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Estrategia revolucionaria, hegemonía y ecosocialismo: un debate con Michael Löwy (Parte II)

Caio Rosa

Estrategia revolucionaria, hegemonía y ecosocialismo: un debate con Michael Löwy (Parte II)

Caio Rosa

Ideas de Izquierda

La única salida realista y posible a la crisis ambiental es la anticapitalista, obrera y socialista. En ese sentido, en estas líneas, busco debatir el concepto de ecosocialismo del autor y activista Michael Löwy; especialmente a partir del libro “Qué es el ecosocialismo”, publicado en 2004 y actualizado en 2014. Este es el segundo artículo de esta serie. En la primera entrega, la discusión se centró en si el marxismo es o no “productivista”. En este artículo me propongo trazar un debate más global e histórico sobre el ecosocialismo y el trotskismo, sus hilos de continuidad y límites, además de lo que representan las posiciones del autor frente a los avances y retrocesos de la lucha de clases internacional.

Parte I: ¿Es el marxismo productivista? Debate con el Ecosocialismo de Michael Löwy

Mientras escribía este artículo, el IPCC publicó un nuevo informe sobre el impacto del cambio climático. El resultado no podría ser otro bajo el capitalismo: la influencia humana (burguesa, siempre es bueno aclararlo) es inequívoca e incuestionable. Ya son 1.07ºC de aumento de la temperatura global, con indicios de que su impacto, si no se afronta a tiempo, se traducirá en aumentos de 1.5 a 2ºC en este siglo.

Según el informe, las olas de calor se han vuelto más frecuentes e intensas en casi todos los continentes del planeta desde 1950, mientras que el frío extremo se ha vuelto menos frecuente y menos severo. En las últimas cuatro décadas, ha habido un aumento en la proporción de ciclones tropicales. La influencia humana ha aumentado la posibilidad de eventos extremos desde 1950 y esto incluye la frecuencia de que ocurran olas de calor, sequías a escala global, incidencia de incendios e inundaciones.

Entre 2011 y 2020, el área promedio de hielo en el Ártico alcanzó su número más bajo desde al menos 1850 y, a fines del verano, era más pequeño que en cualquier otro momento de los últimos mil años. El retroceso de los glaciares, con una reducción sincronizada de todos los glaciares del mundo desde la década de 1950, no tiene precedentes en al menos los últimos 2000 años. El nivel medio del mar ha subido más rápido desde 1900 que en cualquier otro siglo en al menos los últimos 3000 años.

Algunos analistas ya apuntan directamente que el Acuerdo de París está desfasado. Cabe agregar que dicho acuerdo, así como la inmensa mayoría de otros, no se han cumplido y, si depende de los Estados capitalistas, no se cumplirán.

El necesario debate dentro de la izquierda socialista sobre qué estrategia para derrocar al capitalismo y superar la crisis ambiental y climática se renueva más que nunca. Paso ahora a presentar la segunda parte del debate, en el siguiente texto.

¿Cómo sería en la práctica el ecosocialismo de Löwy?

En el primer capítulo, Löwy afirma: “La convergencia entre ecología y socialismo tuvo un precursor en Brasil en la extraordinaria figura de Chico Mendes (...)” (LÖWY, 2014, p. 1).

No se puede negar que es una figura extraordinaria. Chico Mendes fue el fundador del PT y la CUT en Acre, fue un sindicalista que organizó a muchos trabajadores agrícolas, caucheros, defendiendo las reservas extractivas, la armonía con la selva y los pueblos indígenas. Fue asesinado por los yagunzos del latifundio capitalista; además de poner miedo y rencor hasta el día de hoy en muchos bolsonaristas que añoran la dictadura. Su valiente lucha tiene mucho por lo cual ser reivindicada. Chico Mendes dejó un breve y hermoso escrito póstumo en defensa de la revolución socialista mundial dirigido a la juventud del futuro:

“Atención jóvenes del futuro,
6 de septiembre de 2120, aniversario del primer centenario de la revolución socialista mundial, que unificó a todos los pueblos del planeta, en un solo ideal y en un solo pensamiento de unidad socialista, y que puso fin a todos los enemigos de la nueva sociedad.
Aquí sólo queda el recuerdo de un triste pasado de dolor, sufrimiento y muerte.
Lo siento. Estaba soñando cuando escribí estos eventos que no veré. Pero me complace haber soñado.”

Es papel de los revolucionarios de hoy apropiarse del legado de Chico Mendes y su lucha. Pero también es fundamental hacerlo de forma crítica. Esto nos lleva a la pregunta fundamental: ¿Chico Mendes era socialista? Al menos en el sentido de una estrategia revolucionaria y soviética, no.

Löwy comenta cómo Chico habría sido influenciado por Euclides Fernandes Távora, ex teniente militante del PCB que participó en la Intentona Comunista de 1935, así como en la Revolución Boliviana de 1952. Sin embargo, la verdad es concreta, como diría Hegel, – es la práctica la que nos puede decir qué estrategia defendió Mendes, cómo actuó en la materialidad. Vale recordar que Mendes fue simpatizante del MDB en los años 70, partido burgués y títere de la propia dictadura; pasó a una breve militancia en el PCdoB hasta formar parte de la fundación del PT. Puso sus esperanzas en lo que se podía lograr en la Asamblea Constituyente, y por tanto en una salida pactada con el régimen militar, alentada sobre todo por el PT de Lula. Al mismo tiempo, su programa de expropiación y sus tácticas de resistencia pacífica ante los tractores de la deforestación, pero aun así mucho más radical que las desviaciones perpetuadas por el lulismo y el “sindicalismo auténtico” a las poderosas huelgas del ABC- entró en rumbo de colisión con el latifundio. Sin embargo, careció de una estrategia global para enfrentar a los capitalistas: propuso el usufructo y manejo de la tierra por parte de los pueblos locales, apuntando -al menos para la región amazónica- a un sentido de reforma agraria que no implica la propiedad privada de la tierra, pero al mismo tiempo coexistía con el capitalismo circundante.

No me atrevería a hacer un balance completo de la vida de este gran personaje de la historia de la clase obrera brasileña, sin embargo recomiendo la siguiente lectura del texto “En manos de los capitalistas, ni los muertos están a salvo: qué aprender del odio de Chico Mendes”.

El punto es que lo que llama la atención es el hecho de que Löwy no trae ninguna delimitación política al PT y cómo, de hecho, este partido separó sistemáticamente la lucha obrera de las luchas campesinas e indígenas. Termina siendo una forma romántica y puramente heroica de una supuesta “época dorada del PT”. Para avanzar hacia el socialismo y derrocar la dictadura, era necesario, a partir de las acciones en el seno del partido que la clase obrera levantaba con su lucha, construir las bases de un partido revolucionario verdaderamente independiente, capaz de fomentar la autoorganización obrera y popular, para construir la hegemonía proletaria bajo el campesinado y los pueblos originarios. Con esto, habría sido posible defender, como en la URSS, la expropiación de todos los latifundios y la nacionalización de las tierras, con total libertad de autodeterminación, libre y soberana, a las naciones indígenas, quilombolas, pueblos ribereños y otros pueblos tradicionales, además de asegurar la preservación y conservación de los ecosistemas y biomas nacionales. La cuestión es que el autor no se ocupa de esta alianza, se limita a pintar en "rojo y verde" a un Chico Mendes más contradictorio que en sus líneas. En la práctica, esta visión acaba adaptándose a la constituyente pactada del 88, a la burocracia sindical de la CUT y a las direcciones burocráticas de movimientos sociales como el MST. Los hilos de continuidad en la lucha de Chico Mendes deben servirnos de inspiración, pero también de lecciones para el presente.

