Ante una posible nueva ola del movimiento de mujeres, es importante voltear la mirada a las luchas de las generaciones que nos precedieron: pensar en las lecciones y conquistas que nos dejan como herencia para la “revolución de las nietas”
El surgimiento del feminismo de la década de los 70 puede entenderse en el marco de los acontecimientos convulsivos de fines de la década anterior: el Mayo francés, el otoño caliente italiano, la primavera de Praga, el 68 mexicano, el Cordobazo argentino y las movilizaciones contra la guerra de Vietnam que se extendieron por todo el mundo.
Las luchas de los años sesenta representaron una crítica profunda –en los hechos–, al régimen de posguerra, la reconfiguración del capitalismo y las intervenciones en países como Vietnam. [1] De cierta manera, esto dio pie para cuestionar las estructuras básicas del capitalismo: la familia, la monogamia y la heterosexualidad.
El proceso más significativo fue el Mayo francés. Pese a que la participación era mixta en la lucha, y existe documentación del rol de dirigentes obreras en sus fábricas, se expresaban con intensidad los roles de género al interior del movimiento. Mientras recordamos los nombres de grandes dirigentes varones, pareciera que el papel de las mujeres en estos procesos quedó relegado de la historia.
Muchas de las feministas que surgieron en los años posteriores al 68 venían de experiencias previas de militancia, principalmente, en los partidos comunistas. La reproducción del machismo al interior de estas organizaciones y la poca relevancia que se daba a la emancipación femenina comenzaron a ser cuestionadas por esa nueva generación de mujeres.
Cabe destacar que el movimiento feminista no partía de cero. En años previos se había conquistado el voto femenino y otros derechos democráticos. Como experiencia destacada, durante la revolución de 1917, las mujeres tuvieron un importante rol y consiguieron conquistas sin precedentes en los inicios del nuevo Estado obrero; muchas de las cuales se lograron, posteriormente, en las democracias burguesas como resultado de distintos procesos de movilización o, incluso, aún siguen sin conquistarse.
Ya en aquellos años, comenzó a cuestionarse el ámbito privado al que estaban relegadas las mujeres: su rol en la familia, la monogamia y la sexualidad ligada a la reproducción; pero, si la Revolución rusa marcó un precedente para las mujeres y allí se estableció una correlación entre la revolución y la emancipación femenina, ¿por qué el movimiento feminista de los 70 surgió alejado de las ideas de izquierda?
La intervención del estalinismo
Dentro de las universidades, la Unión de Estudiantes Comunistas (UEC), dirigida por el Partido Comunista Francés (PCF), venía de un retroceso reflejado en la poca activación general del movimiento estudiantil francés. Pese a ello mantenía la dirección en las universidades. El PCF era parte de la corriente estalinista en la URSS que se había encargado —en los años posteriores a la muerte de Lenin y el exilio de Trotsky— a barrer con todos los derechos conquistados para las mujeres después
del triunfo de los bolcheviques.
Wendy Goldman, historiadora estadounidense, en su libro La mujer, el Estado y la revolución, menciona que una de las mayores derrotas impuestas por el estalinismo no fue sólo la burocratización ni barrer con aquellos derechos, sino que propagó la idea de que esos agravios representaban al socialismo. [2]
Los Partidos Comunistas, en los distintos países en los que intervinieron, llevaron de una derrota a otra al movimiento obrero. [3] En Francia coadyuvó a que no se desarrollara la autoorganización y la unidad obrero estudiantil.
