En este artículo continuaremos la polémica con las corrientes centristas respecto al problema estratégico de la independencia de clases para la construcción de un partido revolucionario. En un artículo anterior, dimos cuenta que el "apruebo crítico” era una subordinación a la vía de restauración democrática del régimen, al haber de fondo una disputa de dos proyectos de la burguesía para recomponer la hegemonía resquebrajada en rebelión. En esta ocasión, queremos profundizar la importancia de la lucha política contra el reformismo y el centrismo como parte de la preparación estratégica para el surgimiento de un partido revolucionario para vencer.
Un balance más de conjunto del triunfo del rechazo desde una perspectiva marxista lo realizamos en otro artículo de la revista. En este, queremos polemizar con el balance del MIT (LIT-CI), grupo que se ubica discursivamente en el campo revolucionario, pero como desarrollamos en el artículo anterior, se ubicaron como el ala izquierda del desvío obstruyendo una línea de independencia de clases. [1]
En su declaración sobre la victoria del rechazo se remiten a “entregar elementos que ayuden a entender los resultados”. Pero su base de análisis es el cierre de campaña del apruebo y del rechazo, no la lucha de clases. Sus esfuerzos no estuvieron en responder ¿cómo se pasó de la rebelión -según ellos revolución- a un triunfo tan aplastante de la opción de la derecha? Comprensión indispensable para un grupo que se proclame revolucionario.
La etapa abierta en Chile fue producto del ascenso de la lucha de clases más importante en las últimas décadas. El ciclo político que se cerró con el plebiscito inicio con el Acuerdo por la Paz, respuesta del régimen para desviar la lucha de clases y encauzar las aspiraciones de masas por las vías del Estado capitalista chileno para evitar que se desarrollara una dinámica revolucionaria.
Unos de los pocos pasajes que mencionan la rebelión dicen: “El 18 de octubre fue el estallido que abrió la puerta al pueblo trabajador para conquistar victorias, como los retiros de las AFPs y el propio Proceso Constituyente. El hecho que hasta hoy no exista ningún cambio social relevante tiene que ver justamente con el control de los partidos políticos de la derecha y ahora del neoreformismo sobre el gobierno y la Convención Constitucional.”
El Acuerdo por la Paz y el proceso constituyente nacido de él, lejos de ser un “triunfo” o una “victoria” como sigue agitando el MIT (al igual que lo hizo el PC, el FA y la burocracia de los movimientos sociales) fue un enorme desvío orquestado por los partidos del régimen para salvarlo después del momentos más álgido de la rebelión, que planteó la posibilidad de hacer caer a Piñera y al régimen por medio de la acción independiente de las masas.
Ese momento fue la semi huelga general del 12 de noviembre con la entrada en escena de la clase trabajadora como sujeto (con sus propios métodos, ya no diluido en la masa). Se amplió la protesta popular, forjándose en las calles la alianza entre trabajadores, sectores populares y capas medias, que aumentó la combatividad. Sectores obreros de posiciones estratégicas pudieron luchar gracias a los cortes y dinamismo en las calles que dio esa alianza, a pesar de sus burocracias que impidieron parar, como ocurrió en la minería en Antofagasta. El régimen actuó rápidamente para cortar la posibilidad de que se extendiera, y que la autoactividad de la clase trabajadora liberada por una dinámica de huelga general sobrepasara el control de las burocracias y abriera una situación revolucionaria que hiciera caer a Piñera y el régimen de conjunto, unica vía para conquistar una verdadera Asamblea Constituyente Libre y soberana.
El desvío materializado en la convención buscó separar la alianza de clases forjada en las calles, dejar aislados a los elementos combativos, mientras ingresaba a amplios sectores con la ilusión de que se resolverán las demandas de octubre por las vías del propio régimen que se estaba impugnando. Se separó a la vanguardia de la masa, se desactivó la calle y evitó que la clase obrera entrara con sus sectores estratégicos.