El punto, precisamente, es que Löwy comete tres errores: sustituye al sujeto proletario revolucionario por movimientos sociales; se adapta a una visión romántica del socialismo y, en última instancia, tiende a la liquidación de la estrategia soviética y la hegemonía obrera.

“Socialismo romántico”

Queda la pregunta: ¿qué es el socialismo para Löwy? La concepción del autor de que el cruce de lo “eco” con el “socialismo” sería, en realidad, la formación de comunidades autónomas y aisladas, de hecho, no es nueva. Este tiene varios puntos de contacto con el socialismo utópico -y romántico-: debido a la propia época en la que se situó, los utópicos no entendieron cómo serían las empresas materiales de poder obrero erigidas por la propia clase trabajadora. Luego intentaron hacer sus propias empresas, como los falansterios, las cooperativas de Owen, la oposición de Saint-Simon al "industrialismo", entre otras. Todos estos movimientos tienen dos puntos en común con Löwy: la clase obrera no se entiende como sujeto histórico de la revolución y se basan en un sentimiento campesino de "vuelta al campo" y de "crítica a la modernidad".

La importancia del socialismo y del comunismo critico-utópicos está en razón inversa al desarrollo histórico. A medida que la lucha de clases se acentúa y configura, el fantástico afán de ponerse por encima de ducha lucha, esta posición imaginaria haci<a ella, pierde todo valor práctico, toda justificación teórica. […] Se aferran a las viejas concepciones de sus maestros, a pesar del ulterior desarrollo histórico del proletariado. Buscan, y en esto siguen cierta lógica, atenuar la lucha de clases y conciliar los antagonismos. Continúan soñando la realización experimental de sus utopías sociales, la fundación de falansterios aislados, de home colonies, de una pequeña Icaria, una edición en miniatura de la Nueva Jerusalén.

Esto lo decía ya Marx en el Manifiesto Comunista. Para Löwy, sin embargo, no se trata de reivindicar a Chico Mendes y buscar sus limitaciones y aciertos, sino de tomarlo en su totalidad -en particular, su estrategia de destruir la propiedad privada capitalista aislándose en comunidades extractivistas de la Amazonia, mientras se adapta a una constituyente pactada y no aliada con el proletariado para derrocar la dictadura con la revolución. Lo que importa es el sueño, no la concreción. La adaptación de Löwy a las direcciones actuales del movimiento campesino y de los sin tierra, en particular, es una expresión de esta dilución estratégica. Ya no se habla de hegemonía obrera y de alianza con el campesinado, sino de una sobrevaloración de empresas como los huertos solidarios, los restaurantes comunitarios y los presupuestos participativos:

Experiencias a nivel local, como las zonas libres de automóviles en varias ciudades europeas, las cooperativas de agricultura orgánica lanzadas por el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra en Brasil (MST) o el presupuesto participativo en Porto Alegre son ejemplos limitados, pero no desinteresado en el cambio social y ecológico. Con sus asambleas locales que decidían las prioridades del presupuesto, Porto Alegre fue quizás, a pesar de sus límites e incluso de la derrota de la izquierda en las elecciones municipales de 2002, el ejemplo más interesante de “planificación desde abajo”. Sin embargo, debemos admitir que incluso algunos gobiernos han adoptado algunas medidas progresistas.

No hay nada eminentemente anticapitalista en lo que Löwy defiende como los “primeros pasos” hacia la planificación democrática ecosocialista. De hecho, no son más que reactualizaciones de las empresas utópicas socialistas, aisladas y puntuales. No se trata de que la clase obrera se vea como sujeto -y que todo le pertenece- sino de coordinar migajas, como presupuesto participativo -que, por cierto, es absolutamente inocuo si todavía sirve para pagar la deuda pública- y quien los controla es el estado burgués. Esta afirmación contradice inmediatamente el sentido mismo que Löwy rescata de la Comuna de París. Volvamos a esa cita que mencioné en el primer texto de esta serie:

Los ecosocialistas deberían inspirarse en las declaraciones de Marx sobre la Comuna de París: los trabajadores no pueden tomar posesión del aparato estatal capitalista y ponerlo a su servicio. Deben demolerlo y reemplazarlo con una forma de poder político radicalmente diferente, democrática y no estática. La misma idea se aplica, mutatis mutandis, al aparato productivo que, lejos de ser ’neutro’, lleva en su estructura la marca de un desarrollo que favorece la acumulación de capital y la expansión ilimitada del mercado, lo que lo pone en contradicción con la necesidad de proteger el medio ambiente y la salud de la población. Por eso debemos realizar una ’revolución’ del aparato productivo en el marco de un proceso de transformación radical. (LÖWY, 2014, pág. 75)

A la luz de estas consideraciones, más allá de la idea equivocada de que el marxismo es productivista y de que ve a las fuerzas productivas como “neutrales”, las ideas románticas (y por tanto idealistas) se perciben en toda su esencia. ¿Cómo sería demoler el “aparato productivo”? Es posible ver aquí similitudes con el ludismo, una tradición del movimiento obrero inglés que consistía en romper máquinas en las fábricas. Los campesinos habían sido expulsados de sus tierras por los capitalistas industriales, su trabajo agotador les había dado un odio absoluto a la maquinaria. Este movimiento irrumpió en los inicios de la clase obrera inglesa, demostrando su potencia, pero también su inmadurez como clase. Destruir las máquinas -o en el caso de Löwy “el aparato productivo”- no resuelve el problema: los capitalistas. Ellos son los que pagan la maquinaria a partir de la extracción de plusvalía. Löwy afirma a lo largo de su texto que el capitalismo debe ser destruido, pero que esta revolución debe demoler todo el aparato productivo. Como ya se expuso en el artículo anterior, es evidente que se deben extinguir numerosas tecnologías depredadoras – el fracking es siempre un buen ejemplo en este sentido, pero esto no equivale a destruir los órganos de explotación y opresión de las masas (el Estado), y las técnicas, tecnologías que constituyen las fuerzas productivas actuales. Estos, en manos de los trabajadores y sobre la base de un nuevo estado obrero y socialista, pueden realmente allanar el camino para una transición energética y de fuerzas productivas cualitativamente superiores a las actuales. El problema no está en las propias fuerzas productivas –aunque con varias salvedades importantes– sino en la existencia de una sociedad de clases apoyada por el Estado burgués.

Evidentemente, Löwy no es un equivalente del ludismo, que tenía como objetivo final la destrucción de maquinaria únicamente. Pero es innegable una inspiración casi inconsciente de esta tradición, que se manifiesta precisamente en la equivalencia entre el poder estatal burgués y las fuerzas productivas. Parece que el autor se olvida de allanar el camino para destruir el Estado capitalista y, a cambio, no destruye nada –ni siquiera el “aparato productivo”–, solo alimenta ilusiones en cambios cosméticos dentro del capitalismo. Después de todo, “por lo tanto, rechazan toda acción política, es decir, revolucionaria; quieren lograr su objetivo por medios pacíficos y tratan de abrir paso al nuevo evangelio social a fuerza de ejemplo, a través de experimentos sin sentido que, por supuesto, siempre fracasan”.

¿Cuál es el sujeto de la revolución socialista?

Trabajadores, de Tarsila do Amaral. Son los que producen todo, pero no poseen nada. Así que no tienen nada que perder.

