La rebelión popular de octubre cumple su primer aniversario. Un proceso que marcó un antes y un después en la historia del país impugnando al régimen pospinochetista y su modelo capitalista neoliberal. En este proceso el movimiento de trabajadoras y trabajadores cumplió un papel decisivo en la huelga general del 12 de noviembre donde intervinieron en la escena sectores estratégicos, también sectores laborales no organizados, en alianza con la revuelta popular. Estudios demuestran la recuperación huelguística de los trabajadores pero también su tendencia a radicalizar paros nacionales que se elevan a un carácter político. ¿Qué fue la jornada de paro del 12 de noviembre? ¿Qué aprendizajes tenemos que extraer de la participación de los trabajadores durante la rebelión? En este artículo intentamos desarrollar estos dos problemas debatiendo con la interpretación del sociólogo Carlos Ruiz y trayendo de vuelta a los teóricos marxistas que analizaron en otras oportunidades las revueltas, las huelgas generales y cómo dirigirlas hacia su triunfo.
La rebelión como articulación de los movimientos y el malestar social, sin clase trabajadora: la visión de Carlos Ruiz
Para iniciar este artículo citaremos la visión del sociólogo Carlos Ruiz, quien defiende una idea de rebelión social como articulación de movimientos sociales en donde la clase trabajadora no cumple un papel importante, como sí lo hizo en el siglo pasado. [1]
Según el autor la rebelión popular tiene sus causas en el malestar social acumulado por varios años. En un país donde el modelo neoliberal ha arrojado sus peores consecuencias: la tasa de rotación laboral es altísima y la protección estatal en servicios sociales es casi inexistente. Un país donde hay concesiones millonarias a privados. Y con una trayectoria de luchas contra ese modelo. Las marchas de 1 millón por pensiones, el 8 de marzo más masivo de América Latina en 2018. Desde el 2006 con la lucha estudiantil y pasando por el 2011. En el transcurrir de ellas se fue sistematizando una salida política: la soberanía de las pensiones, soberanía del agua contra su privatización. No es simple sumatoria. El autor ve más bien una articulación.
Para Ruiz esta revuelta es un cambio histórico y que no hay vuelta atrás. Abrió un proceso de cambio histórico. Y su receta para la salida de la crisis es mayor intervención estatal en los derechos sociales y que los “empresarios se metan la mano al bolsillo”, en una suerte de régimen y sistema económico ideal en donde los capitalistas aceptan renunciar a sus privilegios de clase.
El proceso de octubre para Ruiz tiene que ver con que se perdió el miedo a la “regresión autoritaria” que contuvo por décadas las protestas. Y su actor principal es un “nuevo sujeto”, una suerte de “nuevo pueblo chileno”. No es el proletariado del siglo XX. Sino un sujeto creado por el neoliberalismo. Ruiz ve en las nuevas condiciones de trabajo una suerte de disolución del sujeto trabajador tradicional.
En sus palabras los hechos de octubre y noviembre demostraron para Ruiz lo siguiente: “La izquierda tiene que dejar atrás las fórmulas del siglo XX. Demanda por derechos sociales universales. El ciclo neoliberal cambió todo el esquema de clases. Por eso no se ven sindicatos en las marchas ni tampoco la vieja clase media desarrollista. Todo eso fue desmantelado y expulsado del Estado. Nueva geografía social y no seguir en un repliegue identitario de los convencidos de siempre. Enjambre de nuevas coordinadoras. Del agua, pensiones, feministas. Son los que más efectividad tienen para llamar a marchas. En cambio las viejas centrales sindicales no llaman a nadie”
¿Es cierto que el esquema neoliberal cambió la estructura de clases a tal punto de diluir el poder de movilización de la clase trabajadora? Más allá de sus transformaciones, esta “nueva geografía” de los sectores populares son también una articulación de la clase trabajadora, y también de sus métodos clásicos de lucha.
