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Red Internacional
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Opinión. Del trabajo a la pandemia y de la pandemia al trabajo

Si hay algo que sigue rigiendo nuestras vidas en mitad de la pandemia, con aislamiento o con apertura, es centralmente el trabajo, esa máxima que nos impone jornadas cada vez más largas, físicas y virtuales, horas de viaje o de conexión a la máquina, en ese doble juego que marca la necesidad económica con el imperativo social de “lo que hay que hacer”.

Sábado 25 de septiembre de 2021 12:35

Dentro de nuestro sistema, el trabajo aparece como una definición casi siempre abstracta, un valor en sí mismo, muchas veces glorificado, “dignificador”, asociado a la posibilidad de “progreso”; también en el sentido subjetivo, como un elemento estructurante del sujeto, se atribuye a Freud la definición de la salud mental como la capacidad de “amar y trabajar”, pero es Marx quien definió que esa capacidad creadora, característica de los seres humanos, ha sido apropiada en el desarrollo histórico por una clase social, reduciéndola en el capitalismo a sus aspectos netamente instrumentales y constituyéndola en la fuente central de la ganancia empresaria, que acumula a partir del robo del trabajo no pago.

La pandemia vino a exponer más abiertamente la decandencia del capitalismo actual, hoy es menos creíble partir de una relación entre trabajo y progreso, precisamente porque el llamado “sueño americano” choca de frente con la degradación de las condiciones de vida de las grandes mayorías trabajadoras y populares en el mundo.

El tiempo (de trabajo) es un tirano:

En esta crisis, no solo tuvimos que enfrentarnos a una verdadera, y hay que empezar a llamarla así, experiencia socialmente traumática, por la pérdida de familiares y amigos, bajo un sistema de salud intencionalmente desfinanciado, sino que tuvimos que sortear los palos de las nuevas formas de explotación laboral, el teletrabajo 24/7, la informalidad, los trabajos basura, especialmente para la juventud, que tomaron la forma de una competencia de cientos de bicis atravesando desesperadas la ciudad por su próximo pedido y sin un solo derecho encima: sé tu propio jefe, dijeron. Ni hablar del temor a perder el trabajo y engrosar las estadísticas de dos dígitos.

Más que una función estructurante, el trabajo bajo el régimen de explotación capitalista y en esta crisis en particular, genera una presión persecutoria: “no llego con los tiempos”, “no llego a fin de mes”, “me van a echar”, y contradiciendo toda máxima “dignificadora” del trabajo, hacer jornadas de 12 horas diarias, dejar la vida y encima no llegar a fin de mes, francamente no resulta muy “digno” ni resuelve las necesidades materiales, las condiciones actuales de trabajo están enfermando, generan sufrimiento psíquico: agotamiento, depresión y estrés.

Pero hay realidades y realidades…

Los dueños de todo, los bendecidos de la pandemia, el empresariado del agronegocio, de la megaminería, de las economías de plataforma, que tuvieron ganancias record en el mundo y en Argentina - como las alimenticias que aumentaron un 83% sus ganancias este año, en un país donde hay alimentos, pero hay hambre -, pasaron del anticuarentenismo a festejar el avance de la vacunación, no precisamente por su empatía con la salud de los empleados. Si Funes de Rioja exige el carnet, no es porque le importe que te protejan con la segunda dosis, sino porque el éxito de su renta depende de “normalizar” un régimen de explotación aún más especializado.

¿Y ahora qué viene?, ¿inversión en salud, en trabajo?

Nada de eso, la salida de la pandemia, no puso en el centro de la discusión la necesidad de invertir en salud para remontar el desastre de un sistema desguazado por décadas, tampoco de construcción de viviendas populares cuando proliferó el déficit habitacional, tampoco medidas para enfrentar la desocupación. Recién con la derrota electoral que le dio un cimbronazo al gobierno de Fernández, vuelven a hablar de un posible IFE y de un salario mínimo que apenas supera el nivel de indigencia, en un país donde el 50% son pobres.

El centro del debate pos pandemia que entusiasma a los empresarios y a los políticos del régimen, es el de la reforma laboral, que vienen prometiendo Lousteau y Larreta, pero que, seamos claros, se viene aplicando, de hecho, en el actual mandato de Fernandez, con la tercerización laboral que borra todos los derechos, te paga la mitad de un sueldo y trabajas siempre para un tercero sin ningún tipo de garantías, con la pandemia lo que más creció en el mundo laboral fue la informalidad y las changas, incluso desafiando las prohibiciones sanitarias, que por supuesto no aplicaron para la casta y sus fiestas.

El gobierno, tanto Fernandez como CFK, apoyados por la siempre atenta contención de los sindicatos, recibió un mensaje en las urnas que decidió interpretar con mano derecha, no solo no se tocó el Ministerio pilar de la economía y de las negociaciones con el FMI, cuando el reclamo central de los trabajadores es que no alcanza para vivir, sino que se reforzó un gabinete reaccionario y conservador, que marca un claro mensaje: de esta experiencia traumática, de esta herida social, se sale así, del trabajo a la pandemia y de la pandemia al trabajo, con algunos varios recortes en derechos, porque así son las crisis.

“Quién dijo que todo está perdido”

No negaremos que varios y convenientes escépticos de la necesidad (urgente) de transformar este mundo de raíz, pero los empresarios y el poder político a nivel internacional subestimaron la respuesta social a sus planes, en una especie de autoengaño quizás, porque si hay algo que aprendió la burguesía en su historia, es que la clase trabajadora no agacha mansamente la cabeza cuando la golpean, lo mostró la crisis abierta en Chile, Colombia, Myanmar, EEUU, con fuertes enfrentamientos en las calles y también en Argentina con luchas como las de Mendoza y Neuquén, pero el estallido y la bronca en sí misma no alcanza, es en la potencial organización de los trabajadores y los sectores populares, donde radica la posibilidad de enfrentar este régimen de explotación que se agudiza con la crisis.

La salida es por izquierda:

En Argentina, aunque los medios intentan instalar el crecimiento del fenómeno “Milei” de la derecha más radical como el resultado categórico de las PASO, en un llamado al gobierno para que derechice aún más la salida (y ya vimos que el gobierno atendió el teléfono), lo que quieren evitar mostrar es que esa bronca también se expresó por izquierda en una elección histórica que ubicó al Frente de Izquierda Unidad, como tercera fuerza a nivel nacional, con una muy buena elección en los distritos más castigados de la provincia de Buenos Aires, en CABA y con una elección muy significativa del 23% en Jujuy, donde el principal candidato, el obrero de la recolección Alejandro Vilca, dio el batacazo, diciendo que los trabajadores no solo pueden hacer política, sino que tienen que construir su partido para enfrentar esta crisis, pelear otra salida y estratégicamente por la transformación de raíz de esta sociedad.

Es que mientras ellos cantan reforma laboral, el Frente de Izquierda Unidad es el único que planteó una cuestión central para los trabajadores ,cuando quieren naturalizar que hagamos jornadas de más de diez horas por salarios que no alcanzan, consumiendo hasta el último minuto de nuestro tiempo, de nuestro derecho al estudio, al acceso a la cultura, al arte y también al descanso y al ocio, la reducción de la jornada laboral a 6 horas, 5 días a la semana con un salario igual a la canasta básica familiar.

El fortalecimiento de la izquierda, más allá del terreno electoral, con organización, como un claro referente en esta crisis, es una tarea que tenemos por delante como parte de la lucha contra quienes nos quieren imponer su modelo de salida, la posibilidad está abierta, hay que construirla e ir por ella.