Publicamos aquí una traducción al español de una versión extendida de la charla que diera el historiador Paul Le Blanc [1] en La Habana a propósito del ciclo de conferencias de Trotsky en Cuba.
El título de esta charla —”Cuanto más oscura la noche, más brillante la estrella”— es el cuarto y último volumen de la biografía de León Trotsky escrita por Tony Cliff. Relata la vida de quien, en 1917, fue líder central de la Revolución de trabajadores y campesinos en Rusia, misma que convirtió al imperio zarista en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Trotsky, uno de los fundadores del comunismo moderno y del estado soviético, también es el más conocido de aquellos que lucharon contra la degeneración de esa revolución, provocada por una viciosa dictadura burocrática dirigida por José Stalin [2].
Busqué en internet para averiguar de dónde venía el título de ese libro, y aprendí que a menudo se le atribuye a la gran novela Crimen y castigo de Fyodor Dostoievski. Pero también que esto es cuestionable pues, personalmente, no pude encontrarlo en la lectura de dicha novela. Le escribí al biógrafo de Tony Cliff, Ian Birchall, quien comentó que lo consultaría con el hijo de Cliff, Donny Gluckstein y éste le respondió: “Creo que podría haber tomado la frase del Club de Libros de Izquierda de Friedrich Schlotterbeck, The Darker the Night, the Brighter the Stars”. Schlotterbeck era un joven obrero comunista en Alemania cuando se estableció la dictadura de Adolf Hitler en 1933, y su libro de 1947 es un relato inspirador, aunque también resulta un devastador recuento de la resistencia de los trabajadores de izquierda a la tiranía nazi, donde nos enteramos del heroísmo y la horrible destrucción de muchos de sus compañeros, amigos y familiares, quienes permanecieron comprometidos con los ideales socialistas y comunistas [3]. Trotsky había dicho sobre el tema:
Nadie, sin excluir a Hitler, ha asestado al socialismo golpes tan mortales como Stalin. Esto no es difícil de sorprender ya que Hitler ataca a las organizaciones de la clase trabajadora desde afuera, mientras que Stalin lo hace desde adentro. Hitler ataca al marxismo. Stalin no solo lo ataca, sino que lo prostituye. Ni un solo principio ha permanecido sin contaminar, ni una sola idea sin mancha. Los mismos nombres de socialismo y comunismo han sido cruelmente comprometidos... El socialismo significa un sistema social puro y limpio que es adaptado al autogobierno de los trabajadores. El régimen de Stalin se basa en una conspiración de los gobernantes contra los gobernados. El socialismo implica un crecimiento ininterrumpido de la igualdad universal. Stalin ha erigido un sistema de privilegios repugnantes. El socialismo tiene como objetivo el florecimiento integral de la personalidad individual. ¿Cuándo y dónde ha sido tan degradada la personalidad del hombre como en la URSS? El socialismo no tendría ningún valor aparte de las relaciones desinteresadas, honestas y humanas entre los seres humanos. El régimen de Stalin ha permeado las relaciones sociales y personales con la mentira, el arribismo y la traición. [4]
Eso escribía Trotsky en 1937. Y aquellos que creían en tales cosas en la Rusia soviética fueron reprimidos no menos despiadadamente que los comunistas alemanes [5].
Los Oposicionistas de Izquierda que lideró Trotsky persistieron después de su expulsión de la Unión Soviética, fueron detenidos y enviados a los campos de prisioneros en Siberia, llamados “de aislamiento”. “Cuando ya no puedas servir a la causa a la que has dedicado tu vida, deberías darle tu muerte”, estas fueron las palabras de Adolf Joffe, uno de los amigos íntimos y colaboradores de Trotsky, quien se suicidó como protesta contra el estalinismo en 1927. Su joven esposa, María, terminó en el exilio interno en 1929. A medida que la situación de los Oposicionistas condenados empeoraba gradualmente, ella resistió y fue una de las pocas personas que sobrevivió para contar lo que sucedió en la horrible “larga noche” que describe en sus memorias, a finales de la década de los 30. Ella se sostuvo por la creencia fundamental de que “Es posible sacrificar tu vida, pero el honor de una persona, de un revolucionario, nunca”. [6]
Las presiones para ceder fueron intensas cuando la capitulación podía significar la libertad, mientras que permanecer en la Oposición significaba la cárcel y el exilio interminable. En 1934, después de siete años, el compañero cercano de Trotsky, Christian Rakovsky, estaba listo para capitular; sus opiniones son relatadas, posteriormente, por la hijastra de María, Nadezhda Joffe, en quien confió y a quien ganó:
Sus pensamientos básicos eran que teníamos que regresar al partido de cualquier manera posible. Sentía que indudablemente había un segmento en el partido que compartía nuestros puntos de vista de corazón, pero que no había decidido expresar su acuerdo. Y que podríamos convertirnos en una especie de núcleo de sentido común y ser capaces de lograr algo. Dejados en aislamiento, decía, nos estrangularían como pollos [7].
