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CRISIS DEL RÉGIMEN DEL '78. Elecciones en el Estado español, con la represión a Cataluña de fondo

La posición de Unidas Podemos ante la represión en Cataluña y su insistencia en entrar a un gobierno con el PSOE, ha generado cabreo y decepción entre muchas de sus votantes. Aún así, aparece la idea de votar “con la nariz tapada”. Pero la lógica del “mal menor” solo termina fortaleciendo al régimen. Por eso, desde la CRT llamamos a votar a la CUP en Cataluña y proponemos un voto nulo en el resto del Estado en solidaridad con el pueblo catalán.

Josefina L. Martínez

Josefina L. Martínez @josefinamar14

Diego Lotito

Diego Lotito @diegolotito

Sábado 2 de noviembre de 2019 00:00

En Cataluña hay actualmente más de 40 presos y presas políticas, contando a los líderes independentistas condenados a 13 años de prisión, los miembros de los CDR detenidos el 23S y decenas de jóvenes ingresados en prisión preventiva por participar en las movilizaciones de octubre. En medio de esta enorme escalada represiva, una organización mínimamente democrática debería estar convocando a sindicatos, colectivos y fuerzas de la izquierda para movilizarse en todo el Estado. No hay medias tintas ni equidistancia posible: o se avala la represión a todo un pueblo encabezada por el bloque PP-PSOE-Ciudadanos-VOX-Monarquía, o se llama a enfrentarla en las calles mediante la más amplia movilización social. Porque la ofensiva represiva contra el pueblo catalán golpeará como un bumerang a todos los movimientos sociales y la clase obrera del resto del Estado, más aún en un escenario donde se avizora una nueva crisis capitalista. Por eso, no defender al pueblo catalán es también renunciar a defender las libertades democráticas y las conquistas sociales de todo el pueblo trabajador.

Sin embargo, la izquierda reformista española, como Podemos, Izquierda Unida y Más País, han avalado la sentencia del procès llamando a acatarla y hasta han saludado la actuación de las fuerzas policiales contra el movimiento catalán, criminalizando a la juventud que se moviliza. Esto ha sido un gran salto en su adaptación a un régimen monárquico y represivo, que niega el derecho a decidir de los pueblos a golpe de palos y represión.

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Es por ello que muchas y muchos activistas y votantes de Unidas Podemos en las últimas elecciones están indignados y se preguntan qué hacer.

El "mal menor" siempre prepara un "mal mayor"

Algunos plantean que un voto nulo (en vez de votar a Unidos Podemos) terminaría “favoreciendo a la derecha”, o que “no hay que dejar de votar, aunque sea a cualquier partido”. Queremos responder a esos argumentos.

En primer lugar, es importante aclarar una cuestión técnica. Según la Ley del Régimen Electoral, los votos nulos (aquellos depositados en un sobre diferente al oficial o que contengan una papeleta modificada o que no sea oficial, por ejemplo, con un lema en solidaridad con Cataluña como proponemos desde la CRT), no se considera un voto válido. Por lo tanto, no se contabiliza y no influye en absoluto en el reparto de escaños según el sistema D’Hont. O, dicho de otro modo, ni benefician ni perjudican a ningún partido al no contar para el reparto de asientos. Por lo tanto, es falso que el voto nulo beneficia a los partidos más grandes, o que “se transfiere a la derecha”.

Pero vayamos a los argumentos políticos, que son más importantes. En estos días ha salido a la luz una campaña a través de diversas páginas de Facebook, que según una investigación de eldiario.es estaría financiada de forma encubierta por el PP, que promueve la abstención con la intención de quitarle votos al PSOE y UP. Rápidamente, el PSOE ha salido a instrumentalizar a su favor esta misma campaña, pidiendo que nadie se abstenga de ir a votar, intentando movilizar así a todos aquellos votantes socialistas decepcionados, insistiendo en que, si no votan, eso beneficiaría al PP.

