El sistema capitalista ha resistido durante más de un siglo sin reconocer el trabajo doméstico como una actividad no paga y las instituciones que colectivizan estas tareas son las más precarizadas por los Estados neoliberales, como es la salud y la educación, o las bajísimas pensiones. Situación que mantiene en desmedro a las mujeres con una doble jornada laboral, una paga y otra debe realizar de manera gratuita.
El movimiento de mujeres ha activado a millones de mujeres a las calles, mostrando que la realidad de la mujer sigue estando en desmedro de los varones. Ni una menos, la denuncias de acoso sexual y la lucha por el derecho al aborto legal, son ejemplos que han estado en escena a nivel internacional. Este es el segundo año en el que se hizo un llamado internacional al paro el 8 de marzo.
Distintas son las iniciativas de manifestación para la fecha en el contexto de la convocatoria internacional, que año a año aumentan su masividad, sobretodo en las calles. El sistema capitalista ha resistido durante más de un siglo sin reconocer el trabajo doméstico como una actividad no paga y las instituciones que colectivizan estas tareas son las más precarizadas por los Estados neoliberales, como es la salud y la educación, o las bajísimas pensiones. Situación que mantiene en desmedro a las mujeres con una doble jornada laboral, una paga y otra debe realizar de manera gratuita.
Patriarcado y capital, alianza criminal
El Patriarcado, como sistema social, que impone a la mujer el rol de la reproducción y las labores domésticas, existe desde tiempos remotos, cuando las primeras sociedades comienzan a desarrollar la técnica que permitirá el excedente y el surgimiento de la división del trabajo, donde la mujer se transforma en la primera forma de propiedad privada de los hombres, utilizada para la preservación del linaje de las familias de los grupos dominantes, una opresión enraizada en la maternidad. Mientras que el capitalismo, sistema donde una minoría se apropia de las riquezas producidas colectivamente, existe sólo hace aproximadamente 500 años. Este último, terminó con el régimen feudal, más no así con el patriarcado, por lo que cabe preguntarse: qué es lo que los une y en qué se benefician.
El patriarcado bajo el modo de producción capitalista, se preservó y se transformó en un aliado indispensable para la explotación y el mantenimiento del sistema. Si bien, el desarrollo de la tecnología ha hecho posible la industrialización y la socialización de las tareas domésticas, sostiene la idea de que las labores domésticas son “naturales” de las mujeres, descansando en el una parte de las ganancias de los capitalistas. La naturalización del rol doméstico y reproductivo de la mujer ha llegado a tal punto que, como señala Andrea D’Atri "“Las mujeres no podemos disponer de nuestro propio cuerpo, decidir no tener hijos, o cuándo y cuántos hijos tener, porque la iglesia, en complicidad con el Estado capitalista sigue imponiéndose sobre nuestras vidas (...) Cuestionar la maternidad como único y privilegiado camino para la autorrealización de las mujeres, cuestionar que la sexualidad tenga como único fin la reproducción y cuestionar, así mismo, que la sexualidad sea entendida sólo como coito heterosexual, pone en riesgo las normas con las que el sistema regula nuestros cuerpos. Los cuerpos que el sistema de explotación sólo concibe como fuerza de trabajo (...) transformados en una mercancía más en el mundo de las mercancías”. [1]
Actualmente, 8 personas en el mundo (empresarios, millonarios y hombres) concentran las riquezas de 3.600 millones de pobres, de los cuales el 70% son mujeres. Riquezas que son generadas por el trabajo asalariado de millones de trabajadores y trabajadoras, dejando en evidencia que no existe igualdad entre géneros ni clases sociales.
Amor de madre ¿qué oculta el trabajo doméstico?
Hay millones de personas en el mundo que viven de la venta de su fuerza de trabajo a cambio de un salario, ya Marx planteaba hace más de 150 años que el valor de cambio de la fuerza de trabajo, o sea el salario, es equivalente a los medios de subsistencia mínimos necesarios para el mantenimiento del trabajador, que nada tiene que ver con el "nuevo valor producido" por la acción del trabajo, es decir, el salario, que está muy por debajo de las riquezas que genera el trabajador, lo que demuestra que las y los trabajadores no se les paga por lo que hacen sino por lo que a ellos les cuesta vivir. Como diría Marx “El valor de la fuerza de trabajo se determina por el valor de los artículos de primera necesidad, imprescindibles para producir, para desarrollar, mantener y perpetuar la fuerza de trabajo” [2] . Es así que el trabajador o trabajadora gana un salario, cuyo valor mínimo hoy bordea insuficientemente los 300 mil pesos, mientras una minoría de capitalistas, dueños de las fábricas y las empresas, se apropian de exorbitantes ganancias producidas por estos millones de asalariados todos los días de su vida. Hoy incluso el capitalista puede llegar a pagar mucho menos, lo que se expresa en el gran endeudamiento, sin ir más lejos los hogares chilenos marcan un récord histórico, con 3 de cada 4 familias endeudadas.
