Pablo Iglesias se posiciona en favor de una “nueva república”. Considera inútil hoy a la monarquía, pero asume todos los lugares comunes del "juancarlismo". ¿Hasta donde llega el nuevo republicanismo de Podemos?
Santiago Lupe @SantiagoLupeBCN
Viernes 23 de noviembre de 2018 00:34
¿Para qué sirve hoy la monarquía? A esta pregunta daba ayer su particular respuesta Pablo Iglesias en una nota de opinión publicada en El País. La tesis del dirigente de Podemos es que esta institución ha dejado de ser un “símbolo de unidad y concordia entre los ciudadanos” y que una “nueva república será la mejor garantía para una España unida sobre las bases del respeto y la libre decisión de sus pueblos y sus gentes”.
El artículo en cuestión es un zig-zag más, en este caso a la izquierda, de los que acostumbra a dar Iglesias sin explicar ni reconocer un posible cambio de línea. Una calculada ambigüedad que lo mismo le permite salir hoy con un guiño al ambiente antimonárquio creciente, como mañana volver a la posición de la formación morada de respeto a la Corona como tuvo desde la abdicación de Juan Carlos I.
En aquella fecha, junio de 2014, después de la irrupción de Podemos en las elecciones europeas, Iglesias salió a desmarcarse de toda impugnación a la forma de Estado. Se negó explícitamente a convocar las movilizaciones por la república que se sucedieron en más de 50 ciudades. Y si bien manifestó su preferencia por que el Jefe del Estado fuera elegido en las urnas, también aclaró que el debate Monarquía-República no entraba dentro de su agenda. Tampoco fue parte del programa electoral de Unidos Podemos en las últimas generales. Una renuncia que, en este caso, también aceptó en el “pacto de los botellines” la Izquierda Unida de Alberto Garzón.
Desde aquel momento hasta la fecha, la Zarzuela ha gozado de una tregua muy valiosa de parte de la "izquierda del cambio". Iglesias tuvo sus gestos de complicidad con Felipe VI, como el regalo de la serie Juego de Tronos en su primer encuentro como dirigente de Podemos. Carmena y Colau actuaron de excelentes anfitrionas en sus ciudades. Ésta última incluso marcando distancias con el boicot a las visitas del rey a Barcelona puesto en marcha desde la Generalitat, pero también en las calles con pitadas masivas.
Pero la tregua más importante de todas se vivió en el otoño pasado. Cuando Felipe VI salió a bendecir la represión del 1-O y a dar la orden para que se pusiera en marcha el golpe del 155, Podemos se limitó a lamentarlo públicamente. En todo el otoño del 2017 no hubo ninguna iniciativa, ni institucional ni menos aún en las calles, por parte de los diputados de Unidos Podemos para condenar el rol de la monarquía como punta de lanza de la represión contra Catalunya. El golpe institucional, los encarcelamientos, las injerencia sobre el Parlament después del 21D... fueron observados y comentados críticamente desde la barrera.
A pesar de estos balones de oxígeno el desprestigio de la Corona siguió su curso. El 3-O, como escribía hace una semana y el mismo Iglesias reconoce, no fue un 23F relegitimizador para Felipe VI sino todo lo contrario. Los escándalos de Corinna y el emérito fueron la gota que colmó el vaso. Pero ni aún en esas Podemos o IU se propusieron desarrollar una campaña contra la corona o en exigencia de un referéndum. A lo máximo que llegaron fue a solicitar una comisión de investigación que estaba condenada a no realizarse por el bloqueo del PP, Cs y el PSOE, con quienes estaban negociando una suerte de gobierno de coalición desde el Parlamento.
Aún así hay fuerzas sociales que siguen su curso a pesar de los esfuerzos estabilizadores a los que se viene jugando Iglesias, muy especialmente desde la moción de censura y la llegada de Sánchez a la Moncloa. El cuestionamiento a la monarquía se extiende como un reguero de pólvora por todo el Estado, y el movimiento de las consultas amenaza con despertar un gran movimiento contra el Régimen que podría empalmar con el movimiento catalán y sacarlo del impasse al que le ha conducido la represión y su dirección.