El debate sobre esta cuestión ha estado presente en los actos electorales de lanzamiento de campaña. Pedro Sánchez empezó su discurso de este modo: “Vamos a hacer un ejercicio para que nos escuche Pablo Casado allí donde esté: ¿Vamos a ir a votar sí o no?”, preguntó al público. “Claro que vamos a votar, vamos a votar progresista, por un gobierno fuerte, vamos a votar por el PSOE”, remataba Sánchez. El PSOE intenta de este modo redoblar su campaña por el “voto al mal menor”, tratando de evitar que el cabreo de miles de personas se exprese mediante la abstención, como en Andalucía. Quieren hacer responsables del crecimiento de la derecha a aquellos que están cansados de las políticas neoliberales del PSOE, por no querer votarlos una vez más. Pero hay que decirlo claramente: si la derecha crece en las elecciones es porque los supuestamente “progresistas” están llevando adelante políticas de derecha.

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La propuesta de votar a la CUP en Cataluña y un voto nulo en solidaridad con el pueblo catalán en el resto del Estado es opuesta a estas maniobras y “operaciones” cruzadas entre PP y PSOE, porque es un voto contra el régimen monárquico y su represión, en la que están coaligados. Por eso, apunta a la necesidad de construir otra izquierda, una izquierda valiente, que no se subordine al bloque de los social-liberales del PSOE.

La lógica del mal menor o el conformismo cada vez mayor

Pero a la izquierda del PSOE, muchas personas que en anteriores elecciones votó a Podemos, se encuentra con la disyuntiva de qué hacer en estas elecciones. Algunas nos dicen: “Es terrible lo que está haciendo Podemos con Cataluña , la verdad que me trauma ir a votarlos”; o se indignan con las declaraciones de Alberto Garzón criminalizando a la juventud catalana: “entre los militantes más jóvenes cae fatal”. Sin embargo, después sostienen que “es mejor votar con la nariz tapada a Podemos que dejar de votar”.

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La idea del “mal menor” está profundamente arraigada, incluso entre los sectores más de izquierda. Esa lógica es uno de los mecanismos por los cuales la dominación de los regímenes democrático burgueses se ha sostenido de forma persistente en toda su historia. Ya Antonio Gramsci lo explicaba en sus Cuadernos, cuando decía que “El concepto de mal menor es uno de los más relativos. Enfrentados a un peligro mayor que el que antes era mayor, hay siempre un mal que es todavía menor, aunque sea mayor que el que antes era menor. Todo mal mayor se hace menor en relación con otro que es aún mayor, y así hasta el infinito.” [Quaderno, 16 (XXII)]

En las últimas décadas, esta lógica ha florecido ofreciendo la posibilidad de una “alternancia” entre “conservadores” y “progresistas neoliberales”. Apelando al “mal menor” y mediante el llamamiento a “enfrentar a la derecha”, el régimen bipartidista español funciona y se mantiene hace más de 40 años. Este es un mecanismo característico de las democracias liberales a nivel mundial, cuya “fortaleza” justamente se encuentra en esta trampa. Con la misma lógica, el Partido Demócrata norteamericano se ofrece como “mal menor” frente a Donald Trump, o el peronismo kirchnerista aliado a los gobernadores más conservadores y antiderechos de Argentina se presenta como “mal menor” ante el macrismo. O la candidatura de Lenin Moreno, que se presentó como el mal menor frente al “retorno del neoliberalismo” en Ecuador, y veamos como resultó el malmenorismo ecuatoriano.

La lógica del mal menor promueve el conformismo y lleva a borrar artificialmente los puntos de acuerdos fundamentales entre conservadores y “neoliberales progresistas”: tanto el bloque de la derecha hegemonizado por el PP y el bloque “progresista” encabezado por el PSOE defienden la escalada represiva contra el pueblo catalán, la criminalización a la juventud como en Altsasu, la aplicación de reformas laborales que garantizan la precariedad, la defensa de la corona, el rescate financiero a los bancos, las políticas austeritarias de la UE y defienden los intereses de las grandes multinacionales españolas que expolian recursos a los países de América Latina.

