Presentamos un recorrido por algunos de los debates abiertos en América Latina y el mundo ante los ataques de Trump y sus anhelos injerencistas.
… Hablo de países y de esperanzas
Hablo por la vida, hablo por la nada
Hablo de cambiar esta, nuestra casa
De cambiarla, por cambiar nomás
¿Quién dijo que todo está perdido?
Yo vengo a ofrecer mi corazón. [Fito Páez]
Cuando la infame criminalización de la pobreza, de las y los trabajadores migrantes, del ansia expansionista del fiero león anaranjado del imperio que declina nos subleva cada día. Y la base de Guántamo, con su amplia trayectoria de tortura que destruyó toda posible cadencia de la guantamera, que devendrá en centro de detención para 30 mil migrantes. Y la soberbia llamada de la Casa Blanca a que Canadá y México se integren como nuevas estrellas de la bandera yanqui. Y la voracidad por los bienes comunes naturales y el paso por el polo norte que orilló a la exigencia del lobo capitalista de la isla Groenlandia. Y el reclamo del magnate para que ese país entregue el canal de Panamá a las garras del imperialismo estadounidense.
La rapiña venenosa no acaba: el barón rancio de los magnates de Silicon Valley reclama, babeando espuma tóxica del “destino manifiesto” de Estados Unidos que sobre los cadáveres de mujeres, niñas, niños, hombres, todos asesinados por el Estado genocida de Israel, sobre las ruinas de la indómita Gaza, Estados Unidos “construirá la ‘Riviera de Medio Oriente’, un espacio de lujo que podrá ser habitado por personas de todo el mundo que pueda pagarlo, excepto por las y los gazatíes sobrevivientes, a quienes ordena en nombre del poder del dólar y del militarismo, dejar para siempre sus tierras. Y para garantizar ese acto de soberbia imperialista, Trump el magnate, el presidente, el pirata nefasto del siglo XXI, sostuvo que desplegaría fuerzas militares estadounidenses si lo juzgara necesario. Una mezcla morbosa de gentrificación, colonialismo y guerrerismo desembozado.
Migración y acumulación por desposesión en la fase actual del imperialismo
El fenómeno de la migración –que se expresa en la diáspora palestina previa a 2023 provocada por las políticas imperialistas y colonialista, como parte de las millones de personas que en distintas latitudes dejan sus países de origen– se desarrolla como resultado de una fuerza centrífuga creada por las consecuencias de la aplicación de los planes neoliberales, un modelo signado por la reconfiguración de la división internacional del trabajo, donde a partir de la aplicación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en 1994 en México [1] –y de otros tratados similares en Centroamérica–, la producción agrícola en el caso mexicano fue en parte eclipsada en aras de la defensa de los intereses del lobby agrícola estadounidense. La agricultura de subsistencia se volvió inviable y eso fue uno de los factores que expulsaron población hacia el territorio estadounidense.
Pero también con la irrupción de la llamada “guerra contra el narcotráfico” y el creciente despliegue de las fuerzas represivas del Estado se configuró un clima de terror que orilló también hacia la migración. Poblaciones enteras fueron expulsadas de sus territorios, los cuales quedaron a merced de trasnacionales y el crimen organizado, que en ocasiones funge como su agente más fiero y cruel.
A la luz de estos fenómenos, cobra relevancia volver sobre el concepto de nuevo imperialismo [2] desarrollado por David Harvey [3], entre otros autores, según el cual se ha revertido en gran medida el “drenaje histórico de riquezas de Oriente a flujo de riquezas desde Occidente a Oriente con la restauración capitalista desplegada por el PCCh y la industrialización del sudeste asiático. Con esta idea debate Esteban Mercatante en El imperialismo en tiempos de desorden mundial. En sus páginas, se expone que, si bien es cierto que en el periodo neoliberal surgieron otros polos dinámicos de acumulación capitalista en el mundo, como las regiones mencionadas de Asia, producto del avance en la internacionalización del capital, el conjunto de los países dependientes sigue “drenando” riquezas hacia las grandes potencias, incluyendo entre éstas bienes comunes naturales no renovables que fueron saqueados por trasnacionales de países imperialistas. Un claro ejemplo de esto son los países de América Latina [4].