La nueva clase trabajadora y la recuperación de la huelga
El modelo neoliberal chileno, como una forma de acumulación neoliberal implementada, a partir de etapas sucesivas en los ’80, pero extendido durante los 30 años de democracia pospinochetista, no hizo otra cuestión que expandir a la clase trabajadora. Por una parte el crecimiento urbano explica el crecimiento de trabajadores asalariados, pero también la diversificación de la exportación y producción nacional compuesto por 11 millones de chilenos, empleados en diversas ramas y bajos las formas más inestables de contrato laboral. A diferencia del siglo XX, la organización sindical por rama no es legal y cada sindicato lucha legalmente en forma atomizada, esto dificulta la expansión sindical entre los nuevos trabajadores. A su vez hay una alta tasa de inestabilidad laboral y formas precarias de trabajo. En ese sentido Ruiz tiene razón, la clase trabajadora de la segunda mitad del siglo XX, del tipo “industrial” es minoritaria, y los mineros, industriales y portuarios conservan en mayor medida una forma de organización del trabajo más clásica. No obstante, no se puede afirmar que la clase trabajadora dejó de existir en sí. Más bien se transformó, diversificó y expandió. Y hoy en plena crisis económica se han destruido empleos asalariados [2]
La clase trabajadora también es más femenina que antes, más del 40% es feminizada a nivel internacional. Más inmigrante y con un nivel de salarios que rodea los niveles de pobreza. Más del 60% de los trabajadores en Chile gana menos de 300 mil pesos, lo que no representa ni la mitad de una canasta básica familiar. Es decir que en cada demanda social contra los estragos del neoliberalismo, tiene atrás la vida de un trabajador que da su fuerza de trabajo, lo único que genera ganancias, a empresarios o al Estado.
Lo curioso es que el autor si identifica que dentro esta nueva estructura de clases chilena hay una paradoja que explica la acumulación neoliberal en un grupo de familias empresariales. Según él hay una “paradoja neoliberal”: mientras se reduce la pobreza, aumenta la desigualdad. Un grupo minoritario de la sociedad se apodera de ese crecimiento. Pero para Ruiz la clase trabajadora no es convocante ni tampoco lo hace desde sus lugares de trabajo, como sí lo hacía durante el siglo XX. ¿Es realmente así?
El último informe de huelgas laborales del 2019 a cargo del Observatorio de la Universidad Alberto Hurtado publicado en septiembre arroja muchas pistas de la actividad de la clase trabajadora y sus sindicatos. El informe parte diciendo que existe una marcada recuperación de la acción huelguística durante 2019, que si bien no llega a los índices de 2016 si representan un aumento en relación a los dos años anteriores [3] Esto invirtió la tendencia a la baja de los dos años anteriores (aumentando más de un 67%) y se acercó al peak de huelgas del 2016. En 2019 se registró un aumento de huelgas legales en septiembre, pero también hubo un auge de huelgas no legales durante noviembre. El sector público realizó paros durante octubre y noviembre por razones políticas y acompañado de otros sectores más estratégicos para la economía como los portuarios. La rama productiva donde más hubo huelga es en minería e industria, y mayoritariamente son legales, y presentaron una clara disminución durante los meses de rebelión.
Según el informe mas bien hay una recuperación combinada, por una parte crecieron las huelgas económicas previo a la rebelión, y que si bien esas negociaciones estaban regladas hay una disposición ha ir a la huelga. Eso pudo explicarse aun por el escenario de estabilidad económica pero también por el aumento de expectativas relacionado a la popularidad del proyecto de reducción de las horas de trabajo. Luego durante la rebelión la tendencia fue a paros nacionales políticos del sector público principalmente y luego una precaria tendencia de huelgas extralegales durante noviembre. También llama la atención que aumentaron las demandas por condiciones del trabajo y organización del trabajo, que en última instancia entran en disputa con el mando empresarial en esa materia. Sin duda esto expresa una mayor conciencia sindical. Un hecho que dista de la tendencia durante los ’90, cuando los sindicatos hicieron un pacto con los gobiernos de la Concertación y suspendieron todas las acciones de lucha hasta el 2003, aunque igualmente se desarrollaron conflictos: en profesores por cuestiones gremiales, de mineros del carbón contra los cierres y despidos, de puertos en 1999. A inicios del gobierno de Aylwin se produjo una alta actividad huelguística motivada por expectativas de la transición de régimen. A líneas generales esto no se mantuvo y primó la política de los consensos.
La recuperación de la actividad huelguística responde, en parte significativa, a la rebelión social. De hecho la rebelión jugó un papel claramente estimulante en el crecimiento de huelgas extralegales, el 36% de estas huelgas se dio en los meses de octubre y noviembre, eso aumentó en mayor medida el porcentaje anual. La mayoría de este tipo de huelgas se realizaron en el transporte, un sector estratégico para todas las ciudades del país. Además las huelgas son en un 80% en grandes empresas.