Ahora bien entre los gastos del capitalista, están los gastos por mantención de la maquinaria, pero también las y los trabajadores necesitan ese “mantenimiento”, para poder vender su fuerza de trabajo al capitalista, tener la ropa limpia, el alimento, el descanso, los niños educados y cuidados, etc. Así Marx lo devela en Precio, salario y ganancia: “Para poder desarrollarse y sostenerse, un hombre tiene que consumir una determinada cantidad de artículos de primera necesidad. Pero el hombre, al igual que la máquina, se desgasta y tiene que ser reemplazado por otro. Además de la cantidad de artículos de primera necesidad requeridos para su propio sustento, el hombre necesita otra cantidad para criar determinado número de hijos, llamados a reemplazar a él en el mercado de trabajo y a perpetuar la raza obrera. Además es preciso dedicar otra suma de valores al desarrollo de su fuerza de trabajo y a la adquisición de una cierta destreza ” [3] .
Gran parte de este trabajo de “mantenimiento” no lo cubre el empresario sino que se hace gratuitamente por parte de la familia trabajadora, principal y mayoritariamente por mujeres y niñas. Este trabajo invisible, permite que a cada generación de trabajadores le pueda suceder otra, y aquellos que no le son productivos, por estar anciano/a, por ser niños/as, enfermos/as, o amas de casa, sean mantenidos sin que a la patronal les cueste un peso, así igual, la capacitación u estudios de las futuras generaciones, costos que deben pagar las familias trabajadoras bajo la ilusión que sus hijos puedan acceder a mejores salarios.
Así el trabajo doméstico, realizado por millones de mujeres de forma individual en el núcleo familiar, es completamente beneficioso para los intereses de los empresarios, y por supuesto de sus ganancias, los que obtienen a través de él es, por un lado, la reposición de la fuerza de trabajo día a día, acá podemos considerar las comidas, la limpieza y el cuidado de los integrantes de la familia; y por otro lado, la reproducción de una nueva generación que vendan su fuerza de trabajo. Todas las tareas domésticas apuntan en este sentido, aunque los beneficiarios inmediato de este trabajo es la familia, parejas, hijos, enfermos y ancianos, el beneficiario económico es el empresario, que no se ve en la obligación de pagar estos servicios, haciendo uso de los prejuicios patriarcales contra las mujeres que son las que principalmente cargan con estas tareas.
Si bien, no se puede decir que las labores domésticas son un trabajo productivo o con valor de cambio, es decir no es intercambiado en el mercado, pero si es un trabajo útil para los capitalistas, permitiendo la reproducción de la fuerza de trabajo y, del conjunto social del sistema capitalista "Si bien en El Capital no se profundiza acerca de la naturaleza de esta producción particular de la mercancía “fuerza de trabajo”, es justo señalar que se considera que la división sexual del trabajo –característica de las sociedades patriarcales– es previa al capitalismo y no surge recién con su acumulación originaria. El patriarcado ya estaba allí; lo que hizo el capitalismo fue adaptar esas relaciones a su propia lógica y subordinarlas a sus necesidades” [4] .
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Las “dueñas de casa” tienen una jornada de 24 horas diarias, los 7 días a la semana,un trabajo no pago , que ha perpetuado la dependencia económica de la mujer, en Chile las mujeres que ejercen sólo este trabajo bordean el 20%, y aquellas que ejercen el trabajo doméstico fuera de su hogar, recientemente se les reconoce bajo un contrato, una jornada y un salario alrededor de 240 mil pesos según INE 2017. Por su parte las mujeres, al insertarse al mundo laboral, se les reconoce socialmente su horas trabajadas, ya sea en una fábrica, empresa o servicio, es un paso de independencia económica, sin embargo, el sistema capitalista que sostiene al patriarcado, ubica a la mujer en los puestos de trabajo más precarizados y peor pagados, por ejemplo en Chile la mujer recibe en promedio 30% menos de salario que un varón, el 70% de la contratación de empresas externas conocida como subcontratación, está compuesto por mujeres, es decir, ejercen mayormente el trabajo menos estable, por temporadas o concesiones, que por lo general coinciden con bajos sueldos. Además, sigue cargando con la jornada doméstica, el Instituto Nacional de Estadísticas, calculó que las mujeres realizan en promedio 5,80 horas diarias de trabajo no remunerado, lo que son 3,21 horas más que las dedicadas por los hombres (2,59 horas). Un trabajo esclavo, invisibilizado.
