ha confesado la hipocresía interna o pedido perdón por asociarnos a las personas que vivimos con VIH a un “justo castigo de Dios”? ¿el capitalismo salvaje que todo lo exprime ha comentado en algún foro mundial sobre la discriminación que pregona sobre las personas LGTBIQ+? ¿los fundamentalismos religiosos han dejado de matar atrozmente a nuestros pares?
No.
¿La hará?
Sin embargo la existencia de personas LGTBIQ+ de derecha, liberales o de centro no es una novedad. Siempre existieron. Para su pena, mayoritariamente en encerradas en jaulas de oro y privilegios; armarios que llenaban con su tristeza o culpa.
La diferencia que existe desde hace unos pocos años, es que esas personas LGTBIQ+ de derecha, liberales o de centro se visibilizan, y lo hacen gracias a que algunas sociedades han levantado el peso de la discriminación debido a las luchas de los colectivos LGTBIQ+ del mundo. La amplia avenida de la libertad que conduce a Ciudad Esmeralda se ha heterogeneizado y cabemos todes. Incluso Zicarelli, quien sin ningún tipo de remordimiento quiere negarnos un lugar a quienes nos consideramos de izquierda o progresistas en la libertad que construimos.
¿Dónde estaba quien se auto supone “heredero intelectual de Juan José Sebrelli” cuando la militancia de izquierda y el progresismo de los grandes partidos de la Argentina peleaban en las calles de todo el país contra la poderosa Iglesia Católica y la Evangélica para conquistar el Matrimonio Igualitario?
¿Dónde estaban sus jefes políticos cuando se aprobaba la Ley de Identidad de Género Argentina que es vista en todo el mundo por el activismo trans como referencia para sus propias leyes?
Acá el tema no es poder ser gay y ser de derecha o neoliberal o de izquierda o progresista. Acá el verdadero debate es que sector ideológico ayuda a que el mundo sea un mundo más libre, con menos discriminación, más justo, sin desigualdades sociales, ni persecuciones, ni matanzas, ni genocidios.
En el mundo gay de Zicarelli sólo entran los que piensan como él. El resto volvemos a ser carne de Umaps con capataces con la careta de Milei o Trump o Bolsonaro o Abascal o Granata.
Pero como decía Pedro Zerolo en un debate con la derecha española: “En su modelo de sociedad no quepo yo, en el mío sí cabe usted”.