Trotsky rechazó esta lógica, al igual que muchos colaboradores exiliados en las pequeñas aldeas “de aislamiento”. Un sobreviviente recordó los brindis que hicieron —a principios de los 30— el día de Año Nuevo:
El primer brindis fue para nuestras esposas valientes y sufridas y compañeras mujeres, quienes compartían nuestro destino. Bebimos nuestro segundo brindis por la revolución proletaria mundial. Nuestro tercer brindis fue para la libertad de nuestro pueblo y nuestra propia liberación de la prisión [8].
En cambio, pronto serían transferidos a los mortales campos de trabajo en Siberia, a los que se enviaron cientos de miles de víctimas de las purgas de 1935 a 1939 —incluyendo a la mayoría de los capituladores y muchos otros miembros del Partido Comunista— mientras se reforzaba la represión estalinista en todo el país. El secretario del Partido Comunista Palestino, Joseph Berger, recordó más tarde a los Oposicionistas de Izquierda, a quienes conoció durante su propia experiencia mientras estaba detenido en Moscú, en 1936:
Mientras que la gran mayoría había ‘capitulado’, seguía habiendo un núcleo duro de intransigentes trotskistas, la mayoría de ellos en cárceles y campos. Todos ellos y sus familias habían sido confinados en los meses anteriores y se habían concentrado en tres grandes campos: Kolyma, Vorkuta, y Norilsk ... La mayoría eran revolucionarios experimentados que habían luchado en la Guerra Civil, pero se habían unido a la Oposición a principios de los años veinte [...] Puristas, temían que su doctrina se contaminara [...] Cuando acusé a los trotskistas de sectarismo, dijeron que lo importante era “mantener el estandarte inmaculado [9].
El relato de otro sobreviviente, impreso en la publicación de mencheviques rusos emigrados, Mensajero Socialista, recuerda a “los trotskistas ortodoxos” del campo de trabajo de Vorkuta quienes “estaban decididos a permanecer fieles a su plataforma y a sus líderes” y “a pesar de que estaban en prisión, continuaron considerándose comunistas; en cuanto a Stalin y sus partidarios, ‘los hombres del aparato’, ellos eran caracterizados como renegados del comunismo”. Junto con sus partidarios y simpatizantes —algunos de los cuales nunca habían sido miembros del Partido Comunista— sumaron miles en esta zona. A medida que se difundieron las pruebas de los juicios de Stalin diseñados para incriminar y ejecutar a los viejos líderes bolcheviques —y al deteriorarse las condiciones en el campamento— todo el grupo de trotskistas “ortodoxos” se unió. El testigo recuerda el discurso de Sócrates Gevorkian:
Ahora es evidente que el grupo de aventureros estalinistas ha completado su contrarrevolucionario golpe de Estado en nuestro país. Todas las conquistas progresivas de nuestra revolución están en peligro mortal. No son las sombras del crepúsculo sino las de la profunda noche negra que envuelve a nuestro país. [...] Ningún compromiso es posible con los traidores y los verdugos estalinistas de la revolución. Pero antes de destruirnos, Stalin tratará de humillarnos tanto como pueda... Nos dejaron como único medio de lucha en esta desigual batalla: [...] la huelga de hambre [...] la gran mayoría de los presos, sin importar su orientación política, siguió este ejemplo [10].
La huelga de hambre de 132 días —que duró desde octubre de 1936 hasta marzo de 1937— fue poderosamente efectiva y obligó a los oficiales del campo y sus superiores a rendirse ante las demandas de los huelguistas.