La insistencia de Unidas Podemos en “entenderse” con el PSOE y formar un gobierno de coalición con Pedro Sánchez durante todo este tiempo, así como los gobiernos comunes PSOE-Podemos en varias comunidades y ayuntamientos, solo han logrado lavarle la cara a los social liberales, fortaleciéndolos, haciendo creer que algo favorable para los intereses de los trabajadores y la juventud puede esperarse de ellos. Y lo peor es que, para intentar que esa operación sea posible, Podemos sigue renunciando a reivindicaciones democráticas elementales como enfrentar la represión al pueblo catalán o a cuestiones sociales como derogar la reforma laboral. Lo que promueven, en cambio, es una cultura de la resignación permanente, en la que los movimientos sociales y la clase trabajadora deberían abandonar las aspiraciones a un cambio social más profundo, restringiéndose a votar para que gobiernen partidos del régimen, y esperar que se pueda presionar para hacer “hacer menos malo” un gobierno de los socioliberales del PSOE. El partido de Errejón, directamente, se propone como una copia 2.0 del PSOE “renovado” por caras nuevas.

Votar nulo en estas elecciones, en vez de hacerlo por Unidas Podemos, no es lo que favorece a la derecha. Lo que favorece a la derecha es que la izquierda rebaje hasta límites increíbles su programa, que prometa aceptar con “lealtad de Estado” las políticas represivas hacia el pueblo catalán, que llame a “asumir” sentencias judiciales escandalosas o que digan como Errejón que “la policía y los jueces están haciendo su trabajo”. Eso favorece a la derecha.

¿Por qué no hubo una alternativa anticapitalista en estas elecciones?

¿Qué hubiera pasado si una corriente como Anticapitalistas, que cuenta con figuras reconocidas como Teresa Rodríguez o Miguel Urban hubieran llamado a presentar una candidatura anticapitalista rupturista fuera de Podemos? Una coalición entre la CUP, Anticapitalistas, el SAT Andaluz, activistas autónomos y de los movimientos sociales, junto a todas las fuerzas que defendemos un programa de independencia de clase, podría haber sido un polo de atracción muy importante, en un momento en que muchos activistas y votantes de la izquierda se encuentran decepcionados con Unidas Podemos y las experiencias de los “Ayuntamientos del cambio”. En vez de eso, se han mantenido dentro de Podemos, llegando a decir Teresa Rodríguez hace unos días en un acto que Pablo Iglesias es “el depositario de todas nuestras esperanzas el próximo 10N”. Esta es la perspectiva que propusimos la CRT desde las elecciones del 28A, pero lamentablemente no se materializó.

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En este marco, la campaña por el voto nulo que está impulsando la CRT es modesta, pero necesaria. Lo hacemos porque no hay ninguna fuerza de izquierda que en estas elecciones se presente en todo el Estado con un programa de rechazo a la represión y una impugnación clara al régimen, tal como ha planteado la CUP. Es por ello que, sin dejar de plantear nuestras críticas y diferencias, llamamos a dar un voto a la CUP en Cataluña.

La participación en las elecciones, según las tradiciones del marxismo revolucionario, es una de las vías para desenmascarar esta democracia liberal -que esconde el carácter de clase del Estado-, para utilizar el parlamento como tribuna con el fin de desarrollar la movilización y autoorganización extraparlamentaria de la clase trabajadora y la juventud, y para mostrar por qué es necesario superar los marcos de las instituciones de este régimen antidemocrático. Pero convertir esa intervención electoral en un fin en sí mismo, buscando obtener más representación parlamentaria mientras se renuncia a un programa mínimamente democrático y de clase, es lo contrario a desarrollar esta perspectiva.

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En el contexto del “retorno de la lucha de clases” a nivel internacional, como estamos viendo en Francia, en Ecuador o en Chile, una nueva generación juvenil está apareciendo para cuestionarlo todo, algo que hemos visto también en las calles de Cataluña . La persistencia del movimiento democrático catalán y la posibilidad de que se supere la “discordancia” entre aquel con la movilización en el resto del Estado español, luchando en común por procesos constituyentes para “decidirlo todo”, es uno de los retos de una izquierda anticapitalista y revolucionaria. Una izquierda que no se subordine a las políticas del “mal menor” de los reformistas, sino que busque tener un centro de gravedad en la lucha de clases, de forma independiente a todos los partidos de este régimen reaccionario.


Josefina L. Martínez

Nació en Buenos Aires, vive en Madrid. Es historiadora (UNR). Autora de No somos esclavas (2021). Coautora de Patriarcado y capitalismo (Akal, 2019), autora de Revolucionarias (Lengua de Trapo, 2018), coautora de Cien años de historia obrera en Argentina (Ediciones IPS). Escribe en Izquierda Diario.es, CTXT y otros medios.

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