El libro El Estallido de Hassan Akram, -economista y asesor del Frente Amplio- sin duda es muy útil para comprender racionalmente las causas económicas y sociales de la rebelión popular de 2019. Escrito sólo a tres meses de las jornadas del 18 de octubre, Akram señala como causa del estallido (término que asume), el malestar con las consecuencias concretas del modelo neoliberal. Aunque su antineoliberalismo, como veremos, no termina de responder a las principales encrucijadas estratégicas del actual escenario.
El “sujeto” del estallido
Su libro plantea que en la figura de “los rezagados, los dejados atrás por el modelo neoliberal, se identificó un actor social cuyo malestar con los bajos salarios y altos precios, reflejos de la alta desigualdad nacional, prendió las llamas de la movilización social”.
Akram discute contra la tesis del Centro de Estudios Públicos (CEP) que ve que el malestar en la sociedad es un mero producto comunicacional y también contra Carlos Peña, para quien el estallido “es una explosión emocional muy fuertes de ciertos sectores sociales” en el marco de una “modernización capitalista” exitosa. El autor de “El Estallido” -por el contrario- señala cómo las políticas de liberalización económica, desregulación económica y privatización de recursos (que caracterizan al neoliberalismo), son las que provocaron el estallido.
¿Qué explica el fracaso de la Nueva Mayoría?
El fracaso de la Nueva Mayoría para Akram tiene que ver con el alejamiento de sus propias bases sociales producto de sus compromisos con el neoliberalismo. Como antecedente del estallido, Akram dice que el movimiento estudiantil, con su “tremenda ola de movilizaciones” en 2006 y 2011 y su crítica al sistema educativo legado por la dictadura “dio a luz a una repolitización de la sociedad chilena” con una “nueva generación de activistas y militantes con ideas nuevas”. Explica en sus términos, que la Nueva Mayoría –la cual llegó al gobierno con Michelle Bachelet- buscó en cierta manera responder a este proceso con su programa político, que incluía una reforma tributaria, una reforma laboral y una reforma educativa.
Akram expresa así cómo la respuesta de la Nueva Mayoría fracasó:
«hemos visto cómo todas y cada una de las reformas de la Nueva Mayoría (tanto la tributaria como la laboral y hasta la educacional) fracasaron. La estrategia política de la coalición (dando la espalda a los movimientos sociales y haciendo negociaciones cupulares con la derecha) terminó generando reformas insuficientes, que no cambiaron el paradigma neoliberal de la sociedad chilena. Sin embargo, los bacheletistas alegan que no tenían otra opción, que al final buscaron un consenso con las elites porque ellas son los actores que podían (y pueden) bloquear cualquier reforma. Si no hubiesen negociado con la élite, dicen los lúgubres nuevamayoristas, entonces el bloqueo habría sido aún más fuerte y ni siquiera las insuficientes reformas que hicieron habrían sido posibles».
Su libro detalla bastante cómo durante el gobierno de Michelle Bachelet (2014-2018) las negociaciones y disputas cupulares tanto al interior de la Nueva Mayoría como entre ésta y Chile Vamos, fueron moderando y modificando cada una de las reformas, lo que no le bastó al conglomerado derechista -que en el caso de la reforma tributaria y educativa recurrió al Tribunal Constitucional para eliminar cualquier vestigio antineoliberal, e incluso a la movilización de apoderados de colegios-. El resultado final de la reforma laboral es una muestra clara de este “esquema”: después de su fallo del TC fue un código más restrictivo en varios aspectos:
«el TC había suprimido los dos elementos de la reforma que fortalecerían en algo a los sindicatos (titularidad y extensión bilateral), pero quedaron los elementos que la oposición negoció para compensar estos beneficios (mayores quórums, por ejemplo). Una minuta interna del gobierno que llegó a T13 reconoció que la reforma “quedó peor que el Código de Trabajo actual”» .
