Elevado a la cima por las masas, se volvió (tal vez por la altura insoportable) cada vez menos sensible a ellas. A los muertos de Olavarría no los mató Carlos Solari, pero el Indio y su universo se tienen que hacer cargo.
Daniel Satur @saturnetroc
Martes 14 de marzo de 2017
Puede que a Carlos Alberto Solari, de 68 años, nacido en Paraná, finalmente lo saque de los escenarios el aborrecido Parkinson. Pero al Indio, el eterno, lo terminó jubilando una enfermedad menos visible aunque más patética: la insensibilidad.
Él quería una despedida a todo trueno. Y para ello, dicen, contrató a quienes le juraban poder dársela a un buen precio. Quizás sus ansias imparables de reventar la tierra lo hicieron perder de vista que acababa de dejar su costosa imagen y su magia en manos de un puñado de chacales dispuestos a armar el show más rentable gastando lo menos posible.
Pero si no se quiere pisotear los cadáveres, esa visión es muy miope. Porque mientras el Indio prueba sonido, escribe o divaga hay un señor Solari que antes de decidir a dónde tocar pregunta cuánto le va a quedar limpio en el bolsillo, despejando gastos y otras cuestiones.
Desligar a Carlos Solari de toda responsabilidad en este infierno (nada encantador) es semejante a decir que el oficial de la comisaría que abre y cierra la puerta del calabozo carece de toda responsabilidad por las torturas que el sargento le aplica a un pibe dentro de esa misma celda. Aunque parezca exagerada la comparación, que no se pierda de vista que acá hay muertos que no querían morir.
Hay una larga historia en este país de cómplices refugiados en obediencias debidas y “yo no vi nada”. Desligar a Carlos Solari de toda responsabilidad en este infierno es, también, pisotear los cadáveres.
La avalancha “matabulacios” no se podía frenar con meras sugerencias al público para que se cuide a sí mismo. Como no pudo frenarse hace veintitantos años la brutalidad policial “matabulacios” con la recomendación al público para que cuide su culito. No alcanza con propaganda ocasional cuando hay muchas vidas jóvenes en riesgo.
Por eso la frase “gracias a Dios y desgraciadamente se junta mucha gente y no se puede controlar esto”, vertida por el Indio desde el escenario mientras la avalancha se tragaba a parte de la concurrencia, no hizo más que autoincriminar al señor Solari.
Técnicas y tácticas
El recital del sábado en Olavarría iba a ser “técnicamente inédito a nivel mundial”. Así lo dijo Marcos, el chacal socio, a los diarios y canales locales. Solari miraba la noticia en su notebook y sonría al verlo al Ruso Peuscovich dorándole la pastilla. Pero ¿a qué le llaman técnica? ¿Sólo a parlantes y pantallas LED?
¿No es técnico un sistema seguro de salida para miles y miles de almas en pocos minutos? ¿No es obra de la técnica la disposición de baños, puestos sanitarios y medidas de seguridad de las personas? ¿No es algo técnicamente realizable la cobertura de todas las necesidades de quienes pagaron costosas entradas? Caro, muy caro salió el show “técnicamente inédito”.
No faltará quien, mirando los hechos de costado, diga que recitales así no deberían realizarse en Argentina, habiendo tanta corrupción y decadencia. Pero no es imposible para una empresa que organiza un evento masivo (cobrando ochocientas gambas por cabeza) evitar que se le muera gente adentro.
Si eso sucede es por la “forma irresponsable y mezquina” (parafraseando a quienes le hacen la prensa al Indio) con la que actuaron los chacales, tanto los socios del señor Solari como el Estado gerenciado por el macrismo.
Y si eso sucede, van a tener que hacerse cargo.
