El comité Nobel decidió otorgar el premio a las creadoras de la herramienta para leer las tijeras genéticas CRISPR-Cas9. Son la sexta y séptima ganadoras de un Nobel de Química. Nuevamente entra en escena el debate de las desigualdades, la brecha salarial y los límites de las mujeres en el sistema científico.
Alhue Bay Gavuzzo @alhueBg
Lunes 12 de octubre de 2020 19:02
Emmanuelle Charpentier y Jennifer A. Doudna, basándose en la investigación del español Francisco Martínez Mojica sobre las bacterias de las salinas de Santa Pola, publicaron su herramienta en el año 2012 en la revista Science. La francesa Charpentier es actualmente directora de la Unidad Max Planck de Ciencia de los Patógenos en Berlín. La estadounidense Doudna es profesora en Berkeley e investigadora en el Howard Hughes Medical Institute. Charpentier realizó estudios sobre la bacteria Streptococcus pyogenes en la que halló una molécula que se desconocía llamada ARNtracr, parte del antiguo sistema inmunológico de las bacterias.
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A través de las tijeras genéticas y de la técnica CRISPR-Cas9, el trabajo que ambas llevan adelante se trata de un método para la edición del genoma. De esta manera las y los investigadores pueden modificar el ADN de animales, plantas y microorganismos con mucha precisión. Esta tecnología ha tenido un impacto revolucionario y controversial en las ciencias de la vida, trayendo nuevas promesas prometeicas de curar enfermedades hereditarias (genéticas) en un futuro cercano. En ese sentido se desarrolló en el libro Genes, células y cerebros una crítica al determinismo genético, las concepciones reduccionistas en relación al ADN y la perspectiva epigenética.
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Las tijeras genéticas y la dualidad de poder modificar el código de la vida
Dentro de cada célula del cuerpo humano se encuentra material genético conocido como ADN, que contiene las instrucciones genéticas para el desarrollo y el funcionamiento de todos los organismos vivos y algunos virus. El ADN transmite los rasgos hereditarios a futuras generaciones, un componente esencial para la vida. Una célula tiene información para formar tejidos, otra para manejar la energía del cuerpo, construir defensas, y sobre todo mantener las funciones vitales. El ADN puede ser alterado por un sinfín de razones, como enfermedades, radiación, lesiones o sustancias químicas. Los cambios en el material genético es lo que conocemos como mutaciones, una alteración en la información genética de un ser vivo en su secuencia de ADN.
Una secuencia del ADN en términos sencillos se puede explicar como dos cadenas entrelazadas entre sí compartiendo información y combinaciones esenciales. Una alteración en esta secuencia puede generar desde simples cambios estéticos a enfermedades genéticas, que son muy difíciles de tratar y eliminar porque están situadas en el código genético de cada célula. Una manera de curar estas enfermedades es modificando la secuencia, aunque los primeros intentos de modificar genes humanos no tuvieron los resultados esperados.
Aunque suene a ciencia ficción, el método CRISPR (Repeticiones Palindrómicas Cortas Agrupadas y Regularmente Interespaciadas) es entonces un “Editor” de ese material genético dentro de las células. Cuando una bacteria sobrevive el ataque de un virus inmediatamente incorpora un pedazo de ADN del virus que la atacó para agregarlo a su genoma de forma aislada. Cuando esa información se replica la bacteria genera inmunidad contra ese virus y esta información se hereda a futuras generaciones. De esta colección de ADN se genera ARN, que es “guardado” en una proteína llamada Cas9, que se encarga de buscar, identificar y desactivar el virus en caso de que vuelva a atacar.
Las ciencias duras, ese terreno donde el “techo de cristal” sigue lejos de romperse
“1. Tomen papel y lápiz.
2. Escriban todos los nombres de
científicas que se les ocurran.
3. Ahora borren el de Marie Curie”
Valeria Edelsztein
Las mujeres ingresan a las universidades desde fines del siglo XIX a principios del XX pero recién desde la mitad del siglo XX se registra un salto en la presencia de mujeres en las academias de ciencias y, en la Argentina, recién desde los años noventa.
El premio Nobel es entregado por la Real Academia Sueca de Ciencias, el Instituto Karolinska y el Comité Noruego del Nobel. Desde que se empezaron a entregar en el año 1901 a la edición de 2019, el premio ha sido otorgado a 866 hombres, 53 mujeres. Pero dentro de las ciencias son menos, apenas 15. Ahora Charpentier y Doudna se suman a la lista.
