Publicamos la segunda parte, la primera fue publicada en la edición del día de ayer, de una serie de notas sobre el libro La historia de Asemal y sus lectores de Darío Canton.
Demian Paredes @demian_paredes
Sábado 11 de abril de 2015
Tres notas de lectura (segunda parte)
2. Los/as corresponsales
Si (re)unir en un libro el conjunto de los textos de una experiencia poética (con toda su amplísima cantidad de riesgos) que duró cuatro años fue (y es) necesario, imprescindible fue también que Canton incluyera, ya pasados esos años, una selección de los más destacables ecos, reverberaciones, “efectos” y respuestas, provocados por su proyecto artístico.
La poesía de Canton y la vida: la vida de cada individuo-lector (a veces escritor y/o artista también; corresponsal-amigo/a directo(s) o “por terceros”), surgen, se comunican, entrelazan, y dejaron una inmensa (y muchas veces intensa, emocionante) constelación –o cuadro de época– de saberes y vivires, imaginativos, jugados –no hay que olvidar que estos intercambios se desarrollaron en su mayor parte durante la dictadura–. Cartas, postales, poemas, libros y comunicaciones de todo el país y de otros: Brasil, Estados Unidos, Uruguay, México, Venezuela, Costa Rica, España y más. Sorprenden la cantidad y variedad de asuntos que se tratan, desde los refinamientos del arte y de la escritura (las motivaciones que provocan los diferentes poemas, las asociaciones y comparaciones –Borges, Leónidas Lamborghini y Nicanor Parra se mencionan–, las relaciones entre el arte y la vida, entre las personas), pasando por cuestiones más mundanas como la financiación –hablando de las altruistas motivaciones– del proyecto de ASEMAL, hasta cuestiones más políticas (la situación social, los males del sistema que se padecen), y de la vida cotidiana (familia, trabajo, anhelos, simpatías y deseos de conocer-profundizar la relación con Canton vía encuentro personal –además de lo epistolar mismo–, etc.).
Entre las primeras respuestas se encuentra una de Noé Jitrik, exiliado en México. Allí, además de destacar los libros Poamorio y La mesa –por su “juego semántico” y por tener “la tematización como investigación”– plantea que, la sustancia poética y los métodos de Canton contienen una “destrucción-construcción que se resuelve en un plano superior. Poesía hegeliana la tuya”, le dice, “por la que tu espíritu de precisión, por otra parte bien conocido y característico circula con comodidad”.
Un lector, desde Ciudadela, le dice, luego de referirse a los poemas: “Tal vez lo que más me gustó fue esa tu idea de sembrar poesías entre los amigos”; “me sentí muy cerca de ti. Me agradó esa manera que inventaste para acercarte a la gente”. En el mismo sentido, una carta de Enrique Oteiza dirá: “El modus operandi me parece adecuado, porteño y expeditivo. Buena la diagramación”. Y Oscar Lavapeur: “condice contigo esa idea extravagantemente linda de editar poemas a domicilio. Hace bien”. Desde el mismo ángulo, Raúl Castagnino saludará esas “cuotas mensuales de aire fresco” y arriesgará: “La experiencia, por desusada, podría abrir una nueva vía a los poetas, que ya las tienen todas cerradas los pobres”. Un tal “Pucho”, un ordenanza del Banco de la Provincia de Buenos Aires, además de destacar en su carta “Temporalidad” (un poema situado espacialmente en Chacarita y temporalmente en muy diversos años) dice: “Tengo la necesidad de felicitarlo por esa forma tan original de hacerse conocer, además opino que la idea de enviar ASEMAL me resulta brillante y hasta revolucionaria en la literatura”. Ángel Núñez, autodefinido “crítico literario casi de profesión” confirma el proyecto de Canton al analizar: “Uno de los grandes problemas del poeta es –en la Argentina al menos, y salvo casos muy especiales– el de concretar una efectiva