Quizás el dato más significativo de todos, y que hace a la razón de este artículo, es el aumento de las huelgas por razones políticas. Es decir paros regionales o nacionales de trabajadores por temas de agenda política. Generalmente contrarias a reformas laborales anti-sindicales. El estudio muestra una tendencia hacia la radicalización de las “huelgas generales” entendidas como paros nacionales en el periodo de octubre y noviembre, que se expresa en la importancia creciente de las demandas más estructurales, en detrimento de demandas sectoriales, y a la ampliación de las dimensiones del modelo económico que son cuestionadas.
Donde más aumentó este tipo de demandas fue en el sector público. El estudio cierra categorizando los paros nacionales como “huelgas generales” (la mayor manifestación de fuerzas que pueden generar los trabajadores), paralizaciones que se dan en un tiempo y espacio específico abarcando a múltiples ramas de la economía. Este tipo de huelgas en Chile han sido principalmente de carácter político. La más reciente “huelga general” de este tipo fue la del 12 de noviembre convocada por la Mesa de Unidad Social, compuesta por más de 150 organizaciones sindicales como la CUT, la ANEF y el Colegio de Profesores.
Número total de huelgas por año:
Numero y porcentaje de huelgas según mes de inicio y legalidad:
Número de huelgas por sector y legalidad:
Número de huelgas según rama económica y legalidad:
Número y porcentaje de huelgas según demandas:
Número de huelgas según tamaño y empresa:
Número de huelgas de empresas y generales, 1990-2019:
La participación de la clase trabajadora durante la revuelta: la huelga general de 12 de noviembre
Como plantea el último informe de conflictos laborales las huelgas de trabajadores jugaron un rol antes y durante la revuelta. Pero también jugaron un rol organizador de la fuerza de la rebelión. Nos referimos al paro nacional del 12 de noviembre. El 18 y 19 de octubre había estallado la revuelta más grande de la historia de Chile. Por su extensión, profundidad y poder destructivo. La población se volcó a las calles siguiendo el llamado de los estudiantes secundarios y la política represiva del gobierno de sacar a los militares a la calle radicalizó el movimiento transformándolo en grandes barricadas en todas las plazas centrales y en múltiples poblaciones del país.
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Una “jornada revolucionaria” casi completamente espontánea, salvo en el caso del 19 de noviembre donde organismos sindicales de masas como la CUT y el CdP llamaron a salir a las calles. El gobierno se hizo completamente intolerable para las masas y tras el uso de los militares el movimiento adquirió la consigna de “fuera Piñera”. Es decir, la caída del presidente de derecha bajo métodos revolucionarios. En donde las masas irrumpen.
Estas jornadas abrieron un proceso largo de rebelión popular que perduró por varios meses. Y en medio de éste hubo un punto de mayor concentración de fuerzas de la clase trabajadora: el paro nacional del 12 de noviembre que tuvo rasgos de huelga general política de masas. Es decir que de continuar podía perfectamente cuestionar el poder político vigente en el país.
Revisemos aquella jornada. Las direcciones de los sindicatos más grandes, dirigidos por el PC y el Frente Amplio, convocaron a un paro nacional de 24 horas. La adhesión se transformó en la más grande en 30 años. En Arica marcharon 10 mil trabajadores, destacando los gremios de la salud, municipales, profesores, portuarios, pescadores artesanales y educación superior. En Antofagasta marcharon 50 mil y se concentraron en la “plaza de la revolución”, paralizó el sector público, portuarios, industriales, correos. Un Comité de Emergencia y Resguardo organizado por sindicatos de la ciudad unieron las acciones logrando el bloqueo de rutas. Esto permitió el paro en sectores mineros que adherían bajando de los buses de acercamiento. En Valparaíso marcharon 70 mil, paralizaron los portuarios, los trabajadores públicos, la salud y la educación en todos sus niveles. La masividad hizo que todo el centro tuviera que cerrar sus actividades.
