La inflación anual supera los tres dígitos. El aumento de precios del 7,7 % registrado en marzo fue la cifra más alta durante el gobierno del Frente de Todos. El descontento social en ascenso busca salidas a esta crisis. Analizaremos la propuesta de dolarización del “libertario”, qué es el bimonetarismo, y el cambio de rumbo que propone la izquierda. Hablamos con Horacio Rovelli, Candelaria Botto, Andrés Wainer y Pablo Anino.
Sábado 15 de abril de 2023
La inflación de marzo escaló a 7,7%, es la más alta desde 2002. La suba de los alimentos en marzo fue casi de dos dígitos, en la medición interanual supera al promedio general de precios con 106,6%. Esta aceleración inflacionaria es un golpe feroz contra el poder de compra de salarios, jubilaciones y asignaciones sociales. Los trabajadores de Mondelez (ex Kraft) salieron este viernes a cortar la Panamericana y la Henry Ford. Reclaman por la reincorporación despidos en manos de una multinacional del sector alimenticio. Uno de los sectores más concentrados de la economía, que cuenta con poder de “mercado” para remarcar precios con tal de no reducir su margen de ganancia.
En este contexto de alta inflación Javier Milei propone que para terminar con la suba de precios hay que dolarizar la economía. En este informe especial analizaremos ¿qué es la dolarización? La propuesta del “libertario” hundiría el salario y podría llevar el tipo de cambio a los $5000 por dólar, desatando un descalabro bancario y social. La experiencia en otros países son un ejemplo de esto. Por su parte, Cristina Fernández habla de bimonetarismo, ¿qué es?. La izquierda propone una salida de otra clase.
¿Por qué la dolarización es una bomba contra el salario?
Dolarizar implica que la moneda en circulación va a ser el dólar estadounidense, que todas las transacciones y operaciones se realizarán en dicha moneda y que, entonces, es necesario retirar todos los pesos en circulación y reemplazarlos por aquella. Pero, para hacer eso se necesitan muchos dólares y ese es precisamente el problema de la Argentina: los dólares faltan.
Andres Wainer, doctor en ciencias sociales e investigador CONICET, aseguró que “no hay ninguna chance de dolarizar sin una fuertísima devaluación previa teniendo en cuenta el -bajísimo- nivel de reservas que tiene el Banco Central”. De acuerdo a cómo se contabilicen los depósitos en pesos en los bancos y el pasivo en Leliq del Banco Central, la devaluación podría ser inicialmente del 400%, llevando el dólar a $1.000 en un escenario optimista, o superar el 2.500%, con un precio del dólar a más de $5.000.
Horacio Rovelli, economista y columnista en “El Cohete a la Luna”, estimó que “para dolarizar la economía deben llevar adelante una brutal devaluación, con la cantidad de dinero circulante al 10 de abril de 2023 (Base Monetaria de 5,4 billones de pesos) y de pasivos financiero del BCRA (Encajes remunerados: Pases Pasivos, leliq y Notaliq, por 12 billones de pesos), dolarizar la economía con el nivel actual de reservas netas (Menos de 3.500 millones de dólares) implicaría un tipo de cambio en torno a los $ 5.400 por dólar (cuando oficialmente está a $ 220)”. Otros cálculos, como el de la consultora 1816, estiman un tipo de cambio de conversión de casi 10 mil pesos.
Milei intenta seducir a los trabajadores vendiendo propuestas mágicas y salarios en dólares. Veamos que pasaría con el salario de un obrero de Mondelez (ex Kraft) que gana en promedio $190 mil, llevado al tipo de cambio oficial actual ($221) serían unos US$860. Si la devaluación lleva al tipo de cambio a $1000 ese salario pasaría a valer apenas US$190, son 4,5 veces menos. Si en cambio el dólar se va a $5000, el salario del obrero de Mondelez quedaría pulverizado, cobraría apenas 38 dólares.
Estos son apenas cálculos de referencia porque la determinación del valor del dólar no es meramente un resultado técnico. La devaluación previa a la dolarización puede descontrolarse y dar lugar a fuerzas sociales y económicas que no se sabe dónde terminarían, incluso puede desatar una corrida bancaria.
El impacto de semejante salto cambiario sería devastador para los salarios. Si en el año 2002 la megadevaluación de Duhalde fue de un 300% generando un salto inflacionario y una crisis aguda, ahora estamos hablando, de mínima, de una devaluación de más del doble, y que podría ser 10 veces más brutal que aquella.
Además, se agregan las consecuencias para los pequeños ahorristas a riesgo de ser confiscados, tarifazos de los servicios públicos dolarizados, destrucción del aparato productivo con cierres de micro y pequeñas empresas y cooperativas, y pérdida de miles de puestos de trabajo. Wainer también expresó que la dolarización “deprimiría aún más el mercado interno y empeoraría la competitividad de sectores que no cuentan con ventajas comparativas basadas en recursos naturales, pero, sobre todo, tendría consecuencias sociales devastadoras”.
