En Argentina todavía se sienten las ondas del “lunes negro” en Wall Street. La volatilidad de los mercados y suba de tasas de interés norteamericana encarecerá el crédito externo. Dólar, inflación, y tensiones de la economía.
Lucía Ortega @OrtegaLu_
Miércoles 7 de febrero de 2018 01:28
Wall Street se recuperó ayer tímidamente del cimbronazo sufrido el “lunes negro”. Pero en Argentina todavía se recienten las ondas del primer llamado de atención de la Bolsa de valores de Nueva York, y más en general, de la vulnerabilidad de la que pende la economía mundial.
Las condiciones de la economía argentina para enfrentar un "viento de frente" internacional están muy lejos de ser las mejores. A pesar de los enormes esfuerzos del gobierno por volver a presentarse como el mejor alumno ante las imposiciones del capital financiero internacional –tras haber jugado especialmente la carta del pago a los fondos buitre-, y de la búsqueda de inversiones a diestra y siniestra sin mucho éxito, el país sigue sin ganarse un lugar entre los países mal llamados “emergentes” con mejor capacidad para enfrentar un cambio importante en la situación internacional.
No se debe sólo por el riesgo país “heredado” por el default de deuda del 2001, ni tampoco por el ruido generado en los inversores por el cambio en las metas de inflación anunciado por el equipo económico a fin de año, ni de la sobreoferta de papeles argentinos en los mercados tras la mega emisión pública de U$S 9.000 millones. Estos elementos determinan un escenario muy probable de encarecimiento del crédito público (y privado) en el exterior. Sin embargo, el problema es justamente la dependencia del inestable equilibrio interno en aquella supuesta "necesidad" de endeudamiento.
En otras palabras, se pone en duda la viabilidad de la estrategia cambiemita de “endeudar hasta que aclare” para llegar con lo justo a las elecciones de 2019.
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Esto no podría ser más erosivo para el plan del macrismo de volver a cierto “gradualismo” económico, luego de la ofensiva acelerada contra los trabajadores post elecciones de octubre, que debió ser frenada tras el rechazo popular a la ley previsional. La caída del valor de las acciones en Nueva York empalmó en el momento justo en que la incertidumbre empezaba a teñir de oscuro las proyecciones futuras para la economía argentina, y en el que la imagen del gobierno estaba en franco descenso.
Los analistas más ortodoxos, en tanto representantes de una fracción del capital monopólico y por momentos como oradores en nombre del conjunto del capital que opera en Argentina, aprovechan este riesgo de fin del crédito externo como una oportunidad para exigir una vuelta al “reformismo permanente”, un incremento del recorte fiscal y una mayor ofensiva contra la población trabajadora.
Wall Street y el fantasma del Plan B
El dólar minorista cerró ayer a $ 19,95, luego de haber superado por primera vez la barrera de los $ 20 en los bancos y casas de cambio de la Ciudad de Buenos Aires. Si bien también el Merval se estabilizó sobre el final, a la par del repunte de la Bolsa en Nueva York, el incremento de casi 20 centavos en el valor de la divisa norteamericana en pocos minutos de arrancar la jornada se explica por una cobertura de riesgo de los especuladores ante el “lunes negro” y la volatilidad de los mercados internacionales.
El viernes pasado ya se habían dado los primeros indicios de las tensiones en el mercado local, al hundirse los papeles argentinos en Nueva York y derrumbarse el Merval al 5,8%. El trasfondo, no obstante, es el incremento de la tasa de interés de los bonos del Tesoro norteamericano a 10 años, y la casi certeza de que la tendencia será hacia un gradual pero firme sendero de incremento de las tasas de interés a corto plazo. Esto movilizó no sólo a la plaza local, sino principalmente a los operadores de acciones en Wall Street.
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Si bien esa volatilidad se hace sentir en todos los países dependientes, en Argentina en particular sucede que se abren casi automáticamente las puertas a una mayor salida de capitales, retroalimentando los desequilibrios y presionando aún más sobre el valor del dólar.
Más allá del efecto explosivo sobre la inflación que podría tener una suba de la cotización del dólar, aumentando por encima de las previsiones oficiales, en términos estructurales “el horno no está para bollos”. Si se acentúa la salida de divisas y se genera una escasez de dólares en un contexto de encarecimiento del crédito, el efecto sobre la actividad económica local podría ser grave.
Si por el lado de los movimientos de capitales la fuga alcanzó grandes volúmenes (U$S 22.148 millones en 2017 según el Banco Central), por el lado de los movimientos de mercancías la balanza comercial empeora el rojo externo. Mientras el valor de las exportaciones (considerando precios y cantidades) se incrementó 1 % durante 2017, el valor de las importaciones lo hizo a razón de 19,7 %. Así, el déficit comercial cerró con un récord de U$S 8.471 millones en 2017. En 2018 se suma a los dolores de cabeza una sequía que amenaza con afectar seriamente la cosecha gruesa, principal materia prima de exportación.