En Santiago marcharon más de 400 mil trabajadores y manifestantes durante la mañana. Destacando la participación de trabajadores de la salud, educación y transporte. Nuevamente la masividad de las acciones obligaron a reducir la producción en todo el sector privado. En Temuco marcharon 30 mil personas, convocadas por los paros del sector público, organizaciones mapuche. En Concepción se reunieron sorprendentemente más de 200 mil personas, paralizaron los trabajadores portuarios de Talcahuano, sector público y el transporte que adhirió al paro nuevamente por la masividad de la convocatoria. Ese mismo día se intensificaron los ataques a comisarías de Carabineros y edificios de poder. Una vanguardia se quedó disputando las calles hasta entrada la tarde. Para esa fecha las “primeras líneas” en múltiples plazas del país ya estaban constituidas. Continuó durante la noche cortes y barricadas en poblaciones populares. Es decir, fue un paro de trabajadores, deliberado, en casi todas las ramas productivas del país, convocado por los sindicatos más grandes, que interpelaba a la figura presidencial a conceder un pliego de demandas. Esta convocatoria permitió el mayor despliegue de fuerzas durante la rebelión, igualando a las jornadas revolucionarias del 18 y 19 de octubre en tanto actividad en las calles. [4] [5] [6]
Si bien la rebelión fue más bien “popular” que estrictamente “obrera”, es decir, que la clase trabajadora aparece como movimiento hasta varias semanas después del estallido de la rebelión, si jugó un papel importante en concentrar las fuerzas en un único punto bajo la exigencia de presionar al presidente por reformas, mientras en las calles se populariza el lema “fuera Piñera” y “Asamblea Constituyente”. Tanto es así que durante la noche del 12 de noviembre el gobierno se encontraba viviendo su peor momento y los otros poderes del Estado comenzaron a mover sus piezas para salvarlo y dar una fórmula de proceso constitucional. Es de conocimiento público que ese día se pensó que podía caer el presidente. Sin embargo, los dirigentes de la Mesa de Unidad Social, principalmente Barbara Figueroa del PC reprochaban la “violencia” durante la jornada y levantaron el paro a la espera de ser citados por el propio presidente. A su vez fue el paro del 12 lo que llevó a los partidos tradicionales y al FA firmar el “pacto por la paz y una nueva Constitución”. Para salvar la figura del presidente y desviar el proceso hacia un organismo constitucional controlado por los partidos del mismo régimen.
Rosa Luxemburgo: Cuando el conflicto laboral entra en el afluente de las luchas políticas de masas revolucionarias
Dentro del estudio de las huelgas generales los autores han descrito tres tipos: las económicas, las políticas y las revolucionarias. Éstas últimas buscan destruir al gobierno para facilitar la implementación de un nuevo orden social [7] El paro nacional del 12 de noviembre, convocado como “huelga general”, ¿fue una “huelga general” como la entendían los marxistas del siglo XX? Es decir como la estrategia para imponer su poder a los capitalistas y abrir paso a un nuevo orden social.
Rosa Lexumburgo, revolucionaria polaca dirigente del partido Social Democracia Alemana, la organización política más grande los trabajadores de Europa, dedicó parte de su vida a organizar a los trabajadores pero también ha entendido los proceso de lucha que realizan los trabajadores. Estudió la “huelga general revolucionaria” de Rusia de 1905 [8]. Desplegada durante un proceso revolucionario largo que comenzó con huelgas en Baku que después pasan San Petersburgo, la ciudad industrial más importante de la atrasada Rusia. La represión ejercida por el zarismo generó la indignación en todo el país y una oleada de huelga económicas que rápidamente se unen en una huelga general política contra el régimen. Este proceso generó soviets (consejos obreros) quienes transforman las jornadas revolucionarias de diciembre en una insurrección, pasando de las barricadas a la lucha armada callejera. Un proceso que fue derrotado por la represión militar, pero que dio cuenta del método de lucha de los trabajadores por excelencia.
Según Luxemburgo ciertas enseñanzas de Rusia podían ser aplicadas en Alemania. Principalmente la lógica de entender cómo y cuando el conflicto laboral entra en el afluente de la lucha de las masas, es decir cuando los trabajadores hacen suyas las luchas políticas de todos los oprimidos y las defiende con sus métodos de lucha. Es decir, cuando los trabajadores deciden intervenir y asestar un golpe certero al poder constituido. De ahí que utilice la categoría “huelga general de masas revolucionaria”, entendiendo que lo que prima es una alianza entre los trabajadores y “todo el pueblo”. Pero, en este proceso, sólo la clase trabajadora podía cumplir el rol de organizador. Y se da en un momento en donde las masas “ya no pueden confiar en los aliados burgueses y la acción parlamentaria, sino que solo pueden contar consigo mismas, con la propia y decidida acción de clase. En ellas prima inicialmente un factor “espontáneo” y sucede como resultado histórico, y muchas veces no surge de convocatorias previas. Y en dicho proceso cuando intervienen los trabajadores se demuestra su “centralidad” como sujeto revolucionario.