Akram cuestiona las explicaciones conformistas del tipo “se hizo lo que se pudo” que dan algunos estrategas de la Nueva Mayoría. Cuestiona los dichos de Guillermo Teillier del PC sobre la reforma laboral que para él aun sin la titularidad sindical rechazada por el TC significó un avance. Akram contraargumenta que con la reforma persistió el “reemplazo interno” de huelguistas y que empeoró incluso los pisos mínimos de negociación sin considerar siquiera el aumento del IPC tal cual se hace masivamente en la práctica. Para él la Nueva Mayoría “sí tenía otra opción. Pudo haber confiado en los movimientos sociales”. En su visión, es precisamente con los movimientos sociales que se “podría haber enfrentado la estrategia maximalista de la derecha” usando “la movilización social para bloquear los intentos de usar la institucionalidad antidemocrática de la constitución de 1980”. No lo hizo.
¿Es certera la explicación que hace Akram?
La satisfacción de Andrés Allamand que posterior al fallo del TC contra la titularidad sindical se declaró satisfecho, y los dichos de Bárbara Figueroa que planteó que la legitimidad de aquella institución “quedó por el suelo”. Estos son hechos que para Akram evidencian que la estrategia de la centroizquierda termina en el alejamiento de sus propias bases sociales. Para él, este alejamiento explicaría en buena medida el fracaso de la Nueva Mayoría, la victoria electoral posterior de Sebastián Piñera y “que la movilización llegara varios años después como un estallido sin liderazgo político”, un fenómeno que Akram ve análogo en el triunfo del Brexit en Inglaterra y en el triunfo de Trump en los Estados Unidos en 2016.
La explicación de Akram acierta en ver que la victoria de Piñera en Chile no tuvo que ver con una adhesión al neoliberalismo como pudieron sugerir algunos intelectuales trasnochados luego del fracaso de la Nueva Mayoría. Sin embargo, hay tres elementos que su análisis silencia:
1) Si la Nueva Mayoría en el gobierno no actuó de otro modo no fue simplemente por anquilosamiento estratégico sino por una razón estructural: su carácter de conglomerado político burgués y conservador del orden neoliberal. Como el propio Akram relata, tempranamente Bachelet confió sus planes económicos en los tecnócratas neoliberales de la DC. La hipótesis de que “pudo haber actuado de otro modo” no es una hipótesis basada en algún análisis de lo que fue materialmente la Nueva Mayoría, sino una idea que tiene como base la suposición de que el objetivo político original del conglomerado era genuinamente “superar el neoliberalismo” y no preservarlo usurpando las banderas del movimiento estudiantil, no desviar el proceso de lucha de clases abierto el 2011. Omite que el acceso al poder de la Nueva Mayoría tenía la aceptación de sectores importantes del gran empresariado chileno. Suponer fines transformadores es además negar la experiencia de tres gobiernos concertacionistas que cuidaron y profundizaron la obra neoliberal de Pinochet.
2) Otro silencio de Akram es el papel de las burocracias sindicales y las nuevas burocracias políticas que surgieron después de 2011. Su libro muestra en acción al gobierno de la Nueva Mayoría y a los movimientos sociales y ve el alejamiento del primero con respecto a los segundos producto de su orientación neoliberal, pero no ve el papel que cumplen las burocracias de los propios movimientos sociales y el movimiento obrero en sostener al gobierno y el papel que cumple la naciente bancada estudiantil. Esto es evidente en la lectura de Akram de la actuación del PC: ve a sus figuras políticas ligadas al gobierno como Teillier actuando y a la CUT meramente padeciendo la política del gobierno. Tampoco explicita cómo papel de los futuros dirigentes de RD, que fueron parte del gobierno, contribuyó a la pasividad y al conformismo. Pero el papel de estos actores no se puede omitir de un análisis serio de la relación del gobierno de la Nueva Mayoría y los movimientos sociales.
Aunque Akram ve la actuación del PC, no lo enmarca en el rol activo que cumplieron todas estas mediaciones en desviar la lucha de clases, permitiendo que la actuación de la NM se pudiera desplegar. Nada dice de esa burocracia que estaba compuesta también por las agrupaciones que hoy conforman el Frente Amplio, que en ese entonces codigirían junto al PC la mayoría de las federaciones universitarias.