Con el alerta de los cambios en el escenario internacional se estarían cerrando por completo las fallidas promesas de “lluvia de inversiones” externas. Agotadas las vías, el gobierno no tiene un Plan B alternativo al endeudamiento para conseguir dólares.
Lo primero que se pierde es la confianza
Más allá de las hipótesis y las proyecciones, la actividad económica ya se encuentra en estado anémico. Si bien en 2017 el gobierno se vanaglorió de un crecimiento económico que rozaría el 3 % anual, este es un desempeño flaco si se tiene en cuenta que gran parte se explica por “efecto rebote” luego de la caída experimentada en 2016. Pero además, las fuentes de crecimiento continúan siendo endebles, alimentadas por el endeudamiento externo y el papel de la construcción avivada por la obra pública (basada a su vez en deuda).
Los últimos datos del EMAE (Estimador Mensual de Actividad Económica) elaborado por el Indec muestran una desaceleración mensual del crecimiento (desestacionalizado) en los últimos meses del año, y ya las expectativas de mercado relevadas por el Banco Central (anteriores a la caída de las bolsas) mostraron un ajuste a la baja de las previsiones para el año 2018 y los siguientes.
Los pronósticos de expansión del PIB se ubicaron en 3%, 3,1% y 3% para los años 2018-2020, reduciéndose 0,2 puntos porcentuales en cada año. A su vez, las expectativas de crecimiento sin estacionalidad para el primer y segundo trimestre de 2018 se ubicaron en 0,7% trimestral (bajando 0,1 punto porcentual cada una).
Esto da a entender que tampoco fueron muy creíbles los festejos por los datos de empleo. El incremento del empleo registrado se sustentó en modalidades precarias como el monotributo y el monotributo social y apenas la recuperación del empleo asalariado privado retornó prácticamente a los niveles de 2015.
Las expectativas de inflación, por el contrario, se incrementaron, esperándose una mayor inflación núcleo proyectada. Para 2018 la inflación proyectada (nivel general) subió a 19,4% (+2 puntos porcentuales respecto nivel previo) al tiempo que la inflación núcleo aumentó hasta 16,9% (+2 p.p.). Para 2019 la expectativa de inflación se ubicó en 13,5% (+1,9 p.p.) para el nivel general y en 12% (+2 p.p.) para el núcleo.
Todos apuntan a la inflación como el hecho resonante. Algunos como causa de los problemas, otros como su manifestación. Lo cierto es que tampoco allí el gobierno puede anotarse una victoria. En sus dos años de gestión no logró perforar la barrera del 25 % anual, por más garrote y ajuste que haya implementado. Aquí también se agotan los Planes B y se incrementan las tensiones.
“Todo el poder al Central”
Desde los ultra defensores del monetarismo se escuchan las últimas cruzadas a favor de volver a un esquema de tasas altas y endurecimiento de la política del Banco Central dirigido por Sturzenegger. A decir verdad, las tasas siguen altas, y el aumento de las “metas de inflación” no tuvo el efecto esperado inicialmente de trasladarse a mayor baja de la tasa de referencia, que se movió apenas un punto y medio abajo durante el primer mes y se encuentra hoy a un nivel de 27,25 %.
La inflación estimada por Indec para el año 2017 fue de 24,8 %, alejándose un 45 % de la meta de inflación de entre 12 % y 17% estipulada por el BCRA. Si se toman otras estimaciones como la de la Dirección General de Estadística y Censos de la Ciudad de Buenos Aires en 26,1% y la de la CGT en 27,1 % el desvío es aún mayor.
En lugar de criticar el método, los monetaristas cuestionan el resultado. Así, insisten con la necesidad de más restricciones a la oferta monetaria, lo que dado el contexto actual significa no solo apuntalar la tasa de interés, sino también ir más a fondo con el ajuste primario del déficit fiscal. Es decir, profundizar el congelamiento del gasto, los despidos y sobre todo, los salarios.
"Si la política monetaria no cambia, lo más probable es que la inflación de este año sea similar a la inflación del año pasado; o inclusive puede subir un poco", señaló amenazante la consultora Economía y Regiones.
Los tarifazos al transporte y los servicios públicos en diciembre de 2017 y en febrero de este año, junto con otros ajustes de tarifas como en la de la medicina prepaga, ya están elevando las previsiones de inflación, tanto de los especuladores como, sobre todo, de la población.
La máxima de los fanáticos de las tasas altas, funcionales a la continuidad del “carry trade” que ha permitido embolsar ganancias a los especuladores y el sector financiero, fue la de dar “todo el poder el Central” para, dicen, evitar la suba de precios. Pero esta expresión manifiesta algo más profundo y es la incapacidad de controlar la inflación en un escenario de incertidumbre, desequilibrios y debilidad estructural de las variables económicas.
El frente externo, presionando sobre el precio del dólar, agregará ahora otra tensión a la contradicción entre el tipo de cambio, la inflación y la necesidad de reactivar la economía.
Lucía Ortega
Economista UBA. Coeditora de la sección de Economía de La Izquierda Diario.