comunicación. Ni la misma publicación del libro garantiza el circuito, debido a las razones que también sabemos. Su intento me parece importante”. Desde Chubut, Juan Carlos Moisés le dice: “si algo me ha parecido bueno, aparte de su poesía en sí, es su manera de propagar su poesía, que en definitiva es la poesía, la de todos”. El escritor mexicano José Emilio Pacheco dice, en carta del 22 de diciembre de 1975: “Me parece admirable que en medio de todo lo que pasa como un héroe tengas en pie a la poesía. Es un acto de fe y una esperanza no tanto en la poesía como en la gente”. Y sobre el proyecto: “La idea me parece genial, mucho mejor que un libro, mucho más democrático y de alcance imprevisible pues la lee más gente de la que te imaginas y ya hay intentos mexicanos de imitarte”. En sentido similar piensa Angélica Gorodischer, quien escribe –y sueña y proyecta (así sea a contracorriente de la situación)– desde Rosario, el 18 de marzo del ‘76: “Su idea de la hoja de poesía me parece formidable. Ojalá se pudiera hacer lo mismo con los cuentos. […] lo que en verdad me gustaría sería sentarme en una esquina o en una plaza a contar mis cuentos. Por cierto que terminaría presa por subversiva y/o pornográfica, pero sería estupendo agarrar una de aquellas sillitas bajas en las que se sentaban las costureras, llevarla a una esquina céntrica y sentarse tranquilamente a contar cosas. Con que hubiera uno o dos oyentes me conformaría. Ellos podrían sentarse en el suelo, o en el cordón de la vereda y escuchar, e incluso hacer sugerencias. […] yo podría contar mi cuentos y usted decir sus poemas. […] Y esperemos que los cofrades nos imiten y que en cada esquina haya un cuentista o un poeta diciendo cosas”.
Respecto al “tema económico”, un corresponsal de Mendoza le pregunta “¿de dónde sacás la guita para esto? ¿Sos loco o millonario?” Y Oscar Giardinelli: “¿cuánto le sale este chiste? Mi admiración no puede menos que crecer”. Y desde San Juan: “¿Cómo te las vas a arreglar con el rodrigazo para imprimir-enviar?”.
Volviendo al contenido, Basilio Uribe ve en la publicación algunos casos de “poesía experimental” y, más en general, que “todos los poemas mostrados” en ASEMAL “son siempre frescos y vitales”. Junto a esto, destaca “Felis ber to”, dedicado al escritor uruguayo. Y Marcelo Abadi, enfocando la dimensión “existencial”, le dice: “no sé, en realidad, qué diablos pasa con esas malditas palabras. Uno siente que tiene que decir dos o tres de ellas antes de morirse. Y lucha por decirlas”.
Desde Campinas, Brasil –país desde el cual Canton tendrá una importante cantidad de respuestas–, el joven veinteañero Eustáquio Teixeira Gomes, asalariado y padre de familia, inicia una correspondencia con Canton: hablan de libros, poesías, y le propone participar de un proyecto de revista literaria sudamericana que quiere organizar. Canton, entre otras cosas (suyas personales, de traducción poética y de la hoja), le explica: “ASEMAL es ‘la mesa’ al revés; también una palabra cuyo sonido me gusta; por último, una desmentida respecto a tantas cosas que, según la propaganda comercial o las versiones oficiales, invariablemente nos hacen ‘bien’. Y además: “soy ‘joven’ por mi inquietud, por lo que trato de hacer y porque sólo ahora estoy volcado a la poesía –la escribo desde hace 25 años–, cuando antes trabajé mucho en sociología, pero cumpliré 47 el mes que viene”. Para el 24 de noviembre de 1976, en una nueva carta, Canton le dirá que “la situación política y económica acá está a mi juicio peor que el año pasado y no hay mucho ánimo ni tiempo para la literatura en general y menos para la poesía”, y el joven Teixeira Gomes le dirá, lapidariamente, preso de contradicciones y planes incumplidos, dónde está la fuente de su sufrimiento: “La fábrica me continúa matando”.