Eso que el MIT alentaba como triunfo, es el nudo que explica que “no exista ningún cambio social relevante”, el desplazamiento de la lucha de clases al terreno de la convención (un parlamento hecho a su imagen y semejanza), completamente ajeno a las necesidades de las grandes mayorías y la decepción que eso significó, abrió camino a que los partidos que habían quedado moribundos en rebelión (la derecha y la Concertación) sean los que hoy le dictan la agenda política a sus salvadores: Boric, el FA y el PC.
El MIT no tiene cómo explicar su propia derrota: fueron fervientes militantes del apruebo, al punto de ir a cada una de sus concentraciones y centrar su actividad militante detrás de un proyecto de restauración democrática moderada del régimen. Terminaron siendo tan abanderados del desvío que estos “revolucionarios” olvidaron completamente que la correlación de fuerza se juega en la lucha de clases y no en las elecciones (que solo expresan una imagen distorsionada de esta).
De todas maneras, tiene que dar cuenta de lo evidente, pero sin explicarlo, porque implicaría aceptar su subordinación a uno de los proyectos de la burguesía “Con la victoria del Rechazo, se mantiene intacto el Estado chileno, sus partidos e instituciones completamente podridas. Esto también hubiera ocurrido con la victoria del Apruebo”. ¿Entonces por qué lo militaron tan fervientemente?“El cierre del Proceso Constituyente demuestra el fracaso de esa estrategia para conquistar cambios sociales. El gobierno de Gabriel Boric y los partidos que condujeron la Convención Constitucional demostraron que su estrategia de conciliación solo lleva a la derrota y desmoralización del activismo y crecimiento de la derecha.” Esto es completamente cierto, pero ¿Por qué fueron detrás de una vía que lleva a la derrota y desmoralización del activismo?
Fue derrotada la utopía de hacer caer los pilares estructurales del capitalismo chileno por medio de un lápiz y un papel, estrategia que en mayor o menor medida cayó todo el arco de la izquierda apruebista, desde el reformismo por fuera del gobierno (Movimientos Sociales Constituyentes y la ex Lista del Pueblo) y el mismo centrismo, que habla de revolución, pero que con un discurso radical embellecieron un camino de restauración del régimen contra una dinámica revolucionaria.
El centrismo alentando ilusiones igual que el reformismo y las burocracias
Los acontecimientos no se desarrollan de manera solamente objetiva, sino que en su curso se ponen en juego los factores subjetivos, principalmente las diferentes orientaciones y estrategias políticas de las corrientes que intervienen. La explicación de los cambios en las psicologías de las masas está completamente ligada a su propia experiencia en la lucha de clases, a los resultados y las lecciones que saque de esta. Por eso tener una caracterización correcta de lo que fue el ascenso de la lucha de clases el 2019 y del desvío es indispensable para forjar una política revolucionaria.
El MIT no sólo alentó como “triunfo” el desvío, sino que lo enmarcó como "victorias" de un supuesto proceso revolucionario continuó desde el 2019 hasta ahora. Caracterización que mantienen a pesar del enorme portazo que significó el aplastante triunfo del rechazo a esa visión evolutiva de que todo avanza hacía el curso de la revolución. No basta con una irrupción violenta de las masas para que se abra una situación revolucionaria. Si fuera así no se necesitaría la entrada en escena de la única clase social capaz de darle una salida progresiva a las crisis de la burguesía: la clase trabajadora. Tampoco haría falta un partido revolucionario que desarrolle su entrada y organismos de autoorganización con una política independiente contra el freno de la burocracia y los engaños de la burguesía.
