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El fetichismo de la mercancía, una lectura desde "El Capital" de Marx

Egbert Méndez Serrano

ECONOMÍA

El fetichismo de la mercancía, una lectura desde "El Capital" de Marx

Egbert Méndez Serrano

Ideas de Izquierda

En este artículo examinamos un concepto desarrollado por Marx en su obra magna, El Capital, el cual refiere a la fetichización de la mercancía. ¿Qué quiere decir esto?

En términos generales, un objeto es considerado un fetiche cuando se le asignan cualidades humanas o sobrehumanas, de tal manera que pareciera que tomaran vida propia, rebasando su condición de ser una cosa pasiva. Marx, como él mismo lo indicó, retomó el término del mundo religioso en el apartado titulado “El carácter fetichista de la mercancía y su secreto”, que se encuentra en El Capital; sin embargo, en aquella sección, el fetichismo de la mercancía no contiene un análisis religioso, sino uno que se inscribe en la crítica a la economía política, en donde la fundamentación filosófica no es externa o secundaria.

En este trabajo propongo una ilación argumental que pretende responder, grosso modo, qué podemos entender por fetichismo de la mercancía, para ello realicé una interpretación de El Capital de Marx.

1. La producción mercantil ocurre en aquel momento de la historia humana en que los productos del trabajo humano se intercambian debido al trabajo que contienen. Esta condición, aparentemente trivial, no es un requisito para el intercambio, ya que podría realizarse conforme a la diferencia de tamaños (o de pesos) de los productos o, simplemente, se otorgaran como regalos, esperando una sonrisa como divisa de cambio. En la sociedad mercantil, por el contrario, el productor privado espera recibir dinero a cambio de sus mercancías.

2. Las mercancías se intercambian porque el trabajo, que de por sí contienen, aparece como atributo objetivo de éstas. Por tanto, fue así que Marx definió el valor como trabajo humano abstracto para indicar que, a pesar de la diversidad de trabajos concretos que se requieren para elaborar los productos (el trabajo particular de un minero es distinto al de un zapatero), todos contienen trabajo humano en general, el cual, además, puede medirse en cantidades de tiempo, lo que permite establecer equivalencias; por ejemplo, x onzas de plata equivalen a y pares de zapatos, pues encierran la misma cantidad de tiempo de trabajo.

3. El problema es que el atributo de las mercancías, el trabajo humano abstracto o trabajo humano en general, nunca se presentó de manera diáfana, transparente, entre los productores. Al contrario, mientras más se desarrollaban las sociedades mercantiles, sobre todo la capitalista, más se encubría el carácter humano y social del valor. En su lugar, se decía que el valor era un atributo inherente de las cosas, como si adquirieran personalidad propia, así, la mercancía "cobró vida propia" y se convirtió en un fetiche. Marx se burló de este enaltecimiento de la mercancía indicando que ningún químico había encontrado el valor en la naturaleza física de las cosas, en sus átomos.

4. En este fetichismo, las relaciones sociales de producción capitalista se cosifican, con este último término nos referimos a que hay un proceso social que ocasiona que las mercancías van “escondiendo” el trabajo humano que contienen, experimentándose sólo como cosas. Así, en el intercambio, las relaciones sociales aparecen como relaciones de cosas con cosas y de cosas con personas; es decir, son relaciones deshumanizadas. Hay condiciones sociales que las hacen aparecer como ajenas y opuestas a la humanidad que contienen.

5. El fetichismo no es mera ideología que se hayan inventado los burgueses para mentirle a las y los trabajadores, de la cual bastaría la inteligencia para desengañarse y adquirir verdadera consciencia de clase, sino que es una situación que emerge de condiciones históricas específicas, aquellas en que los productores privados no entablan relaciones más que a través de sus mercancías, de donde obtienen dinero (figura que fetichiza las relaciones de intercambio), desarrollando fuertes compromisos existenciales con mantener esta situación que les favorece.

6. Un aspecto de estas condiciones históricas específicas es la institucionalización de la escisión entre el proceso de trabajo por un lado y el intercambio por el otro, legitimada, además, por el derecho de propiedad, que permite al capitalista apropiarse tanto del producto como de los medios de producción. Dicha separación tiene la característica de que el valor que contienen las mercancías se requiere en el mercado para poder intercambiarse, pero ahí no surge, tan solo se manifiesta como valor de cambio. El valor emerge en otra esfera, en el proceso de trabajo, pero ahí no se requiere.

7. Para salir del fetichismo de la mercancía, se necesita superar las condiciones históricas que lo permiten, que son las que causan la cosificación de los productos del trabajo, pero —y he aquí lo relevante— sin la posibilidad de poder regresar a su contenido humano que les dio origen. El problema, por tanto, no es que experimentemos los objetos producidos por el trabajo como cosas (algo inevitable), sino que existan condiciones históricas que mantengan esa situación; en otras palabras, que la cosificación se cosifique, invisibilizando así las relaciones sociales de las que provienen (el proceso de trabajo) y en su lugar aparezca y parezca el dominio de la mercancía sobre las relaciones de producción entre las personas.

De esta ilación, puede desprenderse una consecuencia: no será posible salir del fetichismo de la mercancía más que en un contexto social que no abra la posibilidad de mantener la cosificación de la cosificación de las relaciones sociales de producción, en una sociedad de productores libres asociados, que no institucionalice la escisión entre la producción y el intercambio. ¡Qué haya intercambio, pero no mercado!; ¡qué haya producción, pero sin apropiación privada del producto social!.


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