A pesar de que el desarrollo desigual ha complejizado las relaciones de dependencia, las categorías del imperialismo –concentración de la producción, peso del capital financiero y los monopolios, la exportación de capitales y la división del mundo entre esferas de influencia de las grandes potencias– siguen siendo necesarias para comprender cómo la economía mundial está moldeada como una totalidad jerarquizada.
En particular, nos queremos detener en el concepto de acumulación por desposesión, que es una de las características que otorga Harvey a su idea de “nuevo imperialismo”. Este autor recupera la idea del carácter dual de la acumulación del capital que realiza Rosa Luxemburgo, dado por dos aspectos: uno vinculado al mercado de materias primas y otro expresado en las relaciones entre el capitalismo y los modos de producción no capitalistas, en la esfera internacional, donde predominan la política colonial, el sistema de préstamos internacionales, las guerras comerciales y los conflictos bélicos [5].
La acumulación por desposesión hace referencia a la mercantilización y privatización de la tierra, la expulsión de poblaciones indígenas y campesinas, la supresión de derechos sobre bienes comunes, la conversión de la fuerza de trabajo en mercancía y la apropiación de bienes comunes naturales a través de procesos coloniales y neocoloniales. Harvey argumenta que la acumulación por desposesión se ha vuelto más importante debido a las crisis de sobreacumulación en la reproducción ampliada, manifestada ésta como excedentes de capital (en forma de materias primas, dinero o capacidad productiva) y excedentes de fuerza de trabajo, que coexisten sin que se cuenten los medios para combinarlos de manera rentable para realizar tareas socialmente útiles.
El límite del concepto de Harvey de acumulación por desposesión tal como este autor lo formula es que ubica como secundaria “la acumulación por explotación”, cuando en realidad es a través de los distintos mecanismos de desposesión que el capital se produce y reproduce, y se genera el valor apropiable, tal como lo expresan Maiello y Albamonte [6]. Es decir, la razón de ser de la acumulación por desposesión es transformar los bienes y saberes comunes expoliados en materias primas y técnicas para producir mercancías y entrar así al circuito productivo.
Este tipo de acumulación aplicado a México y el conjunto de América Latina está subordinado a un intento desesperado del imperialismo estadounidense de contrarrestrar el declive de su hegemonía. Con el acceso ilimitado a bienes comunes naturales, entre los cuales se encuentran los hidrocarburos, las tierras raras, el litio, los cursos de agua, Trump, busca ganar la febril carrera tecnológica y económica con China. Poder disponer de materias primas para el desarrollo de semiconductores y de la IA, así como de reservas de hidrocarburos fósiles, y la propiedad de pasos claves para la circulación de mercancías, como el canal de Panamá y el paso por el Océano Glacial Ártico, es para la nueva administración trumpista una vía privilegiada para su “Make America Great Again”.
Este nuevo expansionismo imperialista se suma a otros medios de acumulación por desposesión como las deudas públicas, la biopiratería -entendida como la apropiación del conocimiento tradicional no occidental por medio de patentes, en desmedro de las comunidades que desarrollan un saber determinado, como producto de su relación con el medio ambiente y con la riqueza biológica que las rodea [7]-, los ataques de capitales especulativos que fuerzan la bancarrota de empresas que desean adquirir grandes corporaciones trasnacionales, entre otras. Como se puede analizar, cada mecanismo de acumulación por desposesión va orientado a encontrar vías para revitalizar la explotación capitalista -signada por la tendencia a la caída de la tasa de ganancia- a través de la proletarización de los pueblos originarios y comunidades, el acceso a materias primas y territorios.
Vías para el antiimperialismo en el siglo XXI
Ante la necesidad de enfrentar esta ofensiva del imperialismo estadounidense, vuelve a estar en el centro del debate sobre la concepción del antiimperialismo en el siglo XXI.