El segundo error del autor es el abandono del sujeto proletario de la revolución socialista. Para abordar esto, necesitamos revisar algunos fundamentos del marxismo.

De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, solo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases perecen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más auténtico.

Eso porque:

[...] la burguesía no ha forjado solamente las armas que deben darle muerte; ha puesto de pie además a los hombres que empuñarán esas armas: los trabajadores modernos, los proletarios. […] La existencia y la condición de la clase burguesa tiene como condición esencial la acumulación de la riqueza en manos privadas, la formación y el acrecentamiento del capital; la condición de existencia del capital es el trabajo asalariado. Este descansa exclusivamente en la competencia de los obreros entre sí. El progreso de la industria, del que la burguesía, incapaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el aislamiento de los obreros, resultado de la competencia, por su unión revolucionaria a través de la asociación. Así, el desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía el mismo terreno sobre el cual estableció su sistema de producción y de apropiación. La burguesía produce, ante todo, su propio sepulturero.

Este pasaje expresa el corazón del materialismo histórico dialéctico, una ciencia viva que no nace de la nada, sino que es un producto consciente de las relaciones de producción de la época capitalista y sus contradicciones. Y sólo es así porque vivimos en una sociedad de clases, en la que la burguesía se apropia del plustrabajo del proletariado. Pero esta misma burguesía creó a sus verdugos, porque son los trabajadores los que producen todo y todo pueden cambiar. Este es el sentido de entender que el motor de la historia es la lucha de clases.

Sin embargo, para Michel Löwy ya no se trata de eso. El autor no niega la centralidad de la clase obrera, sin embargo, señala la necesidad de “ampliar sus límites conceptuales”. En otras palabras, es necesario entender que la clase obrera contiene el movimiento ecologista, feminista, negro, campesino, estudiantil, etc. En este libro no encontraremos esta defensa explícita, sino que basta con visitar algunas de sus entrevistas más populares para comprobarlo. Se pueden ver algunos ejemplos aquí y aquí. Pero dos de ellos llaman la atención y nos ayudan a mirar el libro del autor con otros ojos. Cuando se le pregunta si “la clase obrera sigue siendo el sujeto de la revolución”, el autor dice:

La combinación de las crisis “tradicionales” del capitalismo y la crisis ecológica crea las condiciones para una amplia alianza de fuerzas sociales contra el sistema. Potencialmente, como expuso “Occupy Wall Street”, el 99% que no tiene un interés fundamental en mantener el sistema son posibles actores para su superación. Desde la Conferencia Intergaláctica de los Zapatistas en Chiapas en 1996, y los eventos de Seattle en 1999, hasta los recientes movimientos de Indignados, vemos los primeros elementos de esta coalición antisistémica. Participan sindicalistas, ecologistas, movimientos indígenas, campesinos, movimientos de mujeres, asociaciones cristianas, corrientes revolucionarias, movimientos juveniles, asociaciones de vecinos, activistas socialistas, comunistas y anarquistas. Hoy en América Latina, las comunidades indígenas y campesinas están al frente de las luchas socioecológicas, antineoliberales, antiimperialistas y anticapitalistas. Pero, en última instancia, la fuerza principal de esta coalición son los trabajadores, en el sentido más amplio: los que viven de la venta de su fuerza de trabajo, o del propio trabajo individual o comunitario. Esta amplia clase de trabajadores, que no debe confundirse únicamente con los trabajadores industriales, constituye la mayoría de la población, y sin su acción colectiva ninguna revolución será posible.

Puedes leer esta entrevista completa aquí.

Esta visión infunde la idea popular de un “movimiento de movimientos”, que surgió del movimiento por la justicia global y el Foro Social Mundial y que, durante muchos años, albergó la convergencia de los movimientos sociales y ambientales en una lucha común. El ecosocialismo es solo una corriente entre una corriente más amplia, sin pretender que es “más importante” o “más revolucionaria” que otras. Un reclamo competitivo tan contraproducente crea polarización cuando lo que se necesita es unidad. En cambio, el ecosocialismo pretende contribuir a una serie de valores adoptados por los diversos movimientos para una Gran Transición.

Este otro fragmente se puede leer aquí.

Löwy relativiza directamente el factor fundamental de por qué la clase obrera es la sepulturera de la sociedad de clases: su papel en la producción. Esto hace de la revolución algo concreto y realista, no una “utopía posible”, como dice el autor.

Si por un lado la clase obrera nunca ha sido tan numerosa en el mundo, nunca ha sido tan femenina, negra y LGBT, por otro lado, la concepción de Löwy hace totalmente impotente la posibilidad de los trabajadores, desde estas posiciones estratégicas que hacer funcionar el mundo -los sepultureros de la burguesía-, traer consigo a grandes porciones de la población oprimida y de los más diversos movimientos en sentido anticapitalista.

Es innegable que el movimiento ecologista, especialmente entre jóvenes y estudiantes, despierta la voluntad de lucha de miles. Pero hay que tener claro que el movimiento ecologista es pluriclasista. El punto, por lo tanto, es que hay intereses históricos en conflicto dentro de estos movimientos, ya veces irreconciliables. Específicamente en el movimiento ecologista, hay dos sectores de partidos verdes burgueses –como el EEVV en Francia, el PV y REDE en Brasil; el Foro Social Mundial, cuyo principal creador es Oded Grajew, un empresario brasileño naturalizado israelí (lo que hace que la afirmación acrítica de Löwy sobre este evento sea al menos incorrecta); Jóvenes por el Clima, integrado en su mayoría por estudiantes; así como organizaciones indígenas, campesinas y, en menor medida, obreras. Por lo tanto, sin la influencia consciente y organizada de la clase obrera, el movimiento ecologista nunca dejará de ser un movimiento. Al fin y al cabo, el movimiento no lo es todo, al contrario de Bernstein, pero el resultado es fundamental.

Esto lleva al autor a adaptarse a la revuelta, cuya dinámica es actualmente parte de la lucha de clases. En ausencia de este sujeto hegemónico, postulándose como tribuno del pueblo, y organizado en un partido revolucionario, las revueltas o son directamente derrotadas –como la Primavera Árabe o junio de 2013 en Brasil– o son desviadas hacia las instituciones burguesas, como con la asamblea constituyente acuerdo con Piñera y el régimen de Pinochet en Chile y Black Lives Matter con la elección de Biden.

Es desde estas posiciones estratégicas, desde las trincheras de producción material que hacen girar a la sociedad, que la sociedad puede transformarse profundamente. Y no solo en términos del “trabajador industrial”, como sugiere Löwy, después de todo, es innegable el papel fundamental que juegan categorías como maestros, trabajadores del metro, conductores de autobús, repartidores de aplicaciones y trabajadores subcontratados en la lucha de clases. O incluso el poder que los movimientos sociales, como los movimientos estudiantiles y ecologistas, pueden tener en esta dinámica, como fue el caso de la Huelga Mundial por el Clima. La cuestión es precisamente cómo hegemonizar a grandes sectores de la población en un sentido anticapitalista y revolucionario. Esto implica necesariamente la discusión del control obrero de la economía.

