Hoy partió Inés Ragni, una de nuestras “Madres” de Neuquén y el Alto Valle. Siempre será bandera en cada lucha de nuestra clase.
Domingo 1ro de septiembre 13:16
Hoy partió Inés Ragni, una de nuestras “Madres” de Neuquén y el Alto Valle.
Su apellido era Rigo, pero tomó con fuerza los últimos 47 años el apellido de su compañero Oscar y especialmente el de su hijo Oscar Alfredo, quien fue secuestrado con 21 años de su casa en Mascardi 55 de Neuquén. Esa misma casa donde vivieron toda la vida, y donde por muchos años esperaron verlo aparecer.
Ella, junto a familiares de detenidos desaparecidos se nuclearon en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, con Noemí Fiorito de Labrune a la cabeza, peleando en los mismos años de dictadura. Luego vendría la integración de Madres de Plaza de Mayo, peleando codo a codo con esas luchadoras, socializando la maternidad y reclamando por la aparición con vida de los 30 mil. Años más tarde, junto a Beba Mujica y Lolín Rigoni, formarían la filial Neuquén y el Alto Valle, con las premisas de independencia política, económica y “ de palabra”. Esa coherencia las sostuvo firmes con casi 50 años de lucha colectiva, sumándose a cuanta pelea de trabajadores, por las libertades democráticas y de mujeres hubiera. De manera literal, dejó su delantal de cocina colgado, para llegar a recorrer inclusive Europa, difundiendo la lucha de Madres.
No dudó un minuto ese 25 de noviembre de 2003, en pararse frente a la policía que reprimía a la juventud del oeste de la ciudad, y por la cual perdió el ojo el ceramista Pepe Alveal. Así era Inés. Así son las Madres de Neuquén.
Acompañando con fuerza la lucha de los ceramistas de Zanon, supimos siempre, en peleas posteriores de los obreros de Molarsa, de las obreras textiles, de los obreros de MAM y las trabajadoras de la educación de Neuquén, entre otras, supimos siempre que en estas Madres teníamos unas aliadas incondicionales de la clase trabajadora y de las luchas en defensa de la salud, la educación y el trabajo.
Y también, por que la vida se vivía, le gustaba reír y cocinar, y las dos cosas las hacía muy bien. Siempre era divertido escuchar sus anécdotas cuando nos invitaba a almorzar. Le gustaba contar con orgullo cuando con otras Madres fueron a ver a Ricardo Alfonsín, al inicio de los ‘80, y como logró escabullirse de su seguridad y tomarle la muñeca con mucha fuerza, para exigir que hiciera algo por sus hijos. Más en confianza, repasaba una y otra vez todo la comida favorita de Oscar Alfredo, que le había preparado ese 23 de diciembre de 1976, cuando volvió de vacaciones de sus estudios de arquitectura en la ciudad de La Plata.
Siempre me sorprendió lo dura que era y cuán lejos del individualismo y de cualquier aspecto material del la vida se encontraba. Su vida que, podrían muchos pensar sencilla, era absolutamente rica en afectos, lucha, recuerdos y compañía. Siempre había un chocolate en su aparador, para darle a los hijos e hijas, de todos quienes pasábamos por su casa, recordando siempre los cumpleaños. Todo eso la convertía en profundamente humana, dulce y sensible con quienes tenía a su alrededor. Lejos de cualquier tragedia individual, su vida era hacia delante.
Ser parte de los juicios Escuelita, por crímenes de lesa humanidad cometidos bajo la dictadura genocida, era una tarea de primer orden tanto para las Madres de Neuquén, como para ese enorme grupo de compañeras y compañeros que las acompañan hace más de dos décadas apoyando y compartiendo su lucha.
Inés declaró en varias ocasiones por el caso de su hijo, aportando como todos los familiares, prueba inestimable para poder reconstruir la verdad histórica. En cada ocasión se dirigió increpando a los jueces y a los genocidas, para que le digan que hicieron con su hijo, que dijeran que habían hecho con todos los desaparecidos. No era ingenua, exigía que el Estado dijera que hicieron con su hijo. Al igual que su compañero Oscar, que partió en julio pasado, se fue sin saberlo.
Este año, en el octavo juicio de la región, declaró por última vez, pero no fue fácil.
Los últimos años tano Inés como Oscar Ragni sufrieron pérdidas irreparables, entre ellas la de su hijo Edgardo. Sin embargo ella sintió como siempre que era su deber prepararse para declarar, en un juicio muy difícil, contra dos funcionarios de la dictadura militar, Pedro Duarte y Víctor Ortiz. Estos últimos, de profesión abogados, con todo el poder del Estado, con casi 50 años de ventajas y vida privilegiada, se prepararon para un juicio dilatado, con más de una década de instrucción de la causa, sabiéndose impunes. Inés y Oscar, con una vida de lucha a cuesta, contaban con su palabra y ejemplo de vida.
El 1 de octubre de este año, junto a Mariana Derni desde el CeProDH, nos tocará alegar en su representación, sin ellos presentes, pero redoblando los esfuerzos porque se escuche su voz, con la fuerza con la que vivieron y exigieron por los 30 mil.
En lo personal, ser sus abogadas ha sido uno de los mayores orgullos de mi vida, pero no más que haber compartido espacios de militancia, de lucha y mucha confianza y cariño junto a Inés y Oscar, por cerca de 20 años. Ellos eran y serán esa gente “necesaria” de la poesía de Hamlet Lima Quintana.
Me quedo con el último encuentro cercano de alegría, risas y chocolates compartidos, con el afecto profundo con el que abrazaron nuestras vidas. Nos quedamos con el compromiso de saber que es nuestra tarea continuar con la pelea en defensa de las libertades democráticas, por juicio y castigo a los genocidas, por todos los compañeros y compañeras y gritar bien fuerte: Oscar Alfredo Ragni: ¡presente! 30 mil compañeros detenidos desaparecidos: ¡presentes! Ahora y siempre.
Hasta siempre, querida Madre, serás bandera en cada lucha de nuestra clase.