Hace apenas dos años, Fabio Luis Barbosa Dos Santos, en un análisis sobre Centroamérica y el fenómeno migratorio [8] desgranaba la compleja y ambivalente relación entre Estados Unidos y Centroamérica a lo largo de la historia, desde el imperialismo del siglo XIX hasta la actualidad. Argumenta que Centroamérica ha servido como "laboratorio" para las políticas imperialistas estadounidenses, experimentando diversas formas de dominación económica y política que luego se globalizaron. El texto examina cómo la crisis estructural del capitalismo, el neoliberalismo y los tratados de libre comercio han afectado profundamente la región, generando migración masiva y erosionando la soberanía nacional. Finalmente, se destaca la actual ambivalencia de la política estadounidense en Centroamérica, oscilando entre la contención de la crisis y la aceleración de sus efectos. Más allá de la especifidad respecto de la dinámica injerencista de Estados Unidos sobre Centroamérica, el autor desarrolla una reflexión sobre la migración que puede extrapolarse a otros países y regiones que son expulsores de población. Allí sostiene:
El fenómeno migratorio revela una juventud que se moviliza para cambiar su vida a gran escala. En Guatemala, unos 300 jóvenes abandonan el país cada día con destino al norte. Si en la Guerra Fría los jóvenes se comprometían masivamente en una apuesta política —que podía tomar forma de sindicato, partido o guerrilla— hoy en día el inconformismo se canaliza según la gramática individual y competitiva de la migración. Los jóvenes que en el pasado lucharon por cambiar su país, ahora luchan por cambiar de país [9].
Ante el bloqueo de la idea de poder cambiar el mundo, esto fue así por algunas décadas. Como señalan Matías Maiello y Emilio Albamonte en el texto mencionado desde las derrotas en América Latina y desvíos en Europa del ascenso de la lucha de clases desde fines de la década de 1960 hasta la década de 1980:
[…] fue clave el establecimiento de un “pacto social neoliberal” (mucho más elitista y con una base social más restringida que el de la posguerra) que combinó la exaltación del individuo y su realización en el consumo con el aumento de la explotación, degradación social de la mayoría de la clase trabajadora, la desocupación y la pobreza, siendo el “clientelismo” y la criminalización las políticas fundamentales del neoliberalismo para estos sectores. [10]
Sin embargo, con la crisis de 2008 -detonada por el estallido de la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos y de las hipotecas suprime, que el gobierno de ese país trató de contrarrestar con rescates multimillonarios a Lehman Brothers y otros bancos- configuran la crisis de la hegemonía globalizadora, el mito de un crecimiento económico sin fin y de la posibilidad del ascenso social a través del alineamiento con el statu quo y el consumo.
Barbosa Dos Santos se pregunta:
¿Cómo puede movilizarse una lucha antimperialista cuando el imperio es el objeto del deseo? ¿Cuando la ambición que mueve a los jóvenes es integrarse en el imperio, aunque sea en una posición subordinada, en lugar de superarlo? ¿El objetivo es integrarse en lugar de liberarse? Y, en el caso de los que se quedan, ¿cómo criticar al país del que proceden las remesas para una familia que de otro modo no encontraría sustento? Ciertamente, este deseo contiene mucha ambigüedad, en tanto viene acompañado de múltiples impotencias, privaciones y humillaciones inherentes al racismo. Además de la nostalgia. Pero, por regla general, lo que prevalece es el anhelo de integración, que opera incluso como estrategia de defensa frente a las humillaciones de quienes experimentan el desamparo. [11]
Hace dos años este autor se hacía estas interrogantes, en la actualidad la respuesta más visible ante la ofensiva trumpiana y ponderada en el plano internacional son los discursos soberanistas de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum y la de su homólogo de Colombia, Gustavo Petro. La primera con una retórica soberanista, en el acto oficial por el aniversario de la Constitución de 1917, arengó “México es un país libre, soberano, independiente. No somos colonia de nadie ni protectorado de nadie”. Petro, por su parte, cuestionó las deportaciones vía la red X: “Los EE. UU. no pueden tratar como delincuentes a los migrantes colombianos”, y dio a conocer que revocaba la autorización para que aviones militares estadounidenses aterrizaran en Colombia a fin de enero pasado. Fueron horas febriles de declaraciones y negociaciones del imperialismo estadounidense con estos gobiernos, mientras las y los trabajadores migrantes enfrentan la creciente vulnerabilidad y la avanzada de la precarización forjada a través de la xenofobia y la criminalización.