Estos son los factores que el MIT devalúa completamente, ve revoluciones donde hay revueltas, que son desviadas rápidamente justamente por no contar con esos elementos subjetivos claves. Y si bien no existe un muro infranqueable entre revuelta y revolución, esta última implica un salto de un movimiento de presión extremo al régimen, a uno que plantee la superación de este, es decir la perspectiva de otro orden social. La posibilidad de que se abriera un cuso revolucionario se planteó el 12 de noviembre, pero para que se desarrollara ese camino, era indispensable un partido revolucionario para impulsar la autoorganización, la unidad entre la clase trabajadora junto a pobladores y los distintos movimientos sociales, con una política de independencia de clases, que fue lo que buscamos desarrollar en el Comité de Emergencia y Resguardo en la ciudad de Antofagasta. Un ejemplo de autoorganización e independencia política para superar a las burocracias, que se transformó en el referente de la vanguardia y constituyó una dirección en la Comuna, pero no tuvo extensión nacional, pero sin duda mostró el camino a seguir.
Lo del centrismo reflejado en el MIT no se trató solo de una mala caracterización, sino que es la expresión de una estrategia semi objetivista, donde supuestamente, todo proceso de movilización anti régimen avanzaría hacia un cauce revolucionario, sin ver los desvíos y engaños de la burguesía. Devalúan completamente el rol de la clase trabajadora y de un partido revolucionario para avanzar de una revuelta a una revolución. Defienden supuestos “triunfos democráticos” donde lo que hay son desvíos de ascensos revolucionarios que llevan a desmoralizaciones de masas.
Cuando ya había entrado en curso el desvío la tarea preparativa para los revolucionarios era intervenir con una voz de independencia de clase que denunciara esta operación, con un programa que tomara las banderas de Octubre en una perspectiva anticapitalista, separándose del reformismo tradicional y los nuevos reformismos. Como PTR nos legalizamos, impulsamos el Comando por una Asamblea Constituyente Libre y Soberana y a constituir un frente común en las elecciones, llamando a votar Apruebo una nueva constitución en el plebiscito de entrada, a anular la segunda papeleta con el chantaje de las opciones de ambas convenciones. El MIT, por el contrario, llamo a votar por la engañosa convención constitucional, y se sumó oportunistamente a la Lista del Pueblo que defendía un programa reformista y alentaba la ilusión en el proceso constituyente amañado.
El Frente Amplio y el Partido Comunista, desde el Acuerdo por la Paz a la fecha han cumplido un papel sin igual al servicio de la burguesía y el régimen. Los “antineoliberales” se transformaron en los mejores guardianes neoliberales, abriendo anchas puertas a que el descontento fuera canalizado por derecha. Pero no lo hicieron solos, tuvieron correas de transmisión de sus balances y posiciones: las burocracias sindicales y de los movimientos sociales, los nuevos reformistas (Lista del Pueblo, Movimientos Sociales Constituyentes) y el centrismo, que fue su cara más izquierda.
Lo que define en política no es el campo discursivo, sino el programa (el qué) y la estrategia (el cómo), que se pone a prueba en los test ácido de la lucha de clases y sus nudos claves: en este caso rebelión (12 noviembre y Acuerdo por la Paz) y su balance. El centrismo lejos de tener un análisis marxista basado en la relación de fuerza de las clases sociales se inclinó por el mal menorismo, una característica de quienes oscilan entre la reforma y la revolución. Así, terminan en un constante zigzagueo, en momentos de reflujos o desvíos se acercan más a posiciones reformistas, y en momentos de mayor ascenso tienden a estar más a izquierda.
El MIT es un claro ejemplo de esto. Conquistaron una tribuna en la convención, María Rivera, bajo el rótulo y programa reformista de la Lista del Pueblo. Tribuna que agitó en abstracto el socialismo y un gobierno de los trabajadores (objetivo que compartimos), pero que en la práctica alentó una estrategia ajena al objetivo de la revolución. Por más que critiquen al reformismo y a las burocracias de los movimientos sociales, en lo fundamental han estado en su misma vereda. Lejos de ayudar a sacar las conclusiones estratégicas para aportar al desarrollo de un partido revolucionario, han educado bajo una visión semi reformista, donde sería necesario una etapa intermedia entre tareas democráticas formales (lo que explica su demagogia a la convención como triunfo) y la revolución social.