A esto hay que sumar que el proyecto de ser el sostén de un gobierno del PSOE desde el Parlamento parece hacer aguas. El acuerdo de Presupuestos es ya papel mojado. El PSOE sigue siendo uno de los partidos del Rey, y por lo tanto de la Judicatura, de la banca y de la represión contra el independentismo. Además, si la legislatura está muerta y empieza la carrera electoral, tendrán que marcar distancias con el PSOE.
Iglesias y Podemos tienen, o tenían, ante sí un serio problema. Ellos podían ser los campeones de una estabilización y regeneración superficial del Régimen del 78 de la mano del PSOE, pero se trataba de un proyecto imposible a pesar de lo ultralimitado del mismo. Al mismo tiempo un gran movimiento antirégimen podía pasarles por encima y no enterarse. Pero reflejos no les faltan, desde el saludo a los referéndum -aunque todavía no por parte de Iglesias, que ni los menciona en su artículo-, la propuesta de presentar mociones en los ayuntamientos contra la monarquía u otras iniciativas simbólicas.
En ese marco, el artículo de Iglesias, ¿es un cambio de línea? Está por verse. La cuestión de la monarquía, que quiso sacar de agenda en 2014, la están metiendo a golpe de urna y papeleta los estudiantes y activistas de los referéndums y consultas populares.
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Podemos puede recoger esta demanda, pero como ha hecho con otras muchas desde el 15M en adelante, para darle un contenido mucho menos impugnador de lo viejo y transformador que lo que se expresa por abajo. El ninguneo de no mencionar si quiera las consultas que se están organizando en 21 universidades públicas y un buen número de pueblos y barrios es propio de alguien que piensa y apuesta a que todo se defina en palacio y no en las calles.
Pero además, el artículo en cuestión, bien leído, es todo un adelanto del rumbo que tratará de imprimir Podemos a un posible movimiento como el que está dando los primeros pasos. Parte de una reivindicación de la Transición que reproduce todos los lugares comunes del relato oficial. Despliega sin disimulo el proyecto primigenio del tándem Errejón-Iglesias cuando asumieron el liderazgo de Podemos: alcanzar una renovación del consenso del 78. O en otras palabras, restaurar el Régimen y el Estado que entraron en crisis con la crisis económica de 2008, el 15M y la cuestión catalana.
Que algo cambie, pero con la venia de los mismos poderes estatales, económicos y mediáticos que conforman el establishment actual. De ahí que sacaran la monarquía de agenda, pero también la restructuración de la deuda, no apoyaran el 1-O y hayan dejado de hablar hace mucho de abrir un proceso constituyente. Lo nuevo ahora podría ser, y resaltemos el condicional hipotético, tratar de convencer a este establishment que un mundo sin rey es posible, o, más probable, presionar a la monarquía para que deje de ubicarse como el eje del búnker.
Fiel a este espíritu gatopardiano, el artículo parte de reconocer a Juan Carlos I como quien condujo “a nuestro Estado de una dictadura a una democracia homologable a las de Europa occidental de entonces”. No menciona lo que las y los estudiantes universitarios de las consultas están diciendo en todos sus comunicados, que fue la institución heredera y garante de la continuidad de todo el aparato estatal del Franquismo y de la impunidad de sus crímenes. También oculta que su proyecto inicial fue la continuidad aún más directa de la dictadura con el gobierno Arias. Solamente el ascenso obrero y juvenil de 1976 hizo que cambiara de hoja de ruta.
