Reproducimos a continuación la colaboración del escritor Guillermo Almeyra en el diario La Jornada del día de hoy.
Domingo 5 de junio de 2016 14:21
Después del apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) a los maestros de las secciones de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) que libran una dura, tenaz y heroica lucha, sobre todo en el sur y centro del país, así como de la resolución de los maestros oaxaqueños de dar un sufragio de castigo al gobierno y a los partidos del régimen votando por Morena, sólo un ciego no verá que el centrosur vive un proceso de radicalización y polarización de clase que es sumamente agudo. También es evidente que la descomposición del capitalismo y del semi-Estado mexicano se acelera aún más en el resto del territorio nacional, como revelan los escándalos y delitos gravísimos que se suceden diariamente.
Es visible igualmente que no padecemos sólo un presidente represor, inculto y sádico que, como gobernador, ya había demostrado en Atenco cuál sería su política, ni tenemos que soportar solamente un gabinete de ignorantes y prepotentes, mentirosos y cínicos de una vulgaridad y mediocridad sin precedente, que no vacilan en violar las leyes y pisotear la Constitución.
Sufrimos en realidad –como todos los trabajadores del mundo e incluso más que ellos– los efectos de una fase del capitalismo senil que ya no puede mantener ni siquiera la fachada de una democracia fingida ni producir estadistas como los de hace 60 o 70 años. Aquéllos, independientemente de su orientación y de su pertenencia de clase, tenían inteligencia y talla política, como Georges Clemenceau, Franklin D. Roosevelt, Winston Churchill, Charles de Gaulle o, en nuestros países, Lázaro Cárdenas, Juan D. Perón y los cubanos Antonio Guiteras o Fidel Castro.
Si en Francia gobierna hoy un enano político reaccionario como François Hollande, en Italia un Matteo Renzi, en España un Mariano Rajoy y en Estados Unidos podría ser presidente un Donald Trump, no es de extrañar si en los países latinoamericanos lo hacen equipos de aventureros clasemedieros corruptos como los Kirchner o representantes igualmente infradotados, ladrones y corrompidos como los que forman los gabinetes de Macri en Argentina o de Temer en Brasil. Los representantes políticos son hoy sirvientes de nivel bajísimo que se limitan a ejecutar las órdenes del sector financiero y de los dirigentes de las empresas principales.
En la medida en que cada vez menos personas dirigen cada vez menos compañías que controlan la economía, en el otro polo social se concentran más la pobreza, la miseria y, por consiguiente, la rebelión. De ese modo los gobiernos del siglo XXI cuentan hoy menos con el engaño, la ideología y la dominación cultural, y cada día dependen más, en cambio, de la anulación de los derechos laborales y democráticos y de la violenta opresión, y contando con ella roban, mienten y hacen públicamente con toda impunidad lo que sus antecesores debían esconder y enmascarar.
Para el capital no hay piso ni límite para la explotación y la corrupción. Sólo la resistencia de los trabajadores fija hasta dónde pueden los capitalistas y sus gobiernos anular derechos o aumentar su tasa de ganancia haciendo caer los salarios reales. En México, por ejemplo, el salario mínimo diario supera muy poco los 70 pesos, mientras un estadunidense cobra por el mismo trabajo 7.15 dólares la hora (es decir, más de mil 30 pesos mexicanos por ocho horas, o sea, cerca de 150 veces más), y mientras en México para comer una hamburguesa hay que trabajar cinco horas, en Argentina trabajan sólo una. Las cifras diferentes expresan sobre todo, aunque no únicamente, el distinto grado de resistencia y organización de los trabajadores.
Por eso es excelente e indiscutible el artículo en La Jornada de Luis Hernández Navarro sobre los maestros oaxaqueños en lucha, en el que recuerda a la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), que fue uno de los momentos más importantes de la autoorganización, la autonomía y la conciencia política de los trabajadores oaxaqueños. La lucha actual de la CNTE en Oaxaca se apoya en efecto en la experiencia de la APPO; es su continuación y de ella saca fuerzas. La historia de los explotados de Oaxaca y del país marcha del brazo con las maestras y maestros que combaten hoy, tal como Emiliano Zapata y su ejército del sur lo hicieron en 1994 en Chiapas, donde sin embargo durante la Revolución mexicana el zapatismo moreliano no tenía influencia.
El apoyo del EZLN y de grandes contingentes de estudiantes y otros sectores urbanos a los maestros de la CNTE va más allá del respaldo a la lucha ejemplar que éstos mantienen en defensa de la educación popular, porque ese sostén busca mantener los derechos sindicales y democráticos en general y derrotar una política y a la gente que quiere aplicarla. Ni el EZLN es electorero ni lo son tampoco los militantes de la CNTE que llaman a votar por Morena, no sólo porque esta agrupación es la única que los apoya en su combate, sino sobre todo porque es la única que no trabaja para el gobierno de las trasnacionales y del gran capital. Esas organizaciones combaten como en las calles también en las urnas contra la política capitalista.
En la Ciudad de México el gobierno impuso una falsa Asamblea Constituyente que no es soberana y estará constituida por seis delegados elegidos por Enrique Peña Nieto, otros seis por Mancera, 14 por la Cámara de Diputados y otros 14 por los senadores, lo cual le asegura anticipadamente al gobierno una representación servil de 40 por ciento. Esa asamblea es espuria, ilegítima, pero también en ella, en mi opinión, y ante la lamentable ausencia de una lista de la Organización Política del Pueblo y los Trabajadores (OPT), es necesario utilizar el sufragio como si se arrojase una piedra contra la opresión, votando críticamente la única fórmula anticapitalista y feminista –la número 5 (Sergio Moissen y Sulem Estrada)– a la que auguro una buena elección.