Viernes 7 de noviembre de 2014
Todavía recuerdo mi primer día de trabajo, hace ya unos tres años y medio atrás. A las tres horas de haber ingresado recién cruzaba palabra con un compañero.
Mi pregunta apuntaba claramente a que cuando me contrataron no me habían tenido al tanto de qué clase de pequeña fábrica se trataba.
Aún me acuerdo de la sonrisa que se me dibujó en el rostro, sentí que mis patrones no eran patrones, eran todos compañeros de trabajo. Lamentablemente, esto no era tan así, y con el tiempo pude ver los matices de lo que sucedía en mi entorno laboral.
Había entrado a trabajar en una de las tantas fábricas recuperadas del 2001, pero con la particularidad de que esta fábrica fue “entregada” por el anterior patrón a los obreros, sin ningún tipo de lucha previa por parte de los trabajadores. Los apenas quince obreros con los que contaba esta pequeña fábrica, se encontraron entonces con la fábrica lista para producir sin ningún tipo de material ni incentivo económico, ya que su “indemnización” fue la maquinaria que dejó el anterior patrón. Uno de los clientes decidió prestar este dinero con facilidades y se puso a producir.
Hasta el momento del relato que tantas veces escuché en los pasillos de la fábrica, todo va a la perfección. El problema fue la falta de lucha previa, el encierro en las paredes de la fábrica, y en medio de todo esto la posterior burocratización de algunos compañeros que se transformaron en patrones de los otros (aunque no de papel). A todo esto se sumó el abandono de algunos compañeros y la toma de nuevo personal de manera contratada o precarizada (dentro del cual todavía se encuentra quien escribe).
En el tiempo que yo llevo en este trabajo todo se resuelve con asambleas en las que sólo participan los “socios” de la fábrica, ya sean los que trabajan (y siempre trabajaron) en la producción, como los que trabajan, desde el cambio de control, en la administración. Estas asambleas no sólo han diezmado las fuerzas de los pocos que trabajamos en la producción, ya sean socios, obreros blanqueados, obreros en negro o contratados; sino que han tenido la particularidad de que lo resuelto no se llevara al campo de la realidad por los burócratas.
Llevando la historia a este momento, imaginarán que el final no es el mejor de todos.
Las novedades de lo que sucedía afuera llegaron diez años más tarde. Cuando yo entro a trabajar, al año, conozco la historia de los compañeros de Zanón y comienzo a compartirla con compañeros. Los compañeros socios con los que se puede conversar de esto, que están en contra de los burócratas, y los otros compañeros con los que conversamos escuchan con asombro y creen que eso sucedió en otro planeta, ahí entienden los errores que se sucedieron aquí.
Al día de la fecha, la fábrica está vaciada, con los mismos compañeros (tanto socios, como efectivos, y precarizados), pero sin los burócratas, que dejaron el sillón para que éste fuera ocupado por un nuevo patrón que se apropió de la fábrica. El cambio gradual y nuestra falta de inteligencia para luchar, nos adormeció como obreros y ahora sólo estamos a la espera de que este cambio no nos obligue a luchar desorganizados.
En estos días tuve la chance de conversar con algunos obreros de Madygraf que pasaron por Córdoba, vi un poco más sobre la lucha de Zanón, y sentí orgullo y hasta se me llenaron los ojos de lágrimas.
Nosotros hoy tenemos el sueño acabado de una fábrica recuperada, pero no vamos a dejar de organizarnos por las presiones que podamos recibir del nuevo patrón. Hoy, los compañeros de Madygraf están en la coyuntura, con la organización y las fuerzas suficientes para luchar y conseguir lo que se consiguió en Zanón.
Mi intención es hacer llegar esta historia a ellos y a todos los obreros que la lean, para que se sepa que una lucha que no se organiza, que se encierra, que se burocratiza, se desvirtúa; y también para hacerles saber que su lucha es nuestra también, por la unidad de los trabajadores.