La formación que grabó el primer disco debutó haciendo tronar un pequeño restaurant francés de Recoleta: postal de la era más punk de la primera banda del género en Hispanoamérica.
Juan Ignacio Provéndola @juaniprovendola
Viernes 12 de marzo de 2021 22:26
Formación de Los Violadores que grabó el primer disco. De izquierda a derecha, Pil Trafa, Stuka Fossá, Sergio Gramática y Hari B.
Por lo general, hechos o procesos rupturistas de la música (del arte, ¡de la Historia!) tienen un hito inaugural, una fecha fundacional. De tal disco, por ejemplo, sabremos -o, cuanto menos, podremos averiguar con algún esfuerzo- qué día salió a la venta. Lo mismo ocurre con los artistas: probablemente haya una data sobre su show debut; incluso de su primer ensayo, si es que alguna memoria se arroga certeza y es merecedora de confianza.
Pero con Los Violadores no ocurre absolutamente nada de eso.
Por empezar, el nombre se le ocurrió a Sergio Gramática en Bernal mientras su compañero Pedro Braun hacía la colimba en Campo de Mayo. Ambos ya eran compañeros de un proyecto musical que no terminaba de delinearse como banda: uno tocaba la batería y el otro la guitarra, juntos componían algunas canciones y en el medio desfilaban cantantes y bajistas que no terminaban de animarse ni a eso llamado punk rock, ni mucho menos a aquello que ya se vislumbraba como razia y represión (una palabra que luego devendría en inspiración para el primer gran himno musical de aquellos años seminales).
A Sergio lo llamaban por su apellido, Gramática,y a Pedro por su apodo: Hari B. Era una construcción semántica a partir de su Beatle favorito, George Harrison. Como eran dos jóvenes apegados y excitados, al principio se llamaron Los Testículos. Casualmente, su historial de shows también se redujo a ese número: un accidentado debut el 2 de diciembre de 1978 en el colegio CUBA, de Belgrano, y una presentación en la sala Moliére, a dos cuadras del Congreso de la Nación, en abril de 1979.
Luego vino el servicio militar de Hari, el rebautismo de Gramática, un largo silencio y, tras la salida de Braun de Campo de Mayo, otra tanda de shows igual de aislados y con formaciones inestables. Hasta que se establece un tercer miembro, aunque con roles distintos al que luego consolidaría desde la guitarra: Stuka Fossá se hace cargo del bajo, eventualmente de la voz y aporta arreglos, letras y música. Así cierran 1980, año en el que pululan por lugares tan disímiles como una biblioteca en José León Suárez, un café en Caballito que programaba Esteban Mellino (el mismísimo Profesor Lambetain), un teatrito en el microcentro y hasta una peña folclórica a la que debieron mudarse de apuro porque el cabaret en el que iban a tocar los canceló a último momento.
Para ese entonces ya eran parte del repertorio canciones que serían parte del primer disco como “Moral y buenas costumbres”, “Cambio violento”, “Viejos patéticos”, “Sucio poder” o “Mujeres vengan a mí”.
Pero a ese combo le faltaba el elemento angular que terminaría de consolidar una formación estable y el concepto de grupo, de colectivo. La banda propiamente dicha. Los Violadores, tal como serían conocidos de ahí en adelante, cuando empezaron a adquirir una gimnasia de ensayos, una regularidad de shows y el camino hacia la grabación de un demo y el posterior long play debut en vinilo. El tipo que iba a plantarse exactamente en el medio del escenario, el rostro frontal, la voz cantante: Enrique Chalar. La pieza que faltaba para darle forma final a ese rompecabezas del punk naciente disonando en la mesa de un rock argentino que llevaba quince años y reclamaba una renovación ética, estética y generacional.
A Pil Chalar aún no le decían Piltrafa, sino Emerson, aunque en ambos casos los apodos provinieron de las inscripciones que pintarrajeaba a mano con pintura y pinceles en las remeras lisas que usaba. En el primer caso, era una derivación de PIL, la banda de John Lydon post Sex Pistols; en el segundo, el nombre de pila brasileño Fittipaldi, su ídolo en la Fórmula 1.