Planificación democrática y estrategia soviética

Volvamos ahora a su libro, partiendo de los puntos antes mencionados. Löwy define como base del ecosocialismo una economía de “planificación democrática”. Veamos qué significa eso:

La condición necesaria para lograr estos objetivos es el pleno empleo equitativo (plein-emploi équitable). Esta condición es indispensable no sólo para responder a las exigencias de la justicia social, sino también para asegurar el apoyo de la clase trabajadora, sin la cual no puede llevarse a cabo el proceso de transformación estructural de las fuerzas productivas. El control público de los medios de producción y la planificación democrática son igualmente indispensables, es decir, las decisiones de política pública en materia de inversión y cambio tecnológico deben estar fuera de las manos de los bancos y las empresas capitalistas si han de servir al bien común de la sociedad. Sin embargo, no basta con poner las decisiones en manos de los trabajadores. En El Capital, libro III, Marx define el socialismo como una sociedad en la que "los productores asociados regulan racionalmente sus intercambios (Stoffwechsel) con la naturaleza". Sin embargo, en el primer libro de El Capital nos encontramos con una definición más amplia: el socialismo se concibe como “una asociación de seres humanos libres (Menschen) que trabajan con medios comunes (gemeinschaftlichen) de producción”. Esta es una concepción mucho más apropiada: la producción y el consumo deben ser organizados racionalmente no sólo por los ’productores’, sino también por los consumidores y, de hecho, por la sociedad en su conjunto, ya sea que la población sea productiva o ’no productiva’: los estudiantes , jóvenes, mujeres y hombres que se dedican al trabajo doméstico, jubilados, etc.

El autor parte de consideraciones innegablemente acertadas: el capitalismo es humana y ecológicamente insostenible, por lo que es necesaria la revolución socialista, la planificación de los medios de producción y su organización democrática. Pero destacan dos cosas: la primera es que, en la medida en que Löwy prácticamente equipara el estalinismo con todas las conquistas de la Revolución de Octubre, también omite sistemáticamente lo que fueron los soviets. Para los más incautos, toda base material en la que se apoya Löwy para plantear la posibilidad de una autogestión democrática y planificada de una sociedad socialista ya ha sido probada en la historia con los soviets en la Rusia revolucionaria.

Estos fueron organismos autoorganizativos de masas, que surgieron espontáneamente en la Revolución de 1905 y luego en febrero de 1917, en los que se ejerció la democracia obrera, de derecha y de clase. En otras palabras, se elegían delegados para cada lugar de trabajo en una región, con mandatos revocables en cualquier tiempo, sueldos de un trabajador ordinario, ejerciendo a la vez los poderes ejecutivo, legislativo y de jurado popular. Fueron la base del poder político obrero, a través del cual se pudo proteger a soldados y campesinos de todo el país, convirtiéndose en el cimiento fundamental del estado obrero después de la Revolución. Los soviets, por tanto, fueron los órganos más avanzados de la “planificación democrática” con la planificación de la economía y la socialización de los medios de producción. Es al menos curioso, por no decir oportunista, por parte de Löwy omitir estos hechos.

Uno podría argumentar: entonces, ¿la planificación democrática y los soviets son lo mismo? Pues sólo en la forma, porque en el contenido llevan bases contrapuestas y antagónicas. Para ver esto, basta con mirar la política concreta; después de todo, la práctica es la medida de la realidad. Como comenté a lo largo de esta serie de artículos, Löwy considera la necesidad del socialismo, sin embargo, al mismo tiempo defiende cosas como el Foro Económico Social presidido por grandes empresarios y califica los jardines comunitarios y los presupuestos participativos como un avance de la conciencia. Todos estos ejemplos destacan por una diferencia fundamental con lo que demostraron los soviets: la ausencia total de la clase obrera como sujeto. Pero vayamos a otras cosas que defiende Löwy, como las mencionadas en el Manifiesto Ecosocialista de Belém:

El ecosocialismo propone transformaciones radicales:
1. en el sistema energético, reemplazando los combustibles fósiles y biocombustibles por fuentes de energía limpia con control social: eólica, geotérmica, marítima y, principalmente, solar;
2. en el sistema de transporte, reduciendo drásticamente el uso de camiones y automóviles particulares, reemplazándolos por transporte público gratuito y eficiente;
3. patrones actuales de producción, consumo y construcción, que se basan en los residuos, la obsolescencia innata, la competencia y la contaminación, y en su lugar producen bienes sostenibles y reciclables, y adoptan una arquitectura verde sostenible;
4. en la producción y distribución de alimentos, defendiendo en la medida de lo posible la soberanía alimentaria local, eliminando los agronegocios industriales contaminantes, creando agroecosistemas sostenibles y trabajando activamente para renovar la fertilidad del suelo.
Sin hacernos ilusiones sobre un "capitalismo limpio", debemos tratar de ganar tiempo e imponer a los poderes -sean gobiernos, corporaciones, instituciones internacionales- algunos cambios elementales pero esenciales:
reducción drástica y obligatoria de las emisiones de gases de efecto invernadero; desarrollo de fuentes limpias de energía; provisión de un amplio sistema de transporte público gratuito; sustitución progresiva de camiones por trenes; creación de programas de descontaminación; eliminación de la energía nuclear y el presupuesto de guerra.

De nuevo, llama la atención cómo Löwy, de hecho, defiende lo mismo que los “capitalistas limpios”, solo que con un discurso más radical. No es que debamos estar en contra de tales medidas, pero no solo los gobiernos, las corporaciones, las instituciones internacionales no han cumplido con ninguno de estos "reclamos", ya que históricamente son incapaces de hacerlo. De hecho, Löwy encubre el “ecosocialismo” de un discurso radical pero profundamente escéptico con la clase trabajadora. Precisamente en este sentido, abandona las principales lecciones estratégicas del trotskismo y su legado.

Podríamos definir la estrategia como el arte de dirigir combates aislados, tácticas, hacia un fin determinado: la revolución. De los animados debates que permearon la Primera y la Segunda Internacional, los bolcheviques, y en particular Trotsky, extrajeron el arsenal revolucionario más avanzado con los primeros cuatro congresos de la III Internacional, así como la Teoría de la Revolución Permanente (TRP) y el programa de transición.

La TRP establece que las tareas democráticas en los países atrasados sólo pueden ser realizadas hasta el final por el proletariado, no por la burguesía nacional ni por sectores intermedios como el campesinado. El Programa de Transición sentó las bases para articular las demandas inmediatas de las masas con el programa de la revolución socialista, a través de demandas transitorias que se apartan de las condiciones actuales y de la conciencia de amplias capas de la clase obrera y conducen invariablemente a una misma conclusión: la conquista del poder por el proletariado.

Vemos hoy que el movimiento ambiental se concentra fundamentalmente entre el movimiento juvenil y estudiantil, con importantes exponentes entre el movimiento sin tierra y los indígenas. Por ello, es fundamental que los revolucionarios actúen como fracciones revolucionarias dentro de los sindicatos para construir una hegemonía obrera en torno al tema ambiental, defendiendo sus propias reivindicaciones, pero también la de la expropiación del latifundio y la reforma agraria, la demarcación y el derecho a la autodeterminación de los pueblos indígenas y tradicionales.

El sujeto revolucionario capaz de llevar a cabo estas demandas, reuniendo a los oprimidos en su conjunto, en ruptura con el capitalismo es el proletariado, esto significa la hegemonía obrera, una de las principales contribuciones revolucionarias de los bolcheviques. En vista de ello, se pone toda la relevancia del concepto de autoorganización, es decir, que la clase obrera se organice de manera independiente, en contraste con las burocracias sindicales, para tomar la lucha en sus propias manos, con los revolucionarios. Actuar conscientemente para estimular en lo posible la creación de organizaciones de democracia obrera. Es precisamente por su lugar en la producción, precisamente en el seno de este metabolismo entre el hombre y la naturaleza, que la clase obrera tiene en sus manos la posibilidad de organizar la planificación democrática, economía racional y armoniosa y la vida social con la naturaleza. Por lo tanto, el control obrero de la producción sobre la base de la democracia obrera al estilo soviético es la única forma realista de organización social que puede conducir a una relación armoniosa con el entorno natural; esta forma social es por lo tanto incompatible con el capitalismo y la propiedad privada de los medios de producción; precisamente por eso, esta fue la base del Estado obrero que la revolución de octubre dirigida por los bolcheviques, Lenin y Trotsky, dio lugar.