Salva la cara de quienes jugaron entonces el papel que hoy aspira jugar él: las direcciones del PCE y el PSOE. Las presenta como una resistencia democrática víctima de una "correlación de debilidades", tomando la famosa frase de Vázquez Montalbán. Las exonera así de las más que documentadas maniobras para frenar el desarrollo de huelgas, procesos de autoorganización, la firma de los Pactos de la Moncloa o su mirar hacia otro lado respecto a la represión del gobierno de Suárez a todo lo que se saliera del nuevo “consenso”.
Carrillo y González traicionaron abiertamente a los militantes del antifranquismo y sus expectativas, pero el líder de Podemos los libra de toda responsabilidad trazando una continuidad casi exacta entre sus renuncias y las aspiraciones generales. Iglesias prefiere responsabilizar al espíritu moderado del pueblo español -otro lugar común que encontramos desde el historiador liberal Santos Juliá hasta los guionistas de Cuéntame- expresado en los resultados de las elecciones menos democráticas de los últimos 41 años, las de 1977, o el último referéndum de la dictadura, el de la reforma política de 1976. Comicios celebrados bajo el chantaje del golpe de Estado, con partidos ilegalizados, cientos de presos políticos... que al parecer no influyeron nada en los resultados.
Incluso llega a asumir la cantinela de que el pueblo español, con su aceptación de la Constitución, dio un apoyo implícito a Juan Carlos I. Aunque reconoce que Suárez se negó a impulsar un referéndum específico, se suma a los coros legitimadores del reinado del ahora emérito dando por bueno que en diciembre de 1978 el pueblo español libremente aceptó la monarquía como forma de Estado.
Por lo tanto, aunque el título de la canción -o en este caso del artículo- pueda sonar parecido a la que se canta, hoy en universidades y barrios, la letra es bien distinta. Pero ¿es solo una cuestión de diferentes visiones del pasado? No, no es un debate historiográfico. Sobre todo cuando la reproducción de la hagiografía de la Transición se hace al mismo tiempo que Podemos sigue negándose a plantear una de las demandas democráticas que va ligada al cuestionamiento de la Corona: imponer procesos constituyentes donde no solo se pueda barrer con la monarquía, sino conquistar el derecho de autodeterminación, acabar con la casta judicial o adoptar soluciones contra el paro, la precariedad o la pobreza sobre los intereses de los grandes capitalistas.
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Querer limitar el cuestionamiento de la monarquía a que ya no es una institución que une a los españoles es dejar la puerta abierta a que si recobra esta inmensurable cualidad -y los Borbones son expertos en reubicarse si la calle aprieta, sobre todo si se juegan el trono- pueda volver a ser una renuncia válida y deseable, como lo fue en 1977 por parte del PCE y el PSOE. No olvidemos que Carrillo se refería a Juan Carlos I cuando asumió el trono como “Juan Carlos el breve”. Sin embargo, acabó siendo una pieza clave para que pudiera gozar de 39 años de mandato, más que el mismísimo Franco.
La (posible) entrada de la cuestión de la monarquía en la agenda de Podemos, es al mismo tiempo expresión de la fuerza que el cuestionamiento a esta institución está alcanzando y un intento de reconducir esta indignación hacia los cauces menos disruptivos posibles con "lo viejo" que se resiste a morir, cuando "lo nuevo" aún no termina de nacer.
Para que no nos cuelen ni otra Transición en la que no podamos decirlo absolutamente todo, ni más reyes o reinas “útiles”, el movimiento contra la monarquía que está dando los primeros pasos debe seguir desarrollándose, extenderse, converger con otros grandes movimientos como el de la mujeres y, sobre todo, empalmar con la clase trabajadora. Porque solo poniendo en pie esta gran fuerza social podremos pelear por un curso independiente que barra de una vez con los Borbones, y con ellos con todas las instituciones y las clases parasitarias para los que llevan reiando más de 300 años.
Santiago Lupe
Nació en Zaragoza, Estado español, en 1983. Es director de la edición española de Izquierda Diario. Historiador especializado en la guerra civil española, el franquismo y la Transición. Actualmente reside en Barcelona y milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español.