Por categorías, el Nobel de la Paz es en el que hasta la fecha más se han destacado las mujeres: un 15,9% de los galardonados son mujeres, seguido del de Literatura, con 12,9%. En Física solo hay 1,9% de mujeres, 3,8% en el de Química, en Medicina son 5,4% y en Economía un 2,4%. Esta edición es la segunda solamente, desde 2009, en la que tres mujeres obtienen los Nobel científicos: Medicina, Física y Química. Y en cuanto a los comités de los Nobel, las mujeres representan solo una cuarta parte de los miembros.
Si bien se habla de un mayor acceso de las mujeres a la ciencia, es materia de debate hace unos años la desigualdad que atraviesan dentro del ámbito científico. La paridad parece estar lejos cuando todavía los números evidencian el problema del acceso de las mujeres, particularmente a las ciencias duras.
Fuentes: a)Nobel, b)Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social, c) CONICET.
La doctora en Química, Valeria Edelsztein en su libro “Científicas: cocinan, limpian y ganan el Premio Nobel (y nadie se entera)” sostiene que el porcentaje de mujeres galardonadas en los premios Nobel en ciencias fue del 5% hasta el año 2012. Actualmente la escasa cosecha entre 931 laureados, es del 6,1% según una base de datos de la AFP.
Los cálculos de la ONU arrojan que menos del 30% de los investigadores científicos en todo el mundo son mujeres. La brecha es pronunciada en la carrera investigadora, donde el ‘techo de cristal’ parece no romperse nunca. Hay muchos estudios y estadísticas que dan cuenta de que no hay igualdad en el acceso y la permanencia en puestos relevantes y en la remuneración económica entre varones y mujeres. Las trayectorias y reconocimientos de las mujeres en ámbitos científicos y tecnológicos continúan muy por detrás de las peleas que desde hace años viene llevando el movimiento de mujeres en las calles y dentro del mundo de la ciencia.
Si bien se ha dado mucho más aire a hacer públicos los “números de la desigualdad” lejos estamos de alcanzar esa igualdad ante la vida y la posibilidad de desarrollarnos en el ámbito científico. Hay trabajos que muestran que las mujeres autoras de artículos científicos ocupan las posiciones intermedias (menos importantes), además que la tasa de producción es menor en las mujeres que tienen hijos que las que no.
En 2019, más de 250 investigadores firmaron una carta publicada en Science en la que instaban a "científicos e instituciones de toda Latinoamérica a ser conscientes del daño que el machismo y su negación inflige a las mujeres y a la misión de la ciencia en general".
Actualmente en Argentina hay una mayoría de mujeres en la carrera de investigador del CONICET, las mismas se encuentran en las categorías más bajas. Los hombres siguen siendo mayoría en las categorías Superior y Principal. La editorial Elsevier indicó que hay 104 autoras de trabajos científicos por cada 100 hombres. Sin embargo, la precarización laboral y la brecha salarial están presentes y hay casos en los que los varones cobran hasta el doble que las mujeres.
La brecha salarial en el campo científico impacta en la realidad de las investigadoras en Argentina, donde en medio de una crisis, organismos de renombre como el CONICET, vienen de sufrir recortes bajo el anterior gobierno, ingresos al organismo restringidos, ajustes presupuestarios (50% del presupuesto anterior) y becarias y becarios trabajando en condiciones de precarización laboral al día de hoy.
En la Argentina, hay más proporción de mujeres que de varones en las ciencias sociales y en las ciencias médicas y de la salud. 👩⚕️
Pero esta relación se invierte en las ingenierías y en las ciencias naturales y exactas. 👩💻
¿Por qué pasa esto? 🤔 pic.twitter.com/3sNPYIlp3y
— Científicas De Acá (@CientificasAca) October 3, 2020
La feminización de algunas ramas de la ciencia puede tener relación con los bajos salarios del sector. En nuestro país los salarios de las y los investigadores son los más bajos de los últimos 15 años y las becas están por debajo de los $46.000. Según los propios datos del CONICET, en julio último los salarios de los investigadores eran un 40% menos en términos reales que los de fines de 2015. Y actualmente el salario es similar al que cobraron en el peor momento de la crisis de 2002.