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Por tanto, la estrategia soviética, es decir, el arte de reunir luchas aisladas para promover a la clase obrera como sujeto hegemónico en su autoorganización, se opone a la "planificación democrática" por dos razones: 1) no utiliza un sistema transitorio de consignas, capaz de dialogar con las demandas actuales de los trabajadores y hacer avanzar la conciencia de la clase obrera hacia el socialismo; 2 ) la planificación democrática no tiene clases definidas, puede ser un presupuesto participativo soviético o burgués que, en la práctica, conduce a la negación de la primera.

El marxismo es un instrumento de la lucha revolucionaria de la clase obrera, quizás su mayor aporte ha sido sistematizar el hecho de que el proletariado puede tomar el poder, porque lo produce todo, la historia lo confirma. En esto el autor está de acuerdo, pero si bien se dice, de vez en cuando, que es necesaria una sociedad que rompa con el capitalismo, no basta con mencionar estas ideas y no esbozar un programa capaz de articular las demandas inmediatas de la clase obrera y los fines históricos de la superación del capitalismo. A partir de ello, discutiré a la luz de la trayectoria política e intelectual del autor, muy ligado a la ex LCR (Liga Comunista Revolucionaria) francesa y el SU (Secretariado Unificado) mandelista, uno de los responsables de la degeneración centrista de la Cuarta Internacional, materializada en el abandono de la política de Trotsky revolución y, más que eso, de la propia dictadura del proletariado.

El mandelismo y la degeneración centrista de la Cuarta Internacional

La Segunda Guerra Mundial terminó de manera contradictoria: la URSS ganó la guerra junto a los aliados imperialistas y dividió el mundo en dos con ellos con el Pacto de Yalta. Sumado al asesinato de la mayor parte de la vanguardia obrera más experimentada, incluido Trotsky, la Cuarta Internacional se encontró en una situación sumamente contradictoria y difícil. Una de las principales dificultades fue el estallido de revoluciones en países atrasados sin ser dirigidas por un partido obrero socialista y marxista. Este fue el caso de China, en el que Mao Zedong –el mismo responsable de la enorme traición de Stalin a la Segunda Revolución China y la masacre de Shanghai– se ve obligado a tomar el poder en un golpe defensivo para protegerse de la embestida de Chiang Kai-Shek (el mismo Kuomintang con el que se alió el PCCh para enterrar la Revolución de 1925-27). El maoísmo se basó en la toma del poder por un partido-ejército de base campesina; la revolución china de 1949 nunca tuvo soviets, de hecho, tomó el poder con base en el concepto de “gobierno de las cuatro clases”, con el que tuvo que romper para defenderse y solo entonces expropiar a la burguesía.

Muchos otros hechos tuvieron dinámicas tan contradictorias, como la Revolución Cubana de 1959, la expropiación forzada de la burguesía por parte del Ejército Rojo en Europa del Este, la estrategia de guerra popular prolongada en Corea del Norte y Vietnam. Sabemos, mirándolo hoy, que, si por un lado estas revoluciones sólo triunfaron por el compromiso heroico de la lucha obrera y popular, su dirección las limitó al máximo, incluso sentando las bases para la restauración capitalista como sucedió en Vietnam (un país hoy en día con políticas cuasi-neoliberales), China (el segundo país con mayor número de multimillonarios y el principal factor de depreciación del trabajo a nivel mundial con su superexplotación del trabajo), sin mencionar a la URSS. Esto demuestra el pronóstico de León Trotsky y la Cuarta Internacional en relación a la Teoría de la Revolución Permanente: el socialismo sólo puede triunfar y avanzar en un país atrasado hacia el comunismo si se expande a los países centrales. Es en este difícil panorama donde se encuentran los principales hilos de continuidad de las tradiciones del trotskismo de posguerra, pero también sus principales errores.

Ernest Mandel es la expresión de la contradicción de aquella época. Ingresó a la sesión belga de la IV Internacional, asumiendo su Comité Central cuando solo tenía 18 años. Formó parte de la resistencia al nazismo en la Segunda Guerra Mundial, habiendo sido arrestado y casi deportado a Auschwitz, huyendo antes de eso. Con apenas 23 años fue elegido para el Secretariado Internacional de la Cuarta Internacional en 1946 y, en vida, desarrolló obras científicas fundamentales para el marxismo revolucionario. Sin embargo, ante tan excepcionales condiciones, Mandel y la tradición política que encabezaba fue también exponente de una de las tendencias centristas dentro de la IV. Por ejemplo, Mandel apoyó el entrismo sui generis de Michel Pablo que consistía en una interpretación liquidacionista del entrismo concebido por Trotsky en la Francia de los años 30. La idea era que la construcción de partidos trotskistas vinculados a la Internacional ya no estaba a la orden del día, porque los llamados estados obreros burocratizados (URSS y Europa del Este) y el estalinismo irían "inevitablemente" a la guerra contra el imperialismo estadounidense, recuperando así el carácter revolucionario que habían perdido con la política del "socialismo en un solo país". Por tanto, era necesario pasar a la clandestinidad en los PC estalinistas, o incluso en los partidos pequeñoburgueses y nacionalistas de la periferia del sistema. Esta política provocó una gran crisis en la IV Internacional, revelando una profunda adaptación a las direcciones nacionalistas, guerrilleras o incluso pequeñoburguesas estalinistas de los países coloniales y semicoloniales. No es de extrañar que Mandel argumentara que Mao Zedong estaba "llevando a cabo la revolución permanente" en los debates con Peng Shuzi. En la práctica, esto socavó la independencia de clase y la propia comprensión de la TRP de que el proletariado es la única clase capaz de cambiar radicalmente la historia.

En 1963, Mandel, junto con otros importantes dirigentes, fundó el Secretariado Unificado de la Cuarta Internacional. Mandel revisó entonces su posición sobre la inevitabilidad de la guerra imperialista con la URSS y se fue al extremo opuesto con la teoría de los "ciclos largos del capitalismo" y el "capitalismo tardío", una interpretación que embellecía en gran medida el crecimiento parcial de las fuerzas productivas derivado de la destrucción masiva de las mismas con la Segunda Guerra. Sobre esta base, revisó el Programa de Transición, entendiendo que, como el capitalismo se desarrolla en "ciclos largos", las partidas transitorias pasarían a un segundo plano. En numerosas idas y venidas, que no trataré aquí en profundidad, estas y otras posiciones llevaron a Mandel a apoyar a Boris Yeltsin, uno de los precursores de la restauración burguesa en la URSS. El hecho es que el SU abandonó la "revolución política" trotskista, lo que llevó a esta tendencia a ponerse detrás de la burocracia restauracionista y a no convertirse en una alternativa obrera independiente.

