Tras distintos hechos de “justicia por mano propia”, vuelve el debate sobre la “inseguridad”. Se habla de la "Argentina que sangra". El gobierno y los medios repiten imágenes y discursos para enfrentar pobres contra pobres.
Lucho Aguilar @Lucho_Aguilar2
Martes 20 de septiembre de 2016 00:04
(Foto Infobae)
Vivimos en el país en que David Ramallo murió aplastado debajo de un micro. Lo aplastó la desidia de los dueños de la Línea 60. El mismo día que el cuerpo de Richard Alcaraz quedó sepultado bajo una medianera en Villa Crespo, que la explosión de un digestor mató a Diego Soraire en el Inta Castelar. El mismo día que otros, anónimos, dejaron su vida o parte de ella mientras se ganaban el salario. Porque en la Argentina un genocidio silencioso mata a 4 trabajadores y mutila a decenas, todos los días.
En el país donde otros muchos que trabajaron toda la vida no llegan a jubilarse, porque el metal que se les hace tumor tras años en los hornos siderúrgicos; porque sus corazones y sus riñones no aguantan más tras décadas al volante; por los pulmones acribillados por el polvo en las fábricas y los pesticidas en los campos.
Vivimos en el país donde, en ciudades como Rosario, “joven, si tienes entre 15 y 20 años” tienes que elegir entre ser soldadito de la banda narco de tu barrio o trabajar 12 horas en los call centers y las metalúrgicas que te queman, te rompen, te matan.
Es cierto. Argentina sangra.
Vivimos en el país donde José Santiago, Andrea Gómez y otros chicos originarios mueren desnutridos por la miseria y el despojo que sufren sus comunidades. En un país donde el 53 % de los chicos son pobres y el 42 % de ellos “tiene probabilidad de experimentar situaciones de inseguridad alimentaria” según organismos sanitarios. Donde hay alimentos para 300 millones de personas, 8 Argentinas, pero la tierra está en las manos de unos pocos. De los Anchorena, los Bemberg, los Grobocopatel, los Etchevere. Los dueños.
En el país donde, según las tibias cifras del Ministerio de Salud, cada 10 horas muere una persona por desnutrición.
En el país donde el vidrio de los mostradores de las carnicerías refleja caras hambrientas, donde el ministro de Agricultura es un terrateniente. Donde el consumo promedio cayó un 8 %, y como es promedio quiere decir que algunos “dejaron de consumir” mucho más. Ese “sinceramiento” se llama hambre, por eso hasta Margarita Barrientos reconoce que aumentó un 50 % la asistencia a sus comedores.
Vivimos en el país donde las mineras extranjeras se llevan el oro y la plata pero a cambio, generosamente, nos llenan los ríos con otros metales contaminantes. La Alumbrera, Barrick Gold. Donde los que no quieren seguir tragando cianuro reciben palos y cárcel.
En el país donde hay 4 millones de familias con problemas habitacionales. Donde entre cuestiones estructurales y falta de servicios básicos (gas, cloacas, agua corriente) el 55 % de la población sufre “precariedad en sus condiciones de vivienda". Mientras la patria contratista se roba millones: Roggio, Baez, Caputo. Son todos López.
En el país donde los dueños de la tierra, que son pocos, la defienden a sangre y fuego. Desde la "Campaña del Desierto" a los sicarios de los terratenientes que mataron a Cristian Ferreyra, Javier Chocobar, Roberto López. Que desaparecieron a Daniel Solano.
Es cierto. Argentina sangra.
Vivimos en el país donde casi todos los días una mujer muere a causa de un aborto clandestino. Donde casi todos los días muere una mujer víctima de la violencia machista.
En el país donde cada año mueren más de 5.000 pibes “por causas reducibles”, o sea, que “podrían evitarse en función de los conocimientos y capacidades existentes” (Anuario Estadístico del Ministerio de Salud). 5000 chicos y chicas que podrían seguir viviendo.
En el país donde los viejos también podrían seguir viviendo. Pero no los dejan. Como Belarmino González, Raúl Abate o Mirella Córdoba, que murieron en sedes del PAMI gestionando trámites eternos. Como los cientos que mueren esperando atención o por falta de remedios.
Es cierto. Argentina sangra.
Vivimos en el país donde todos los inviernos mueren familias de frío, o traicionadas por la desesperación de calentar sus casas sin gas natural. Donde todos los inviernos viejos abandonados en las calles “despiertan” con la sangre congelada. Los académicos lo llaman “pobreza energética”.
En el país donde la refinería del ministro de Energía escupe aceites y gases una villa que llaman Inflamable, donde los pibes gambetean charcos con manchas de mil colores, pero no pueden gambetear el veneno que les pudre la sangre. Donde hay pibas de 14 años con quistes en los ovarios.
Donde mientras millones sufren, los servicios públicos son negocios en manos privadas. Donde el petróleo y el gas son robados, saqueados, por las grandes empresas, que encima cobran subsidio y tarifazo. Pan American, Total Gas, TecPetrol, GasNor, Camuzzi.
Es cierto. Argentina sangra
Vivimos en el país donde mataron a Luciano Arruga por no querer robar para la cana, como obligan a miles de pibes. Sino el “despido” les llega como tiro de gracia. Donde todos los días muere un pibe por gatillo fácil, mejor si tiene entre 15 y 25 años, es pobre y morocho.
En el país donde las cárceles están llenas de pobres. Donde en la última década aumentó un 50 % la población carcelaria, la mayoría acusada por delitos contra la propiedad que no superan el valor de una moto. Donde el 71 % tenía trabajo, pero precario, antes de ser detenido.
En el país donde las fuerzas de seguridad se dividen la organización y administración del gran delito: robo y desarme de autos; narcotráfico; redes de trata; asalto de casas y comercios. Donde se duplicaron de 48 a 95 mil los policías bonaerenses, pero casualmente la “ola de inseguridad” no cesa.
En el país donde el negocio de las fuerzas de seguridad, públicas y privadas, es custodiar los barrios privados y militarizar los barrios populares. Donde la miseria social, la polarización y esas mismas fuerzas de seguridad empujan a la descomposición a miles de jóvenes. Donde el Estado y los medios criminalizan a los sectores populares mientras buscan que estos repitan el discurso represivo que los condena.
Es cierto. Argentina sangra
Vivimos en el país donde se cometió un sangriento genocidio: el intento de eliminar a un grupo social por razones políticas. Donde están impunes la inmensa mayoría de quienes mataron, torturaron, remataron a madres parturientas, robaron bebés y desaparecieron a 30.000 personas. Y casi nadie habla de quienes ordenaron y se enriquecieron con ese genocidio.
En el país donde el Presidente y su familia se hicieron ricos en la dictadura, igual que muchos empresarios.
Donde los crímenes sociales se llevan cientos de vidas todos los años, en las vías, las inundaciones, las rutas y la miseria estructural.
En el país donde algunos creen que recuperar un celular o la recaudación de un día vale tanto como una vida. Donde la propiedad se paga con sangre. Donde el ladrón millonario de guantes blancos vive en las torres vigiladas de Puerto Madero y los barrios cerrados, y se aplaude y justifica el linchamiento y la "pena de muerte privada".
Es cierto. Argentina sangra.
Lucho Aguilar
Nacido en Entre Ríos en 1975. Es periodista. Miembro del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 2001. Editor general de la sección Mundo Obrero de La Izquierda Diario.