Puestas en escena
Ironías de la vida. Un grupo de “vecinos” fachos de Olavarría había anticipado días antes, con tono amenazante y lleno de clichés, que la juventud que iba a concurrir en masa a la ciudad traería un desastre. Lo irónico es que en algo acertó esa banda de rufianes. En Olavarría reinó la inseguridad, pero no para sus jardines con enanos sino para los concurrentes a la misa pagana.
Una imagen entre tantas por esas horas. Desde la pantalla de Crónica TV se escuchaba a un amigo íntimo de Javier León, el primer fallecido identificado. “¿Dónde está el Indio Solari ahora?”, se preguntaba. Eran las 11 de la mañana y ya pasadas unas diez horas del show el artista seguía sin salir a escena. Pero eran muchas las almas las que esperaban que ese poeta emblemático saliera a encabezar la exigencia de justicia para los muertos y que se sepa toda la verdad.
Muchísima gente esperaba que por la televisión saliera el Indio a declararle la guerra a la impunidad. Después de un larguísimo silencio, recién al anochecer del domingo el hombre, a través de un brevísimo texto escrito por su pareja en las redes sociales, aparecía para recitar un “por favor no crean todo lo que se dice” y un “esperamos que con el correr de las horas todos vayan llegando a sus hogares”.
“Todos no, infeliz”, gritaron varios al leer el comunicado subido a Virumancia. Todos no van a poder llegar a sus hogares. Al menos, oficialmente hablando (o sea, …), una veintena de personas fueron condenadas a pasar muchas horas en el hospital. Dos de ellas, fueron condenadas a muerte.
La insensibiliad de quien quiso volar más alto que sus plumas no guardó ni siquiera las formas. Eran casi las 4 de la tarde del domingo y el programador automático de la red social que publica todo lo del Indio disparó un “¿Cómo les fue en Olavarría?”. Una absurda provocación en el mismo momento en que cientos de jóvenes bastardeados eran subidos a camiones municipales para ser expulsados de Olavarría lo antes posible.
Los más indignados no dudaron en bombardear a comentarios los posts de Viru, la novia del Indio, cuestionando duramente la actitud contemplativa desde las alturas de quien en definitiva era la cara visible de la convocatoria a la fiesta.
La gran masacre del tragiclub
Las masacres no se miden por cantidad de víctimas sino por los factores que se concatenan en pos de su concreción. No sirve hablar de 2, 4, 51, 90 o 194 si no se liga eso íntimamente a las resoluciones políticas, las medidas económicas y los detonantes sociales en cuyo marco se produjeron esas cifras.
Si lo del último sábado parece tener un tufo similar al percibido en Time Warp, en Once, en las inundaciones de La Plata o en Cromañón, es porque algo está podrido. Números de muertos “oficiales” de los que todos desconfían. Familiares buscando desesperadamente a sus hijos, hijas, hermanas, hermanos, novios, novias sin obtener respuestas. Autoridades políticas que echan culpas a las autoridades privadas, que no hablan y se ponen “a disposición de la justicia” para “colaborar”. Y la maquinaria mediática deglutiendo y cagando tanto pescado podrido como los chacales y sus promesas “técnicamente inéditas”.
De la misma manera que al Indio se lo juzga por sus conmovedoras canciones a Solari no se lo puede ya juzgar por lo que dijo o dejó de decir arriba o abajo del escenario. A Solari ya es hora de juzgarlo por sus actos concretos. Podría juzgarse que, por lo hecho alrededor del caso de Walter Bulacio a lo largo de los años, poco y nada puede esperarse de él. Pero hay un problema. Esta vez los muertos murieron en su show, no en una comisaría.
Podría decirse también que, a juzgar por su ausencia en la marcha de los pibes de La Garganta Poderosa (acusando golpes de un Parkinson que parece concederle estar bien sólo en los shows), lo que ahora le espera es un largo ostracismo. Pero sigue habiendo un problema. De una u otra manera, estos muertos y heridos son bastante más suyos que otros.
