¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo!
Texto clave del pensamiento político argentino y latinoamericano, el Facundo instauró la versión local de “civilización y barbarie”. A 182 años de la muerte de su autor, volvemos sobre una de las obras que moldeó la idea de nación argentina.
Traemos a Sarmiento al presente a través de la evocación shakesperiana que hace del “Tigre de los Llanos”. El autor del Facundo pretendía de esta forma comprender lo que sucedía en su propia época. En el mismo sentido, no evocamos a un Sarmiento “inmortal”, tal como cantan cada 11 de septiembre los y las estudiantes en las escuelas de nuestro país. Sino para analizar lo profundo de los enfrentamientos de su época y cómo los mismos perduran en el tiempo. Para huir de los sentidos comunes que suelen edificar los vencedores alrededor de las grandes figuras históricas, resulta fundamental entenderlos en sus contradicciones. Sin embargo, su interpretación está sujeta a las preocupaciones del presente desde el cual se lo analiza. En ese sentido, la forma en que hoy perturba Sarmiento tiene nuevas especificidades. Tratar de entenderlo es intentar comprender las contradicciones del proceso histórico en el cual se desarrolló y se desarrolla el Estado burgués y el capitalismo en Argentina.
El Facundo: orígenes de la literatura nacional
Distintos autores plantean que el Facundo es una de las obras que marcó el inicio de la literatura argentina y con el paso de los años se convirtió en uno de los pilares de la ideología del Estado. Literatura e ideología se encuentran íntimamente relacionadas de forma dialéctica, porque la literatura nacional se funda a la par de la nación. Al tiempo que la literatura esboza la idea de nación que se está construyendo.
En su libro La Argentina en pedazos Ricardo Piglia sostiene que la historia de la narrativa en nuestro país tiene un doble comienzo. Hay dos textos que “narran lo mismo y nuestra literatura se abre con una escena básica, una escena de violencia contada dos veces” [1]. Piglia se refiere a la anécdota con la que Sarmiento comienza el Facundo y al cuento de Esteban Echeverría “El Matadero”. Son dos versiones de esa confrontación entre civilización y barbarie que fue narrada de distintas formas a lo largo de la literatura nacional durante el siglo XIX y parte del XX.
Sarmiento comienza el libro contando el inicio de su exilio:
A fines de 1840 salía yo de mi patria, desterrado por lástima, estropeado, lleno de cardenales, puntazos y golpes recibidos el día anterior en una de esas bacanales de soldadescas y mazorqueros. Al pasar por los baños de zonda, bajo las Armas de la Patria, escribí con carbón estas palabras: On ne tue point les idées. El gobierno a quien se comunicó el hecho, mandó una comisión encargada de descifrar el jeroglífico, que se decía contener desahogos innobles, insultos y amenazas. Oída la traducción. Y bien, dijeron ¿qué significa esto?
Para Sarmiento, la dicotomía entre la civilización y la barbarie se materializaba entre los que podían y no podían leer una frase en otro idioma. Los “bárbaros” serían incapaces de entender esas palabras que en la traducción muy libre y para nada literal del propio Sarmiento dicen: “Bárbaros, las ideas no se matan”. Así es como el autor elige narrar al otro y narrarse a sí mismo. Estamos, por lo tanto, ante una construcción ideológica que utiliza el autor para narrar a su grupo y a la que considera su clase. Lo que para Sarmiento es el mundo de la civilización lo narra a través del género autobiográfico. Pero para narrar al “otro”, al “bárbaro”, acude a la ficción. En su intento de describir el mundo de Facundo Quiroga, es decir el de la “barbarie”, Piglia dice que “Sarmiento hace ficción pero la encubre y la disfraza en el discurso verdadero de la autobiografía o del relato histórico. Por eso su libro puede ser leído como una novela donde lo novelesco está disimulado, escondido, presente pero enmascarado” [2].