3) Su análisis de las reformas de Bachelet silencia que durante su gobierno se desarrolló uno de los ciclos de luchas obreras más importantes del último tiempo, con procesos huelguísticos en los puertos del país, luchas de los mineros subcontratados del cobre –donde fue asesinado Nelson Quichillao (2015)- y de profesoras y profesores, con huelgas combativas y fenómenos de cuestionamiento a la burocracia. Al calor de esos procesos no sólo se produjo un alejamiento del gobierno con respecto a los movimientos sociales sino un alejamiento de los sectores más dinámicos del movimiento obrero con respecto a sus direcciones tradicionales como el PC y la CUT y el surgimiento de nuevos fenómenos sindicales combativos como la Unión Portuaria. Si las luchas estudiantiles en cierta manera cimentaron una nueva generación de activistas y militantes como dice Akram, lo mismo ocurrió con este ciclo de luchas obreras: de allí se cimentaron no sólo fenómenos posteriores como NO+AFP que el 2016 organizó marchas multitudinarias, sino también el cambio de dirección en el Colegio de Profesores o nuevas sensibilidades en el movimiento obrero y sindical con posturas contrarias a las direcciones tradicionales del PC, el PS y la ex Concertación. Elementos que, tomados de conjunto, significaban un terreno propicio para nuevos fenómenos políticos en el movimiento obrero no necesariamente supeditados al gobierno de la Nueva Mayoría como plantea Akram.
Los límites del antineoliberalismo
Lo que subyace a la lectura que Akram hace de la experiencia recién pasada de la Nueva Mayoría como intento neoliberal fallido, es su confianza actual en que se puede implementar un programa antineoliberal que termine con la liberalización económica, que regule la economía y le gane espacios a la privatización, respetando los estrechos marcos que impone el “acuerdo por la paz”, es decir, pactando con los sectores progresistas y consensuando con la derecha; aunque ahora presionando con la movilización, que para Akram es parte del paisaje de cualquier democracia madura. El autor defiende este acuerdo, incluso defiende el quórum de dos tercios con el que funcionará la Convención Constituyente. A dos meses del acuerdo, decía que ese quórum...
«...fue lo más positivo del acuerdo. La Constitución actual es casi imposible de cambiar porque se necesitan dos tercios para eliminar cada uno de sus artículos más importantes. Pero para la AC, según el acuerdo, funcionaría exactamente al revés: se requerirá conseguir un quórum de dos tercios para colocar un artículo en la constitución. Así se generará una constitución desde cero, es decir, realmente nueva. Además, habrá un incentivo para que esta constitución sea ´mínima´. Solamente los asuntos que son de consenso entrarían en ella y los demás, en la ley promulgada existiendo apoyo de 50% + 1 de los parlamentarios».
Una lectura bastante curiosa: la Convención debe limitarse a redactar la carta magna buscando el consenso, de tal manera que se evite el veto de un tercio conservador. Nuevamente el viejo argumento de consensuar con los sectores conservadores, esta vez, nada menos que la constitución. Una constitución que por muy minimalista que sea, no dejará de ser la constitución ¿Debemos esperar además que los sectores que se han enriquecido en el neoliberalismo dejarán el camino expedito en el Congreso para leyes contrarias a sus intereses? ¿Debemos creer que no desarrollarán mecanismos de resistencia extraparlamentarios si ven que sus intereses son tocados? Preguntas ineludibles en tanto todos los poderes del Estado van a mantenerse en funcionamiento mientras sesione la Convención.
No podemos esperar que el planteamiento político que hace “El Estallido”, sea apostar por la fuerza estratégica de la clase trabajadora o por métodos como la huelga general revolucionaria para desarrollar un programa anticapitalista. Akram, frenteamplista en lo político, no vislumbra un horizonte político que exceda una mera reforma del capitalismo. Pero no sólo eso, su planteamiento resulta utópico incluso respecto a las medidas puramente antineoliberales que propone: una mayor regulación económica o una mayor presencia estatal en la economía, igualmente serían resistidas por los capitalistas. O en el mejor de los casos, permitidas sólo momentáneamente si se trata de nichos claves para sus rentas y ganancias, más aún en un momento de mayores incertidumbres económicas.