Y aquí, entonces, el misterio, el hito de origen convertido más bien en un mito de origen: ¿cuándo debutó esa formación que es la que terminaría grabando entre mayo y junio de 1982, plena guerra de Malvinas, el disco que recién saldría a la venta en diciembre de 1983, a días de la vuelta de la democracia? Algunos sostienen que fue el viernes 13 de marzo de 1981, quizás ya la madrugada del sábado 14. Pero Pil disiente con argumentos curiosos pero verificables, aunque, al mismo tiempo, confusos: “Fue antes, y lo tengo claro porque coincidió con el comienzo del Torneo Metropolitano, que es donde debuta Maradona en Boca. Recuerdo que el mismo fin de semana que canté por primera vez con Violadores, Boca jugó de local contra un equipo cordobés. El tema es que en la primera fecha le tocó contra Talleres en La Bombonera… y en la segunda contra Instituto, también en La Bombonera”.
¿Cómo resolver el intríngulis, entonces? ¿Fue el 22 de febrero? ¿Fue el 1º de marzo? Imposible definirlo: no sobreviven flyers, afiches ni publicidad alguna sobre ese concierto. Toda la atención del show business estaba puesta en la visita de Queen, cuya gira de cinco shows por Buenos Aires, Mar del Plata y Rosario entre fines de febrero y mediados de marzo había revolucionado la forma de producir espectáculos. En tanto, por lo bajo, la Junta Militar preparaba la sucesión presidencial: el 29 de marzo Jorge Rafael Videla concluía los cinco años del mandato preestablecido por las Fuerzas Armadas y entregaba “el poder” a Roberto Viola. Viola y Violadores aparecen casi al mismo tiempo, solo que uno duró menos de un año y dejó recuerdos espantosos. Los otros, en cambio, iniciaron una historia e hicieron escuela.
En lo único que coinciden aquellos cuatro Violadores (“Violadores de la ley”, aclararon en una canción compuesta pocos meses después grabada recién en 1988) es que el debut de esa formación fue en Le Chevalette, un restaurant de comida francesa en Recoleta, sobre la calle Ecuador entre Beruti y Juncal, a espaldas del Hospital Alemán. Un reducto extraño para un concierto de música, más aún para uno de rock, y especialmente de punk. Pero en el que, sin embargo, Los Violadores se apostaron como si fuera su base de operaciones para dar las primeras faenas en vivo. Ahí comenzó a sonar por primera vez "Represión", una canción con música de Hari B y Stuka en base a una letra que Pil traía de un proyecto anterior llamado Don Gato y su Pandilla.
Allí, entre mesas con manteles, copas de vino y platitos gourmet, los cuatro que escribieron las tablas sagradas de la variante hispanoparlante del punk inglés (hijo también de la bronca y el fastidio por el no-futuro) tocaron alrededor de diez veces en 1981, un año que lo comenzaron estrenando cantante y lo terminaron escribiendo trazos gruesos de su historia. Desde el demo en Estudios del Jardín (donde se suma “Patrulla americana”, luego posterizado como “Mirando la guerra por TV”), una participación bizarra en una muestra de Marta Minujín y la bambolera en el auditorio de la Universidad de Belgrano como una detonación que colocó a Los Violadores y al punk criollo definitivamente en los radares de atención: Pil gritando “¡nos cagamos en la represión!” ante autoridades académicas absortas, sillas de plástico que iban y venían entre parte de un público ajeno y el escenario, la policía arrastrando y hostigando a la banda en la comisaría 33 durante casi un día entero y, de postre, el periodismo cultural de revistas pretendidamente progresistas masacrándolos (“Pettinato escribió sobre nosotros en la Expreso Imaginario con el culo de su papá guardiacárcel”, recuerda Chalar con metáfora y rencor).
En una nota para la revista Humor sobre ese recital de quiebre en la UB al que no había ido pero igual criticaba, la jovencísima Gloria Guerrero tituló: “¡Punks go home!”. Aunque el rock instalado (el de “hospicios, Betos y cósmicos”, como cantaban con sarcasmo en “Viejos patéticos”) empezaba a crujir, demandando nuevas experiencias y siendo interpelado por una generación que iba desde la violencia sonora de Los Violadores hasta la ironía pop de Virus. Cuarenta años después, la ahora experimentada periodista termina reconociendo: “Cada uno hizo lo que en su momento le pareció mejor. Ellos bardearon y yo me quejé. ¿Cuál es? Al final, terminamos caminando juntos y el tiempo nos dio la razón: todo nos salió muy bien e hicimos historia”.