A partir de esta breve historia, se inserta la LCR (Liga Comunista Revolucionaria), partido histórico del trotskismo y de la sección francesa del SU, con el que Michael Löwy mantiene estrechas relaciones político-programáticas, componiendo sus filas desde la década de 1960. En la década de 1990, el partido abandonó la estrategia histórica del marxismo de destruir el estado burgués (a través de la “dictadura del proletariado”) en favor de una difusa “democracia hasta el final”. En 2009, la LCR se disuelve y decide construir un amplio partido anticapitalista, el NPA (Nuevo Partido Anticapitalista), proponiendo aglutinar a los sectores de la clase obrera, la juventud y los movimientos políticos y sociales que se fueron a la izquierda, independientemente de los partidos de la “izquierda institucional”. Adoptó un programa socialista de “ruptura” con el capitalismo, pero eso diluyó las fronteras estratégicas entre reformistas y revolucionarios. Al permitir la lucha abierta de tendencias en su seno, se formaron varias corrientes que defendían (cada una a su manera) un programa y una estrategia revolucionaria, entre ellas un núcleo de camaradas de la Fracción Trotskista - Cuarta Internacional (FT-CI) que propusieron luchar allí por la creación de un verdadero partido revolucionario internacionalista.

Esta contextualización nos sirve, pues Löwy formó parte del partido de Daniel Bensaïd, uno de los fundadores de la LCR y, posteriormente, del NPA. Además, ha escrito libros con Olivier Besancenot, líder de LCR y candidato presidencial. También fue uno de los precursores del “Manifiesto Ecosocialista Internacional”, en el que firmaron y participaron importantes líderes del NPA. Mucho se puede ver de convergencias entre el mandelismo y el ecosocialismo de Löwy en este sentido, algo que se puede observar en los principios fundacionales de la NPA:

"El socialismo, el ecosocialismo, es el poder de los trabajadores en todos los ámbitos y niveles de la vida política, económica y social. Es la democracia de los productores asociados que deciden libre y soberanamente qué producir, cómo y para qué. Esta reorganización de la economía y de la sociedad presupone un primer nivel de emancipación del trabajo, indispensable para que los colectivos de trabajadores y ciudadanos puedan asumir realmente la dirección de las empresas y la gestión de los asuntos públicos. Una reducción masiva del tiempo de trabajo, posibilitada por el progreso tecnológico, combinada con la eliminación del desempleo y la distribución entre todos los puestos de trabajo necesarios, satisfará esta necesidad (...) Al igual que no puede haber un buen capitalismo productivo, no puede haber un buen "capitalismo verde". Las opciones económicas democráticas y racionales, hechas en interés de la mayoría, sólo serán posibles con la ruptura del capitalismo, condición necesaria para contener la crisis ecológica cuyos efectos catastróficos comienzan a multiplicarse. En el marco de una nueva organización de la sociedad, cuya finalidad es la utilidad social y ya no el lucro, los productores y los ciudadanos, autónomos y responsables, decidirán desarrollar actividades económicas que beneficien a la comunidad y dejarán de lado las que pongan en peligro a las poblaciones y su entorno. El socialismo que queremos no propone en absoluto un desarrollo ilimitado de la producción, sino que, por el contrario, se basa en la satisfacción ecológica de las necesidades sociales: es el ecosocialismo. Sólo una sociedad libre de la dictadura del capital podrá reconciliar al ser humano con la naturaleza.

Entre otras cosas, a pesar de situarse de forma independiente a los partidos de la izquierda institucional y burguesa, se centró en la construcción de un partido sin una clara delimitación estratégica. En la misma medida en que el mandelismo abandonó la "dictadura del proletariado", formó parte de la creación de la concepción de que el "eco" en el "socialismo real" no era parte constitutiva del "socialismo". Esto se puede ver en la declaración, en la que no queda claro cómo lograr esta "democracia de productores asociados", que podría significar cualquier cosa, desde cooperativas con pequeños agricultores, economía solidaria y jardines comunitarios, hasta el comunismo y el establecimiento de una armonía del metabolismo sociedad - naturaleza. Y este es precisamente el punto: no hay nada de transición en el ecosocialismo de Löwy. Si la clase obrera no es el sujeto revolucionario de su propia "dictadura"; si ya no es necesario un partido de combate leninista -además, las partidas concretas que propugna el ecosocialismo de Löwy, como ya se ha señalado, se parecen y mucho al eclecticismo del SU-, entonces se aleja cada vez más de la revolución proletaria. La "democracia hasta el final" y la "dictadura del proletariado" se asumen como pasos necesarios, pero forman parte de estrategias diferentes, y están estrechamente relacionadas con el debate con el ecosocialismo.

Kautsky razonó sobre la "estrategia de desgaste" y la "estrategia de derrocamiento": la primera era la traducción de la política del SPD (Partido Socialdemócrata de Alemania) con un centro de gravedad parlamentario, mientras que la segunda era meramente decorativa. La separación de las estrategias, en el caso del NPA, se revela en la disolución del carácter transitorio y las alianzas con los partidos burgueses en las elecciones, todo ello supuestamente en dirección al socialismo. La actual mayoría del NPA se ha embarcado con todo en la política de alianzas unilaterales, sin discusión con la base, con el neorreformismo burgués, soberanista y xenófobo de Jean Luc Mélenchon, al tiempo que dice que es la mejor manera de que "el socialismo avance". La verdad, sin embargo, es que ambas cosas no tienen ni pueden tener relación. Una política revolucionaria debe tener como principio la independencia de clase y la centralidad estratégica. En la práctica, las tesis de Löwy separan la crítica del modo de producción anticapitalista de la dialéctica, al igual que Kautsky, y esto se explica por la disolución estratégica del mandelismo.

El CCR (Corriente Comunista Revolucionaria) y ahora Revolución Permanente, partido hermano del MRT en Francia, formó parte de la fundación del NPA. Sin embargo, no ratificó los principios fundacionales del partido. El CCR compuso el NPA desde el principio con el objetivo de construir a partir de él un partido con una perspectiva leninista y revolucionaria. Sin embargo, hoy la mayoría, de la que forma parte Löwy, nos ha excluido unilateralmente del partido para defender a toda costa su alianza con el LFI (Francia Insumisa). No hubo posibilidad de debate democrático y esta decisión fue ampliamente criticada por los militantes trotskistas de otras tradiciones, como la morenista, e incluso por un antiguo militante histórico del mandelismo. Es realmente asombroso ver hasta dónde llega el mandelismo de la derecha hoy en día, comparado con lo que la CCR ha luchado, aunque sea en pequeña medida, por fusionarse con la vanguardia del movimiento obrero, juvenil, inmigrante y ecológico.

La CCR se convirtió en la única corriente obrera del partido, la única que se ocupó de disputar a los Chalecos Amarillos hacia una política obrera independiente; formó la coordinación entre los ferroviarios y los trabajadores del metro SNCF/RATP, un órgano de autoorganización que contrarrestó a la burocracia sindical y frenó los ataques. Sólo la clase obrera, la que lo produce todo, puede tomar la economía en sus manos y utilizar los inmensos avances técnicos de nuestro tiempo de forma sostenible. La dura huelga de los trabajadores petroleros de Grandpuits, en Francia, dio un ejemplo histórico para el proletariado mundial con la autoorganización de comités de huelga que superaron las burocracias sindicales derrotistas, las coordinaciones entre refinerías, los comités de mujeres y un frente único con el movimiento ecologista, todo ello para luchar por los puestos de trabajo de los trabajadores petroleros y denunciar el lavado verde de Total. Como dijo uno de los líderes de la huelga, Adrian Cornet, miembro de la CCR, "si los trabajadores tuviéramos el control de la planta, podríamos contaminar menos, porque no sólo nos importa el beneficio, porque nuestras familias viven al lado, porque nos bañamos en los ríos de la zona, porque nuestros hijos juegan en los parques".

