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Red Internacional
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Fotoperiodismo. El precio de la foto: a 25 años del asesinato de José Luis Cabezas

Se cumplen 25 años del asesinato del fotoperiodista que logró correr el velo tras el que se ocultaba el empresario Alfredo Yabrán. La fotografía saca a la luz lo oculto, molesta, incomoda al poder económico y a sus agentes políticos. Al primero, porque prefiere no ser visto. A los segundos, porque pretenden ocultar los intereses que representan. Es por eso además, que los fotógrafos suelen ser el blanco predilecto de la represión en situaciones de lucha de clases.

Lunes 24 de enero de 2022

Marcha a Plaza de Mayo, a un mes del asesinato de José Luis Cabezas. Foto|Archivo Contraimagen

Marcha a Plaza de Mayo, a un mes del asesinato de José Luis Cabezas. Foto|Archivo Contraimagen

El fotógrafo que se metió con la mafia

El 25 de enero de 1997 fue encontrado en un descampado cerca de Madariaga, en un pozo dentro de su auto incendiado, el cuerpo calcinado del fotógrafo José Luis Cabezas. Un año antes había logrado registrar la primera imagen pública del empresario Alfredo Yabrán, caminando junto a su pareja por la playa de Pinamar. El entonces dueño de varias empresas postales y de transporte (OCA, OCASA, EDCADASSA, entre otras) se jactaba de que ni los servicios de inteligencia tenían una foto suya, “Sacarme una foto a mí es como dispararme en la frente”, diría luego.

José Luis tenía dos disparos en la cabeza, y la investigación judicial de su asesinato resultaría en la condena de una banda integrada por matones y policías en actividad, comandados (instigados según el juez) por el entonces jefe de seguridad del mismo Yabrán.

Antes de eso, la investigación había llegado hasta el empresario, quien poco más de un año después del asesinato del fotógrafo, se suicidó de un escopetazo en su estancia entrerriana, donde fue hallado a los cinco días lde haber sido citado a declarar como imputado en la causa.

El empresario Alfredo Yabrán y su pareja, en Pinamar. Enero de 1996. Foto|José Luis Cabezas

El asesinato de Cabezas hizo tambalear la estantería del poder político de entonces. “Me tiraron un cadáver” dijo el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Eduardo Duhalde, frase que sintetizaba las disputas internas entre el peronismo nacional y el provincial. El ministro Domingo Cavallo había denunciado públicamente a Yabrán por ocultar la propiedad de varias de sus empresas detrás de testaferros. Esas empresas mantenían negocios con el Estado, además de acuerdos comerciales con otros grandes conglomerados como el grupo Macri, que sería beneficiado, en marzo de ese año por el gobierno de Menem, con la concesión del Correo Argentino.

La noche del asesinato, la “banda de Los Horneros” siguió a Cabezas hasta las inmediaciones de una gran fiesta en Pinamar: el cumpleaños de Andreani, dueño de la empresa competidora de OCA en el negocio del correo privado del país. El fotoperiodista estaba cubriendo el evento para la revista Noticias. Allí fue secuestrado y llevado en su propio auto hasta las cercanias de Madariaga, al encuentro de quien sería el autor de los disparos, el comisario de la bonaerense Gustavo Prellezo.

La historia había comenzado un año antes, en las mismas playas de Pinamar, cuando Cabezas y su compañero en la revista, Gabriel Michi, estaban a la espera de conseguir una foto del empresario para ilustrar una investigación sobre los negocios irregulares de Yabrán en el municipio de la Costa, que el periodista tenía lista para publicar. La foto fue fruto de investigación y paciencia. Sabían en qué balneario paraban él y su familia, y que acababan de llegar de Estados Unidos.

Se apostaron en las cercanías, esperando que el personaje apareciera, para buscar el mejor momento de hacer el click.

Una vez detectado Yabrán, mientras Michi y su novia posaban en el balneario contiguo simulando una sesión de fotos para engañar a los custodios, José Luis Cabezas lograba la toma del empresario caminando por la playa que lo sacó de su cuidadoso anonimato. La foto que al fotógrafo le iba a costar la vida.