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También se acrecentaría enormemente la deuda con la dolarización de la deuda pública en pesos del Estado Nacional. Pero por si fuera poco, Milei afirmó que para sostener el tipo de cambio solicitaría un nuevo préstamo externo. Algo que suena poco creíble en este momento. Candelaria Botto, economista, dijo al respecto que “El dinero que iba a llegar de los “Repos” que había anunciado Massa, y la posibilidad de que el Fondo nos preste más plata no parece estar sobre la mesa. Así que la opción de endeudamiento externo está cerrada”.
Pero hay otro problema, igualmente grave. Una economía dolarizada sería el grado cero de la soberanía monetaria: al desaparecer la moneda nacional se le entrega el mando de la emisión y la política monetaria directamente a la Reserva Federal de Estados Unidos. La actividad económica dependerá más que nunca, incluso más que en la Convertibilidad, de que ingresen dólares en el país.
Una opción más extrema que la fallida Convertibilidad
Durante el período de la Convertibilidad, que aplicó el gobierno peronista de Carlos Menem y de Domingo Cavallo como ministro de Economía, se mantuvo la moneda nacional y por ley se estableció una paridad fija con el dólar. El Gobierno estuvo condicionado a emitir pesos según la disponibilidad de divisas. La dolarización es una opción más extrema que la convertibilidad porque directamente desaparece la moneda nacional.
En ambos casos se genera la ilusión de que es posible solucionar la falta crónica de dólares sin resolver los desequilibrios estructurales que tiene la economía argentina.
En abril de 1991 nació el régimen de convertibilidad y fue una herramienta clave durante casi once años. Hubo un primer período de expansión de la economía entre 1991 y 1994 que generó un fuerte apoyo y permitió la reelección de Menem. Luego llegó el impacto de la crisis del Tequila y después hubo otra etapa de expansión más breve entre 1996 y 1998. A partir de ese año empezó una recesión que culminaría con la crisis de 2001 y el fin de la convertibilidad.
Bajo este régimen, el Banco Central tenía márgenes limitados para comportarse como prestador de última instancia (asegurar los depósitos en los bancos) o para realizar operaciones de mercado abierto (son las compras y ventas de títulos públicos o propios que realiza el Banco Central para influir sobre la liquidez de la economía). La emisión de pesos y la creación de dinero tenía que tener un respaldo rígido en moneda extranjera, esto significa que dependía del ingreso de dólares por el comercio exterior o la entrada de capitales (inversiones) es decir, estaba determinada por la cantidad de dólares que ingresaran al país por la vía del comercio exterior o de la entrada de capitales. Como se ancló el tipo de cambio con el de la moneda estadounidense el país estaba más expuesto a los shocks externos y a la necesidad del ingreso de dólares para sostener la convertibilidad.
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Como señala Esteban Mercatante en el libro La Economía Argentina en su laberinto, “un pilar central para coordinar la actividad económica, como es la creación de crédito, quedaba severamente restringido. Dicha base fundamental para sostener la actividad económica en el capitalismo quedaba determinada por el ingreso de dólares por la vía de inversión extranjera o de créditos en el exterior, ya sea tomados por agentes privados o por el sector público. Por todo esto, la reversión de los flujos de capitales que se produjo con la sucesión de crisis de finales de los noventa impactó severamente sobre la economía argentina”.
Mantener la convertibilidad también significó una necesidad para el Estado de endeudarse para afrontar los desequilibrios fiscales y del balance externo. Julián Zicarí en el libro Camino al Colapso, detalla que “el peso del endeudamiento fue demandando un esfuerzo mayor por parte del Estado para poder hacer frente al repago que este implicaba. Por ejemplo, si en 1993 se destinaba el 7% de los ingresos estatales al pago de la deuda, en 2001 se destinaba a eso casi el triple. (…) el endeudamiento terminaba por volverse una enorme bola de nieve, cuyo peso asumía una dinámica cada vez más explosiva”.
La convertibilidad empujó a una depresión económica, la tasa de rentabilidad se deterioró y cayó la inversión. La Argentina entró en una recesión que duraría cuatro años y se convertiría en depresión. Con la profundización de la crisis empeoró la situación fiscal. De la hiperinflación se pasó a la “hiperdesocupación”.
La llegada al “primer mundo” fue una ilusión de la clase capitalista argentina. Los caminos para resolver la crisis derivaron en pujas entre fracciones burguesas: devaluadores versus dolarizadores. Puja que terminó con el fin de la convertibilidad, una salida caótica para las grandes mayorías populares, pobreza (50%), desocupación (25%) y 35 muertos a manos de las fuerzas represivas tras las jornadas del 19 y 20 de diciembre donde el presidente De La Rúa (Alianza) tuvo que renunciar obligado por la movilización popular y fugarse en helicóptero de la Casa Rosada.
