Dice Riquelme que se retira. Dice. Muchos eligen no creerle. Mezcla de pasadas contradicciones y de resistencia. El lugar común invita a señalar la unicidad del ¿ex? enganche de Boca. ¿Qué hace único a un 10 en un país generador de números 10?
Lionel Pasteloff @LionelPasteloff
Martes 27 de enero de 2015
Por ejemplo, ser ovacionado en su debut. ¿Existen muchos casos semejantes? En aquel Boca 2 - Unión 0 de 1996, Juan Román Riquelme debutó en la primera del Xeneize. En La Bombonera, donde luego sería el jugador de más presencias. Su desparpajo y su frescura propia de los 18 años hicieron que los hinchas, golpeados por la escasez de éxitos, se lastimaran las manos de tanto aplaudir.
Durante 1997 soportaría la sombra de Maradona, el banco de suplentes y hasta jugar por las bandas. Alguna polémica con Macri (la primera de ellas) respecto a un sueldo. Sería campeón Sudamericano y Mundial con la Sub-20. En Boca, el talento asomaba, pero no se consolidaba. Hasta que llegó Bianchi.
"Le dije que así como estaba jugando, no podía ser el 10 de Boca", confesó el Virrey años después. El entrenador, potenciador sin igual de talentos, hizo de Román un líder. Primero, el liderazgo fue meramente futbolístico. Riquelme condujo al primer mega campeón equipo de Bianchi entre 1998 y 2000. En 2001, sin Palermo y sin una referencia de área, sumó gol y presencia. ¿El resultado? 3 torneos locales, 2 Libertadores, 1 Intercontinental, con rendimientos memorables.
Cuenta la leyenda que Riquelme, durante momentos de la Copa de 2001, jugaba sólo el torneo internacional y descansaba en el Clausura. Eso le permitía gozar de libertad los fines de semana, cuando se iba a jugar al fútbol con sus amigos. Lo que para otros podía leerse como una enorme falta de profesionalismo, para el DT era una forma de generar un lazo con el jugador. Alguna vez Román apareció con el tobillo hinchado tras uno de esos partidos en el barrio. El Virrey sólo le dijo una cosa: "Vos hacé lo que quieras en tu tiempo libre, a mí me tenés que rendir el miércoles". Y así fue.
Ya sin Bianchi, el diez fue menos diez. Lideró al equipo de Tabárez, que no tuvo suficiente para campeonar con los restos del Boca campeón de todo. Sería momento de probar suerte en el exterior. Nada menos que el Barcelona se haría de sus servicios.
Mucho se dirá, por que es fácil, que Riquelme fracasó en el equipo culé. No obtuvo títulos, y no mostró el nivel superlativo de Boca. Cierto es también que tanto el saliente Van Gaal como Antic poco hicieron para buscar su mejor versión, alternándolo entre maltratos, suplencias, posiciones ajenas y declaraciones provocadoras.
La máquina marketinera del Barcelona no se detuvo y en 2003 incorporaron a Ronaldinho, quien venía a quedarse con la 10 del equipo. Riquelme no tuvo tiempo de pensar qué hacer. El modesto Villarreal puso todos sus ahorros en él y se lo llevó para hacer historia. En el equipo amarillo, el enganche se daría el gusto de meter una cantidad de considerable de goles, convertir a Forlán en el goleador del torneo y guiar a su equipo a una inédita semifinal de Champions League, donde su penal errado fue definitorio. Al fín y al cabo, quien abrió la puerta a la ilusión, la cerró.
Llegó al Mundial de 2006 como líder del equipo de Pekerman. Fue el jugador con más asistencias del certamen, aunque no pudo imponerse del todo. Queda en el recuerdo su salida a poco del final del cruce de cuartos de final. Sin él, fue eliminación.
La relación con el entrenador Pellegrini se hizo más tirante y Román quedó fuera del equipo. Un Macri en campaña puso una millonada (que luego recomendó no invertir en él a sus sucesores) para traerlo y ganar la Libertadores. El 10 jugó como nunca, alzó el trofeo continental y le abrió las puertas de la intendencia al nefasto empresario. Quizás lo único que podamos reprocharle, los efectos colaterales de su magia.
La Copa América de 2007 lo tuvo como socio de Messi y Tévez en una selección formidable que dirigía Basile. Se jugó muy bien, pero el fútbol cerrado y opaco de Dunga resultó considerablemente más efectivo para llevarse el torneo.
Hacia finales de ese año volvería definitivamente a Boca. Tendría un 2008 muy bueno, con semifinal de Copa y ganando el Apertura como sostén de un equipo que no tenía sanos a Palacio y a Palermo. Arrancaría 2009 renunciando por segunda vez a la selección. Esta vez, su declinación obedecía a los manejos que habían puesto a Maradona como DT por encima de Basile. El domingo posterior, La Bombonera rugió a favor de Riquelme. Diego tardó años en volver a asomar por su palco.