Ricardo Talesnik –el autor de la recordada obra de teatro y cine La fiaca– envía también una carta, “25 años antes del 2000”, dando “Gracias por las gracias”. El escritor Vicente Battista envía saludos desde las Islas Canarias. Y Raúl Gustavo Aguirre, poeta y editor, también dirige saludos y felicitaciones, y califica el proyecto de ASEMAL de “odisea gráfica”. La Editorial Peña Lillo también envió líneas de apoyo y, por su parte, la escritora Martha Mercader, en mayo de 1975, aludiendo a las matanzas de la Triple A se sorprende: “¿jugar con palabras, con el abecedario, mientras por las calles andan sueltas tres letras que ametrallan y aniquilan? Y sí, también”, y le envía un poema. La escritora y dramaturga Griselda Gambaro le agradece ASEMAL y dice: “No son Tentempiés de poesía, son poesías en pie”. Y además: “A veces pienso que hacés una quijotada, útil e inútil, tan inútil en esta época accidentada que siempre pretende llevarnos por delante”. Y hablando de atropellos, aunque también sea gracioso/anecdótico (visto a la distancia), hay en La historia de ASEMAL y sus lectores una carta del joven Pablo Beer, “acantonado en la benemérita Sociedad Rural de Bahía Blanca”. En la posdata habla de un libro de Canton: “Corrupción de la naranja nos ha acompañado en esa estadía en el interior, en momentos difíciles, extraños, novedosos… ‘¿Pero Beer, usté lee esto? Guárdelo o tírelo, porque le van a hacer una ‘información’. Este es comunista…”.
Ricardo Monti, “Pepe” Nun, Santiago Kovadloff, Héctor Schmucler, un tal Alberto Estanislao Sileoni (¿será el actual ministro?) y un joven poeta de 20 años, Daniel Chirom, serán otros corresponsales, entre decenas y decenas, además de “lectores y amigos que no se expresaban por escrito”, como comenta y lista brevemente Canton al final de su libro: Ramón Alcalde, Josefina Ludmer, Héctor Libertella, Amanda Toubes y Ricardo Piglia, entre otros/as. Como se puede ver, en este breve y rápido racconto de la correspondencia, no hay nada que no se haya discutido: la situación del arte en general y de la literatura y la poesia en particular. Qué métodos, iniciativas e inventivas puede haber para difundir el arte; qué pasa entre la política y la vida cotidiana; qué relaciones se establecen entre el arte y la vida, y hasta el sentido mismo de esta última (en medio de la dictadura). Toda la corresponsalía publicada en La historia de ASEMAL y sus lectores es una montaña (de dimensiones cordilleranas) de experiencias, escrituras e intercambios.
3. Palabras finales
Darío Canton y su proyecto intitulado globalmente De la misma llama, donde La historia de ASEMAL y sus lectores es el comienzo de una serie que se continúa con la publicación del Tomo I, referido a su período de estudiante, joven sociólogo y poeta, es un constructo verbal y documental, en verdad monumental. (Incluso, ya con el “suplemento natural” de ASEMAL, “El cuento del poema”, Canton demostró, con estas “yapas” –tal como lo hizo últimamente con los dos volúmenes extra que sumó recientemente al plan autobiográfico–, generosidad y valentía, arrojo y creatividad en medio de las situaciones difíciles, duras, complicadas –por decir lo menos–, de la dictadura. En pocas palabras, se manifestó, contra viento y marea, la persistencia poética del escritor.)
Como ya he señalado en otro lugar –a propósito de la presentación, a fines de 2014, del Tomo VII de De la misma llama: el primer volumen de La Yapa–, el proyecto de Darío Canton es proustiano y benjaminiano al mismo tiempo: documenta y va incrustando, a modo de collage (como en el célebre Libro de los Pasajes), fragmentos de su historia y la de los suyos, de su poesía, sus trabajos y afanes, y del entorno social/epocal, mediante variados documentos, fotos, cartas, citas de libros. Rememora y cuenta sin descanso (nos lo ofrece en estos tomos), en una suerte de búsqueda del tiempo vivido.