La desviación pequeñoburguesa del autor encuentra su contrapartida en la política de la mayoría mandelista de expulsar de sus filas a la vanguardia obrera para fortalecer acuerdos electorales oportunistas. Basta ver que los mandelistas del SU no tienen ni siquiera un ejemplo de actuación en la lucha del movimiento obrero en el sentido de promover la autoorganización y la hegemonía proletaria. Lo cual decimos con tristeza, porque sería mucho mejor para el NPA romper con sus alianzas electorales oportunistas y luchar por una alternativa independiente y obrera, que no fue el caso.

Löwy defiende explícitamente lo que es hoy el SU -una federación-, es decir, un conjunto de organizaciones supuestamente anticapitalistas, sin centralidad estratégica entre ellas y con premisas de agrupación laxas. Tanto es así que el SU en Brasil tiene nada menos que cuatro grupos distintos -Insurgência, Comuna, Subverta y MES (de tradición morenista)- no se sabe cuál de ellos es realmente miembro, observador o está en proceso de aproximación.

Si algo queda entre los mandelistas es el abandono de la centralidad estratégica de la clase obrera. Podemos verlo en las acciones de la antigua mayoría del NPA francés, pero también en sus representantes en Brasil.

La Insurgencia se puso del lado de la derecha del PSOL que quiere a Lula en primera vuelta, rifando toda independencia de clase y alentando ilusiones en un gobierno del PT que mantendrá intactos todos los embates y reformas del régimen institucional golpista de 2016 junto a la derecha, incluyendo el agronegocio racista y los militares, responsables del asesinato de más de 20.000 indígenas durante la dictadura. El mismo camino sigue Subverta de Taliria Petrone; Los activistas sociales Thiago Ávila y Sabrina Fernandes rompieron recientemente con él para fundar el Movimento Bem Viver. Son, quizás, algunos de los mayores entusiastas y difusores del ecosocialismo en Brasil. Entre sus propuestas buscan luchar por la “sociedad del bienestar”, en la que buscarían construir una sociedad de mayor armonía entre “la ciudad, el campo y la selva”. Curiosamente,

Acto de los pueblos indígenas contra el Marco Temporal, frente al STF. El Campamento Lucha por la Vida reunió alrededor de 10.000 indígenas, más de 100 pueblos diferentes. Una movilización histórica que pasó por un verdadero cerco mediático y fue aislada por la burocracia sindical y estudiantil, con un silencio absoluto de la izquierda. Las corrientes con las que discuto, igualmente, se retiraron de actuar en el movimiento estudiantil y obrero para que las burocracias rompieran con la parálisis y unificaran los focos de lucha con los indígenas.

También es curioso ver al Comuna/PSOL, que se opone a las alianzas con Lula, pero se mantiene acríticamente en el SU. Después de todo, ¿cuál es la justificación para permanecer en una corriente internacional que no tiene ni un ápice de independencia de clase? El MES, en cambio, no contento con su nacional-trotskismo de apoyo a Lava Jato, “apoyo crítico” a Biden, defensa de policías antifascistas e incluso apoyo a la candidatura del golpista Baleia Rossi, se embarcó oportunistamente en el SU. A los morenistas del MES no parece importarles los principios, pero lo que tienen en común con el SU es la deriva total de la independencia de clase y una propensión cada vez más electoralista. Esto se puede ver con la candidatura de Glauber Braga, ex-PSB, un partido burgués que tiene en sus “filas” a personas como el esposo de Sari Corti Real, jefe responsable de la muerte del niño Miguel. Su programa, en síntesis, es el impeachment, que pondría al nostálgico de la dictadura y partidario de Marco Temporal, Mourão, en la presidencia, mezclado con la confianza en el CPI de los golpistas de COVID para liberar la cara del golpismo institucional. Esto lleva a adaptarse a la burocracia sindical y estudiantil en la negación de exigirles asambleas de base para cada lugar de trabajo y estudio hacia una huelga general.

Y pensar cómo la mayoría del NPA actúa para excluir del partido a la vanguardia obrera en Francia, mientras que en Brasil se disuelve en los “movimientos”, sin criticar a la burocracia sindical, sin luchar por el frente único obrero y, por lo tanto, separar la lucha obrera de la popular. En estos términos, el ecosocialismo de Löwy no es ni puede ser una alternativa a la crisis ambiental.

Es preciso una crítica dura pero fraternal al movimiento trotskista. Necesitamos avanzar en la construcción de un partido marxista de centralidad estratégica que promueva la coordinación entre categorías y la autoorganización por cada lugar de trabajo y estudio, haciendo lucha política contra la burocracia sindical y convergiendo con la espontaneidad de la lucha de clases. Solo así se podrá desarrollar la hegemonía de los trabajadores en relación con los campesinos pobres, los pueblos indígenas y otros pueblos oprimidos, luchando por un frente único de trabajadores. Y en ese sentido, este artículo también sirve para llamar a estas organizaciones a estar junto a nosotros en la lucha de clases, frente a lo que hemos acordado. Es urgente, por ejemplo, un Polo Antiburocrático en Brasil, en el que podamos actuar en común para exigir y denunciar a la burocracia estudiantil y sindical. Este es el camino que puede incluso hacer avanzar los debates de la izquierda sobre la ecología y construir un verdadero camino hacia el fin de la crisis ambiental y del capitalismo.

Desde la Fracción Trotskista queremos ser parte de las rupturas y fusiones de la izquierda para construir verdaderos partidos revolucionarios de lucha y a eso nos dedicamos en cada sección nacional que somos, hacia la reconstrucción del partido mundial de la revolución socialista, la Cuarta Internacional. Esto sólo puede hacerse con lucha política y firmeza estratégica, pero también como parte del restablecimiento de los hilos de continuidad del legado del trotskismo en el siglo XX sin ningún sectarismo con el que puedan sumar sus hilos -y también con acciones comunes-. en la lucha de clases.

¿Cuál es el programa socialista para el medio ambiente?

Por lo tanto, es necesario discutir el programa. Estamos ante una crisis de hegemonía del capitalismo. En términos de Gramsci, esto genera una tendencia a las “crisis orgánicas” – y se manifiestan con toda su fuerza en la cuestión ecológica. Si, por un lado, tenemos el negacionismo climático con Bolsonaro y Salles, Trump y la extrema derecha -que en el caso de Brasil tiene una base dura en los terratenientes racistas que queman la Amazonía y el Pantanal para hacer pastos-, por otro lado, también vemos la desesperación de Macron, Merkel y Biden con su ecocapitalismo. Este último que acaba de apoyar un gigantesco proyecto de exploración petrolera en Alaska que ataca, sobre todo, a las comunidades indígenas locales, continuando lo que ya estaba haciendo Obama y lo que Trump intensificó y empeoró.

Estos ecocapitalistas celebran innumerables reuniones diplomáticas, con planes y más planes para evitar la degradación ecológica, pero fracasan sistemáticamente. Al igual que ocurrió con el Convenio de Estocolmo y el Protocolo de Kioto, el Acuerdo de París no se va a cumplir, el mismo que pretende regular, en su artículo 6, la "exportación" de emisiones de CO2 para ayudar a cumplir más rápidamente los objetivos nacionales de reducción de emisiones, algo que celebran las empresas de créditos de carbono en el extranjero. Las Cumbres del Clima demuestran nuevamente que el capitalismo no puede resolver o mitigar suficientemente la destrucción que causa y la diplomacia burguesa se convierte cada vez más en palabras al aire para desviar la furia de la juventud internacional hacia las instituciones.