En este punto cabe cuestionarse, por qué se mantiene este trabajo o como diría Lenin esta “esclavitud doméstica” en los hombros de las mujeres, cuando podrían ser tareas socializadas con lavanderías, comedores, educación, salud, de carácter público y gratuito, trasladándose así el trabajo doméstico al ámbito colectivo, transformándose así inclusive las relaciones familiares, teniendo las mujeres principalmente y sus familias más tiempo para desarrollarse en otros ámbitos, donde las relaciones afectivas no tendrían que verse minimizadas a un mínimo tiempo sino que podrían ser desarrolladas plenamente, sin las ataduras que impone el sistema capitalista.
Por ende el capitalismo jamás concederá la socialización total y permanente de los quehaceres domésticos y la liberación de la mujer en este sentido, ya que utiliza los mecanismos de opresión a su favor, aunque sí puede dar algunas concesiones en momentos determinados cuando la correlación de fuerzas se inclina a favor de los explotados y oprimidos. Marx en Precio, Salario y ganancia, realiza la siguiente aproximación “si nos fijamos en el capitalista, vemos que lo que quiere es obtener mucho más trabajo por la menor cantidad posible de dinero. Por tanto, prácticamente el capitalista sólo le interesa la diferencia entre el precio de la fuerza de trabajo y el valor creado por la función de esta. Pero como él procura comprar todas las mercancías lo más barata que puede, cree que su ganancia proviene siempre de la sencilla malicia, es decir, del hecho de comprar las cosas por menos de lo valen y venderlas por más de su valor. No cae en cuenta de que si realmente existiese algo como el valor del trabajo y, al adquirirlo, pagase efectivamente ese valor, el capital no existiría, ni su dinero podría, por tanto convertirse en capital” [5], el empresariado en su defensa del derecho de la propiedad privada, derecho al cual sólo tiene acceso una ínfima minoría de la sociedad, es capaz de mantener y adaptar sistemas completamente obsoletos para el desarrollo humano como lo es el patriarcado, a través de él logra generar más ganancia, manteniendo invisibilizado el trabajo doméstico como trabajo beneficioso para su bolsillo.
Debido a este problema estructural del sistema capitalista, es que Lenin, líder de la revolución Rusa, planteaba que para la igualdad de las mujeres es necesario “la abolición de la propiedad privada sobre la tierra y las fábricas. Así, y únicamente así, se abre el camino para la emancipación completa y efectiva de la mujer, para su liberación de la "esclavitud casera", mediante el paso de la pequeña economía doméstica individual a la grande y socializada” [6] . En este sentido, no serán los capitalistas quienes otorguen estos derechos, sino que la clase que tenga el interés de acabar con la propiedad privada y colectivizar los medios de producción, para el beneficio del conjunto de la sociedad, para ello se hace necesario que trabajadores y trabajadoras se propongan el control de la producción, para que no sea propiedad de una minoría, sino que la minería, los puertos, el desarrollo tecnología, los servicios, entre otros, estén al servicio de las necesidades de las grandes mayorías, pudiendo así la humanidad desarrollarse plenamente.
Cómo lograr la emancipación de la vida: Mujeres contra la violencia machista, mujeres contra el capital
Las democracias capitalistas pueden ampliar los derechos de las mujeres, como vemos en algunos países que existe el derecho al aborto legal, matrimonio igualitario, o el hecho de que hoy las mujeres hayan salido al mundo laboral, componiendo casi el 50% de la clase trabajadora, el sistema que sustenta el machismo está anclado bajo las directrices de la sociedad capitalista, es decir, que el Estado entendido como un comité que administra los negocios de los capitalistas, siempre va a buscar ganar más, por ende, buscará reducir al máximo los derechos, por tanto, es imposible conseguir plenos derechos bajo los marcos de este sistema social. Entonces ¿cómo conseguirlo?.