Lo que llaman “brecha salarial” es la precarización intrínseca al patriarcado y el capitalismo
Hablar de brecha salarial es parte importante de lo que ocurre en la desigual y jerárquica relación entre varones y mujeres en ciencia. Es un ayuda memoria para dar por tierra aquellas ilusiones de que la conquista en materia de derechos en las democracias capitalistas es la conquista de una igualdad ante la vida. La feminización de la pobreza en momentos de crisis es una realidad que golpea de lleno todas esas ilusiones de que con algunas concesiones podremos alcanzar la igualdad en un sistema irracional, que se basa en la apropiación de la riqueza y la explotación de una clase social que produce esa riqueza.
El término no es nuevo, pero viene al caso recordar qué significa. Se toman los índices de la desigualdad salarial entre varones y mujeres, teniendo en cuenta el nivel educativo, las calificaciones, la experiencia laboral, la categoría ocupacional y las horas trabajadas. La desigualdad salarial en función del género ocurre en todo el mundo y no tiene una explicación legal de por qué en iguales condiciones de trabajo (estudios, categorías, etc.) simplemente las mujeres ganamos menos. Puede sonar redundante pero lo objetivo es que no hay una explicación que no sea la discriminación hacia las mujeres en una sociedad capitalista y patriarcal.
La economista Mercedes D´Alessandro señala en su libro Economía Feminista Cómo construir una sociedad igualitaria (sin perder el glamour) que para todos los estudios y en diferentes mediciones las mujeres ganan menos que los varones, las que tienen hijos ganan menos que las que no; las mujeres negras, indígenas y campesinas ganan menos que las blancas. El Informe Mundial sobre Salarios 2018/2019 publicado por la Organización Internacional de Trabajo indica que las estimaciones mundiales de la brecha salarial oscilan entre el 16% y el 22 %, dependiendo de la medida utilizada.
Es dialéctica: ciencia para el marxismo, marxismo para la ciencia
El capitalismo no sólo incorporó a las mujeres como fuerza de trabajo en las fábricas, talleres y empresas, sino que en el ámbito de la ciencia también profundizó esas relaciones desiguales entre la apropiación del conocimiento y el acceso al desarrollo del pensamiento científico entre hombres y mujeres.
La ciencia no puede ser abordada ajena a sus circunstancias sociales e históricas ni como una mera construcción social. Su comprensión y formas de uso para los marxistas son muy simples en un punto: el capitalismo y sus prioridades no pueden ir de la mano del desarrollo del pensamiento científico liberado de su forma alienada, sometida al capital y sus intereses. No puede haber una ciencia liberada puesta al servicio del avance científico en todas sus ramas en los marcos del sistema. Muy por el contrario la mercantilización de la ciencia lleva a que estos desarrollos terminen puestos al servicio de un puñado de laboratorios y no de las grandes mayorías. Como los test desarrollados en nuestro país, en manos de privados en lugar de un plan de testeos masivos llevado adelante por un sistema de salud centralizado bajo órbita estatal de la mano de becarios, técnicos y profesionales de las universidades públicas. Resulta difícil pensar en mayores avances productivos y un desarrollo científico, técnico y cultural al servicio de las grandes mayorías populares, la clase trabajadora y los pobres urbanos.
Un trabajo publicado por la investigadora Julia Ategiano muestra que existe una brecha de productividad de género dada por una producción científica mayor atribuida a los hombres. Sin embargo, las tasas de éxito son similares cuando el trabajo de los investigadores se evalúa directamente (artículos) y sólo es mayor para los hombres cuando implican el reconocimiento de los compañeros. En todo el mundo la subrepresentación histórica de las mujeres en ciencia es la misma, los factores socio-culturales que sustentan el sesgo de género pueden modular diferencias en la productividad y perpetuar la desigualdad. Las mismas no disminuyen con el tiempo incluso en campos en donde se ha alcanzado la igualdad numérica.
Si las diferencias en la productividad están vinculadas al tiempo que las y los investigadores pueden dedicar a hacer ciencia y al reconocimiento de los pares en un paisaje dominado por los hombres, y si el impacto de la ciencia tiene un componente importante de autorreconocimiento, entonces el sesgo sociocultural de género contra las mujeres e identidades disidentes aún puede ser un factor fuerte que promueva tal desigualdad. Parafraseando a Hilary Rose “la tarea de las mujeres nunca termina”.