El relato del obrero Daniel Bénard muestra el papel que mantuvo el PCF con el movimiento obrero: para mantener la influencia sobre la clase trabajadora y por la presión que ésta le generaba, el PCF se puso “al frente” de impulsar la huelga. Esa misma influencia le permitió negociar y disolver el movimiento, pese a la resistencia de los núcleos organizados que se resistían para volver al trabajo:
El enemigo no se encontraba en los barrios distinguidos, sino en primer lugar en las mismas fábricas; el PCF-CGT asumía su rol de la policía política de la burguesía entre la clase obrera […] Tenían la dirección de la huelga y el control del conflicto. […] La táctica del PCF y de los sindicatos luego de los acuerdos de Grenelle, que desarticulaba la huelga a nivel de fábrica individual, rendía sus frutos; había empresas que abrían negociaciones por fábrica, y a medida que cada patrón largaba algunas migajas, la CGT llamaba a retomar el trabajo. [4]
De la mano de su intervención general, la Unión de Estudiantes Comunistas (UEC), dirigida por el PCF, hablaba de la necesidad de desarrollar, primero, la revolución social y, después, abordar la liberación femenina. Era opuesta, por el vértice, a la política del partido bolchevique en 1917 impulsada por Lenin, Trotsky y Kollontai, entre otros, para quienes era inconcebible la liberación de la clase trabajadora sin la emancipación de la mujer y viceversa.
Tomamos el caso de Francia porque es paradigmático, pero podría rastrearse en la política de los partidos comunistas oficiales de otros países, así como en distintas organizaciones que adherían al maoísmo y a la orientación foquista o guerrillera. La identificación que provocaron entre la idea del comunismo y el rechazo a la lucha por la emancipación de las mujeres generó, en el movimiento feminista, una política opuesta no sólo a estas organizaciones sino respecto a la teoría marxista clásica.
Feminismos de los 70
Para enmarcar el surgimiento de la segunda ola del feminismo es necesario destacar que se da al mismo tiempo que la derrota de los ascensos de la lucha de clases —vía el desvío o la represión— sobre los que se asentó la ofensiva neoliberal. Mientras que en los países centrales se desarrollaban los feminismos, los regímenes dictatoriales no permitieron que emergiese en América Latina.
Dentro de los feminismos de la segunda ola, destacamos tres tendencias: la liberal, la radical y la socialista. Un punto de convergencia entre muchos de los feminismos fue la “puesta sobre la mesa” de la discusión sobre que lo personal es político.
El feminismo liberal concebía que la emancipación de las mujeres se conseguiría a través de reformas al sistema capitalista, teniendo como una de sus máximas exponentes a Betty Friedan con su libro La mística de la feminidad.
Por otro lado, las feministas socialistas cuestionaban, profundamente, la relación entre patriarcado y capitalismo; estableciendo que no puede lograrse la emancipación completa de la mujer sin acabar con todas las formas de explotación. Significaba que la liberación total de la mujer no podría darse en los marcos del sistema capitalista.
Nos detendremos un poco más en el feminismo radical. [5] Como veíamos anteriormente, algunas de las que impulsaron los nuevos feminismos venían de experiencias previas en los procesos de la década de 1960, inclusive con militancias en el PCF. Pese a que abrevan del marxismo, lo toman como referencia para el análisis, pero reformulan sus conceptos para terminar negándolos.
Las feministas radicales partían del análisis de la opresión a las mujeres para explicar, desde ahí, el funcionamiento de la sociedad. Francesca Gargallo lo menciona como un proceso donde “La diferencia sexual dejó de ser la marca de la desigualdad y se elaboró como la única posibilidad de concebir el mundo desde una perspectiva no patriarcal.” [6]
La búsqueda de independencia respecto de las organizaciones de izquierda dio como resultado espacios exclusivos de mujeres:
Muchas de las mujeres que formaban parte de los movimientos de emancipación que surgieron [en los años sesenta, N. de la A.], se sintieron profundamente decepcionadas por el papel que desempeñaban en su seno y decidieron organizarse autónomamente. Así, la primera decisión política del feminismo radical fue la separación de los varones, provocando esto la primera escisión dentro del feminismo radical, puesto que aunque todas coincidían en que era necesaria, no estaban de acuerdo en cuanto a su naturaleza y fin. [7]
La reformulación y negación de los conceptos marxistas tuvo varias consecuencias. Retomando la categoría de clases, planteaban que la sociedad se dividía en dos clases sociales o sexuales: hombres y mujeres. Pensaron, entonces, en el patriarcado como un sistema donde “la base de esta opresión de la clase de las mujeres se encuentra en la apropiación y el control de su capacidad reproductiva, por parte de la clase sexual dominante de los varones.” [8]
De este análisis se desprenden las salidas políticas propuestas:
El profundo cambio social que implica una revolución sexual atañe sobre todo a la toma de conciencia, así como a la exposición y eliminación de ciertas realidades, tanto sociales como psicológicas, subyacentes a las estructuras políticas y culturales. Supone pues, una revolución cultural que, si bien ha de llevar consigo esa reestructuración política y económica a la que suele aplicarse el término revolución, tiene que trascender necesariamente, dicho objetivo. [9]
La consecuencia fue que el feminismo radical limitaba su perspectiva de transformación a una batalla cultural y cotidiana contra el machismo, pero sin plantear el trastocamiento revolucionario del sistema social como algo fundamental. Bajo esta óptica, se enfocaba a la construcción de una contracultura femenina, con espacios autónomos “al margen” del sistema capitalista.