Teníamos un periódico verbal, La Verdad tras las Rejas, le dijo a Maria Joffe un oposicionista que había sobrevivido, “teníamos pequeños grupos, círculos, había mucha gente inteligente y conocedora. A veces emitíamos un folleto satírico, El Desfavorecido. Vilka, nuestro representante de la barraca fue el editor y las ilustraciones fueron formadas por personas contra una pared como fondo. También había una gran cantidad de risas, la mayoría allí eran jóvenes”. Y luego, de repente, todo llegó a su fin [11].
En 1938, los trotskistas de Vorkuta fueron sacados en tandas (hombres, mujeres, niños mayores de doce años) hacia el desierto ártico circundante. “Sus nombres se compararon con una lista y luego, grupo por grupo, se les llamó y fueron ametrallados”, escribe Joseph Berger, “Algunos batallaron, gritaron consignas y lucharon contra los guardias hasta el final”. Según el testigo que escribió en el Mensajero Socialista, cuando un grupo más numeroso de alrededor de cien fue sacado del campamento para ser fusilado, “los condenados cantaron ‘La Internacional’ acompañados por las voces de cientos de prisioneros que permanecían en el campamento” [12].
En su memoria, Marìa Joffe nos cuenta sobre cómo las “persecuciones, torturas, asesinatos, tiroteos masivos sobre miles de trotskistas en Vorkuta y Kolyma” implicaron mucho más: fue “la completa destrucción de la generación de Octubre y la Guerra Civil, ‘infectada por la herejía trotskista [...]”. Se ha estimado que más de 2 millones de personas fueron condenadas desde 1934 hasta 1938, con más de 700,000 ejecuciones y que más de un millón fueron enviados a campos de trabajo cada vez más brutales, en los que perecieron [13].
En el resto de estos comentarios, quiero referirme a aspectos de la llamada “herejía trotskista” que analizan cómo una revolución de trabajadores y campesinos, profundamente democrática e inspirada por el idealismo socialista más profundo, pudo convertirse en una de las peores tiranías en la historia de la humanidad. Esto es algo con lo que Trotsky luchó mientras estaba sucediendo —y hay mucho que podemos aprender de eso— como lo demuestra brillantemente mi amigo Tom Twiss en su importante libro [14].
La conclusión, sin embargo, es que el análisis de Trotsky surge claramente del análisis fundamental que realizó Karl Marx ochenta años antes. También es inseparable de los fundamentos de su propia teoría de la revolución permanente. En el tiempo que me queda ofreceré ambos análisis a grandes rasgos: revolución permanente y degeneración burocrática de la Unión Soviética.
El auge y el desarrollo industrial del capitalismo hicieron tres cosas, de acuerdo con Marx y Trotsky. Primero hubo un proceso a veces conocido como “acumulación primitiva” que implicó un desplazamiento horrible y asesino, así como la opresión inherente a la explotación brutal a escala global de las masas de campesinos y pueblos indígenas. En segundo lugar, hubo un proceso masivo de proletarización, que convirtió a la mayoría de la fuerza laboral y a la población en una clase trabajadora moderna (aquellos cuyo sustento depende de vender su habilidad de trabajo, su fuerza de trabajo, por salarios). En tercer lugar, el espectacular desarrollo tecnológico generado por el capitalismo —la Revolución Industrial que se renueva siempre— crea la base material para una nueva sociedad socialista. Esta mayoría de la clase trabajadora es la fuerza que tiene el poder potencial, y el propio interés objetivo, para reemplazar la dictadura económica del capitalismo con la democracia económica del socialismo. La apreciación de todo esto es lo que se refieren los marxistas cuando hablan de conciencia de clase de los trabajadores. Como lo expresó Marx en 1845, la creación de este alto nivel de productividad y riqueza:
[…] es una premisa práctica absolutamente necesaria [para el comunismo] porque sin ella, la escasez sólo se hace general, y con la miseria [hay una reanudación de] la lucha por necesidades generando una competencia por quién obtiene qué, y luego (de acuerdo con una traducción) la misma vieja mierda comienza de nuevo [15].