¿A qué género pertenece una obra así? Al parecer, su rasgo característico es justamente la simultánea pertenencia no solo a diversos géneros sino a diversas disciplinas. Es ensayo, sociología, historia y hasta biografía. Es en esa indeterminación donde Noé Jitrik considera que se encuentra su originalidad y efectividad [3]. Es un libro que tiene una doble importancia: ideológica y literaria. Por ello, si se quiere considerar críticamente el pasado argentino, su evolución ideológico-política, si se quiere reconocer uno de los momentos iniciales y de gestación de un “lenguaje argentino”, la lectura del Facundo es indispensable. Buscar en los pliegues y repliegues de la palabra de Sarmiento nos puede permitir el acceso “a su mundo de significaciones, ordenar la materia literaria para desnudarla y ver qué resto queda en su cualidad transformada” [4]. Cuestión fundamental en el análisis de la ideología que se estaba construyendo junto con el Estado.
David Viñas, por su parte, afirmó que las personas están atornilladas a su tiempo por todo el peso de los libros que no quisieron o no pudieron leer pero que encarnan. Por esta razón afirma que la sociedad argentina es lugoniana o sarmientina a pesar de la sociedad argentina [5]. Para él, la literatura no es importante como “ejemplo” o “figuración” o “imagen” de cada una de las épocas, sino como estructura que constituye y avala a las épocas. Por ello para comprender la ideología del Estado es central detenerse a analizar la materialidad de libros, como el Facundo, que inventaron una nación después de inventar un enemigo.
Inventar una nación
El Facundo es un libro que, escrito en la urgencia de la polémica ante la llegada del embajador rosista a Chile, donde Sarmiento se encontraba exiliado, se establece como una obra completa, efectiva no solo para la polémica de la coyuntura política, sino que logra establecer una caracterización compleja a partir de las contradicciones de la particularidad argentina de esa época, convirtiéndose en un texto clave de la historia del pensamiento argentino y latinoamericano.
En el Facundo se esboza una ideología para construir una nación que en muchos de sus aspectos se mantienen hasta nuestros días. Junto a Las Bases de Alberdi y El dogma socialista de Echeverría, es una de las tres obras fundantes del liberalismo argentino. Estas obras crean un sistema que se institucionaliza en la Constitución de la Nación Argentina de 1853, después de la derrota de Rosas en Caseros. En estos textos se encuentran ideas centrales como la de organización republicana, conciencia nacional, libertades y garantías individuales, propiedad y, finalmente, la del Estado como árbitro activo. Pero es en la idea de nación como construcción ideológica donde queremos detenernos.
La Nación Argentina, al igual que el resto de las naciones, pertenece a un período concreto y reciente desde el punto de vista histórico. Es el Estado argentino en formación, del cual Sarmiento será parte, el que tuvo la tarea de construirla. Cuando el Facundo se escribe, Argentina no ha terminado aún de conformarse territorialmente y hay una disputa por el modelo económico y las formas políticas que debe adquirir ese Estado. Sarmiento desde el exilio escribe:
El continente americano termina al sur en una punta, en cuya extremidad se forma el Estrecho de Magallanes. Al oeste, y a corta distancia del Pacífico, se extienden, paralelos a la costa, los Andes chilenos. La tierra que queda al oriente de aquella cadena de montañas y al occidente del Atlántico, siguiendo el Río de la Plata hacia el interior por el Uruguay arriba, es el territorio que se llamó Provincias Unidas del Río de la Plata, y en el que aún se derrama sangre por denominarlo República Argentina o Confederación Argentina. Al norte están el Paraguay, el Gran Chaco y Bolivia, sus límites presuntos.
En la descripción del espacio geográfico, considera como parte de la República territorios que eran dominios indígenas. En 1845 dibuja el mapa nacional sobre territorios en el que habitan otros pueblos que describe como “salvajes, que aguardan las noches de luna para caer, cual enjambre de hienas”. Son “bárbaros”, son el “otro” que no pertenece a la nación, extranjeros que usurpan el territorio argentino. Si avanzamos en el texto queda claro que la intención no es la de convivir con ellos. Considera que la Pampa está deformada por la barbarie, de aquí se desprenden otras de sus conclusiones; “gobernar es poblar”, “gobernar es educar”. Poblar el desierto es una huella, un síntoma que nos muestra de forma relampagueante el pasado. La población que existe no es la que quiere Sarmiento, son salvajes que tampoco pueden ser “educados”. Para poblar (con europeos) hay que erradicar a los naturales marcados por la barbarie. Para educar hay que asegurar la paz y la tranquilidad, es decir, hay que reprimir.