Bajo este análisis, la huelga general del 12 de noviembre tuvo tendencias al fenómeno avanzando que describe Rosa Luxemburgo. Es decir no maduró su factor organizador, los organismos democráticos de trabajadores (como consejos), ni tampoco avanzó su carácter insurreccional. En Chile esto se debe principalmente al rol de la burocracia sindical que dirige la Mesa de Unidad Social quienes decidieron levantar la medida de paro y suspender convocatorias. Estrategia que se mantiene hasta hoy.
Lo interesante y útil del análisis de Luxemburgo sobre es que, a pesar de que las huelgas generales tienden a ser fruto de una lucha donde juego un papel muy importante la espontaneidad, consideró que los partidos y organizaciones de la clase trabajadora podían ponerse a la cabeza de su extensión y organización, para que maduren sus tendencias y así ocupar toda la fuerza física hacia un fin estratégico. En Rusia ella destacó el rol de los soviets y sus dirigentes como una forma de marcar una hegemonía del movimiento obrero hacia otras clases sociales u otros sectores no organizados de la clase trabajadora: “no se puede esperar con fatalismo, de brazos cruzados, que se produzca una “situación revolucionaria”, ni que el movimiento popular caiga espontáneo desde el cielo. Por el contrario, tenemos el deber como siempre de adelantarnos al curso de los acontecimientos, de buscar precipitarlos".
Sobre esto los tiempos preparatorios y la correcta ubicación de las consignas jugarían un papel predominante para Rosa. El papel de los partidos revolucionarios era luchar contra las tendencias a la burocracia en los grandes sindicatos que impiden la convocatoria o que rápidamente llaman a bajarla por la presión que ejercen en ellos los poderes del Estado y la economía. En Alemania un sector de su partido rechazaba la idea de convocar a huelga general para que se unieran las huelgas económicas con el movimiento político que chocaba con el Estado imperial alemán.
Los acontecimientos revolucionarios con huelgas generales revolucionarias e insurrecciones finalizando la primera guerra mundial confirmaron su hipótesis. En el sentido de cómo se desplegó la dinámica histórica pero también los desafíos que tuvieron que enfrentar los revolucionarios. Otro elemento importante es el rol “cultural” de la huelga general pues permite a la clase trabajadora, la más explotada, acabar con las barbaries del sistema capitalista. Por ejemplo en 1905 los consejos obreros decidieron defenderse de los ataques policiales y militares constituyendo su propio organismo armado con labores de protección de la movilización y orden público.
Como mencionamos más arriba los hechos del 12 de noviembre dan cuenta de un paro nacional, convocado pero luego suspendido por su burocracia sindical. Pero si tuvo ciertos rasgos de huelga general de tipo revolucionaria. No obstante, no deja de ser el evento más significativo en términos de lucha coordinada de trabajadores en las calle y que podía haber madurado si se mantenía en pie. Utilizamos la opinión del sociólogo Carlos Ruiz para debatir justamente con una visión que disuelve subjetivamente a la clase trabajadora bajo la excusa de su transformación objetiva. Este sujeto también ejercita sus músculos, desarrolla luchas de diverso tipo y continuará desarrollándose. Y también recogimos a Ruiz con la excusa de poder debatir con otra visión: que el movimiento solo tenga que limitarse a la presión política. Es decir, presionar por reformas pero no superar este régimen y Estado bajo métodos revolucionarios. Si eso llegara a ocurrir es probable que el pacto constitucional salte por los aires. Todavía esa posibilidad es lejana por las expectativas de cambio que genera el plebiscito y el ciclo electoral. En Chile no está descartado que ocurran otros eventos de este tipo y que puedan ser más poderosos y que desarrollen más sus tendencias a la coordinación y el choque con el Estado capitalista chileno, y que de esa forma la clase trabajadora no actúe diluida durante la duración de los periodos de movilizaciones de masas como las de octubre.
Hay todavía en curso un proceso de tiempos largos, convulsivos, marcado por un desvío constitucional lleno de trampas y con la crisis económica más grande de los ‘80 acelerada por la pandemia mundial. Y si bien no se desarrollará a imagen y semejanza de las huelgas generales o luchas de clases del siglo XIX o XX, las señales que dejan estos hechos en el 2019 son auspiciadores en el sentido de que se está gestando un nuevo movimiento de trabajadores.
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