Las labores domésticas al ser un trabajo reproductivo dependiente de las familias trabajadoras, y no un trabajo productivo dependiente del Estado o de un empleador privado, hace que quienes están a cargo de estas tareas se encuentren extremadamente separadas, aisladas espacial, temporal e institucionalmente del mundo de la producción, y por ende, de las diversas formas que tienen las y los trabajadores de organizarse por sus demandas, como los sindicatos y otras organizaciones de masas. Lo que hace imposible para las mujeres que lo desarrollan gratuitamente, unirse para negociar mejores condiciones de trabajo ó de salario, por tanto ¿Contra quienes tendrían que pelear?, ¿Contra sus familias quienes se ven beneficiadas directamente? ¿Contra los hombres, esposos e hijos, como lo plantea el feminismo separatista? Claramente que no.
En este sentido, para erradicar la desigualdad de género, es estratégicamente necesario organizarse junto a la clase trabajadora y los oprimidos por género, raza, identidad sexual, origen étnico, entre otros, contra la clase capitalista, siendo clave el uso de métodos como el paro en los sectores productivo y de servicio, como lo hicieron algunos sectores este 8 de marzo, como el paro del sector público en Valparaíso o las docentes a nivel nacional. Las mujeres trabajadoras y las dueñas de casa, parte de las familias trabajadoras, unidas junto a sus compañeros trabajadores, a sus esposos, a sus hijos, se manifiesten juntos en la calle, como una demostración de fuerza contra el gobierno, la derecha y los capitalistas, dejando claro que las demandas de las mujeres son parte de las reivindicaciones del conjunto de la clase trabajadora. El impacto del movimiento de mujeres puede dinamizar la efervescencia de las trabajadoras, doblemente explotadas y oprimidas, y dinamizar las fuerzas de las grandes mayorías contra toda explotación y opresión. En Chile y en el mundo está planteada la posibilidad de que las trabajadoras avancen al frente.
Para lo anterior es clave, cuestionar y enfrentar los límites que impone la burocracia sindical renuncia a organizar un paro efectivo, como lo vimos este 8 de marzo con la burocracia de la Central Única de Trabajadores presidida por Bárbara Figueroa del Partido Comunista, o la del Colegio de Profesores, presidida por Mario Aguilar del Frente Amplio, gremio además de alta composición femenina.. A la vez que es importante luchar contra las ilusiones que siembra la izquierda (neo) reformista dentro del régimen, que subordina la organización de todo movimiento, a los tiempos del parlamento, donde puede existir una ampliación de derechos (en base a negociaciones con la clase dominante), pero también limitarlos o eliminarlos, por lo que nuestras conquistas seguirán siendo relativas, mientras exista el capitalismo, pues todo lo que concede la clase dominante en momentos de debilidad, producto de nuestras luchas, luego busca ser arrebatado en todo momento, haciendo inviable una acumulación progresiva. Un claro ejemplo es el derecho al aborto terapéutico que se obtuvo en Chile en 1934, que después de décadas se arrebato días antes de la finalización de la dictadura en 1989. Y después de casi 30 años se repuso bajo una modalidad restringida a tres causales, y que a pesar de ser ley sigue peligrando el acceso a este procedimiento médico, a través de distintas maniobras de los sectores más reaccionarios de la derecha y las iglesias; otro ejemplo, es la propuesta del estatuto laboral juvenil, que no obliga a los empleadores a respetar los fueros maternales, un claro retroceso en los derechos mínimos de las mujeres.
Hay otros derechos que hasta el día de hoy se nos niega y, por los cuales tenemos que luchar de la mano de una perspectiva revolucionaria, desde algo tan mínimo como "igual salario por igual trabajo", derecho al aborto legal, libre, seguro y gratuito o el reconocimiento del trabajo doméstico no remunerado; porque si no avanzan las trabajadoras, junto a las trabajadores y la juventud, avanzará la derecha con Piñera, con los despidos, con una reforma laboral y previsional que rebajará las indemnizaciones y hará más precaria nuestras vidas, avanzará una derecha que asesina a mapuches a través de fuerzas policiales y que ha sido parte de los casos de corrupción, avanzará la derecha que de la mano de las iglesias contra el derecho al aborto legal, mientras llueven los casos de abusos a menores en las instituciones católicas. El gobierno de Piñera ha salido en distintos momentos prestando apoyo a gobiernos de derecha, recalcitrantemente machistas, racistas, antiinmigrantes, represores como Trump, Bolsonaro, Macri, dando el respaldo a Guaidós, golpista que llama incluso a las fuerzas armadas a salir a las calles, que está contra los intereses del pueblo venezolano y a favor del imperialismo y la política de ajustes de EE.UU.