Akram cree que se pueden hacer maniobras constitucionales astutas para para burlar a los capitales transnacionales que actualmente cuidan sus intereses usando los Arbitrajes de Diferencias de Inversionistas y Estados. En Chile ya tenemos una experiencia histórica con el imperialismo interviniendo la economía durante la UP y financiando acciones ilegales para sembrar el desabastecimiento (octubre de 1972). En el presente, como lo narra el propio Akram, cuando los inversionistas sienten que sus intereses han sido afectados, realizan denuncias millonarias contra los Estados en las que siempre ganan. Akram cree que ese problema se soluciona con una pequeña invención jurídica sin necesidad de romper con todos los tratados internacionales que subordinan a Chile a las potencias imperialistas:
«Un artículo de la nueva constitución chilena podría establecer que la jurisdicción de disputas entre el Estado e inversionistas extranjeros no puede ser entregada a tribunales de arbitraje sino que tiene que residir en una corte multilateral».
Reconoce que en Chile también existe el límite del TC: “Por esta razón, cualquier intento de superar el modelo neoliberal en Chile, a través de la implementación de leyes democráticas que establecen derechos sociales universales, tiene que empezar con una etapa previa, la de eliminar el TC".
Akram tiene razón en señalar que el TC defiende las políticas neoliberales. Pero la eliminación de esta institución implicaría enfrentar los intereses de todos los grupos capitalistas que se han beneficiado de las acciones de esta institución, por ejemplo con las reformas educativa y laboral de Bachelet.
Enfrentar tales intereses con chances de vencer, sólo se puede hacer con la fuerza social y política de la clase trabajadora y a través de los métodos de la lucha de clases: una movilización sostenida que termine en una huelga general y que combine un programa anticapitalista con un programa democrático radical que apunte a la eliminación de todas estos enclaves autoritarios como el TC.
Akram ve en la masividad de las manifestaciones de octubre y de la huelga del 12N de 2019, un argumento de la legitimidad del momento constituyente y la demostración de la necesidad de un programa antineoliberal basado en los movimientos sociales:
«En términos de teoría y práctica constitucional, ¿cuánta legitimidad tiene un estallido social para abrir un debate sobre una nueva constitución? Con una continuidad de casi tres meses de marchas y movilizaciones de mucha intensidad, se puede hablar de una participación ciudadana completamente inédita. Entre ellas, una marcha de más de un millón 200 mil personas (el 25 de octubre de 2019) y un paro nacional con una adhesión de aproximadamente 90% del sector público y 60% del sector privado (el 12 de noviembre del mismo año). Finalmente, nada menos que el general director de Carabineros, Mario Rozas, tuvo que reconocer que, en todas estas movilizaciones a lo largo del país, participaron alrededor de 4 millones 200 mil personas. Esta cifra supera ampliamente los 3 millones 790 mil votos que obtuvo el presidente Piñera en segunda vuelta. Frente a una presión social de esa índole, la demanda para una nueva constitución (87% piensa que es importante cambiarla) adquirió una urgencia difícil de ignorar».
Akram quiere reducir el papel de esa fuerza social a una base de la política antineoliberal que defiende su conglomerado. Desde su manera de argumentar, esa fuerza social debe ayudar a las maniobras cupulares respetando las reglas de la Convención. ¿No es bastante parecido al modus operandi concertacionista que Akram cuestiona?
Para nosotros la fuerza de la huelga general y de millones protestando en las calles que se mostró el 12N de 2019 es apenas una pequeña muestra del enorme poder de la clase trabajadora. Esta fuerza no tiene como único destino posible actuar en los límites del pacto por la paz. Esa enorme fuerza social, si se reactiva, puede romper los límites de las convenciones abriendo paso a una verdadera asamblea constituyente eliminando las instituciones contramayoritarias como el TC o incluso la presidencia de la república con todas sus facultades autoritarias. Es esa fuerza la que puede enfrentar el poder de los capitalistas y abrir el horizonte de una sociedad socialista. Sólo un programa que se ancle en esa fuerza y en una estrategia basada en la lucha de clases, podrá responder con éxito a los desafíos que dejó la rebelión chilena.
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