Comienzan los procesos electorales en universidades como la de Zaragoza, para renovar muchos de los cargos que llevan meses en funciones por la pandemia, en un caótico inicio de curso. De nuevo, unas elecciones que tendrán baja participación y que se realizan por mero trámite burocrático. Mientras tanto las decisiones son tomadas por las altas jerarquías académicas junto a los gobiernos de turno y las empresas privadas, excluyendo de la toma de decisiones a la gran mayoría de la comunidad universitaria, en especial las y los estudiantes.
Jaime Castán @JaimeCastanCRT
Martes 13 de octubre de 2020
Rectorados, decanatos, claustros y juntas de facultad son algunos de los órganos de “representación” de las universidades que van a ser renovados en las próximas semanas o meses, a través de la convocatoria de elecciones. Algunos de los cargos llevan varios meses en funciones por la irrupción en marzo de la pandemia del coronavirus. Es la situación de la Universidad de Zaragoza (UNIZAR), que elegirá un nuevo rectorado el próximo mes de noviembre y claustro en torno al mes de marzo.
También en la Facultad de Filosofía y Letras el decano en funciones, Eliseo Serrano, anunció la convocatoria de elecciones para la Junta de la facultad para el día 28 de este mes, finalizando el plazo de presentación de candidaturas el día 20. Apenas dos semanas, una de ellas siendo festividad por el Pilar, para que, como estudiantes, podamos presentar nuestras candidaturas. Una convocatoria nuevamente chapucera y que han adelantado varias semanas sin informar a nadie para sacársela de encima cuanto antes, como un trámite burocrático más, para poder renovar los cargos que están en funciones, como el del propio decano.
Es un ejemplo concreto, pero muy significativo de cómo, año tras año, se convoca a elecciones a la comunidad universitaria de forma puramente rutinaria. Miles de estudiantes desconocen estas convocatorias, porque no hay esfuerzo alguno por darlas a conocer desde la propia Universidad, y así se refleja en la baja participación. Eliseo Serrano ya anunció además que no van a poner medios electrónicos para facilitar la votación de la Junta cuando, por la pandemia y las clases telemáticas, buena parte del estudiantado ya no se desplaza diariamente a las facultades.
En cualquier caso, también es difícil que las estudiantes vean un interés en participar para elegir unos órganos donde siempre están representadas de forma minoritaria y llamadas a ocupar un rol testimonial, sin capacidad real de intervenir en la toma de decisiones. El modelo universitario neoliberal les viene impuesto, como les son impuestas ahora medidas contra la Covid que son insuficientes e incluso irracionales y arbitrarias.
No hay democracia alguna en la universidad
El sistema electoral hace honor al origen medieval de la institución, porque es puramente estamental. El profesorado con vinculación permanente, una pequeña minoría, se garantiza la mayoría de representación en todos los órganos (juntas de departamento y de facultad, Claustro, Consejo de Gobierno, etc.) y su voto para la elección del rectorado es determinante. En torno a la mitad del profesorado no tiene la vinculación permanente y junto con trabajadores y trabajadoras no docentes de la universidad, así como la gran mayoría de la comunidad universitaria que son estudiantes, tienen una participación y una representación testimonial.
La alta jerarquía académica desde sus cátedras, decanatos, vicerrectorados y rectorados es quien toma las decisiones junto a los gobiernos de turno autonómicos y estatal, junto a las empresas privadas y con la colaboración de las burocracias sindicales. Desde el rectorado, el Consejo de Gobierno y el Consejo Social, se deciden las cuestiones fundamentales: financiación y presupuestos, planes de estudio, relación con otras instituciones y empresas privadas, etc. Son los órganos donde la jerarquía académica se reúne con los políticos autonómicos y con las empresas privadas para marcar la política en la universidad.
El rector es la principal figura elegida entre esa jerarquía académica que se cierra sobre sí misma, a modo de una casta que genera sus propias redes clientelares en las que hay que entrar, no ya sólo para tratar de medrar en la propia jerarquía, sino simplemente para tratar de afianzarse como docente en la universidad. Así, las elecciones a unos órganos que controlan y donde las redes de poder ya están fijadas, las realizan por simple trámite.
Para hacernos una idea, el actual rector en funciones de UNIZAR, José Antonio Mayoral Murillo, fue elegido en 2016 en unas elecciones donde era el único candidato y con una ínfima participación. Sólo el profesorado con vinculación permanente (1.606 registrados en el censo) tuvo una participación por encima del 50%, concretamente el 53,74. De los más de 30.000 estudiantes entonces, sólo voto el 2,77%. Unos porcentajes de participación que se repiten año tras año en cada convocatoria y que se repetirán este mes de noviembre en la elección de un nuevo rectorado.
De esta manera no sorprende que esta casta académica vinculada además con los gobiernos de turno y las empresas privadas, se dedique a gestionar de forma chapucera la pésima situación de las universidades, manteniendo un modelo neoliberal que la pandemia ha puesto todavía más en evidencia. Una casta que también guarda silencio ante la situación de crisis sanitaria y social, cuando debería pronunciarse de forma unánime para que se dé prioridad a las necesidades sanitarias y a los servicios públicos.
El propio Ministro de Universidades del supuestamente “gobierno más progresista de la historia”, Manuel Castells, es un caso claro. Él mismo forma parte de la jerarquía académica y ha estado al frente, o más bien ausente, ante la desastrosa finalización del pasado curso y el inicio caótico del actual. Es el ministro a propuesta de Unidas Podemos que habla de avanzar en el financiamiento privado y neoliberalización de la universidad. Una situación inaceptable.
La juventud de Contracorriente siempre hemos cuestionado las instituciones universitarias y la falta de procesos democráticos, apostamos en cambio por la participación masiva de estudiantes y del conjunto de la comunidad universitaria, por desarrollar asambleas y espacios creativos de autoorganización, para imponer por la lucha medidas tan necesarias e inmediatas como la gratuidad o el aumento de la financiación para garantizar una presencialidad digna. Pero sobre todo para cuestionar de arriba abajo una universidad neoliberal, clasista y antidemocrática al servicio del capitalismo.