Pese a que el centro ideológico se concentraba en EE. UU., teniendo como exponentes a Shulamith Firestone y Kate Millett, los movimientos se expandieron en los países centrales. Uno de los resultados de estos procesos fue la formación en Francia del Movimiento de Liberación de Mujeres (MLF) en 1970 y el movimiento por el derecho al aborto (MLAC) en 1973, que tenía precedente en 1971 con la declaración de “las 343 sinvergüenzas”, donde firmaban mujeres que aseguraban haberse realizado abortos de manera clandestina y exigían la legalización para que fueran prácticas seguras. El movimiento se disipó tras la legalización del aborto en 1975 en Francia.
Lecciones a 50 años
Es importante destacar que uno de los aciertos del Mayo francés fue demostrar la potencialidad de la unidad de los sectores oprimidos y explotados por sus reivindicaciones, lo cual no fue retomado por el feminismo radical que se relegó a espacios separados. En última instancia, abonó a la división de las filas de los explotados cortando con un aspecto necesario y filoso para pensar en la emancipación desde una óptica marxista o, incluso, derivó en tejer alianzas con mujeres que explotaban a otras mujeres.
Algunos sectores del feminismo se delimitaron tanto de los hombres y la izquierda que olvidaron delimitarse del Estado y sus instituciones.
Al no tener una clara política de delimitación del Estado, franjas del movimiento feminista (principalmente liberales) se adaptaron a gestionar los derechos conquistados, pasaron de la lucha y la combatividad en las calles a una política de integración a las democracias burguesas. Por otro lado, parte del feminismo radical se enfocó en generar sus propios espacios con una crítica al capitalismo, pero negándose a enfrentarlo de manera directa y en alianza con los trabajadores.
La dicotomía entre estas dos vertientes del feminismo dejó al movimiento en un callejón sin salida. Mientras el neoliberalismo avanzaba, ninguno de los feminismos pudo evitar la profundización de la opresión a las mujeres.
Durante la ofensiva neoliberal, mientras en los países centrales se conquistaban o ampliaban derechos democráticos para las mujeres, como el derecho al aborto, en el resto de los países oprimidos trajo la libertad de ser explotadas con la entrada de grandes franjas de mujeres a los sectores productivos en las condiciones más precarias.
Ante un nuevo ascenso del movimiento de mujeres es importante sacar lecciones de estos procesos y las distintas perspectivas que allí se plantearon. Por un lado, concebir la lucha por la emancipación vía la conquista y la acumulación de derechos desligado de la transformación revolucionaria de la sociedad conlleva, en última instancia, a una lógica reformista respecto al sistema capitalista; pero pensar sólo en la estructura económica sobre la que se erige la explotación, sin cuestionar otras opresiones o desigualdades a las que da origen esa estructura, remite a la izquierda a un sectarismo impotente. [10] Por eso, extraer conclusiones de esto nos llevará a retomar y profundizar –en los análisis marxistas– sobre la emancipación de las mujeres y la humanidad.
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