Miércoles 15 de enero de 2020
Cuando decidí estudiar la licenciatura en educación (mención Lengua, literatura y latín) ya tenía claro lo que quería ser y hacer en la vida, la docencia se me revelaba ya desde entonces como mi vehículo para buscar comprender el mundo y transformarlo, apostando siempre a la juventud y a su potencial inagotable. Tuve entonces que lidiar con las advertencias de mis padres sobre las dificultades económicas que conlleva la escogencia de esta profesión en un país como este en que nacimos y vivimos, en el que las y los docentes son históricamente uno de los sectores menor remunerados de la clase obrera venezolana.
Ya desde entonces me había decidido que si esas son las condiciones que hacen que las personas con vocación docente tengan que estudiar y ejercer alguna otra cosa para subsistir, lo que yo quería no era seguir ese camino sino luchar por cambiar esas condiciones, por eso siendo estudiante en el año 2011 me sumé al reclamo de mis compañeras/os docentes de la universidad por unos pagos adeudados y un aumento, apelando a la solidaridad de mis compañeros estudiantes.
Devenir docente me ha mostrado mucho más a las claras que es en el ejercicio de la enseñanza donde se presenta con mayor énfasis la contradicción típica del capitalismo, entre tu trabajo como medio para ganarse la vida (por medio de la explotación del trabajo asalariado) y tu vocación como medio de autorrealización personal.
Es el contacto directo y permanente en aulas con la juventud y sus inquietudes de querer cambiar el mundo que los adultos les entregamos, lo que insufla de fuerzas la vocación que luego amilanan las carencias económicas en los hogares de quienes la ejercemos, así como la sobrecarga de trabajo administrativo en plazos recortados, que resta tiempo libre para disfrutarlo con los seres queridos, se va produciendo un “efecto tijera””donde a más dedicación se le imprime a un lado, menos será la atención que se reciba del otro.
Con el recrudecimiento de la crisis en el país he visto cómo este “efecto tijeras” entre trabajo y vocación se ha centuplicado sin parar, y me he encolerizado cada vez que este sistema descompuesto sin ninguna pizca de remordimiento expulsa el talento, la energía, el tiempo, la creatividad, la dedicación y la atención personalizada que dieron docentes temporales hasta el término de su contrato, o de docentes que vieron económicamente insostenible seguir dando clases, y deben dedicarse a otros oficios mejor remunerados o emigrar a otros destinos, y simplemente terminan siendo reemplazados por nuevo personal (temporal o no) repitiendo este ciclo infinitamente, sin ninguna consideración por aquella cantidad de estudiantes que intelectualmente y afectivamente llegaron a engancharse con su forma de enseñanza.
La profundización de la crisis ha puesto en evidencia los enormes problemas estructurales que el rentismo y la dependencia ejercen sobre la educación, que su agravamiento (deserción, falta de docentes, etc.) es producto de las mismas condiciones sociales que hacen padecer a la clase obrera de conjunto, así como al sector estudiantil y al gremio docente, cuya salida progresiva no cabe más que en los marcos de una revolución social dispuesta a cambiarlo todo, una labor pedagógica de primer orden.
Por estos motivos no me sumo a la monserga motivacional que romantiza la vocación docente abstrayéndose de las condiciones precarias que le son impuestas en tanto "trabajo", como si estas no existieran. Si la enseñanza es vocación es nuestro trabajo mostrar a la juventud que se puede y se debe luchar por cambiar esas condiciones.