Referenciándose en Marx, Trotsky y un creciente número de sus camaradas rusos vieron a la Revolución que se asomaba en la atrasada Rusia de esta manera. La lucha democrática contra la autocracia zarista semifeudal sólo sería dirigida de manera consistente y hasta el final por la pequeña, pero creciente, clase obrera rusa en alianza con la mayoría campesina. El éxito de tal revolución colocaría a las organizaciones de la clase obrera en el poder político. Habría un impulso natural para seguir avanzando en una dirección socialista (con mejoras sociales en expansión para las masas populares), aunque el socialismo que Marx había descrito, y por el que luchaban los trabajadores rusos, no podía crearse en un solo país atrasado. Pero una Revolución Rusa exitosa ayudaría a impulsar las luchas revolucionarias en otros países y, en tanto estas revoluciones tuvieran éxito —especialmente en países más avanzados industrialmente como Alemania, Francia, Italia y Gran Bretaña—, los trabajadores y campesinos rusos podrían unirse a sus compañeros en un número creciente de países, para el desarrollo de una economía socialista global que reemplazaría al capitalismo y crearía una vida y un futuro mejor para la mayoría trabajadora del mundo. Es por eso que Lenin, Trotsky y sus compañeros trabajaron para atraer a revolucionarios y trabajadores insurgentes de todo el mundo a la Internacional Comunista, para ayudar a avanzar en este proceso revolucionario mundial necesario para el socialismo internacional. Porque el socialismo no puede triunfar si no es global [16].
Pero las revoluciones anticipadas en otros países no tuvieron éxito y siete años de relativo aislamiento —con invasiones militares, boicots al comercio exterior, guerra civil, colapso económico y otras dificultades— tuvieron tres resultados que destacar. Primero, el gobierno, proyectado por los consejos democráticos (soviets) de trabajadores y campesinos, se retrasó debido a que la abrumadora emergencia social, política y económica provocó lo que, originalmente, fue visto como una dictadura temporal del Partido Comunista. En segundo lugar, se cristalizó un aparato burocrático masivo para dirigir el país y administrar la economía. Como Trotsky explicaría más adelante en La revolución traicionada, cuando no hay suficientes bienes para repartir, hay racionamiento y la gente:
se ve obligada a hacer cola. Cuando las filas son muy largas, es necesario nombrar a un policía para mantener el orden. Tal es el punto de partida del poder de la burocracia soviética. Ella ‘sabe’ quién debe obtener algo y quién tiene que esperar. [17]
Mientras algunos de los comunistas permanecieron absolutamente dedicados a los ideales y perspectivas originales que habían sido la base de la revolución de 1917, hubo muchos que se corrompieron, se comprometieron o se desorientaron. Stalin fue una figura central en el aparato burocrático cada vez más autoritario, y junto con el brillante, pero desorientado Nikolai Bujarin, desligó la idea del socialismo no sólo de la democracia, sino también del internacionalismo revolucionario que está en el corazón del marxismo, impulsando la noción de construir el socialismo en un solo país: la Unión Soviética. Trotsky y sus colaboradores denunciaron esta noción como “una roñosa utopía reaccionaria de un socialismo autosuficiente, construido sobre una baja tecnología”, incapaz de generar un socialismo genuino. En su lugar, la misma vieja mierda comenzaría de nuevo. Pero fue Stalin quien ganó esta batalla, reprimiendo ferozmente a Trotsky a la Oposición de Izquierda [18].
Stalin no se detuvo allí. Mientras que Bujarin y otros habían imaginado construir su “socialismo en un solo país” de manera lenta y más o menos humanitaria, Stalin y las poderosas figuras que lo rodeaban decidieron iniciar una llamada “revolución desde arriba”: una colectivización forzosa de la tierra y un rápido proceso de industrialización autoritaria (todo a expensas de la mayoría campesina y obrera) para modernizar a Rusia en nombre del “socialismo en un solo país” [19].
Bujarin y sus colaboradores fueron aplastados políticamente, pero a diferencia de Trotsky y los intransigentes Oposicionistas de Izquierda, rápidamente capitularon ante Stalin, aunque esto no los salvó al final. La resistencia campesina fue tratada brutalmente y el hambre surgió. La resistencia de los trabajadores también fue salvajemente reprimida. Toda discusión crítica en el Partido Comunista fue prohibida. Todo pensamiento y expresión independiente o creativa en el país—en educación, arte, literatura y cultura—fue obligado a ceder a las normas autoritarias que celebraban las políticas y personalidades de Stalin y quienes lo rodeaban, pero especialmente, cada vez más, de Stalin mismo [20].
