Sábado 19 de marzo de 2016
Hay tantos y tantos libros para leer, y la vida, al fin de cuentas, es en verdad tan corta, que no puedo sino sentir una profunda gratitud hacia todos aquellos que hayan querido dedicar algún tiempo a la lectura de los libros que modestamente escribo (independientemente de la opinión que de ellos puedan haberse formado). De ahí proviene mi profunda gratitud hacia el periodista Eduardo Feinmann, que alguna vez, en su programa de C5N, se declaró lector de mi obra (aunque la opinión que de ella se había formado era visiblemente desfavorable).
No obstante, pese a esa gratitud, hoy me toca detenerme en una declaración no precisamente feliz que profirió Eduardo Feinmann en la emisión del programa “Animales sueltos” del pasado lunes 14. Dicha emisión consistió, en buena parte, en una especie de campeonato verbal de guapos, en el que enhiestos machos argentinos (el propio Feinmann, el conductor Fantino, luego el ex secretario de comercio Guillermo Moreno) se ufanaron de lo firmes que “se le plantan” al que sea, de lo mucho que “se la bancan” con quien sea, en un intercambio inagotable de desafíos a pelear en el que cada cual se cuidó muy bien de no quedar relegado al oprobioso lugar de la “nena de liceo” que “tiembla” como si fuese a “debutar” (la definición fue de Moreno), si de agarrarse a trompadas se trata.
Todos machos, ninguno puto: el programa se trató de eso en gran medida. En ese contexto, Feinmann evocó un aviso televisivo contra la violencia de género, pero citó su consigna de este modo: “Sacale tarjeta amarilla al maltratador”. Casi de inmediato, alguien (no sé si Fantino, no sé si Jorge Asís) le acercó la corrección del error: lo que el aviso decía era “Sacale tarjeta roja”, y no “tarjeta amarilla”. En la cobertura del programa que efectuó el diario Clarín el miércoles 16, tamaña equivocación fue generosamente pasada por alto, al módico precio de escamotear la verdad de lo que se dijo.
Pero el error, en sí mismo, es revelador. La tarjeta amarilla es apenas una advertencia, sirve sólo de amonestación; la tarjeta roja es la que decide la expulsión. La amarilla supone conceder una segunda oportunidad, por lo que tiene tanto de sanción como de perdón; el que recibe esa tarjeta puede continuar en el juego (sólo con doble amonestación se llega a la expulsión en un partido, y sólo quien acumula cinco amonestaciones en distintos partidos recibe una suspensión).
Al golpeador, al maltratador, ¿se le saca tarjeta amarilla o se le saca tarjeta roja? Es decir, ¿se le otorgan nuevas chances (“no lo va a hacer más”, “con esto va a entender”, “ya recapacitó”, etc.) o se lo expulsa de una vez (“roja directa”)? Ese dilema es crucial para la imprescindible toma de conciencia que debe lograrse en la sociedad respecto de la violencia de género. Y se filtró en un programa plagado de cocorismos viriles, un programa nunca mejor llamado “Animales sueltos”, acaso de la única manera en que podía llegar a filtrarse: por medio de un acto fallido.
Martín Kohan
Escritor, ensayista y docente. Entre sus últimos libros publicados de ficción está Fuera de lugar, y entre sus ensayos, 1917.