Durante el fin de semana escuchamos cosas horribles, olimos la muerte joven y vomitamos bronca. Desde una trabajadora del hospital que dijo que el de la ambulancia sabía que los muertos eran más de diez y que estarían aún escondidos en el predio del recital hasta una periodista que se peleó con la Policía porque ésta se nagaba a abrir las puertas de salida. Desde los miles de mensajes preguntado “¿sabés algo de...?” hasta la patética perorata de las empresas periodísticas intentando despejar sus propias pajas de sus trigos.
Por eso, en la medida en que Carlos Solari, 68 años, oriundo de Paraná, no baje del pedestal de billetes y raje los tamangos junto a las víctimas para exigir toda la verdad y pedir juicio y castigo a los culpables (entre quienes están sus socios chacales) habrá que hablar de complicidades. Sin concesiones ni espasmos poéticos.
Último camión a Finisterre
Este cronista caminó los 90 memorizando y repitiendo en interminables shows imaginarios las letras escritas por el Indio y Skay. Y también participó de algunas de esas misas paganas. No hay letra de casi todos los discos que no estén grabadas a fuego en esta memoria. Y eso, si bien no habilita a nada en sí mismo, al menos ayuda a pensar la compleja trama y amalgama tejida alrededor de ese artista de carne y hueso y sus creaciones inmateriales llenas de luz, oscuridad y emociones.
Pero con cada nueva insensibilidad del hombre que habita detrás de los anteojos negros el valor del artista inevitablemente cae a profundidades barrosas, llenas del mismo tufo a podrido que aquellas veces que también se nos fueron hijos, hijas, hermanas, hermanos, novios y novias por culpa de la desidia empresaria estatal.
Por favor no crean todo lo que dicen los cobardes funcionarios de Cambiemos y los policías bonaerenses. Pero tampoco crean todo lo que digan sus socios, los chacales de Solari. Este cronista recuerda cómo en las afueras del estadio Ciudad de La Plata la división Caballería de la Policía de Daniel Scioli reventaba a rebencazos las jetas de los “borrachines” mientras adentro sonaba en vivo y en directo “Vencedores vencidos”. En serio, no crean todo lo que dicen Viru y su señor mentor.
Alguien dijo por ahí que el Indio tiene todo el derecho de hacer con su guita lo que quiera porque se la ganó en buena ley. No es así. No pisen así los cadáveres. Detrás de cada millón embolsado hay miles y miles de aportantes que dejan un buen pedazo de sus precarios sueldos para tener una celebración pagana cada tanto. Es dable pensar que los huéspedes se merecen un buen trato y mínimas condiciones de existencia.
A estos muertos los mataron, por acción u omisión, quienes armaron una trampa mortal disfrazada de cajita musical. Ahora que se arreglen entre ellos en el reparto de los cargos. Habrá quienes provocaron la avalancha y quienes no hicieron nada para detenerla. Si se pensara profundamente en la concatenación de factores que llevan a esta masacre, inevitablemente Carlos Solari estará entre los responsables.¿De matar? ¿De no prevenir? ¿De hacerse el boludo? ¿De insensible crónico? Algo de eso o todo junto, qué más da.
Solari seguramente pudo no haber querido. Pero Solari debió haber sabido. Mientras el Indio volaba, Solari debería haber garantizado un suelo firme para sus bombas pequeñitas. Pero no. Solari se agarró de los calzones del Indio e intentó fugarse con él, lejos de toda responsabilidad. Con lo que no contaba es con que en pleno vuelo algunas de esas bombas pequeñitas desparramarían dolor. Solari, estás frito.
Daniel Satur
Nació en La Plata en 1975. Trabajó en diferentes oficios (tornero, librero, técnico de TV por cable, tapicero y vendedor de varias cosas, desde planes de salud a pastelitos calientes). Estudió periodismo en la UNLP. Ejerce el violento oficio como editor y cronista de La Izquierda Diario. Milita hace más de dos décadas en el Partido de Trabajadores Socialistas (PTS).