Aunque afirmaban que las políticas de modernización que supervisaban se sumaban al socialismo y que eran los herederos leales y legítimos de Lenin y la revolución de 1917, los funcionarios del creciente y masivo aparato burocrático disfrutaban de una acumulación de privilegios materiales con autoridad y un estilo de vida que los colocaba por encima de la mayoría de la gente. Como Trotsky lo puso en La revolución traicionada:
Es inútil alardear y adornar la realidad. Limusinas para los ‘activistas’ [es decir, los burócratas], perfumes finos para ‘nuestras mujeres’ [es decir, esposas de los burócratas], margarina para los trabajadores, tiendas ‘de luxe’ para la nobleza, una mirada de la plebe a las delicias a través de los escaparates —tal socialismo no puede sino parecerles a las masas una nueva reorientación del capitalismo, y no están muy equivocados. Sobre la base de la “necesidad generalizada”, la lucha por los medios de subsistencia amenaza con resucitar “toda la mierda vieja”, y la está resucitando parcialmente a cada paso [21].
Varios años después, el analista experto David Dallin observó que los empleados del gobierno (la burocracia, desde la élite superior hasta los funcionarios más humildes), que constituían al menos el 14 % de la fuerza laboral, consumían hasta el 35 % de la riqueza; que la clase trabajadora, que constituía aproximadamente el 20 % de la fuerza laboral, no recibió más del 33 % de la riqueza, que los campesinos, el 53 % la fuerza laboral, recibieron el 29 % de la riqueza, y que los trabajadores forzados, estimados en un mínimo del 8 % de la fuerza laboral, recibieron el 3 % de la riqueza. Según las cuentas, el estilo de vida de la élite rivalizó con el de los capitalistas en otras tierras, si bien esta desigualdad es algo diferente de la nuestra (donde el 1 % superior tiene al menos el 40 % de la riqueza y el 80 % inferior no tiene más del 20 % de la riqueza) [22].
En los 30, muchos en la URSS recordaban los ideales democráticos e igualitarios de la causa revolucionaria y algunos seguían comprometidos con ellos. Entre aquellos comunistas disidentes derrotados y reprimidos por el régimen —incluso entre los que capitularon— había revolucionarios con experiencia que habían ayudado a derrocar al zar. No se podía confiar en ellos, sobre todo porque no todo estaba bien en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. A pesar de la interminable propaganda pseudo-revolucionaria y las mejoras positivas en las oportunidades económicas y sociales de algunos trabajadores, hubo un sufrimiento generalizado e insatisfacción dentro de la población. La dinámica del “socialismo en un solo país” acelerada por la “revolución desde arriba” iba a estallar en el autoritarismo asesino que vimos antes.
El programa de los heroicos Oposicionistas de Izquierda —quienes dieron sus vidas— era una amenaza definitiva al sistema stalinista y fue resumido, elocuentemente, en La revolución traicionada de Trotsky:
No se trata de sustituir una camarilla dominante por otra, sino de cambiar los métodos de administrar la economía y guiar la cultura del país. La autocracia burocrática debe dar lugar a la democracia soviética. Una restauración del derecho de crítica y una genuina libertad de elecciones son condiciones necesarias para el más amplio desarrollo del país. Esto supone un renacimiento de la libertad de los partidos soviéticos, comenzando con el partido de los bolcheviques, y una resurrección de los sindicatos. La incorporación de la democracia a la industria significa una revisión radical de los planes en interés de los trabajadores. La discusión libre de los problemas económicos disminuirá los elevados costos de los errores burocráticos y los zigzags. Los juguetes caros (palacios de los Soviets, nuevos teatros, subterráneos ostentosos) se desplazarán en favor de las viviendas de los trabajadores. Las “normas burguesas de distribución” se confinarán a los límites de la necesidad estricta y, en consonancia con el crecimiento de la riqueza social, darán paso a la igualdad socialista. Los rangos serán inmediatamente abolidos. El oropel de las condecoraciones se fundirá en el crisol. La juventud recibirá la oportunidad de respirar libremente, criticar, cometer errores y crecer. La ciencia y el arte serán liberados de sus cadenas. Y, finalmente, la política exterior volverá a las tradiciones del internacionalismo revolucionario [23].
Esto sigue siendo relevante para nuestra situación actual. Lo que nos devuelve al título de esta charla. Cuando miramos hacia la noche, la oscuridad del universo se halla vívidamente resaltada por las estrellas, cuyo resplandor ha viajado años luz para que podamos verlo. Aunque algunas de esas estrellas ya no existen, las vemos brillar desde donde estamos. Y quizá su maravillosa iluminación pueda ayudarnos a encontrar nuestro camino en el oscuro terreno de nuestros tiempos.
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