Su separación entre programa y estrategia, es decir entre agitar el socialismo mientras su estrategia era alentar “triunfos democráticos” donde había movimientos contra el desarrollo de un cauce revolucionario, se debe a su visión semi etapista. Pero los acontecimientos de la rebelión justamente mostró lo contrario, no hay “etapas” que medien entre la revuelta y la revolución, sino los obstáculos que pone la burguesía y la burocracia. Esas "etapas", como el desvío constituyente, la convención, no son más que caminos ajenos, engaños y desvíos de la burguesía para evitar un ascenso revolucionario. Terminar con la herencia de la dictadura implica tocar la estructura capitalista, los poderes reales en Chile, a sus verdaderos dueños y verdugos, quienes ocuparan toda su arsenal para cuidar con uñas y dientes sus intereses contra el pueblo trabajador. En rebelión quedó demostrado como pusieron el aparataje de su Estado, en post de reprimir, pero también vías de cooptación para evitar que se desarrollara un poder alternativo que pusiera en cuestión el suyo.
La lucha por un partido revolucionario que se prepare para vencer
Si bien el triunfo del rechazo es una expresión por derecha del descontento, las demandas de octubre no han sido ni resueltas ni derrotadas. La situación política quedó con un signo por derecha, pero en el marco de una etapa más de conjunto, donde la burguesía aún no logra cerrar la profunda “crisis orgánica”. Negocian un nuevo proceso constituyente (más moderado y antidemocrático) bajo las banderas de la “unidad nacional”, porque saben que requieren un nuevo consenso social y un centro que otorgue estabilidad política y económica en base a la clásica política de los acuerdos contra el pueblo trabajador. Pero la polarización política sigue latente, aunque se encuentra contenida por abajo, se expresa en la fricción en las alturas. Las bases estructurales de la burguesía para restablecer su hegemonía y consolidar una transición 2.0 son inestables, y las fluctuaciones de la política, la lucha de clases y la economía nacional e internacional tampoco serán favorables para su objetivo estratégico: recomponer la legitimidad del estado capitalista neoliberal chileno.
Era posible un curso alternativo al desvío, el curso de los acontecimientos dejaba planteado ese desarrollo y la perspectiva de pasar de una revuelta a una revolución. Pero, para que ese camino se impusiera se requería de una fuerte partido revolucionario de la clase trabajadora, con una estrategia para vencer, que apostara por la auto-organización obrera y popular, para evitar la división entre la vanguardia y la masa, para buscar que la clase trabajadora diera respuesta a las problemáticas de todos los sectores oprimidos. Que se desarrollaran decenas y cientos de comités de Emergencia y Resguardo para organizar de forma democrática y amplia la huelga general, con una política alternativa a la burocracia que buscó sacar la lucha de las calles dejando que corriera el desvío, superar esa línea desmovilizadora de la burocracia era una necesidad para mantener en alto las banderas por el Fuera Piñera, por huelga general hasta conquistar una Asamblea Constituyente Libre y Soberana. Ese era el camino para conquistar todas las demandas de la rebelión, en la perspectiva de un gobierno de la clase trabajadora y los sectores populares en ruptura con el capitalismo.
Superar las trampas de la burguesía, su resistencia y la falsa dirección de la burocracia no es imposible, pero es una tarea que se tiene que preparar. Construir un partido revolucionario con una estrategia de hegemonía obrera, que luche por la independencia de clases (contra el reformismo y el centrismo) es vital para llegar mejor preparados a nuevos embates de la lucha de clases.
La situación es tan no revolucionaria como no lo son las direcciones del movimiento obrero. Pero la crisis orgánica, la inestabilidad de la situación política y económica nacional e internacional, harán que más temprano que tarde la clase trabajadora y los sectores populares salgan a luchar. Las y los revolucionarios debemos prepararnos, sacar las lecciones estratégicas y la lucha política ideológica son elementos insustituibles para forjar una poderosa corriente socialista, de la clase trabajadora, que en los momentos decisivos pueda ofrecer esa alternativa frente a los intentos de desvíos y/o derrotas.
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