En este sentido, una de las claves para conquistar las demandas de las mujeres, no está en el laberinto parlamentario con la "legislación responsable" como anunció el Frente Amplio, que se ha presentado como una novedad, pero que ha buscado hacer alianza con los viejos falsos amigos del pueblo, de la ex Concertación y la Nueva Mayoría que gobernó por décadas a favor del gran empresariado de familias como Luksic, Von Appen o Angelini.
Es imprescindible identificar la lucha de clases, para comprender que la liberación de la mujer de las tareas doméstica y la doble jornada laboral exige la socialización del trabajo doméstico, que hoy está garantizado sólo para un puñado de mujeres empresarias y ricas, pues a través de la explotación se libran de la realización de este trabajo, por ejemplo contratando a otras mujeres para hacer las labores del hogar o el cuidado de los hijos, pagando profesores particulares y buenos colegios, geriátricos, entre otros. Todas aquellas que promueven el feminismo que busca romper el techo de cristal, para que estas mismas mujeres accedan a puestos gerenciales y de instituciones estatales, mujeres como Hillary Clinton, Angela Merkel, Christine Lagarde o Michelle Bachelet, que finalmente sus ascensos políticos no cambian la situación de millones de mujeres trabajadoras y pobres, con sus políticas de ajustes que disminuyen los derechos básicos como la salud, educación y pensiones, situación que queda claramente reflejada cuando vemos que en el mundo el 70% de los pobres son mujeres y niñas.
La posibilidad en un ejemplo histórico
Es así que es fundamental que el movimiento de mujeres se organice junto a las mujeres de la clase trabajadora, aquellas que históricamente han sido la vanguardia de grandes procesos revolucionarios y de transformación social, como la revolución francesa en 1789 o la revolución rusa 1917 que tuvo como una de sus tareas la socialización del trabajo doméstico, a través de la implementación de: educación y salud gratuita, jardines infantiles, comedores y lavanderías populares con el objetivo que las mujeres fueran parte íntegra de las discusiones y decisiones sociales. Junto a aquellas mujeres que pudieron dar respuesta a la crisis, aun siendo una minoría pero significativa dentro de los explotados, sobre todo hoy cuando son uno de los rostros principales de la clase trabajadora. Creemos que si nos organizamos junto a esas mujeres que son el 80% de docentes, la mayoría en servicios y en la salud, peleando no sólo por sus demandas específicas, sino también junto al conjunto de la clase trabajadora, quienes no tienen nada más que perder que sus propias cadenas, contra la explotación capitalista y el patriarcado, podremos realmente dar vuelta el tablero, esto porque consideramos que una respuesta integral a las demandas democráticas que son estructurales, como todas las opresiones que nos atraviesan, no vendrá de una salida corporativa como movimientos luchando por separado.
Lo que nos proponemos no es una tarea sencilla, pero es crucial en momentos donde el sistema recrudece sus ataques. Partimos de una situación de fragmentación de la clase trabajadora, en la atomización sindical, multirut, contratados o subcontratados, entre otros, pero a la vez, el re-surgimiento de múltiples movimientos sociales, feministas, raciales, son parte transversal, también puede acercar y hacer más potente una alianza social que permita derrotar el capitalismo, si se traza estos objetivos estratégicos, para lo cual hace falta gran organización que surja desde estas batallas, un partido revolucionario de las y los trabajadores, que junto con la juventud, y las mujeres, puedan retomar una tarea histórica, como lo es el terminar con toda la explotación y opresión, luchando por una nueva sociedad, bajo una perspectiva revolucionaria, anticapitalista y socialista.
Rosa Luxemburgo, revolucionaria de principios del siglo XX, ya advertía que “Las relaciones de producción de la sociedad capitalista se acercan cada vez más a las relaciones de producción de la sociedad socialista. Pero, por otra parte, sus relaciones jurídicas y políticas levantaron entre las sociedades capitalista y socialista un muro cada vez más alto. El muro no es derribado, sino más bien es fortalecido y consolidado por el desarrollo de las reformas sociales y el proceso democrático. Sólo el martillazo de la revolución, es decir, la conquista del poder político por el proletariado, puede derribar este muro” [7] .
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