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La debilidad del peso, un problema de Fondo
“Estamos sin moneda” decía la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, en una conferencia brindada en la Universidad de Río Negro .
Cristina Fernández advierte que el bimonetarismo llegó a partir de cambios estructurales que comenzaron con la dictadura, hace 40 años atrás. Una “convivencia” de dos monedas en la esfera de la circulación nacional (peso y dólar). El economista Horacio Rovelli explica que el sistema bimonetario se caracteriza por cumplir dos condiciones a la vez: “Por un lado el empleo de la moneda local (el peso) como moneda de cambio y, la moneda extranjera (el dólar) como moneda de ahorro. Y, a la vez, los grandes formadores de precios internacionalizan los mismos y con ello plantean sus utilidades medidas en moneda dura.”
Para graficarlo agrega que en 2022 los residentes argentinos tenían en el exterior la suma de US$362.258 millones, según datos del Indec.
Los problemas estructurales como la destrucción de las cadenas de valor y la disminución del salario medido en divisas, la pérdida de eslabones que ahora obligan a importar bienes que antes se producían, y la fuerte extranjerización de empresas, son algunos procesos que remarca Rovelli.
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Mientras apoya el rumbo de ajuste fiscal y concesiones al gran capital adoptado por Massa para cumplir con el FMI, muchos analistas han leído que Cristina propone como salida una especie de plan de estabilización. Si bien no habla de un plan en concreto, si ha sostenido que con una inflación de tres dígitos “requiere cambios drásticos a través de la instauración de una doble moneda”. Sin embargo, tampoco propone medidas estructurales que reviertan la existencia de la economía bimonetaria.
Siendo la deuda externa una de las principales vías de saqueo de la riqueza producida por los trabajadores del país, el kirchnerismo convalidó con los canjes 2005 y 2010 la deuda fraudulenta de la Alianza. También avaló la reestructuración de los bonistas privados de Guzmán, y criticó tibiamente el acuerdo con el FMI, aprobado en el Congreso.
“Durante los tres gobiernos kirchneristas la fuga de capitales rondó los US$100 mil millones. Es cierto que no fue financiada con deuda como con Macri, sino con el superávit comercial. El resultado es parecido: esos recursos ahora están mayormente en paraísos fiscales. La Ley de Entidades Financieras permanece intacta, tan intacta como ayer”, sostiene Anino.
Ante la inflación que no cesa y ya marca un 104,3% interanual acelerando el descontento social, el fetichismo monetario tanto de Milei con la dolarización, como de Cristina Fernández, no ataca los problemas estructurales de una economía cada vez más en decadencia.
Andrés Wainer observa “Me parece que está claro para la mayoría que la dolarización es más una consigna de campaña que algo factible de ser realizado. Por otro lado, es bastante obvio que una medida como tal, si bien a mediano plazo puede tener algún resultado en materia inflacionaria, sólo agravaría los problemas estructurales que tiene una economía dependiente como la argentina.”
Las distintas salidas de los partidos burgueses como dolarizar, o convalidar la existencia del bimonetarismo, no hablan sobre la debilidad del peso y sus causas. Estas se encuentran en la estructura económica dual del país: un sector con alta productividad (agro) y otro con baja productividad (industria), en comparación al resto del mundo. En conjunto se trata de una productividad baja, es un tercio de la productividad que tiene EE. UU. (a mediados del siglo XX la relación era 2 a 1 en favor de EE. UU.)
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Esta menor productividad relativa implica mayores costos de producción para las empresas radicadas en el país –nacionales y extranjeras. Aquí subyace una necesidad inherente a la reproducción del capital en el país: la depreciación del tipo de cambio como vía de compensación por esa menor productividad.
Frente al flagelo de la inflación que empeora las condiciones de vida de las mayorías populares, se impone pensar en medidas que apunten a estabilizar el valor de la moneda nacional. Al mismo tiempo, no hay salida posible a esta crisis si no se atacan las causas estructurales del capitalismo atrasado y dependiente argentino. Se trata de un cambio de rumbo que tenga como norte la planificación de la economía y el entramado productivo en función de intereses distintos a la ganancia capitalista.
La nacionalización de la banca impediría la fuga de capitales. El no pago de la deuda permitiría acabar con el saqueo del país, posibilitando los dólares para planificar el desarrollo económico. La clase trabajadora debe estar al frente de la gestión de los principales medios de producción: grandes industrias, recursos mineros, una banca nacionalizada, el comercio exterior y puertos, empresas de servicios públicos. También de los recursos estratégicos. De fondo, se necesita un gobierno de los trabajadores en la economía y el país.
Se agradece a Horacio Rovelli, Candelaria Botto, Andrés Wainer y Pablo Anino.
Realizaron este informe especial Guadalupe Bravo, Lucía Ortega, Matías Hof y Mónica Arancibia.
Imágenes y diseño: Martín Cossarini y Matías Baglietto.