En la opinión pública que construyen las clases dominantes, sus medios de comunicación y sus gobiernos se configuró una suerte de retórica soberanista y nacionalista combinada con negociaciones entre los gabinetes gubernamentales como la vía privilegiada para enfrentar las amenazas trumpistas, de las cuales Sheinbaum y Petro son sus rostros más visibles. Sin embargo, la retórica soberanista no eclipsa que, más allá de los estudiados discursos, más o menos encendidos, la negociación bilateral para no caer de la gracia de Washington llevó a ambos mandatarios a doblegarse ante el amo imperialista, aceptando las deportaciones y, en el caso de México, no solo con la expulsión de trabajadoras y trabajadores migrantes, sino también con el indignante reforzamiento de la militarización en la frontera norte. Así, la pretendida entereza y la cabeza fría de calculada teatralidad de Sheinbaum solo enmascara la continuidad de la subordinación al imperialismo estadounidense.
Este remedo de “resistencia” ante Trump, en el cual los gobiernos se alían con las trasnacionales y empresarios cuyos intereses están amenazados por la guerra de aranceles y las políticas migratorias que les privarían de mano de obra barata, ni siquiera encuadra en la concepción de antiimperialismo que caracterizaba a los nacionalismos revolucionarios de América Latina en la década de 1930, uno de cuyos principales exponentes fue la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), liderada por Víctor Haya de la Torre. Su programa incluía como consignas centrales: “contra el imperialismo yanqui, por la unidad política de América Latina, por la nacionalización de latifundios e industrias, y por la internacionalización del Canal de Panamá, por la solidaridad con todos los pueblos y clases explotadas del mundo”. Es decir, propugnaba la unidad nacional con las clases dominantes latinoamericanas de la época.
En 1938, en las vísperas de la Segunda Guerra Mundial y ante el ascenso del fascismo en Alemania, Trotsky, desde su exilio en México, escribió que toda la humanidad vivía ya entonces bajo el yugo del imperialismo, pero que esto se expresaba de distintas maneras: algunos países lideraban el imperialismo, como Estados Unidos, y que otros eran sus víctimas, como los países latinoamericanos. Y ante la postura que llamaba a la unidad de los países “democráticos”, contra el fascismo ponía el énfasis en que era necesario distinguir entre países opresores y países oprimidos, más allá de si los regímenes políticos de esos países se inscribieran o no en la democracia liberal. Sostenía “…es imposible combatir al fascismo sin combatir al imperialismo. Los países coloniales y semicoloniales deben combatir al imperialismo para poder combatir al fascismo” [12].
En nuestros días, no hay un ascenso del fascismo como en esos días, pero se refuerzan las tendencias al autoritarismo en gobiernos enmarcados en la democracia liberal. Como señala Claudia Cinatti:
Más allá de las lecturas ominosas de liberales y constitucionalistas, lo cierto es que la presidencia de Trump aparece como un intento de solución “cesarista” [13] frente a esta crisis de hegemonía (o tendencias a la crisis orgánica), abierta con la crisis capitalista de 2008 que puso de relieve la crisis del orden neoliberal hegemonizado por Estados Unidos. Emergió China como potencia competidora. Volvieron a escena las tendencias proteccionistas en los países centrales y con el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania/OTAN retornó la guerra al corazón de Europa [14].
La ultraderecha, con el magnate devenido presidente acompañado de su socio Elon Musk, lidera la arremetida del imperialismo en la actualidad. La impotencia y los brazos alzados al cielo ante las devastadoras consecuencias del neoliberalismo en la subjetividad de las clases subalternas no son una opción. El devenir de las palabras “dignas” conjugado con la dignidad perdida en negociaciones que llevarán a más penurias a la clase trabajadora migrante y mantener las puertas abiertas a la expoliación capitalista, tampoco.
Es hora de forjar un antiimperialismo que desafíe el vasallaje de los gobiernos latinoamericanos a la Casa Blanca edificada sobre la explotación, la sangre y la expoliación de todos los pueblos sojuzgados del mundo, incluyendo a la multiétnica clase trabajadora estadounidense, la población afrodescendiente e indígena al norte del Río Bravo. Un antiimperialismo que se alce indomable contra el genocidio en Gaza, las políticas antimigratorias, las malditas deudas públicas, la expoliación de los bienes comunes naturales. Un antiimperialismo que retome las calles y una las voces a través de las fronteras, entrelazado con la lucha contra el capitalismo, con independencia de clase, que enfrente las tendencias expansionistas y guerreristas in crescendo en la arena internacional y que cimiente la perspectiva socialista de un nuevo mundo sin explotación ni opresión.
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