La contraposición entre civilización y barbarie es utilizada para comprender el conflicto de las realidades nacionales. Civilización para saber qué es y qué significa la ciudad. Barbarie para saber qué es y qué significa la campaña. Estos conceptos se van encarnando en personajes, en sectores sociales, en espacios a lo largo del libro. Son Paz y Facundo, el inmigrante europeo y el indio o el gaucho, la ciudad y el campo, Europa y América. A pocas páginas de comenzar el libro interpela al lector: “¿No habéis oído la palabra salvaje, que anda revoloteando sobre nuestras cabezas? De eso se trata: de ser o no ser salvaje” . Y así, a modo de tragedia, establece una divisoria de aguas, penetrando con esta idea en el conflicto nacional y dejando establecido claramente en qué orilla se posiciona él.
La historia de los vencidos
Si, como propone Walter Benjamin, se busca comprender la historia desde el punto de vista de los vencidos, es importante entender que el proyecto de nación y de Estado que Sarmiento esboza en el Facundo no estaba a priori destinado a triunfar. El sometimiento, el saqueo de tierras y el exterminio de mapuches, pampas, ranqueles y tehuelches por parte de ese mismo Estado años más tarde, no era algo inevitable. Hay que abrir la posibilidad de preguntarle a la historia sobre lo no dicho. Como dice Benjamin “el don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza” [6]. En esa titánica y difícil tarea que es “pasarle a la historia el cepillo a contrapelo”, entendiendo que las imágenes del pasado aparecen de forma fugaz y precaria, hay que volver sobre este “documento de cultura” que es el Facundo con la intención esta vez de tomar partido por los vencidos de la civilización, del progreso y de la modernidad. Analizar los sentidos que se impusieron, como el de civilización y barbarie, advirtiendo que desde esta perspectiva no son dos polos mutuamente excluyentes sino una unidad contradictoria. El Facundo, como obra fundante de la literatura nacional, es un ejemplar de nuestra cultura y al mismo tiempo lo es de la barbarie, porque su voluntad civilizatoria es a la vez una violencia que, luego de la eliminación física de los vencidos, busca imponerles el silencio dándoles una segunda muerte, la muerte hermenéutica que los borra de la historia.
Si se busca en los pliegues y repliegues de la palabra sarmientina se encuentran descripciones del país como estepa bárbara o como desierto despoblado donde se borra la existencia de los pueblos indígenas y, sobre todo, su pertenencia a la tierra. Borra aquello que era preexistente al entonces futuro orden de un territorio que sería gobernado por la “civilización”. La sociedad que realmente existía en ese territorio es negada, borrada. Se la presenta como algo que es necesario transformar desde sus raíces culturales y esa negación determina una violencia potencial, futura, que será la condición de esa nación “civilizada” que debe surgir de la destrucción de lo salvaje indígena y de las tradiciones hispánicas criollas que Sarmiento consideraba bárbaras [7]. Es la misma violencia que el Estado argentino ejercerá a lo largo de su historia hasta el presente contra cualquier sector oprimido o explotado que represente un “peligro” contra el orden existente, contra lo “normal”, contra lo “civilizado”.
El combate presente por la interpretación del pasado y la construcción de una historia de los vencidos puede sintetizarse en las afirmaciones de Michael Löwy que, al referirse a las Tesis de Benjamin, señala:
… lo importante es que la última clase sojuzgada, el proletariado, se perciba a sí misma como heredera de varios siglos o milenios de luchas, de los combates fallidos de los esclavos, los siervos, los campesinos y los artesanos. La fuerza de esas tentativas se convierte en la materia explosiva con la cual la clase emancipadora del presente podrá irrumpir la continuidad de la opresión [8].
En esta batalla, y retomando estas ideas, podemos afirmar que es necesario que “la última clase sojuzgada”, la clase trabajadora y los oprimidos del presente, se perciban herederos de los antepasados vencidos, porque “no hay lucha por el futuro sin memoria del pasado”.
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