Esos dos años siguientes, se vería su magia en cuentagotas. Las lesiones le cercaban el paso, parecía que se apagaba de a poco, metido en un Boca improductivo, que se devoraba técnicos. Pero su orgullo hizo posible el resurgimiento.
Llegaría 2011. Falcioni asumió como DT de Boca. Se olía que no contaba mucho con Riquelme. Lo demostró rápidamente excluyéndolo contra All Boys, de local. El 0 a 0 y el intento de borrar al ídolo bastaron para empezar a romper la relación con la gente.
Tras un comienzo horrible, con cuatro derrotas en seis partidos, el ex arquero se jugaba el puesto visitando a Colón en Santa Fe. Un gol de tiro libre descomunal de Riquelme permitió el 1 a 0 final. Como siempre, el enganche dominaba la escena. A la fecha siguiente, con otro golazo de pelota parada, contribuiría para vencer al líder Estudiantes. Luego de la derrota con Lanús, el equipo arrancó un invicto interesante y terminó en una digna posición.
La segunda parte del año, la cosa fue distinta. Falcioni arrancó empatando y se rumoreó fuerte su salida. Pero Boca le ganó 4 a 0 a Unión, con un gol de Riquelme y la cosa se calmó. Nuevamente sacaría la cara por el entrenador que jamás entendió el valor de tenerlo. Román jugaría los primeros diez partidos y sería fundamental para encausar a un equipo que ganaría el torneo caminando.
El primer semestre de 2012 tuvo a Boca peleando torneo y Copa. Riquelme estaba en un gran momento y algunas de sus actuaciones coperas lo demostraron. Pero el equipo aflojó sobre el final en ambos frentes. Derrota en la final de la Libertadores y torneo perdido en la fecha 18. El enganche, cansado del destrato de Falcioni y la complicidad de la dirigencia (ya con Angelici como presidente, aquel que en 2010 había renunciado como tesorero para no aprobar el contrato del 10, por orden su jefe Macri), eligió irse. Le dejó el equipo 6 meses a Falcioni, que sin él jugó horrible y no pudo lograr más que irse insultado por todo el estadio en la última fecha.
Volvería Bianchi con Román, pero no sería lo mismo. Hubo chispas de aquel Boca glorioso, pero nunca se encendió la mecha. Por fallas propias, por un club conspirador contra sus propios ídolos y por varios motivos más. Aún así, Riquelme mostró grandes momentos. Un golazo al Corinthians en Brasil (tierra donde lo aman, y no aman a cualquiera) fue uno de ellos. En 2014, con el tiempo apremiando de cara a la eventual renovación de contrato, le metió un zapatazo a Tigre para ganar en el final, así como un soberbio tiro libre a River. Pese a algún ofrecimiento vacío e irrespetuoso para continuar, optó por irse a ascender a Argentinos.
Y así fue como el jugador acabado, roto y conflictivo lideró al equipo que lo vió nacer, en su vuelta a primera. Jugó casi todos los partidos, hizo goles decisivos (incluso uno para eliminar de la Copa Argentina al campeón del Inicial, Racing). Se despidió tras el ascenso. Y el 25 de enero de 2015 anunció un retiro que sigue sin sonar creíble.
Porque tampoco fue creíble verlo aguantando la pelota contra medio equipo del Real Madrid en Japón o contra el Palmeiras en Brasil. Porque fue inverosímil que en Villarreal se diera el gusto de golear al Barcelona o eliminar al Inter. Porque es imposible que alguien gane una Copa Libertadores solo. Porque no se puede tomar en serio que alguien como Riquelme deje de jugar al fútbol. Siempre que pueda estar de pie, estará en condiciones de tomar la decisión correcta. Porque erró muchos pases, tiros y jugadas. Pero jamás eligió mal. Nunca mezquinó. Hizo mejores a sus compañeros, por más que vender sus diferencias (reales o inventadas) rinda más. Generó respeto en rivales, porque les ganó con armas nobles y sin faltarles el respeto. Se enfrentó a tipos nefastos como Macri, Angelici y la lacra que gestiona Boca hace 20 años. Con el enorme peso de su trascendencia en la cancha, fue capaz de torcerle el brazo a tipos que no saben recibir un "no". Jamás tuvo el dudoso privilegio de ser alentado por una barra brava mercenaria. Se fue con un estadio repleto de hinchas ovacionándolo, tras romperla contra Lanús.
¿Quién puede creerle a este tipo cuando dice que se va?