Desde el 7 de octubre pasado he hecho muchos vídeos sobre Palestina, pero hoy quiero poder dedicarle algo más de espacio y tiempo, aquel que en ocasiones la inmediatez de las redes sociales no nos permite.
Lunes 7 de octubre
A lo largo del último año son tantos los datos que a veces, desde la lejanía, cuesta entender todo aquello que significan. Millones de familias desplazadas, casi 100.000 heridos, miles de desaparecidos, miles de palestinos y palestinas asesinadas, entre ellos niños y niñas. La cifra de The Lancet impacta: el Estado de Israel habría matado directa o indirectamente a 186.000 palestinos; el 8% de la población de Gaza. Sin agua, sin luz, sin comida, con hospitales y escuelas bombardeados. Pero si en ocasiones los números cuestan de comprender, las ideas son más claras: genocidio, ocupación y complicidad.
El genocidio contra el pueblo palestino que el Estado de Israel lleva décadas perpetrando. 76 años desde la creación del Estado sionista basado sobre la limpieza étnica y la ocupación de las tierras palestinas. La complicidad de las potencias imperialistas que fundaron el régimen israelí para defender sus intereses en Oriente Medio y continúan protegiéndolo y armándolo actualmente.
No nos podíamos quedar quietos y no lo hicimos. Las manifestaciones en solidaridad con el pueblo palestino se extendieron en todo el mundo, centenares de miles de personas salimos a la calle en contra de la masacre en Gaza y la responsabilidad criminal de nuestros gobiernos.
Recuerdo cuando impulsamos el comité estudiantil en solidaridad con pueblo palestino a la Universidad de Barcelona poco después del 7 de octubre. Después el ejemplo de las acampadas en los campus de EE.UU. marcó el camino y el movimiento se extendió. Valencia fue la primera en la Estado Español y nosotros no nos podíamos quedar atrás.
Pasaclases, mensajes por los grupos de clases, una asamblea improvisada de un día por el otro... Y así nació la acampada a la UB. Estudiantes, organizaciones políticas de la izquierda alternativa, sindicatos y profesorado… Resistimos durante semanas y, como hacía tiempos que no sucedía, ganamos. Tras la moción aprobada en el Claustro y celebrado el Consejo de Gobierno, la Universitat de Barcelona se comprometía a condenar el genocidio y la ocupación, así como a romper relaciones académicas y económicas con las empresas e instituciones israelíes o que colaboraran con la opresión del pueblo palestino. A la vez, el acuerdo incluía la exigencia en la Generalitat y el gobierno del Estado Español de actuar en el mismo sentido. Se trataba de una victoria parcial, sobre el papel, todavía por hacerse efectiva – y con absoluta desconfianza respeto el rectorado – pero una victoria en medio de tantas derrotas que recordaba que la lucha era y es el único camino.
El siguiente paso quedaba fijado: la huelga general. El 27 de septiembre, convocada por la izquierda sindical junto con las asambleas surgidas de las acampadas, estudiantes y trabajadores íbamos a la huelga. Pese a la pasividad de CCOO y UGT, aquella jornada nos ha mostrado lecciones y potencialidades: la fuerza de la clase trabajadora. Se organizaron acciones de solidaridad, donde participaron estudiantes, en empresas como Airbus, Amazon u hospitales.
Durante las conversaciones en las manifestaciones, en los breves intercambios haciendo el café de la mañana en la acampada o en las charlas donde te preguntan “¿cómo ves la cosa?” hay una idea que siempre repito: la causa del pueblo palestino ha hecho decir basta ante el “mal menor”.
Porque mientras el gobierno del PSOE y Sumar – como había hecho antes con Podemos – nos habla de subir presupuestos militares y blindar fronteras para defender supuestos valores y libertades, a la vez, mantiene relaciones con Israel y el comercio de armas con él. El mismo gobierno que estos días negaba el asilo a activistas saharauis y los enviaba a manos de la dictadura marroquí. Así, el “progresismo” le ha blanqueado la agenda a la extrema derecha. Hoy el mal menor significa genocidio, asesinados en la frontera y escalada bélica.
En este marco, la extrema derecha aprovecha el blanqueamiento de su agenda y el descontento sembrado para canalizar el malestar hacia el enfrentamiento entre explotados y oprimidos, contra las migrantes, las mujeres y, sobre todo, en defensa de los intereses de las grandes empresas.
Los clásicos límites entre la política interna y externa cada vez son más difusos. No solo por el impacto de la barbarie en Gaza o el Líbano o la proximidad de las muertes en el Mediterráneo, sino porque cada vez se hace más obvio que la clase trabajadora – nativa o extranjera – y los pueblos oprimidos somos víctimas del capitalismo imperialista. Las multinacionales españolas que se benefician del expolio de recursos en la África, Asia o América Latina son las mismas que nos suben los precios de los alimentos. Bancos como el Santander o el BBVA que financian el genocidio a la vez especulan con la vivienda y privatizan la universidad.
La única manera de romper la rueda es dejar de hacerla gira. En el caso del Estado Español, la solidaridad con el pueblo palestino empieza, en primer lugar, por hacer frente al gobierno central y la Generalitat, tal y como apuntaban las acampadas y la jornada del 27-S. El reconocimiento del Estado palestino por parte de Pedro Sánchez no es una salida, sino una legitimación de la ocupación israelí. La invasión del Líbano ahora evidencia que no habrá paz ni libertad por los pueblos de Oriente Medio mientras Israel continúe existiendo y las tropas imperialistas presentes en la región.
La verdadera solidaridad con pueblo palestino no es compatible con ser parte del gobierno ni sostenerlo desde fuera. La solidaridad pasa por exigir al gobierno la ruptura de relaciones con Israel y el fin del comercio de armas, organizándonos en nuestros centros de estudio y de trabajo por el fin de la complicidad venga de empresas o rectorados.
Si una cosa ha demostrado la masacre en Gaza es que no hay salida diplomática por parte de los Estados capitalistas que nos han llevado hasta aquí. Precisamente, la invasión del Líbano deja claro que la misión de la ONU en la región – con presencia de tropas españolas – no era para “proteger la paz”, sino los intereses del Estado sionista. Solo nos queda la única fuerza en que podemos confiar: la nuestra, la movilización de la clase trabajadora junto con las estudiantes, las mujeres y las personas migrantes haciendo frente a la extrema derecha y nuestros gobiernos imperialistas.
La juventud no queremos ser testigos silenciosos del genocidio ni peones de sus guerras. Pero en un mundo donde crecen las tendencias en la guerra entre las grandes potencias en defensa de sus burguesías nacionales, la causa palestina nos ha enseñado una pulsión contraria, la de la solidaridad internacionalista en contra de nuestros gobiernos cómplices. La misma solidaridad que se encuentra a cada desahucio, cada piquete de huelga. Hablamos en esencia de la solidaridad entre todos aquellos explotados y oprimidos.
El problema para el sistema capitalista es que el mismo motor que conduce a la barbarie en busca de ganancia, tarde o temprano, enciende la chispa de las revoluciones. Es momento de prepararse para que estos estallidos no sean apagados, sino propagados en grandes revoluciones que tumben el sistema capitalista y abran paso a una sociedad socialista, basada en gobiernos de trabajadores y trabajadoras que pongan las bases de un mundo donde las relaciones entre pueblos estén basadas en la solidaridad y la cooperación, en una economía organizada democráticamente y desde bajo en base de las necesidades sociales; en definitiva, donde seamos libres de toda explotación y opresión.