Estar en el lugar indicado, en el momento justo, es una de las virtudes del fotoperiodista. José Luis Cabezas lo estuvo y la mafia con la que se metió se cobró con su vida el atrevimiento.

En homenaje al fotógrafo, ARGRA instauró esta fecha como Día del Fotógrafo Argentino. El lema repetido a partir de ese momento fue "No se olviden de Cabezas", que se multiplicó impreso en cientos de pancartas en la nutrida marcha realizada a un mes del asesinato, que cubrió el trayecto que va desde la sede de la revista hasta la Plaza de Mayo.

Marcha a Plaza de Mayo, a un mes del asesinato de José Luis Cabezas. Foto|Archivo Contraimagen
Marcha a Plaza de Mayo, a un mes del asesinato de José Luis Cabezas. Foto|Archivo Contraimagen
Marcha a Plaza de Mayo, a un mes del asesinato de José Luis Cabezas. Foto|Archivo Contraimagen

Fotoperiodismo y lucha de clases

Si al sentido de oportunidad le agregamos sensibilidad política y social, se podría decir que estando donde hay que estar el fotoperiodista suma su aguda mirada a mostrar las luchas y el sufrimiento de los postergados, y a denunciar las injusticias que se cometen en su contra.

Como en el caso del fotógrafo Pablo Piovano, quien había realizado un ensayo sobre los pueblos contaminados por el glifosato sojero, que resultó en el libro “El costo humano de los agrotóxicos”. El trabajo fue realizado de forma independiente, ya que a ningún medio le interesaba enemistarse con los anunciantes del agropower ni con el gobierno sojero de turno.

El fotógrafo Pablo Piovano, luego de recibir once balazos de goma por parte de la policía el 18 de diciembre de 2017 en las cercanías del Congreso.

El 18 de diciembre de 2017 el Congreso trataba la Ley de Reforma Previsional que el gobierno de Macri impulsaba como parte del plan de ajuste, luego de su victoria en las elecciones de medio término. Miles salieron a la calle a manifestarse contra el saqueo a los jubilados, y se encontraron con una feroz represión. Muchas y muchos fotoperiodistas se encontraban registrando los hechos, desde el ataque a mansalva con balas de goma y de plomo a los manifestantes, hasta la cacería indiscriminada, desde jóvenes hasta jubilados, por parte de policías motorizados en las inmediaciones. Pablo Piovano estaba allí ese día, como muestra elocuentemente la foto. Fotógrafas y fotógrafos fueron blanco privilegiado de la represión, no por casualidad.

El fotógrafo Bernardino Ávila es marcado antes de ser detenido junto a Juan Pablo Barrientos por la Policía de la Ciudad, el 20 de febrero de 2019 frente al Congreso. Foto|Enfoque Rojo

Tampoco fue casual la detención de los fotógrafos Bernardino Ávila y Juan Pablo Barrientos, durante el cuadernazo realizado por trabajadores de la imprenta recuperada Madygraf, en la mañana del 20 de febrero de 2019 también frente al Congreso. Como muestra la foto de Enfoque Rojo, un agente de la policía de la Ciudad señala, marca a Bernardino antes de su detención. Ávila había registrado días antes, en un verdurazo en Plaza Constitución, luego de la feroz represión por parte de la policía, la imagen de una anciana recolectando berenjenas de la vereda, mientras era custodiada por una gruesa columna de la infantería de la Federal.

Verdurazo en Plaza Constitución. Febrero de 2019 Foto|Bernardino Ávila

El fotoperiodismo es además una profesión que sufre, al igual que el resto de los trabajadores de prensa, desde hace años y en forma creciente, una profunda precarización. Los medios casi ya no tienen fotógrafos de planta. La mayoría son monotributistas, en relación de dependencia encubierta, y no sólo arriesgan su integridad física, sino además los costosos equipos que deben procurarse para trabajar.

No nos olvidemos de Cabezas. Y no olvidemos que la fotografía deberá estar donde hay que estar, revelando los rincones ocultos de los laberintos del poder, mostrando la trama que imbrica a los dueños del país con sus gerentes políticos y denunciando la represión que éstos descargan sobre quienes se animan y salen a las calles a pelear por lo suyo.