Por otro lado, han ido apareciendo diferentes fenómenos que se presentan como alternativas progresistas para esta misma juventud. Ejemplos de ello son Bernie Sanders, Ocasio Cortés, Podemos en el Estado Español, entre otros. A pesar de sus diferencias, en general son los más entusiastas de un “Green New Deal” frente a la derecha y la extrema derecha. Sin embargo, este “nuevo acuerdo” no es más que la promoción de un plan para que las millonarias megacorporaciones, responsables de la actual crisis ecológica, sean las que desarrollen la infraestructura para salir del desastre, con miles de millones de subsidios públicos del Estado. De hecho, podemos ver propuestas en la Agenda 2030 de la ONU y en todo el movimiento ecologista. Todas estas variantes no tienen nada que ofrecernos, más que una utopía eco-capitalista reformista.

No podemos contentarnos con las migajas que nos dan los capitalistas. Löwy dice que "el marxismo no tiene ningún programa para la cuestión ecológica". ¿O es el SU mandelista que, entre otras cosas, se aísla de las principales luchas del movimiento obrero, además de defender casi acríticamente el New Deal verde? Por el contrario, es crucial luchar por una alternativa de independencia de clase. Como contribución al debate sobre el programa, parto de algunos puntos fundamentales presentes en la Declaración de la Fracción Trotskista Cuarta Internacional ¡El capitalismo destruye el planeta, destruyamos el capitalismo!

  • • La expropiación del conjunto de la industria energética, bajo la gestión democrática de las y los trabajadores y supervisión de comités de consumidores. De este modo el sector energético podría avanzar hacia una matriz energética sustentable y diversificada, prohibiendo el fracking (de gas y petróleo) y otras técnicas extractivistas, que permita reducir drásticamente las emisiones de CO2 desarrollando las energías renovables y de bajo impacto ambiental en consulta con las comunidades locales. Al mismo tiempo, se reducirían los precios abusivos de la electricidad.
  • • La nacionalización y reconversión tecnológica sin indemnización y bajo control obrero todas las empresas de transporte, así como las grandes empresas automovilísticas y metalmecánicas, para alcanzar una reducción masiva de la producción automotriz y del transporte privado, mientras se desarrolla el transporte público en todos sus niveles.
  • • La lucha por lograr condiciones seguras de trabajo en todas las fábricas y empresas, libres de tóxicos y agentes contaminantes, unida a la reducción de la jornada laboral y reparto de las horas de trabajo sin rebajas salariales entre todas las manos disponibles, como parte de un plan general de reorganización racional y unificada de la producción y la distribución en manos de la clase trabajadora y sus organizaciones.
  • • La expropiación de la propiedad terrateniente y reforma agraria para pequeños campesinos y pueblos originarios. Expulsión de empresas imperialistas, confiscación de sus bienes y expropiación bajo control obrero de todo el complejo industrial agroalimentario y exportador. Monopolio del comercio exterior y nacionalización de la banca para financiar la reconversión y diversificación del modelo agroalimentario sobre bases sustentables y democráticas. Prohibición del glifosato, eliminación progresiva de todos los agrotóxicos y prohibición de su libre comercialización, e inversión en investigación en métodos alternativos, como la agroecología, entre otros.
  • • La imposición de presupuestos bien dotados para la conservación de la biodiversidad, tanto de especies como de la gran variedad de ecosistemas del planeta, con especial hincapié en los que están en mayor riesgo. Regeneración de las áreas degradadas (mares, ríos, lagos, bosques y campos) en base a impuestos progresivos al gran capital.
  • • La prohibición de la megaminería contaminante, la nacionalización de la minería tradicional bajo control obrero y su articulación con el desarrollo de una industria de recuperación de minerales de la chatarra electrónica, implementando la “minería urbana” para el reciclaje de minerales escasos de los aparatos electrónicos y otros productos. Expulsión de las mineras imperialistas y confiscación de sus bienes para remediar el daño hecho a las comunidades afectadas. Prohibición de la apropiación privada de bienes públicos como el agua.
  • • La abolición de la deuda en los países dependientes y semicoloniales, que es una forma de coerción para adoptar ajustes neoliberales antiecológicos, así como la expropiación de todas las empresas contaminantes en los países periféricos. Es inimaginable resolver la crisis ecológica en esos países sin independencia respecto del imperialismo.
  • • La apertura de las fronteras y cierre de los centros de detención de migrantes frente al drama de la inmigración, producto de la pobreza y la expoliación imperialista, pero también en muchísimos casos por la crisis climática.
  • • Una política radical que tienda a evitar los residuos y a reciclarlos. No alcanza con las instalaciones de filtrado, depuración, etc. Hace falta una conversión industrial fundamental que evite, a priori y en su origen, la contaminación. Esto implica también terminar con la obsolescencia programada.
  • • El levantamiento del secreto empresarial (que permite, por ejemplo, ocultar las emisiones tóxicas) y la obligación de llevar registros públicos donde se especifiquen las materias primas y los productos utilizados.

Todas estas medidas solo se pueden lograr en la lucha de clases, con la autoorganización obrera de cada lugar de trabajo, organizando una amplia alianza en la lucha con los pueblos originarios, indígenas, quilombolas, ribereños, el campesinado, los movimientos ecologistas, la comunidad LGBT+, negras y negros, mujeres, etc. La lucha por estas medidas de transición es la lucha por organizar a la clase obrera y los oprimidos hacia la superación del capitalismo, algo que solo se puede lograr con la construcción de un verdadero partido revolucionario de la clase obrera.

Los temas de técnica industrial y agrícola, preservación del medio ambiente, transporte, producción y aprovechamiento de determinados tipos de residuos, combustibles, etc. etc – todo esto sólo puede cambiar efectivamente con la planificación de la economía y la socialización de los medios de producción. ¿El calentamiento global acabará con la toma del poder? Evidentemente no. Con universidades al servicio de la clase trabajadora, donde ya no haya separación entre trabajo manual e intelectual; con la reforma agraria radical, la abolición del agronegocio capitalista y el fin del antagonismo entre campo y ciudad; el fin de la propiedad intelectual – con todo esto, las tecnologías producidas por la humanidad serán ampliamente socializadas y tendrán el potencial de cambiar de una manera nunca antes vista todas las técnicas y formas de producir. El comunismo, la sociedad sin clases, sin Estado, sólo puede ganar con la revolución socialista internacional y la integración global de las fuerzas productivas. Sólo esto puede dar paso a una sociedad que sostenga una relación armoniosa con la naturaleza. Pero evidentemente, desde la toma del poder hasta la realización de una economía socialista y el triunfo de la revolución internacional y de ahí al comunismo, todo lleva su tiempo. Mientras tanto, es tarea de los revolucionarios luchar por la más amplia educación ecológica y difundir al máximo, sin las cadenas del capital, toda la potencialidad del trabajo y la sostenibilidad.

La crisis climática no apunta al fin del mundo, sino a la crisis histórica del capitalismo. Por lo tanto, ¡es una cuestión de socialismo o barbarie!


Traducción: Joss Espinosa
Archivo original Estratégia revolucionária, hegemonia e ecossocialismo: um debate com Michael Löwy (Parte II)


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Caio Rosa